Nuestros Héroes 3 .
Comandos, Malvinas y una historia
casi desconocida...
No los recuerdes solamente el 2 de abril...
Nunca olvidemos a Nuestros Héroes.
No los recuerdes solamente el 2 de abril...
Nunca olvidemos a Nuestros Héroes.
La historia de Top Malo House, es
conocida por la mayoría de quienes siguen el tema Malvinas. Por eso hoy la
daremos un enfoque distinto. Haremos hincapié en la historia de dos
combatientes. Dos comandos a quienes su carrera, su amistad y la guerra los unió.
Una unión que perduro aun despues de la muerte de uno de ellos. Cómo? Lee la
historia y conocerás un poco más...
Hacia 1981, en la Compañía de Policía Militar 141, ahora disuelta y con su cuartel compartido con varias unidades de la ex Brigada Aerotransportada IV, camino a La Calera, Córdoba, revistaban dos hombres cuyas vidas y destinos se verían curiosamente entrelazados. Ambos eran paracaidistas y comandos y aunque se destacaban nítidamente por la forma en que se consagraban en cuerpo y alma al servicio en un elemento de un cierto modo, secundario, tenían su corazón en las unidades especiales de paracaidistas que formaban parte de esa particular Brigada.
José Vercesi, era capitán de Infantería, Comando, Paracaidista y curtido soldado. Poseedor de un temperamento apacible, reflexivo y serio, tenía al mismo tiempo, un sólido espíritu militar.
No era un tipo fácil y su foja de servicios no lo desmentía: tenía no pocos días de arresto o llamadas de atención por su renuencia a mostrarse sumiso a órdenes o sistemas que consideraba poco serios, tibios o demasiado convencionales. Con una personalidad controlada y partidario de los procedimientos estrictamente reglamentarios y responsables, había hecho su formación como Comando y Paracaidista. Entre los cuadros y tropa, era conocido afectuosamente como “el Tano”.
Mateo Sbert, era Sargento 1ro de Ingenieros y por esos extraños casos de la vida militar, había ido a parar, tras su formación como Comando y Paracaidista, a una Compañía de Policía Militar. Su frustración era grande y aunque se desempeñaba en su destino con una corrección intachable, toda vez que podía, al enterarse de los turnos de Aero cooperación, vuelo y lanzamiento, se arrimaba a la vecina Compañía de Ingenieros Aerotransportada 4 y solicitaba una plaza para poder saltar y así mantener su habilidad y estado. En esta subunidad independiente, era querido y respetado como ninguno y su sola presencia constituía un ejemplo de corrección, camaradería, buen humor, caballerosidad y profesionalismo. Era muy responsable y preocupado por su profesión, lo que lo había llevado a realizar variados cursos, siempre en busca de sobresalir y saber más de la carrera que había elegido. Uno de ellos, era el de Técnico Cartógrafo. Sus sobresalientes condiciones como soldado hacían que muchos suboficiales más antiguos que él, lo trataran respetuosamente, anteponiendo el pronombre posesivo, tan clásico en nuestras costumbres. No obstante, era muy apreciado por todos y era conocido por el apodo de “el Turco”.
Hacia 1981, en la Compañía de Policía Militar 141, ahora disuelta y con su cuartel compartido con varias unidades de la ex Brigada Aerotransportada IV, camino a La Calera, Córdoba, revistaban dos hombres cuyas vidas y destinos se verían curiosamente entrelazados. Ambos eran paracaidistas y comandos y aunque se destacaban nítidamente por la forma en que se consagraban en cuerpo y alma al servicio en un elemento de un cierto modo, secundario, tenían su corazón en las unidades especiales de paracaidistas que formaban parte de esa particular Brigada.
José Vercesi, era capitán de Infantería, Comando, Paracaidista y curtido soldado. Poseedor de un temperamento apacible, reflexivo y serio, tenía al mismo tiempo, un sólido espíritu militar.
No era un tipo fácil y su foja de servicios no lo desmentía: tenía no pocos días de arresto o llamadas de atención por su renuencia a mostrarse sumiso a órdenes o sistemas que consideraba poco serios, tibios o demasiado convencionales. Con una personalidad controlada y partidario de los procedimientos estrictamente reglamentarios y responsables, había hecho su formación como Comando y Paracaidista. Entre los cuadros y tropa, era conocido afectuosamente como “el Tano”.
Mateo Sbert, era Sargento 1ro de Ingenieros y por esos extraños casos de la vida militar, había ido a parar, tras su formación como Comando y Paracaidista, a una Compañía de Policía Militar. Su frustración era grande y aunque se desempeñaba en su destino con una corrección intachable, toda vez que podía, al enterarse de los turnos de Aero cooperación, vuelo y lanzamiento, se arrimaba a la vecina Compañía de Ingenieros Aerotransportada 4 y solicitaba una plaza para poder saltar y así mantener su habilidad y estado. En esta subunidad independiente, era querido y respetado como ninguno y su sola presencia constituía un ejemplo de corrección, camaradería, buen humor, caballerosidad y profesionalismo. Era muy responsable y preocupado por su profesión, lo que lo había llevado a realizar variados cursos, siempre en busca de sobresalir y saber más de la carrera que había elegido. Uno de ellos, era el de Técnico Cartógrafo. Sus sobresalientes condiciones como soldado hacían que muchos suboficiales más antiguos que él, lo trataran respetuosamente, anteponiendo el pronombre posesivo, tan clásico en nuestras costumbres. No obstante, era muy apreciado por todos y era conocido por el apodo de “el Turco”.
Los dos soldados con mayúsculas,
Mateo y José, habían –dentro de las formalidades propias de la vida castrense-
simpatizado de inmediato. Ambos compartían aficiones similares, una idéntica
visión acerca de cómo debe ser interpretada la vocación militar y dentro de
ella, habían sentido el especial llamado de ejercerla a través de las
exigencias más fuertes. Era en ellas cuando más la disfrutaban, ejecutando los
entrenamientos más duros y a las teniendo las experiencias más verídicas y
riesgosas. Durante el tiempo que estuvieron destinados juntos en la Compañía de
Policía Militar 141, habían dejado una verdadera marca de profesionalismo y
virtudes militares, particularmente por su sentido de la rectitud, arrojo y
deseos de superación.
Otro detalle, pero más personal,
en el que habían coincidido sus afanes e inquietudes, fue en la dedicación que
les prodigaban a sus respectivas familias. Ambos comentaban de las andanzas de
sus proles; la de Mateo: Maximiliano, (de tan sólo ocho años), Martín y Marcos,
y la de José: Juan Pablo y María Gracia, los “pre-Malvinas”, a quienes se
agregarían después de 1982, Ignacio y María Luz. Estas afinidades personales y
las “aventuras” corridas juntos por los cursos y destinos compartidos,
comisiones y otras actividades, había forjado en ellos una suerte de hermandad,
en la que el uno sabía certeramente, que podía contar con el otro.
El año 1981, finalizó con el pase de Mateo al EMGE, permaneciendo José en la Compañía de Policía Militar. Desde su nuevo destino, Mateo ambicionaba realizar un nuevo curso que le permitiera presentarse para prestar servicios como auxiliar de Agregadurías Militares. En la Jefatura de Movilización del EMGE, veía con cierta frecuencia a un antiguo jefe que había tenido , un coronel, soldado como pocos, que había aprendido a conocerlo, respetarlo y valorarle sus condiciones profesionales.
Estalla la guerra
Vercesi, se presentó temprano a su Jefe de Compañía, el por entonces mayor Lazzarano, para solicitar incorporarse voluntariamente en unidades que fueran trasladadas a las islas. El mayor, primero retaceó la solicitud, y la dejó en espera. Sabía que el tener la capacitación de comandos, tarde o temprano, lo llevaría a la guerra, por lo que dejó pasar unos días. También y por depender del Comando del III er. Cuerpo de Ejército la subunidad donde se encontraba revistando, se entrevistó con su comandante, obteniendo el mismo resultado.
Sbert, en Buenos Aires, acudió a quien fuera su antiguo jefe en San Nicolás, quien hizo todo lo posible para disuadirlo, haciéndole hincapié para que tuviera en cuenta su edad, su grupo familiar y el hecho de que por no estar directamente vinculado al especial entrenamiento de las tropas comando, le sería difícil encarar una exigencia como la que se venía.
Vercesi, inflamado como estaba por la situación que se vivía, incluso había planificado junto con otro camarada, ahora como él, también retirado, en hacer abandono de destino; “colarse” en algún avión y presentarse como voluntario en cualquiera de las unidades que ya se encontraban en las islas, aprovechando el “puente aéreo” entre aquellas y el continente. Pero esa desesperada y romántica medida no fue necesario tomarla. En Buenos Aires, el antiguo jefe de Sbert en San Nicolás, tampoco pudo hacer nada para disuadir a su antiguo subordinado. El 23 de mayo de 1982, un mensaje cifrado, ordenó la presentación de ambos, entre otros cuadros comandos, en la Escuela de Infantería, para integrar una segunda Compañía de Comandos en formación, la 602.
El tiempo comenzó a volar… Contaron desde su convocatoria hasta su presentación en Campo de Mayo, lugar de organización de la nueva subunidad, con sólo unas 48 horas para equiparse, despedirse y “arreglar sus asuntos personales…”
Ni bien llegaron y se presentaron al jefe de la flamante Compañía de Comandos 602, mayor Aldo Rico, éste se reunió con quienes serían su 2do Jefe, el capitán Villarroel y los jefes de Sección, entre quienes se encontraba el capitán José Vercesi, que sería jefe de la 1ra Sección de Asalto.
Por orden del jefe de compañía, debían organizar las fracciones eligiendo personalmente a los integrantes, sin dudarlo, Vercesi llamó a su lado al fiel y valioso Mateo Sbert, quien desde que se insinuara la primera posibilidad de ser convocado, voluntaria y solitariamente, se había sometido a duras exigencias físicas de entrenamiento, a fin de estar a tono con las difíciles circunstancias de combate a enfrentar y el estado físico sobresaliente que tenían los jóvenes oficiales y suboficiales comandos convocados.
Sbert, ante la elección, exaltado, seguía a su capitán, leal y denodadamente a todas partes, esforzándose al máximo para dar cumplimiento preciso a cada orden recibida. Terminada la organización de la flamante subunidad, con sus efectivos al completo, marchó al Teatro de Operaciones y habiendo transcurrido tan sólo ocho días de recibir la Orden Preparatoria, ya se encontraba cumpliendo operaciones de combate…
El año 1981, finalizó con el pase de Mateo al EMGE, permaneciendo José en la Compañía de Policía Militar. Desde su nuevo destino, Mateo ambicionaba realizar un nuevo curso que le permitiera presentarse para prestar servicios como auxiliar de Agregadurías Militares. En la Jefatura de Movilización del EMGE, veía con cierta frecuencia a un antiguo jefe que había tenido , un coronel, soldado como pocos, que había aprendido a conocerlo, respetarlo y valorarle sus condiciones profesionales.
Estalla la guerra
Vercesi, se presentó temprano a su Jefe de Compañía, el por entonces mayor Lazzarano, para solicitar incorporarse voluntariamente en unidades que fueran trasladadas a las islas. El mayor, primero retaceó la solicitud, y la dejó en espera. Sabía que el tener la capacitación de comandos, tarde o temprano, lo llevaría a la guerra, por lo que dejó pasar unos días. También y por depender del Comando del III er. Cuerpo de Ejército la subunidad donde se encontraba revistando, se entrevistó con su comandante, obteniendo el mismo resultado.
Sbert, en Buenos Aires, acudió a quien fuera su antiguo jefe en San Nicolás, quien hizo todo lo posible para disuadirlo, haciéndole hincapié para que tuviera en cuenta su edad, su grupo familiar y el hecho de que por no estar directamente vinculado al especial entrenamiento de las tropas comando, le sería difícil encarar una exigencia como la que se venía.
Vercesi, inflamado como estaba por la situación que se vivía, incluso había planificado junto con otro camarada, ahora como él, también retirado, en hacer abandono de destino; “colarse” en algún avión y presentarse como voluntario en cualquiera de las unidades que ya se encontraban en las islas, aprovechando el “puente aéreo” entre aquellas y el continente. Pero esa desesperada y romántica medida no fue necesario tomarla. En Buenos Aires, el antiguo jefe de Sbert en San Nicolás, tampoco pudo hacer nada para disuadir a su antiguo subordinado. El 23 de mayo de 1982, un mensaje cifrado, ordenó la presentación de ambos, entre otros cuadros comandos, en la Escuela de Infantería, para integrar una segunda Compañía de Comandos en formación, la 602.
El tiempo comenzó a volar… Contaron desde su convocatoria hasta su presentación en Campo de Mayo, lugar de organización de la nueva subunidad, con sólo unas 48 horas para equiparse, despedirse y “arreglar sus asuntos personales…”
Ni bien llegaron y se presentaron al jefe de la flamante Compañía de Comandos 602, mayor Aldo Rico, éste se reunió con quienes serían su 2do Jefe, el capitán Villarroel y los jefes de Sección, entre quienes se encontraba el capitán José Vercesi, que sería jefe de la 1ra Sección de Asalto.
Por orden del jefe de compañía, debían organizar las fracciones eligiendo personalmente a los integrantes, sin dudarlo, Vercesi llamó a su lado al fiel y valioso Mateo Sbert, quien desde que se insinuara la primera posibilidad de ser convocado, voluntaria y solitariamente, se había sometido a duras exigencias físicas de entrenamiento, a fin de estar a tono con las difíciles circunstancias de combate a enfrentar y el estado físico sobresaliente que tenían los jóvenes oficiales y suboficiales comandos convocados.
Sbert, ante la elección, exaltado, seguía a su capitán, leal y denodadamente a todas partes, esforzándose al máximo para dar cumplimiento preciso a cada orden recibida. Terminada la organización de la flamante subunidad, con sus efectivos al completo, marchó al Teatro de Operaciones y habiendo transcurrido tan sólo ocho días de recibir la Orden Preparatoria, ya se encontraba cumpliendo operaciones de combate…
En 1999, quien fuera el segundo
al mando en la 1ra Sección de Asalto, el hoy coronel Horacio Losito, narró en
el libro “Así Peleamos Malvinas, Testimonios de Veteranos del Ejército”, el
episodio que a sangre y fuego, quedó grabado en la historia malvinera y en la
vida de los integrantes de esa Sección. De la misma forma lo relata el
historiador militar, Dr. Isidoro Ruiz Moreno, en su obra “Comandos en Acción”.
“Todo comenzó en la noche del viernes 28, cuando el capitán José Vercesi, jefe de la 1ra sección, recibió la orden de ejecutar una exploración de 40 kilómetros, para informar sobre las actividades de los británicos que habían desembarcado el 21 de mayo, y de los cuales se sabía poco y nada...
“Todo comenzó en la noche del viernes 28, cuando el capitán José Vercesi, jefe de la 1ra sección, recibió la orden de ejecutar una exploración de 40 kilómetros, para informar sobre las actividades de los británicos que habían desembarcado el 21 de mayo, y de los cuales se sabía poco y nada...
Si no la leíste ingresa al muro
de la página, para comprender el hilo del relato.
Nada iba a ser fácil. Con un panorama contradictorio y confuso comenzamos a planificar la misión. Con un particular cansancio, producto de las tensiones vividas en los últimos días y con falta de sueño, los hombres de la 1ra Sección, reforzados con suboficiales apuntadores de misiles Blow-Pipe, un enfermero y el sargento 1ro Helguero de la Compañía de Comandos 601, nos alistamos para la salida. Partimos a poco de amanecer en dos helicópteros ‘peinando’ las formas del terreno para evitar radares y armas. Desembarcamos a pocos kilómetros del monte Simons, un cerro de gran altura. No nos imaginábamos que a escasos metros estaba el campamento del enemigo....
Estábamos en tierra de nadie, a mitad de camino entre la cabeza de playa de los británicos y nuestras posiciones, lejos de cualquier ayuda, confiando solamente en la propia capacidad y creyendo ciegamente en el camarada”, contó Losito.
Intentamos informar lo que veíamos, aplicando todos los conocimientos de comunicaciones a nuestro alcance, sin éxito. La interferencia era enorme y no queríamos mantener prendido el equipo durante mucho tiempo para evitar ser detectados.
El 30 de mayo de 1982 amaneció frío pero soleado. A media mañana, el capitán resolvió desplazarse hacia Fitz Roy, a unos 20 kilómetros del lugar. El objetivo era conectarse con una sección de Ingenieros y desde allí poder trasmitir los informes. Comenzamos la marcha sobrecargados, porque también transportábamos armamento y munición de un depósito que había instalado la Compañía de Comandos 601. El desplazamiento sobre la turba se hizo muy dificultoso y agobiante”, describió el oficial.
Ante la posibilidad de pasar mojados otra noche gélida, decidieron hacer un alto en un sitio que el mapa describía como una elevación, pero estaba del otro lado del arroyo Malo. Era una cabaña de ovejeros, aparentemente abandonada. Su nombre: Top Malo House. "Luego de cruzar el arroyo de agua helada y torrentosa, donde algunos cayeron al resbalar en el verdín de las piedras del lecho, abordamos la casa con técnicas apropiadas para el caso, en previsión de que estuviera ocupada por el enemigo. La sección se dividió en dos grupos: uno ocupó el piso superior y el otro, la planta baja. Sabíamos que el estar dentro de la casa no ofrecía seguridad, pero existía una real necesidad de recuperarnos y secar el equipo para poder enfrentar con éxito las futuras exigencias. La decisión que se adoptó ante el dilema planteado, la pagaríamos con sangre horas más tarde...
Nada iba a ser fácil. Con un panorama contradictorio y confuso comenzamos a planificar la misión. Con un particular cansancio, producto de las tensiones vividas en los últimos días y con falta de sueño, los hombres de la 1ra Sección, reforzados con suboficiales apuntadores de misiles Blow-Pipe, un enfermero y el sargento 1ro Helguero de la Compañía de Comandos 601, nos alistamos para la salida. Partimos a poco de amanecer en dos helicópteros ‘peinando’ las formas del terreno para evitar radares y armas. Desembarcamos a pocos kilómetros del monte Simons, un cerro de gran altura. No nos imaginábamos que a escasos metros estaba el campamento del enemigo....
Estábamos en tierra de nadie, a mitad de camino entre la cabeza de playa de los británicos y nuestras posiciones, lejos de cualquier ayuda, confiando solamente en la propia capacidad y creyendo ciegamente en el camarada”, contó Losito.
Intentamos informar lo que veíamos, aplicando todos los conocimientos de comunicaciones a nuestro alcance, sin éxito. La interferencia era enorme y no queríamos mantener prendido el equipo durante mucho tiempo para evitar ser detectados.
El 30 de mayo de 1982 amaneció frío pero soleado. A media mañana, el capitán resolvió desplazarse hacia Fitz Roy, a unos 20 kilómetros del lugar. El objetivo era conectarse con una sección de Ingenieros y desde allí poder trasmitir los informes. Comenzamos la marcha sobrecargados, porque también transportábamos armamento y munición de un depósito que había instalado la Compañía de Comandos 601. El desplazamiento sobre la turba se hizo muy dificultoso y agobiante”, describió el oficial.
Ante la posibilidad de pasar mojados otra noche gélida, decidieron hacer un alto en un sitio que el mapa describía como una elevación, pero estaba del otro lado del arroyo Malo. Era una cabaña de ovejeros, aparentemente abandonada. Su nombre: Top Malo House. "Luego de cruzar el arroyo de agua helada y torrentosa, donde algunos cayeron al resbalar en el verdín de las piedras del lecho, abordamos la casa con técnicas apropiadas para el caso, en previsión de que estuviera ocupada por el enemigo. La sección se dividió en dos grupos: uno ocupó el piso superior y el otro, la planta baja. Sabíamos que el estar dentro de la casa no ofrecía seguridad, pero existía una real necesidad de recuperarnos y secar el equipo para poder enfrentar con éxito las futuras exigencias. La decisión que se adoptó ante el dilema planteado, la pagaríamos con sangre horas más tarde...
Al día siguiente, en la planta
alta, el teniente Espinosa recorría el horizonte con la mira telescópica de su
fusil. De pronto exclamó: “¡me parece que hay gente que viene avanzando!
Helguero, respondió ¡No, mi teniente!, deben ser ovejas, que hay muchas por
acá.” Un lúgubre presentimiento invadió a Vercesi. A su lado se hallaba el Sargento
primero Mateo Sbert, aquel al que mucho apreciaba por haber compartido destinos
anteriores y en quien había descubierto algo mucho más importante que un
subordinado eficiente. Ante la extrañeza de éste, le tendió la mano, se la
estrechó y reteniéndosela un segundo, le dijo con profundo afecto “¡Suerte,
Turco!”. Elementos del M. & A. W Cadre (Cuadro de guerra para la Montaña y
el Ártico) habían descendido de un helicóptero a unos mil metros de la posición
argentina al mando del oficial Boswell.
Entendiendo que se trataba de
tropas especiales argentinas, daba por hecho que tendrían centinelas afuera.
Era consciente que por donde se movían, el terreno estaba dominado por una
ventana del piso superior. Cuando Boswell consideró que estaba suficientemente
cerca de la casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de armar las
bayonetas...
Ante el anuncio de Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera.
Ante el anuncio de Espinosa del avance de hombres no identificados, el sargento primero Castillo subió la escalera.
¡Ingleses! ¡Ahí vienen!”
resonaron los gritos dentro de la casa. Automáticamente el teniente primero
Gatti, como radio operador, sacó sus claves e instrucciones del bolsillo y las
quemó. Todos se pusieron en movimiento para salir; Castillo gritó a Espinosa,
mientras se abalanzaba hacia la escalera: -¡Vamos mi teniente! Este le replicó:
¡No, yo me quedo! ¡Desde acá tengo mejor campo de tiro!
En el mismo instante en que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. Comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 Mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 Mm.
Los comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para combatir mejor desde el exterior.
El capitán Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, y allí, con enorme presencia de ánimo, tomó posición de pie y comenzó a hacer fuego y a recibirlo. “Salimos entre los dos, yo te apoyo”, avisó Medina al teniente Martínez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared, pero también pudo salir. Castillo se precipitó escaleras abajo, y al pisar el último escalón sintió la explosión de un cohete detrás, que destrozo e incendió la escalera.
El humo comenzaba a invadirlo todo. Luego de Castillo, Helguero quiso abandonar la casa. Pero una granada que explotó en la puerta, entre ambos, lo hirió en el pecho arrojándolo hacia adentro sobre Pedroso, que venía por detrás. Una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior, matando instantáneamente al teniente Espinosa. El estallido aturdió a Brun y Gatti, que estaban allí..:
El teniente primero Brun, al tiempo que Espinosa caía hacia atrás ensangrentado, sintió una esquirla que le cortaba la frente. Supo que la próxima explosión no lo perdonaría, e instantáneamente se zambulló a través del tragaluz. A medida que caía podía oír los balazos que pegaban contra la pared enchapada. Cayó desde una altura no menor de cinco metros, procurando cubrirse la cabeza, pero recibiendo tan fuerte golpe que quedó completamente aturdido. Merced a su excelente estado físico y a la inmediata reacción no fue muerto en esa oportunidad.
Los Comandos habían logrado en su mayoría abandonar Top Malo House. La abnegación de Espinosa, que con su resistencia atrajo el fuego enemigo hacia el segundo piso y la reacción de aquellos de salir para combatir, sorprendiendo a la tropa británica habían impedido el total aniquilamiento de la patrulla.
El teniente primero Brun pudo hacer algo más de cincuenta metros hasta que cayó sentado, atontado, sintiendo un constante zumbido en su cabeza a consecuencia de su violento golpe.
De pronto vio venir derecho hacia él una granada. En forma instintiva la alejó con su mano al llegar, a tiempo que tornaba la cabeza. El artefacto explotó muy cerca, cubriéndole de esquirlas la espalda, y averiando su fusil. Luego sacó la pistola e hizo fuego contra un escalón británico que se aproximaba, pero a los pocos disparos se le trabó. Tomó entonces una granada y la tiró, pero por la conmoción sufrida no advirtió quitarle el seguro. En esos momentos un tiro le hizo impacto en su pantorrilla derecha. El teniente primero Gatti también había podido salir, llegando ileso a una zanja situada metros abajo de la casa, antes de alcanzar el arroyo Malo. Cerca de Vercesi, Gatti disparaba arrodillado, mientras veía cómo la munición enemiga levantaba el barro a su alrededor. Losito estaba herido. Al abandonar el edificio en medio del humo que lo envolvía y las balas que lo atravesaban, dirigiéndose por la cocina hacia el porche para alcanzar el arroyo, una granada había explotado contra la pared dos metros atrás, derribándolo ensordecido y lastimándolo en la cabeza. Un grupo de cuatro ingleses ubicados a no más de veinte metros lo dieron por muerto y continuaron disparando sus lanzagranadas contra la casa sin prestarle más atención. Entonces Losito se levantó y medio agazapado vació contra ellos un cargador en automático. Un inglés cayó tocado en una pierna y el resto echó cuerpo a tierra. Luego emprendió la carrera hacia el arroyo, cambiando de posición y disparando a cada rato, perseguido por los proyectiles enemigos, esperando a cada instante un tiro en la espalda.
En el mismo instante en que abría el fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. Comenzaron los disparos de ambas partes. Los ingleses se incorporaron y avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzacohetes descartables Law de 66 Mm y fusiles lanzagranadas M-79 de 40 Mm.
Los comandos argentinos no vacilaron en abandonar el edificio para combatir mejor desde el exterior.
El capitán Vercesi logró llegar corriendo hasta un alambrado colocado antes del arroyo, y allí, con enorme presencia de ánimo, tomó posición de pie y comenzó a hacer fuego y a recibirlo. “Salimos entre los dos, yo te apoyo”, avisó Medina al teniente Martínez. Al hacerlo, este último sintió que lo golpeaba fuerte en la espalda una granada caída dentro de la casa, y cayó al suelo. Comenzó a arrastrarse. El impacto había sido en la cocina, volteando un panel sobre Medina, al que tiró aturdido contra la pared, pero también pudo salir. Castillo se precipitó escaleras abajo, y al pisar el último escalón sintió la explosión de un cohete detrás, que destrozo e incendió la escalera.
El humo comenzaba a invadirlo todo. Luego de Castillo, Helguero quiso abandonar la casa. Pero una granada que explotó en la puerta, entre ambos, lo hirió en el pecho arrojándolo hacia adentro sobre Pedroso, que venía por detrás. Una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior, matando instantáneamente al teniente Espinosa. El estallido aturdió a Brun y Gatti, que estaban allí..:
El teniente primero Brun, al tiempo que Espinosa caía hacia atrás ensangrentado, sintió una esquirla que le cortaba la frente. Supo que la próxima explosión no lo perdonaría, e instantáneamente se zambulló a través del tragaluz. A medida que caía podía oír los balazos que pegaban contra la pared enchapada. Cayó desde una altura no menor de cinco metros, procurando cubrirse la cabeza, pero recibiendo tan fuerte golpe que quedó completamente aturdido. Merced a su excelente estado físico y a la inmediata reacción no fue muerto en esa oportunidad.
Los Comandos habían logrado en su mayoría abandonar Top Malo House. La abnegación de Espinosa, que con su resistencia atrajo el fuego enemigo hacia el segundo piso y la reacción de aquellos de salir para combatir, sorprendiendo a la tropa británica habían impedido el total aniquilamiento de la patrulla.
El teniente primero Brun pudo hacer algo más de cincuenta metros hasta que cayó sentado, atontado, sintiendo un constante zumbido en su cabeza a consecuencia de su violento golpe.
De pronto vio venir derecho hacia él una granada. En forma instintiva la alejó con su mano al llegar, a tiempo que tornaba la cabeza. El artefacto explotó muy cerca, cubriéndole de esquirlas la espalda, y averiando su fusil. Luego sacó la pistola e hizo fuego contra un escalón británico que se aproximaba, pero a los pocos disparos se le trabó. Tomó entonces una granada y la tiró, pero por la conmoción sufrida no advirtió quitarle el seguro. En esos momentos un tiro le hizo impacto en su pantorrilla derecha. El teniente primero Gatti también había podido salir, llegando ileso a una zanja situada metros abajo de la casa, antes de alcanzar el arroyo Malo. Cerca de Vercesi, Gatti disparaba arrodillado, mientras veía cómo la munición enemiga levantaba el barro a su alrededor. Losito estaba herido. Al abandonar el edificio en medio del humo que lo envolvía y las balas que lo atravesaban, dirigiéndose por la cocina hacia el porche para alcanzar el arroyo, una granada había explotado contra la pared dos metros atrás, derribándolo ensordecido y lastimándolo en la cabeza. Un grupo de cuatro ingleses ubicados a no más de veinte metros lo dieron por muerto y continuaron disparando sus lanzagranadas contra la casa sin prestarle más atención. Entonces Losito se levantó y medio agazapado vació contra ellos un cargador en automático. Un inglés cayó tocado en una pierna y el resto echó cuerpo a tierra. Luego emprendió la carrera hacia el arroyo, cambiando de posición y disparando a cada rato, perseguido por los proyectiles enemigos, esperando a cada instante un tiro en la espalda.
Herido dos veces, rodeado de
enemigos que avanzaban haciendo fuego y sin posibilidad de reaccionar, se dio
por muerto. Un soldado inglés se aproximaba gritando, pero rápidamente le hizo
fuego y lo abatió. El sargento primero enfermero Pedroso y el sargento primero
Helguero pudieron salir de la casa en llamas y abandonarla a través de una
ventana, cayendo aturdidos por los estampidos y echando a correr.
Con la protección que le brindaba el fuego que hacía el sargento primero Sbert, Medina alcanzó la zanja donde sus compañeros estaban tirados y arrodillándose, comenzó a disparar.
De pronto sintió un golpe en su pierna izquierda, que no creyó herida por no sentir dolor, al tiempo que algunas granadas estallaban detrás de él, matando al abnegado Sbert, que lo estaba cubriendo.
Con la protección que le brindaba el fuego que hacía el sargento primero Sbert, Medina alcanzó la zanja donde sus compañeros estaban tirados y arrodillándose, comenzó a disparar.
De pronto sintió un golpe en su pierna izquierda, que no creyó herida por no sentir dolor, al tiempo que algunas granadas estallaban detrás de él, matando al abnegado Sbert, que lo estaba cubriendo.
(Finalmente l combate concluyo,
pero como dijimos no entraremos en mas detalle, ya que queremos rescatar la
historia de Vercesi y Sbert.)
Vercesi se notaba sumamente afectado... Además de la negativa recibida de ir a buscar a Espinosa, conmovido, con dolor y angustia, agachado al lado del cadáver de su sargento primero Sbert, le decía: “¡Qué me has hecho, Turco!”…
Vercesi se notaba sumamente afectado... Además de la negativa recibida de ir a buscar a Espinosa, conmovido, con dolor y angustia, agachado al lado del cadáver de su sargento primero Sbert, le decía: “¡Qué me has hecho, Turco!”…
Terminado el proceso de
interrogatorio como Prisionero de Guerra hecho a Vercesi, lo fueron a buscar
para ir a sepultar a Sbert en el exterior de un edificio que había sido alguna
vez un frigorífico, en cuyas adyacencias ya había algunas cruces.
Al Tano lo acompañaron otros camaradas cuyos nombres no recuerda, y con los ojos fijos en la bolsa que contenía el cuerpo del camarada fallecido, se desplazaron transportándolo hasta el lugar de entierro. Con rendición de honores póstumos por parte de los británicos, lo sepultaron en silencio en un sector donde ya había otras cruces. El dolor moral de José Vercesi era insoportable. Él, que había elegido especialmente a Mateo Sbert, y a Ernesto Espinosa los había conducido a la muerte, sin mencionar las otras bajas que por graves heridas había tenido en su sección.
Al Tano lo acompañaron otros camaradas cuyos nombres no recuerda, y con los ojos fijos en la bolsa que contenía el cuerpo del camarada fallecido, se desplazaron transportándolo hasta el lugar de entierro. Con rendición de honores póstumos por parte de los británicos, lo sepultaron en silencio en un sector donde ya había otras cruces. El dolor moral de José Vercesi era insoportable. Él, que había elegido especialmente a Mateo Sbert, y a Ernesto Espinosa los había conducido a la muerte, sin mencionar las otras bajas que por graves heridas había tenido en su sección.
El regreso de la guerra
El resto del tiempo en el que estuvo como prisionero de guerra, Vercesi, no dejaba de recordar a sus muertos, en combate. Silenciosas cavilaciones que no cesaban cuando regresó al continente y que durante años, perdurarían en su espíritu, siempre leal hacia el camarada caído. De regreso en Córdoba, una de sus primeras actividades, fue visitar a la familia de Mateo. Su esposa, entera y firme como una vara, escuchó el relato de quien fuera el jefe de su marido, contándole la forma en que falleciera. Los tres hijos, sin entender mucho de lo que sucedía, salvo el mayor, Maximiliano que “paraba un poco más la oreja” que sus hermanos, conocían muy poco a este hombre que se deshacía mostrando su alma herida a la mujer del generoso soldado Mateo Sbert.
Se produjeron un par de encuentros más entre el capitán Vercesi y su familia y a la esposa del sargento ayudante post mortem. Las mujeres congeniaron y los chicos, de edades próximas, también… y el tiempo fue pasando, mientras estas dos familias sufrientes por haber vivido y perdido en una guerra, compartían sentimientos y paliaban el dolor generado por la ausencia de quien ya no estaba más. Los chicos fueron creciendo. Pero la vida continuó y nuevos pases y traslados, fueron poniendo distancia física entre esta buena gente. Ocasionales encuentros reemplazaron a aquellas asiduas visitas. Luego un largo impass…
Los chicos crecieron
La Nación reconoció a quienes se batieron por ella en las islas y Sbert, a título póstumo recibió la condecoración “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”, que hoy guarda Maximiliano, junto con otros preciados objetos, entre los que se encuentra una sentida esquela que le entregara Vercesi en algún momento. Esta expresa: … “Sí, mi sargento primero, tenga la seguridad que usted materializa para nosotros esa frase de Unamuno que debería ser el lema de todo argentino bien parido: ‘Vivir se debe la vida, de tal suerte que viva quede en la muerte.” Estas palabras tienen una dedicatoria para una joven promesa: Maximiliano: “Con el profundo cariño de un padre”. “José Vercesi, ex Jefe de la 1ra Sección de la Compañía de Comandos 602”
…Y sí, la promesa se cumplió. Un día, Maxi anunció que seguiría los pasos del padre y así fue como encaró la carrera militar, siendo hoy teniente primero del arma que eligiera también aquel: Ingenieros. En todo ese tiempo que medió hasta el presente, ocurrieron hechos que volvieron a aproximar a las familias y que marcaron vivamente y en particular, la vida de Maximiliano. Entre ellas, la idea fija de viajar a las Malvinas y conocer el lugar donde su padre había ofrendado su vida a la Patria. Quería conocer especialmente aquel olvidado y solitario paraje en la soledad malvinera, azotado por el frío, húmedo y salino viento del mar… Quería ver cómo era aquel trozo de suelo patrio en el que había expirado su padre.
Y como quien busca, generalmente encuentra, tras no pocos esfuerzos por superar las barreras burocráticas que dificultan pasar a otra parte insular de nuestro propio territorio, logró llegar a Puerto Argentino. Consiguió alquilar los servicios de alguien que lo guiara y allá fue, abrigado y calzado como lo estuviera su padre, para llegar, un largo rato después, a un desolado punto en medio del campo, con onduladas lomadas y un arroyuelo que buscaba el mar, el arroyo Malo. En silencio, con el único ruido permanente del viento, observó el panorama: allí, un montón de piedras calcinadas señalaba donde veinte y pico años atrás se había batido heroicamente, la 1ra Sección de Asalto de la Compañía de Comandos 602.
En silencio y largamente, oteó el horizonte en los 360°, aspiró profundo, y de inmediato le vino a la memoria el joven rostro de treinta y tres años que guarda de su padre cuando muriera. Pensativamente, examinó todo y con recogimiento, levantó un puñado de aquella tierra sagrada, que guardó en una bolsita plástica.
Muchas fueron a su regreso, las horas y ocasiones en que contó esto a su familia… y al ya retirado teniente coronel José Vercesi, aquel que había sido el jefe de su padre y ahora, superior suyo. Luego de unos cuantos años, lo había ubicado y quería compartir su experiencia de viaje con quien había confiado en su viejo, aquel con el que había mantenido una especial amistad. Largos y profundos encuentros, comentarios y charlas se fueron multiplicando entre ambos, siendo muchas las ocasiones en que previa llamada, Maximiliano anunciaba una próxima visita al “Tano” Vercesi, llegando incluso a generarse una muy próxima y profunda estima mutua. Parecía que el teniente primero Maximiliano Sbert, haciendo honor a su apellido, continuaba la lealtad al jefe que había tenido su padre...
Pero no todo termina aquí. Los ríos de la vida a veces discurren por insólitos meandros. Las ocasiones en que estos dos hombres se fueron encontrando y visitando y las oportunidades en que la familia Vercesi acogió en su seno a Maxi luego del viaje que hiciera a Malvinas, generando largas charlas entre el ya retirado teniente coronel y el joven teniente primero, fueron preparando el terreno para uno de esos giros con que la vida no deja de sorprendernos… Una de las hijas de José Vercesi, justamente la más contestataria y rebelde (¿quién no tiene un hijo rebelde?) María Gracia, “Chachi”, comenzó a ser observada especialmente por este muchacho, que veía en ella, a la hija “complicada” del “Tano”, a alguien que quería mucho a su padre más allá de reprocharle su fuerte personalidad. Ella veía que su padre había sufrido mucho por esa guerra.
Y Maxi, leía en la mirada de Vercesi, que había querido mucho a su propio padre, a Mateo, por encima de las diferencias jerárquicas. Lo había hecho rescatando las cosas más altas y puras que tiene la vida militar, habiéndolo apreciado más allá del entendimiento del común de la gente, tal como muchas veces todavía –a pesar de todo-, suele verse en la Milicia, “esa religión de hombres honrados”…
La rebeldía de Chachi fue dando paso a otro tipo de actitudes y al tiempo, se había hecho muy amiga con Maxi. Así fue como nació una intensa relación entre estos dos jóvenes, hijos de familias golpeadas en diferente forma por la guerra y siendo ya ambos bastante maduros, pronto derivaron en un noviazgo hecho y derecho. Luego vino el casamiento y como Dios manda, también está hoy esta pareja, esperando la llegada de un vástago. Un hijo que tendrá una mezcla de sangres nobles, porque más allá de que un nieto de Vercesi lleve el apellido Sbert, llevará seguramente encarnados los más puros y nobles sentimientos de lealtad que mantuvieron los dos camaradas de armas, unidos eternamente más allá del cumplimiento de su misión…
Fuente: Soldadosdigital.
El resto del tiempo en el que estuvo como prisionero de guerra, Vercesi, no dejaba de recordar a sus muertos, en combate. Silenciosas cavilaciones que no cesaban cuando regresó al continente y que durante años, perdurarían en su espíritu, siempre leal hacia el camarada caído. De regreso en Córdoba, una de sus primeras actividades, fue visitar a la familia de Mateo. Su esposa, entera y firme como una vara, escuchó el relato de quien fuera el jefe de su marido, contándole la forma en que falleciera. Los tres hijos, sin entender mucho de lo que sucedía, salvo el mayor, Maximiliano que “paraba un poco más la oreja” que sus hermanos, conocían muy poco a este hombre que se deshacía mostrando su alma herida a la mujer del generoso soldado Mateo Sbert.
Se produjeron un par de encuentros más entre el capitán Vercesi y su familia y a la esposa del sargento ayudante post mortem. Las mujeres congeniaron y los chicos, de edades próximas, también… y el tiempo fue pasando, mientras estas dos familias sufrientes por haber vivido y perdido en una guerra, compartían sentimientos y paliaban el dolor generado por la ausencia de quien ya no estaba más. Los chicos fueron creciendo. Pero la vida continuó y nuevos pases y traslados, fueron poniendo distancia física entre esta buena gente. Ocasionales encuentros reemplazaron a aquellas asiduas visitas. Luego un largo impass…
Los chicos crecieron
La Nación reconoció a quienes se batieron por ella en las islas y Sbert, a título póstumo recibió la condecoración “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”, que hoy guarda Maximiliano, junto con otros preciados objetos, entre los que se encuentra una sentida esquela que le entregara Vercesi en algún momento. Esta expresa: … “Sí, mi sargento primero, tenga la seguridad que usted materializa para nosotros esa frase de Unamuno que debería ser el lema de todo argentino bien parido: ‘Vivir se debe la vida, de tal suerte que viva quede en la muerte.” Estas palabras tienen una dedicatoria para una joven promesa: Maximiliano: “Con el profundo cariño de un padre”. “José Vercesi, ex Jefe de la 1ra Sección de la Compañía de Comandos 602”
…Y sí, la promesa se cumplió. Un día, Maxi anunció que seguiría los pasos del padre y así fue como encaró la carrera militar, siendo hoy teniente primero del arma que eligiera también aquel: Ingenieros. En todo ese tiempo que medió hasta el presente, ocurrieron hechos que volvieron a aproximar a las familias y que marcaron vivamente y en particular, la vida de Maximiliano. Entre ellas, la idea fija de viajar a las Malvinas y conocer el lugar donde su padre había ofrendado su vida a la Patria. Quería conocer especialmente aquel olvidado y solitario paraje en la soledad malvinera, azotado por el frío, húmedo y salino viento del mar… Quería ver cómo era aquel trozo de suelo patrio en el que había expirado su padre.
Y como quien busca, generalmente encuentra, tras no pocos esfuerzos por superar las barreras burocráticas que dificultan pasar a otra parte insular de nuestro propio territorio, logró llegar a Puerto Argentino. Consiguió alquilar los servicios de alguien que lo guiara y allá fue, abrigado y calzado como lo estuviera su padre, para llegar, un largo rato después, a un desolado punto en medio del campo, con onduladas lomadas y un arroyuelo que buscaba el mar, el arroyo Malo. En silencio, con el único ruido permanente del viento, observó el panorama: allí, un montón de piedras calcinadas señalaba donde veinte y pico años atrás se había batido heroicamente, la 1ra Sección de Asalto de la Compañía de Comandos 602.
En silencio y largamente, oteó el horizonte en los 360°, aspiró profundo, y de inmediato le vino a la memoria el joven rostro de treinta y tres años que guarda de su padre cuando muriera. Pensativamente, examinó todo y con recogimiento, levantó un puñado de aquella tierra sagrada, que guardó en una bolsita plástica.
Muchas fueron a su regreso, las horas y ocasiones en que contó esto a su familia… y al ya retirado teniente coronel José Vercesi, aquel que había sido el jefe de su padre y ahora, superior suyo. Luego de unos cuantos años, lo había ubicado y quería compartir su experiencia de viaje con quien había confiado en su viejo, aquel con el que había mantenido una especial amistad. Largos y profundos encuentros, comentarios y charlas se fueron multiplicando entre ambos, siendo muchas las ocasiones en que previa llamada, Maximiliano anunciaba una próxima visita al “Tano” Vercesi, llegando incluso a generarse una muy próxima y profunda estima mutua. Parecía que el teniente primero Maximiliano Sbert, haciendo honor a su apellido, continuaba la lealtad al jefe que había tenido su padre...
Pero no todo termina aquí. Los ríos de la vida a veces discurren por insólitos meandros. Las ocasiones en que estos dos hombres se fueron encontrando y visitando y las oportunidades en que la familia Vercesi acogió en su seno a Maxi luego del viaje que hiciera a Malvinas, generando largas charlas entre el ya retirado teniente coronel y el joven teniente primero, fueron preparando el terreno para uno de esos giros con que la vida no deja de sorprendernos… Una de las hijas de José Vercesi, justamente la más contestataria y rebelde (¿quién no tiene un hijo rebelde?) María Gracia, “Chachi”, comenzó a ser observada especialmente por este muchacho, que veía en ella, a la hija “complicada” del “Tano”, a alguien que quería mucho a su padre más allá de reprocharle su fuerte personalidad. Ella veía que su padre había sufrido mucho por esa guerra.
Y Maxi, leía en la mirada de Vercesi, que había querido mucho a su propio padre, a Mateo, por encima de las diferencias jerárquicas. Lo había hecho rescatando las cosas más altas y puras que tiene la vida militar, habiéndolo apreciado más allá del entendimiento del común de la gente, tal como muchas veces todavía –a pesar de todo-, suele verse en la Milicia, “esa religión de hombres honrados”…
La rebeldía de Chachi fue dando paso a otro tipo de actitudes y al tiempo, se había hecho muy amiga con Maxi. Así fue como nació una intensa relación entre estos dos jóvenes, hijos de familias golpeadas en diferente forma por la guerra y siendo ya ambos bastante maduros, pronto derivaron en un noviazgo hecho y derecho. Luego vino el casamiento y como Dios manda, también está hoy esta pareja, esperando la llegada de un vástago. Un hijo que tendrá una mezcla de sangres nobles, porque más allá de que un nieto de Vercesi lleve el apellido Sbert, llevará seguramente encarnados los más puros y nobles sentimientos de lealtad que mantuvieron los dos camaradas de armas, unidos eternamente más allá del cumplimiento de su misión…
Fuente: Soldadosdigital.
NOTA: conocí al sarg. Mateo
Sbert. Y les puedo asegurar que la nota no exagera sobre su abnegación y
profesionalismo.
El Administrador.
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: Nunca olvidemos a nuestros Heroes
eL 19 de diciembre de 2011
eL 19 de diciembre de 2011