EL BRUTALISMO COMUNICATIVO DE MILEI
Milei desata su furia en Twitter y avala el ataque de
trolls contra su vice, contra los legisladores de la oposición, contra quien
sea y por lo que sea, no importa cuándo leas esto. Desmedida, electoralista,
orientada a aplastar el consenso y a gritar con agresividad su idea de
grandeza, la comunicación del presidente es brutalista. Como aquella vanguardia
arquitectónica surgida en un clima de posguerra, expone con simpleza extrema
una pretensión desmesurada de autoridad política, moral e intelectual para
reconstruir la nación. Mario Riorda describe los cinco principios de la
comunicación política de La Libertad Avanza.
Presionada por la oposición, la vicepresidenta, Victoria
Villarruel, convocó a sesión en el Senado para debatir el decreto de necesidad
y urgencia 70/2023 que refunda la Argentina y desató la furia. El propio Milei
cuestionó a su vice en Twitter y avaló el ataque de trolls en su contra. Esto
es algo cotidiano, contra quien sea y por lo que sea. Cuándo la cámara alta
rechazó el mega DNU, el presidente llamó “ratas” a los legisladores opositores.
La comunicación del gobierno de La Libertad Avanza es brutalista.
El brutalismo fue una vanguardia de grandes proyectos
arquitectónicos. Un lenguaje internacional, en un clima de época de posguerra,
con la idea de reconstrucción. Toma su nombre de sus construcciones de
concreto, monolíticas (béton brut es hormigón en bruto en francés).
Tenía una utopía social y política y abrazó a gigantescas esculturas
arquitectónicas.
Primitivismo, crudeza e innovación. Formas no complejas y
uniformidad. Polémica también. Desde su pretensión de simpleza no descartaba la
monumentalidad en edificios que dan que hablar o bien gritan con agresividad su
idea de grandeza y, en algunos casos, exponiendo la imagen de la autoridad como
autoritarismo. Expresaba una idea de honestidad constructiva superficies
ásperas, materiales de aspecto pesado, formas angulares, atípicas y
repetitivas. Las cosas debían funcionar y perdurar.
El brutalismo comunicativo de Milei tiene una idea
redentora de reconstrucción (nacional) pero instalada en el marco de un
lenguaje ultra radical de pretensión internacional. Es difícil discernir entre
el fondo y la forma comunicativa. El brutalismo necesitó de un tiempo histórico
para imponer un estilo polémico y agresivo. Milei aprovecha una época de
protestas perpetuas y un contexto propiciado por un entramado digital ilimitado
sin pretensión de verdad. Hacerse ver, nunca pasar desapercibido, ni antes ni
ahora. Atípico, singular. De él siempre se espera más y más, de quienes lo aman
y de quienes lo desprecian.
La comunicación política del presidente tiene una simpleza
-muchas veces- extrema y va acompañada de una pretensión desmesurada de
autoridad política, moral e intelectual. Se caracteriza por la exaltación de la
grandeza desde el autoelogio, la honestidad intelectual, repetitiva e
incesante. La aspereza que propone el brutalismo en su diseño, es análoga a las
medidas de Milei y sus consecuencias, sociales especialmente. Si el brutalismo
deja expuestas sus instalaciones, el gobierno de Milei también se expone en sus
entramados políticos (sorpresivos, contradictorios, amateurs) y en la gestión
de sus iniciativas políticas (desmesuradas, desprolijas, impactantes). Siempre
con una idea de perdurabilidad en el tiempo, proponiendo un largo plazo
explícito en sus promesas.
Cinco principios del brutalismo comunicativo de
Milei
1. Electoralización total de su comunicación gubernamental
La tentación de llevar la comunicación de un gobierno al
formato electoral siempre existe. Cuando sucede, la comunicación gubernamental,
menos estridente, largoplacista, necesitada de soluciones, es la gran
perjudicada. Inundada de electoralización, se confunde, se estresa con tanta
espectacularidad y promesa donde más bien se necesita respuesta y legitimidad
del rumbo.
No hay cuidado, no hay mesura. La electoralización en la
faz de gobierno suele acarrear la ausencia de gestión de expectativas. Tal como
el gobierno norteamericano de Donald Trump, la representación es un acto de
fidelidad partidaria o de fidelidad hacia el votante (mirror parties).
Son gobiernos decididos a negar a minorías, capaces de herirlas cotidianamente
siempre que se logre la felicitación o el regocijo de su votante más
fiel.
En el proceso de construcción de un mito de gobierno hay
tres momentos centrales: uno inicial, predominantemente carismático y centrado
en la confianza del líder y del proyecto; uno posterior, más racional,
burocrático, donde entran en juego las organizaciones, las políticas públicas
que hacen bajar a tierra el relato y la promesa; y un tercer momento de
institucionalización, vale decir, donde el estado es otro, al que se lo ha
modelado y transformado. En todos se necesita consenso social. El gobierno los
quiso todos, de golpe, sosteniendo su derecho al cambio desde el valor obtenido
en el balotaje, cual plebiscito de origen que le otorga un pase ilimitado para
sus pretensiones.
2. Desprecio estatal total
"Filosóficamente soy anarcocapitalista y por lo tanto
siento un profundo desprecio por el Estado. Creo que el Estado es el enemigo,
creo que el Estado es una asociación criminal…" afirma Javier Milei. En
cambio, los empresarios son héroes y benefactores.
Agrega que su sistema es “justo y moralmente superior”.
Esto, en el fondo, es la instalación de una batalla cultural, moral y religiosa
desde el individualismo para ponerle fin a toda forma de colectivismo. Sin
embargo, en algo el Estado debiera actuar: como garante de un poder coercitivo
y coactivo.
El discurso provoca una sobre generación de expectativas y
promesas que no necesariamente construyen una visión de futuro que describa un
rumbo de gobierno o futuro mito de gobierno. Incluso la idea de cambio cultural
está más centrada en premisas contra identitarias (frente resignificaciones de
lo que puede llamarse socialismo o formas de colectivismos preferentemente) que
en la explicitación de lo que verdaderamente ese cambio significaría.
La palabra “libertad”, como muletilla para todo, sufre ya
un intenso proceso de estiramiento conceptual (conceptos a los
que le cabe cualquier cosa y pierden su sentido original). Cada medida es como
un pasito en la concreción de un cambio cultural derivado de esas decisiones,
sea o no directa la asociación entre medida, política y cambio cultural.
3. Incivilidad y descortesía
La incivilidad se define en la comunicación política como
aquella centrada en el uso de insultos basados en la identidad y sentimientos
antidemocráticos, clasistas, misóginos. La descortesía es más un estilo en el
tono de comunicación, identificada por el uso de vulgaridades, obscenidades, burlas,
entre otros.
Ambas son agresión, con o sin argumento. Forman parte de
los discursos de odio para establecer barreras morales de lo aceptable; de lo
legítimo y lo profano, pero no para marcar la diferencia, sino para aplastar la
identidad contraria. Para reducir la otredad a la nada. Negarla no sin antes
hostigarla.
Más que argumentos, existe la idea de triunfar frente a los
otros para humillar, ridiculizar, para producirles vergüenza pública. Estas
prácticas se dan en los bordes del espectro político democrático porque apuntan
a silenciar el disenso. Porque la vergüenza no busca el consenso, sino el
ridículo; no busca ideas o razones; sino risas y lealtad tribal. Borran
cualquier límite de la tolerancia en la imposición del pensamiento propio.
4. El shock en todo
Intento de cooptación de la agenda política y mediática sin
gradualismo. Milei es un montón, su agenda también, sin que importe cómo ni sus
costos. Aceleración, vértigo y confusión. Si alguien gusta del boxeo, no es
un jab (un golpe rápido, generalmente utilizado para marcar o
medir distancia con respecto al oponente a modo de brazo extendido que genera
un dominio calculado). Más bien es la búsqueda desesperada, desprolija, audaz
del Knock out desde el toque de campanilla. Es “a todo o nada”
siempre.
No hay especulación, hay arrojo decisionista. Mucha
construcción de liderazgos avasallantes logran su autoridad desde una premisa:
“se animan a lo que nadie se anima”. Rompen los límites desde su decisionismo.
Van más allá que cualquiera. Disociados.
La disociación es un mecanismo de defensa para intervenir
en situaciones críticas basado en la desconexión de la emoción para no sucumbir
a la angustia ni quedarse paralizado. Pero también, un alto y permanente grado
de disociación impide captar el estado psicológico de las personas, minimizar
eventuales consecuencias y acompañarse de otras defensas de modo maníacas:
hiperactividad sin descanso, sentimientos de omnipotencia con decisiones
temerarias.
“La explosión controlada” es el concepto con el que
Alejandro Gaviria describió la concepción revolucionaria de Gustavo Petro en
Colombia. Si ese libro se escribiera en Argentina, el título debiera ser “la
explosión descontrolada”. No hay debate entre shock y gradualismo. Nada puede
ser gradual. El incrementalismo es blasfemo, claudicación, es política (y eso
es malo).
5. Híper personalismo desmedido
El foco en el líder se gesta mayormente desde el autoelogio
o la auto referencialidad valorativa. La centralidad está puesta en el
presidente como protagonista del acto comunicacional. El motivo que convoca
–que podría ser una política pública, un anuncio o una decisión– pasa a segundo
plano, se convierte en excusa para que el presidente se muestre y transmita su
mensaje político. La centralidad de la imagen, el discurso y los atributos del
gobernante en la comunicación son totales.
Se busca que quede claro de quién es la decisión política.
Todo es una situación sostenida desde referencias valorativas sobre sí mismo
para destacar su personalidad, cualidades, capacidades, valores, ideas, logros,
etc., por más grandilocuentes (y bizarros) que resulten los elogios. Cada vez
es más nula la diferencia entre las políticas públicas y las políticas
personalistas, que son la fiel proyección de los liderazgos de turno que no
sólo pretenden diseñar políticas, sino también modelar ambientes culturales a
su gusto.
Milei ve (lo que otros no ven). Milei doma (con sus
argumentos). Milei es sexy. Y cuando no, desde el misticismo e
interreligiosidad, Milei profetiza o llora. Milei es pureza (el castiga a los
impuros). Él avasalla si es que hace falta avasallar. Milei amenaza si hace
falta. Milei es mundial. Milei es una divinidad en la tierra. Milei no se
equivoca (y si lo hace dirá que no era su culpa). Milei no falla (siempre hay
un plan detrás).
“La piedad era un signo de debilidad” decía Jack London en
“El llamado de la naturaleza”. Y la autoridad presidencial es el intento
deliberado de acción, firmeza, promotor de actos confrontativos primitivos,
pre-estatales, cual verdadero estado de naturaleza hobbesiano. El
brutalismo comunicativo de Milei se expresa todos los días en los siguientes
puntos:
1. Los actos que confunden la institucionalidad
En la privatización de la comunicación pública oficial en
terceras voces, de su entorno o su partido, hay un enorme espacio para los
librepensadores extremos o anónimos que hacen que las vocerías sean múltiples,
aún existiendo una vocería formal.
Ya se dijo que el gobierno es una maquinaria que expone con
alta frecuencia sus contradicciones. Y es tan profunda la mutación de la
institucionalidad que se ha roto por completo el límite de lo que podría
separar al estado con su partido: todo es una comunicación de arengas
partidarias militantes y para solidificar una opinión pública mayoritaria.
Muchos contenidos pretenden ser una demostración empírica de una supuesta
popularidad en torno al gobierno, la figura presidencial, una política o algún
dato positivo.
Dentro de la institucionalidad socavada, la estética
audiovisual es todo un capítulo: asistimos a una “presidencia meme
magnánima". Hacer memes es parte de la narrativa oficial en redes
oficiales. E incluso, la Inteligencia Artificial está plenamente al servicio
del ego presidencial, ya que se ficciona una falsa virilidad del líder. Se
construye un Milei como un Chad (macho alfa) de la jerga “incel” (celibato
involuntario), la subcultura masculina que odia a las mujeres.
Su comunicación, además, está editada en su mayoría. Gran
parte de la comunicación que incluye visibilidad del líder se da en ambientes
controlados o con edición audiovisual ex post.
2. Los actos de incivilidad que construyen el tono de la
comunicación
Son recurrentes los ataques o agresiones contra alguien o
algo, incluyendo a actores de la política doméstica o internacional, de la
intelectualidad, de la cultura o del periodismo, especialmente a las mujeres.
Una superioridad moral evidencia repetidamente una pretensión clasista,
especialmente cuando estigmatiza a piqueteros, militantes de izquierda y
sectores del peronismo.
Así, vemos un predominio de comunicación negativa
sustentada en la apelación al miedo mediante una amenaza; los mensajes
comparativos acerca de una gestión y la otra o de una persona y otra. El
término “casta política” divide arbitrariamente -y moralmente- a buenos y
malos.
Es deliberada la instauración de un clima de confrontación
que va más allá de la provocación y se instala como un acto de violencia
institucional y más allá de lo institucional (en la esfera de lo no democrático
como instigador del odio). Mucho del ecosistema digital libertario promueve el
uso de la violencia, la defensa armada y hasta el uso del concepto “guerra
civil”.
3. La calidad de los argumentos
Se ha privatizado la verdad y desde esa privatización, se
genera hostilidad digital a quién no la comparte o la rebate. Es verdad lo que
Milei quiere que sea verdad. Lo que no se comparte, será hostigado por una
horda de trolls, bots y militantes libertarios (así, en ese orden).
Practica un negacionismo de la evidencia, no sólo científica.
Luchas o conquistas sociales son, en su pensamiento, “conflictos sociales
nocivos”, “ideas nocivas”, como el feminismo o el cambio climático. O incluso,
desacredita a los medios, universidades y organismos internacionales.
Tiene una obsesión por usar la argumentación contrafáctica.
Se compara la realidad con alternativas simuladas, ya que las afirmaciones se
refieren a situaciones que ciertamente no existen ni existieron. Y si no
existen, no se puede asegurar que sean verdaderas en el mundo real. Sea para
imaginar cómo podría haber sido mejor (contrafácticos ascendentes que indica
nuevos caminos a futuro) o bien como función emocional de consuelo, que aparece
cuando las personas imaginan cómo podría haber sido peor (contrafácticos
descendentes). Un acto de inoculación que avala algún dato incómodo presente de
lo que podría haber sido si no se hubiera tomado tal o cual medida.
Y recurre a la resignificación de la historia y exaltación
de voces periféricas de la intelectualidad para argumentar. En su intervención
en Davos, por caso, según su parecer, desde 1800, todo el mundo occidental se
equivocó salvo los “teóricos” libertarios. Se equivocaron todas las ideologías
políticas, todos los medios, todas las universidades, toda la multilateralidad
internacional. Los empresarios no. Los empresarios son héroes.
Da cuenta de un generalismo argumentativo (la
desregulación, por ejemplo) con temas difusos (diffuse issues) y
mensajes de gran amplitud o de amplitud ilimitada (boundary-spanning).
Se vacía de contenido al mensaje, quitándole profundidad, utilizando fórmulas
armadas y repetitivas.
4. La indolencia comunicativa
Podría entenderse como insensibilidad comunicativa o el
goce de las consecuencias de sus actos quizás. A Susan Sontag le preguntaron
qué puede hacer un escritor y dijo “Cosas serias. Palabras de amor. Y prestar
atención al mundo… Sé serio. [Y agregó] Con lo que quise decir: Nunca seas
cínico”. La comunicación oficial, muchas veces en esta lógica se vuelve
indolente, como burla, sorna, arrogancia o desprecio al opositor o a quien se
ve perjudicado.
Frente a datos sobre consecuencias de medidas de ajuste
(“ajustazo”, defiende el gobierno), como recesión, contracción, pérdida y
demás, mayor radicalidad discursiva el gobierno no se sensibiliza y aumenta la
confrontación o la incivilidad. Sus datos no son humanos ni personas que
sufren. Sus datos son económicos.
5. El discurso de futuro enorme y cambiante
La promesa futura es recurrente a modo de auto celebración
sobre decisiones o políticas adoptadas que implicarían beneficios o
consecuencias positivas históricas (no hoy, sino en el mañana). Su discurso
está impregnado de promesas de gloria nacional a décadas. Todo es desde el
drama, un drama inédito en la historia. Todo es un callejón sin salida. Todo es
épica y exageración. Todo es una batalla y prima un lenguaje bélico. No hay
alternativa al ajuste. No hay otro argumento válido. Lo otro “debe” ser
descalificado.
Existe poca comunicación sobre los beneficios “concretos”
que tendrá el paquete de medidas que promueve para la gente. Escasa pedagogía
de la comunicación de cada política pública. Mucho énfasis en las “Bases” (como
refundación), poca consistencia explicativa de cada política.
Y en aras del rumbo futuro, se niegan crisis o situaciones problemáticas
(propias). Es un gobierno que da vida suelta a lo que se denomina
“repentización”, vale decir, reacciones repentinas, apresuradas, sustentadas en
redoblar la apuesta sin cálculo o recurrir a ataques o medidas ad hoc.
Son habituales las salidas impulsivas como respuesta o medidas improvisadas. No
se admiten situaciones que impliquen pérdida de poder relativo frente a
aquellos que se encuentran implicados.
Tal es así que se ven tensiones políticas constantes que
impactan en la reorganización de la estructura administrativa que va generando
cambios desde el día uno.
En la argumentación retórica, la adhesión a un valor es
siempre de intensidad variable, dice Cornelius Castoriadis; quiere decir que
nada impide que en cualquier momento se asuman valores nuevos. Pero muchas
veces, son cambios radicalmente abruptos frente a registros discursivos
recientes que debilitan la palabra oficial.
***
Nada de lo escrito consideró su eficacia. A tres meses de
gobierno, al oficialismo no le va tan bien como se auto celebra, ni tan mal
como quisiera la oposición. Es temprano, prematuro, pero es mucho… es un
montón. Pablo Ramos, en su fabulosa y cruda obra, “La ley de la ferocidad”,
escribió en un párrafo: “Deberían haberme avisado. Ya sé que me avisaron. Pero
deberían haberme avisado más”.
Por: Mario Riorda
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