Me toca a mí hablar después de tres exposiciones distintas,
primero la obra de teatro como arte –que no es otra cosa que la expresión
sensible de la idea–, y esta obra de teatro ha sido la expresión sensible de la
idea de la historia argentina; me hubiera gustado –como me hizo notar Julio
Piumato– que en vez de terminar con el sombrero de payasos hubieran sacado del
baúl la bandera argentina. La segunda fue la disertación de Galasso que fue una
exposición histórica y la tercera, la de Gustavo Gordillo que fue una
exposición sobre la circunstancia. Ahora me toca hablar a mí de la filosofía,
me toca bailar con la más fiera.
Porque la filosofía no se ocupa de la circunstancia, sino de
lo necesario, es decir, lo necesario es aquello que no puede ser de otra manera
y hablar de lo necesario en el tema de la identidad es bastante difícil.
Quisiera empezar primero con una distinción de uno de los
más importantes filósofos europeos, se llama Enrico Berti quien me manda una
linda carta en la que dice “Argentina forma parte de la altra América”,
fíjense qué interesante, él no me dice que Argentina forma parte de
Latinoamérica, porque no se puede confundir, ustedes saben que hablar de América
Latina es la primera colonización cultural que sufrimos, fíjense que Hernández
Arregui –este gran pensador de la izquierda nacional–decía, en la última
edición de su libro Qué es el ser nacional: “esta versión que el lector
tiene a la vista es exactamente igual a la primera salvo en el remplazo cada
vez que lo he estimado necesario del falso concepto de América Latina, creado en
Europa y utilizado desde entonces por EE.UU.”
Con relación a estos países se disfraza una de las tantas
formas de colonización mental. ¡No somos latinoamericanos!, lo hemos explicado
una y mil veces y Enrico Berti que es un profesor que debe tener como 80 años
ahora, un conocedor de Aristóteles, me dice: “la Altra América”, el
otro, altra quiere decir otro, –como se dice en latín, alter, el
diferente, alternativa– pero también viene alter de altercado; cuando
los hombres se pelean en un altercado, se distancian, no se abrazan, se tratan
de diferenciar. Esto propicia este tipo de meditación sobre nuestra identidad,
digo “nosotros” por aquello que Martí decía: “nuestra América”, o lo que desde
el punto de vista cultural tendría que ser Iberoamérica, para incorporar
indubitablemente al Brasil. Nosotros no podemos llamarnos americanos porque los
norteamericanos se apropiaron no solo de la riqueza, sino también del nombre,
sin embargo nosotros somos americanos. El colorado Ramos decía “la América
criolla”, yo también puedo decir “la América”. Alguno que no sea criollito se
va a sentir desplazado, pero es Iberoamérica, es la América criolla, es
Hispanoamérica por más que el nombre esté desgastado; de una vez por todas
nosotros tenemos que parar de decirnos latinoamericanos, nosotros nos
extrañamos por el nombre, nos alienamos al designarnos con un falso nombre. Si
fuera por lo latino los italianos se dirían latinoamericanos y no lo hacen,
solamente para los italianos, que son de alguna manera el paradigma del hombre
universal, aquellos que pasan por las romanitas son simplemente latinos, los
que habitan en el Lacio, y fíjense qué falsedad del nombre que los habitantes
de Québec, del Canadá francés, también se podrían decir latinoamericanos y
ninguno se denomina así.
Fíjense que es una categoría de nominación que crea
Chevallier, el canciller de Napoleón III, para intervenir en México y decir
“vamos a salvar a la raza latinoamericana”, porque querían intervenir en
nuestra América, y el general mejicano le manda una carta en la que le dice:
“termine de luchar en favor de los latinoamericanos porque están matando a
todos los mejicanos”. Estas son las paradojas de los términos. En filosofía
siempre hay que empezar por los términos. El término “americano”, cuyo origen
es un poco dudoso –lo que se sabe es que viene de amer-rich, Américo
Vespucio– etimológicamente quiere decir “el que manda en su casa”. Es decir
nosotros mandamos en nuestra casa como los norteamericanos mandan en la de ellos.
Entonces podemos llamarnos como San Martín ¡americanos! Por otra parte, el término
“latinoamericano” lo usaron los franceses para curarse en salud en el ámbito
cultural a pesar de que acá no cortan ni pinchan. Lo usan los norteamericanos y
después lo usa el marxismo, a partir de los años ‘60 y también los curas. Yo he
estudiado la obra de Perón y hasta los años ’60 nunca usa el término “latinoamericano”.
Usa el término “hermanos americanos”, usa el término que utiliza Julio Piumato,
“suramericano”, ni siquiera sud, suramericano, americano, hermano americano,
continental, como usa ese gran pensador peruano que fue García Calderón, que
tiene un libro extraordinario de 1909, Creación de un continente. Perón
habla de “los hermanos continentales”, porque estos hombres que eran de la
generación del ’10, del centenario, ven a Suramérica como un continente, –“que
contiene”–, contiene a trescientos veintiséis millones de habitantes que hablan
más o menos la misma lengua y han tenido los mismos enemigos. Entonces la
identidad de los pueblos se construye a través de la historia, a través de dos
elementos fundamentales, los valores y las vivencias que se comparten.
Las vivencias son las de carácter histórico que están
determinadas fundamentalmente por los enemigos y los proyectos que se llevaron
a cabo.
Los proyectos de San Martín y Bolívar, eran proyectos en
común. Uno venía del norte, otro venía del sur, ambos buscaban expulsar al
español. ¿Y cuáles eran las vivencias?, las vivencias con los enemigos.
¿Quiénes son los enemigos? El enemigo del mundo bolita, que somos nosotros, es
el anglosajón. Entonces si nosotros sabemos quiénes somos, podemos determinar
al enemigo histórico, que hoy es la potencia talasocrática.No tenemos nada que
ver, son mundos diferentes; nosotros tenemos una tradición que es grecorromana,
hispana, cristiana, católica, caudillista. Tenemos una representación por medio
de lo que llamaban los medievales acclamatio –en castellano,
aclamación–, que es la democracia directa. Fíjense que todavía perdura en los
gremios, se vota por aclamación, que es la democracia directa. ¿Cómo se hace
nombrar Lavalle? Por aclamación en el atrio de la Iglesia. Esta institución del
acclamatio es recuperada por un politólogo como fue Carl Schmitt, en un
trabajo que se llama Sobre el parlamentarismo.
Fíjense que todo esto no tiene nada que ver con el otro
mundo, el otro mundo que es veterotestamentario, el mundo capitalista norteamericano,
que se apoya en el antiguo testamento, es un mundo protestante, calvinista,
industrialista, donde la noción de éxito es fundamental, porque se salvan los
que tienen éxito, el mundo que, de alguna manera, es el mundo de la razón
calculadora.
Fíjense que lo que ellos no ven es que ese mundo entró en
crisis. Les voy a explicar por qué.
Nosotros estamos viviendo hoy la época posterior a la
segunda guerra mundial, vimos las bombas de la explosión en Japón; estamos
viviendo una crisis de los grandes relatos universales. El hombre pensaba en la
modernidad, que existía el progreso indefinido, la idea de progreso universal.
Hemos visto en la segunda guerra mundial, que la técnica llegó a Japón con
Hiroshima y Nagasaki, quiere decir que la técnica entró en contradicción con la
moral, con la matanza atómica de niños aún no nacidos muriendo por culpa de sus
padres. Hemos visto la democracia como forma de vida, lo hemos vivido en esta
patria con la generación de la restauración democrática: “con la democracia se
come, se vive, se educa, se baila y se salta”. Pero ¿con qué democracia? Con la
democracia formal, vacía, una democracia que ha hecho crisis de
representatividad, porque estos políticos no representan a nadie. Hay otro tipo
de democracia, que es “la democracia de nuestros países”, como decía un
boliviano que se llamaba Carlos Montenegro, que es esa democracia que está
debajo de las repúblicas, que es la famosa acclamatio, la famosa
democracia directa, que asegura la vinculación del pueblo con su líder o caudillo.
A todo esto los norteamericanos le llaman populismo, demagogia, totalitarismo;
pero nosotros sabemos que la mejor manifestación que tiene el pueblo es en la
calle, no es el pueblo votando, porque uno no vota como pueblo, vota como individuo.
Pero cuando se manifiesta, ahí se manifiesta como pueblo porque está
participando de valores comunes. Entonces uno ve que una bandera lo despeina y
si estuviera como individuo diría “¿qué está haciendo, por qué me despeina?”.
Entonces está la famosa anécdota: pero cómo, ¿usted no es
peronista? Nadie se va a quejar porque lo despeine una bandera, porque está
participando, está formando parte. En definitiva, sabe que hay enemigos. Cuando
uno vota en el cuarto oscuro, no hay enemigos, hay una opción entre males menores,
pero cuando uno manifiesta, el enemigo está ahí. Esto nos lleva a plantear toda
la crisis de representatividad política.
Nosotros, después de quinientos años y a pesar de las
múltiples opresiones sufridas, de la actitud servil de nuestros gobernantes y
hombres públicos respecto delos variados centros de poder, de la mentalidad
imitativa de nuestros calurosos intelectuales que traicionaron y traicionan la
preferencia por sí mismos, llegamos a ser alguien, caracterizados como lo
“otro” en el universo occidental.
A nosotros nos dicen que somos la otra América, somos otra
cosa y ser otra cosa es, a su vez, ser reconocidos como alguien, dejamos de ser
algo. Hoy Helio Jaguaribe hablaba de este gran espacio suramericano, de
trescientos veintiséis millones de habitantes, con dieciocho millones de
kilómetros cuadrados, es decir, el doble de Europa, el doble de los EE.UU.,
navegable de Caracas a Buenos Aires, con el 30%de los recursos de agua potable
del mundo, con la cuenca del Amazonas, del Orinoco y del Plata. Nosotros somos
algo serio, no es para deprimirse porque nuestros políticos no estén a la
altura de las circunstancias.
Nosotros tenemos un peso específico más allá de la flaqueza
y de las debilidades de nuestros dirigentes. Que nuestros dirigentes, de alguna
manera, le quiten el panal pueblo no quiere decir que nos quiten la posibilidad
de existir, nosotros tenemos la posibilidad innata de existir y por ende de
pensar y de luchar para que las cosas se hagan de la manera más equitativa
posible.
Nuestros dirigentes nos quitarán el pan y nos someterán a
las peores circunstancias pero nosotros tenemos la mejor matriz –en lo que hace
a la identidad cultural–para construir un espacio propio.
Cabe aclarar que la defensa y búsqueda de la identidad no
radica en la repetición ritual de modos, maneras y costumbres, como lo hacen
nuestros centros tradicionalistas cuando desfilan de paisanos. Eso no es malo,
pero se está limitado al orden de la repetición.
Yo siempre discuto en los centros tradicionalistas. La vez
pasada viene uno, con un pompón en la cabeza, o viene con un caballo emprendado
de plata y botas de potro–mi abuelo usaría emprendados de plata con botas de
cuero, pero botas de potro eran usadas por los más humildes junto con cabezada
y riendas de cuero–. Otro vino con una tenaza cromada, otro con un lazo pintado
de plateado.
Si la identidad es la repetición de actos, estamos liquidados.
La identidad de los pueblos no es la repetición de actos sino la rencarnación
de valores que forman
parte de su tradición. ¿Qué es la tradición? No es juntar
cosas viejas, la tradición es la transmisión de valores de una generación a
otra. Una generación transmite a otra ciertos valores y otros los pospone, no
transmiten todas las cosas.
Acumular una tradición nacional es casualmente eso, acumular
cosas valiosas de una generación a otra. No es la simple repetición de actos,
porque si no, en todo caso, como estamos vestidos, ninguno formaría parte de la
Argentina.
Es la diferencia que hay entre la sustancia y el accidente. Lo
sustancial es lo que se transmite como valor, el accidente es la forma o manera
como ese valor se expresa. Esto que es la repetición los latinos la llamaban
ídem. Pero hay otra palabra que nos indica la identidad, que es ipse y quiere
decir ser sí mismos.
Para entender la identidad nacional, tenemos que partir del
ipse, del ser sí mismos. ¿Cómo somos sí mismos? Somos sí mismos cuando nos
preferimos a nosotros mismos. Preferirse a uno mismo es no imitar. Perón dice:
“No seamos un espejo opaco, que imita e imita mal”.
Porque imitación es lo que ha tintineado en la inteligencia
culturosa argentina, vamos a ver qué autor está de moda, cómo vamos, qué
pensamos, qué no pensamos, hablamos de la postmodernidad, –no hablamos de la
post modernidad–, somos postmodernos, somos pre modernos.
Todo eso forma parte de un lenguaje centroeuropeo. En las
universidades, que son las máquinas de hacer chorizos de la inteligencia vernácula,
no producen una sola inteligencia nacional.
Esto es lo que está, compren libros de autores europeos o autores
a imitación de los europeos. Esto es lo que hay que erradicar, el remedo, que quiere
decir en castellano, mala copia. Hay que erradicar el espejo opaco del que
hablaba Perón.
Preferirse a uno mismo, es decir, voy a preferir los valores
que hacen a mi tradición cultural que se expresa bien en una lengua, que es
esta lengua que yo hablo.
Esto no quiere decir que reneguemos de lo otro, simplemente
nosotros tenemos que preferirnos a nosotros mismos. ¿Cómo se funda esa
tradición cultural? Se funda en los valores y en las vivencias, es decir, la identidad
de un pueblo no está, no es una cosa, no es algo pétreo, es algo que se
construye en la historia.Si esto es así, hemos visto cómo debemos de llamarnos,
qué diferencia hay entre identidad, repetición e identidad de preferencia de
uno mismo. Si hemos hablado de los valores y de las vivencias, yo creo que lo
que nos quedaría ahora es el pluralismo cultural.
El discurso del pensamiento único –expresión que impuso
Alain de Benoist, con su revista Elements, de París, que después tomó Ignacio
Ramonet de Le Monde
Diplomatique– se maneja sobre la idea de pluralismo. Pues
nosotros también, y acáviene la distinción. Nosotros sabemos –por lo menos
desde la visión que nos viene del mundo moderno, desde el proyecto iluminista–
que el pensamiento consistía en cuatro o cinco relatos fundamentales, es decir,
la idea de progreso, la democracia como forma de vida, el cristianismo
subjetivizado, la razón calculadora.
Ustedes fíjense que todo esto nace con Descartes y la Reforma,
es decir, la apreciación subjetiva del tema de Cristo y la trascendencia y la
instrumentación de la razón en su aspecto tecnológico, lo que llaman la razón
calculadora.
¿Cuál es su proyección social? El pluralismo. Lo que es la
idea de tolerancia, no como virtud, sino la tolerancia por la tolerancia, como
ideología. Eso lo dice Montaigne que es clarísimo con el tema de la definición
de la tolerancia y de todo el pensamiento iluminista.
¿Cómo se plantea el tema del pluralismo? El pluralismo debe
sostenerse y alentarse en la medida en que es un relativismo que invade toda la
sociedad, es decir, no hay ningún valor verdadero ni ningún valor falso.
Esta idea de pluralismo es difícil de erradicar, porque cuando
uno la critica puede pasar a ser un reaccionario, cosa que nadie quiere ser.
Ser un reaccionario es ser un hombre fuera de la humanidad.
¿Cómo debe plantearse el tema? Se plantea dentro de lo que
se llaman las ecúmenes culturales, es decir, el mundo está constituido por
varias ecúmenes culturales, como pueden ser la ecúmene iberoamericana, la
ecúmene europea, anglosajona, arábica, oriental. Ecúmene quiere decir en griego
el pedazo grande de tierra habitado. Para los
Griegos la Hélade era su ecúmene. La teoría iluminista es
que el pluralismo se debe plantear dentro de las ecúmenes culturales. Al
contrario, nosotros sostenemos que estas ecúmenes se constituyen porque hay
valores compartidos, lenguaje compartido, creencias compartidas, vivencias compartidas,
instituciones compartidas, como pasa en el caso de Iberoamérica. Por lo tanto,
el pluralismo no debe darse tanto en el seno del Estado Nación, en el seno de
las ecúmenes, sino que el pluralismo se debe dar entre las ecúmenes culturales.
La relación no es tanto multicultural sino más bien intercultural. Esto viene a
refutar la idea
del universalismo. La modernidad ha planteado al hombre como
animal racional y la razón como razón calculadora y este modelo lo impuso
universalmente. Hoy para existir nosotros tenemos que tener un régimen demo
liberal. Si no nosotros no existimos, somos totalitarios como Chávez, que tiene
una democracia casi directa.
Pero esta democracia no es aceptada, porque el modelo del
relato moderno es la
democracia neoliberal. El modelo del relato moderno en
economía es la economía de mercado, el modelo del relato moderno en cultura es
el pluralismo cultural que supone un relativismo maximizado, el modelo en el
orden de la religión es el modelo de la new age, donde cada uno hace lo que quiere.
El modelo de la familia es el de la familia típica norteamericana.
Este pluralismo, quees un relativismo, lo introducen dentro de las ecúmenes
culturales y ahí se produce la tarea de zapa de una ecúmene. Su
desnaturalización. Así se da la “americanización “de Europa, “la
imbecilización” de Iberoamérica, la “terrorización” de la ecúmene arábiga,
etc.
Nosotros pretendemos un pluralismo sin relativismo. ¿Cómo
puede ser un pluralismo sin relativismo, pensando que el mundo no es ya un
universo? Universo es unas ola versión del mundo. En relación con eso, nosotros
tenemos una palabra que es “universidad”. La universidad saca a todos los
muchachos como chorizos de la fábrica, todos iguales, todos piensan lo mismo.
A ninguno de estos muchachos se le ocurrió pensar en Wagner
de Reina o en Maldonado. En Castellani o en de Anquín. La universidad tiene un
relato universal, entonces se produce el extrañamiento entre lo que es ese
relato universal –que es un modelo de imposición– y la realidad de ese pluriverso,
que es el mundo real. Ontológicamente, es decir en su ser, el mundo es un pluriverso,
no es un universo. Sostener que el mundo es un universo es un totalitarismo, es
el totalitarismo del iluminismo racionalista del siglo XVIII.
Hoy nosotros somos un pluriverso y como tal tenemos que
rescatarnos. Por eso las teorías políticas como en el caso del peronismo, como
en el caso del chavismo en Venezuela, como en el caso del Movimiento Nacionalista
Revolucionario en Bolivia son teorías que están vigentes porque rescatan en sus
postulados las particularidad desde sus pueblos. Ese es el misterio del peronismo,
si fuera por nosotros, los peronistas, el peronismo no existiría más.
La desgracia del peronismo somos los peronistas, que no lo
tomamos en serio. No quiero abundar en muchos datos, porque da mucho más el
tema de la identidad nacional en sus proyecciones artísticas y en sus
proyecciones intelectuales. Nosotros tenemos una amplia tradición en América,
yo siempre pienso en términos americanos, a mí no me interesa pensar en términos
argentinos de patria chica. Ustedes saben que había un peruano, Juan Pablo
Viscardo, que en el año 1792escribió una carta sobre el tema de la identidad:
“Carta a los españoles americanos”.
Así como él podemos seguir con múltiple cantidad de
expresiones y de pensadores. De modo tal que nosotros tenemos una tradición que
no se estudia, que es esa tradición nacional iberoamericana, que hay que tratar
de rescatar.
Yo agradezco a las autoridades de la C.G.T. por este
congreso que nos permite hablar un poquito de estos hombres y de estas ideas
que han sido silenciados ,porque en el manejo de los mass media se da casualmente
lo que decía Jauretche, el mecanismo del silencio, no hay que dejar hablar a
aquel que piensa distinto. Este tipo de congresos es interesante y ojalá que
recojan el guante las instituciones, las academias, y que puedan abrirse
cátedras. Yo dicto cátedras en Barcelona y se ha creado en España una cátedra
sobre el Pensamiento de la Identidad.
Gracias.
Alberto Buela
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