domingo, 17 de marzo de 2024

CINCO PRINCIPIOS DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA DE LLA


                   EL BRUTALISMO COMUNICATIVO DE MILEI

Milei desata su furia en Twitter y avala el ataque de trolls contra su vice, contra los legisladores de la oposición, contra quien sea y por lo que sea, no importa cuándo leas esto. Desmedida, electoralista, orientada a aplastar el consenso y a gritar con agresividad su idea de grandeza, la comunicación del presidente es brutalista. Como aquella vanguardia arquitectónica surgida en un clima de posguerra, expone con simpleza extrema una pretensión desmesurada de autoridad política, moral e intelectual para reconstruir la nación. Mario Riorda describe los cinco principios de la comunicación política de La Libertad Avanza.


Presionada por la oposición, la vicepresidenta, Victoria Villarruel, convocó a sesión en el Senado para debatir el decreto de necesidad y urgencia 70/2023 que refunda la Argentina y desató la furia. El propio Milei cuestionó a su vice en Twitter y avaló el ataque de trolls en su contra. Esto es algo cotidiano, contra quien sea y por lo que sea. Cuándo la cámara alta rechazó el mega DNU, el presidente llamó “ratas” a los legisladores opositores. La comunicación del gobierno de La Libertad Avanza es brutalista.

El brutalismo fue una vanguardia de grandes proyectos arquitectónicos. Un lenguaje internacional, en un clima de época de posguerra, con la idea de reconstrucción. Toma su nombre de sus construcciones de concreto, monolíticas (béton brut es hormigón en bruto en francés). Tenía  una utopía social y política y abrazó a gigantescas esculturas arquitectónicas. 

Primitivismo, crudeza e innovación. Formas no complejas y uniformidad. Polémica también. Desde su pretensión de simpleza no descartaba la monumentalidad en edificios que dan que hablar o bien gritan con agresividad su idea de grandeza y, en algunos casos, exponiendo la imagen de la autoridad como autoritarismo. Expresaba una idea  de honestidad constructiva superficies ásperas, materiales de aspecto pesado, formas angulares, atípicas y repetitivas. Las cosas debían funcionar y perdurar.

El brutalismo comunicativo de Milei tiene una idea redentora de reconstrucción (nacional) pero instalada en el marco de un lenguaje ultra radical de pretensión internacional. Es difícil discernir entre el fondo y la forma comunicativa. El brutalismo necesitó de un tiempo histórico para imponer un estilo polémico y agresivo. Milei aprovecha una época de protestas perpetuas y un contexto propiciado por un entramado digital ilimitado sin pretensión de verdad. Hacerse ver, nunca pasar desapercibido, ni antes ni ahora. Atípico, singular. De él siempre se espera más y más, de quienes lo aman y de quienes lo desprecian. 

 

La comunicación política del presidente tiene una simpleza -muchas veces- extrema y va acompañada de una pretensión desmesurada de autoridad política, moral e intelectual. Se caracteriza por la exaltación de la grandeza desde el autoelogio, la honestidad intelectual, repetitiva e incesante. La aspereza que propone el brutalismo en su diseño, es análoga a las medidas de Milei y sus consecuencias, sociales especialmente. Si el brutalismo deja expuestas sus instalaciones, el gobierno de Milei también se expone en sus entramados políticos (sorpresivos, contradictorios, amateurs) y en la gestión de sus iniciativas políticas (desmesuradas, desprolijas, impactantes). Siempre con una idea de perdurabilidad en el tiempo, proponiendo un largo plazo explícito en sus promesas.

Cinco principios del brutalismo comunicativo de Milei

 

1. Electoralización total de su comunicación gubernamental

La tentación de llevar la comunicación de un gobierno al formato electoral siempre existe. Cuando sucede, la comunicación gubernamental, menos estridente, largoplacista, necesitada de soluciones, es la gran perjudicada. Inundada de electoralización, se confunde, se estresa con tanta espectacularidad y promesa donde más bien se necesita respuesta y legitimidad del rumbo. 

No hay cuidado, no hay mesura. La electoralización en la faz de gobierno suele acarrear la ausencia de gestión de expectativas. Tal como el gobierno norteamericano de Donald Trump, la representación es un acto de fidelidad partidaria o de fidelidad hacia el votante (mirror parties). Son gobiernos decididos a negar a minorías, capaces de herirlas cotidianamente siempre que se logre la felicitación o el regocijo de su votante más fiel. 

En el proceso de construcción de un mito de gobierno hay tres momentos centrales: uno inicial, predominantemente carismático y centrado en la confianza del líder y del proyecto; uno posterior, más racional, burocrático, donde entran en juego las organizaciones, las políticas públicas que hacen bajar a tierra el relato y la promesa; y un tercer momento de institucionalización, vale decir, donde el estado es otro, al que se lo ha modelado y transformado. En todos se necesita consenso social. El gobierno los quiso todos, de golpe, sosteniendo su derecho al cambio desde el valor obtenido en el balotaje, cual plebiscito de origen que le otorga un pase ilimitado para sus pretensiones.

2. Desprecio estatal total

"Filosóficamente soy anarcocapitalista y por lo tanto siento un profundo desprecio por el Estado. Creo que el Estado es el enemigo, creo que el Estado es una asociación criminal…" afirma Javier Milei. En cambio, los empresarios son héroes y benefactores. 

Agrega que su sistema es “justo y moralmente superior”. Esto, en el fondo, es la instalación de una batalla cultural, moral y religiosa desde el individualismo para ponerle fin a toda forma de colectivismo. Sin embargo, en algo el Estado debiera actuar: como garante de un poder coercitivo y coactivo. 

El discurso provoca una sobre generación de expectativas y promesas que no necesariamente construyen una visión de futuro que describa un rumbo de gobierno o futuro mito de gobierno. Incluso la idea de cambio cultural está más centrada en premisas contra identitarias (frente resignificaciones de lo que puede llamarse socialismo o formas de colectivismos preferentemente) que en la explicitación de lo que verdaderamente ese cambio significaría.

La palabra “libertad”, como muletilla para todo, sufre ya un intenso proceso de estiramiento conceptual (conceptos a los que le cabe cualquier cosa y pierden su sentido original). Cada medida es como un pasito en la concreción de un cambio cultural derivado de esas decisiones, sea o no directa la asociación entre medida, política y cambio cultural. 

3. Incivilidad y descortesía

La incivilidad se define en la comunicación política como aquella centrada en el uso de insultos basados en la identidad y sentimientos antidemocráticos, clasistas, misóginos. La descortesía es más un estilo en el tono de comunicación, identificada por el uso de vulgaridades, obscenidades, burlas, entre otros. 

Ambas son agresión, con o sin argumento. Forman parte de los discursos de odio para establecer barreras morales de lo aceptable; de lo legítimo y lo profano, pero no para marcar la diferencia, sino para aplastar la identidad contraria. Para reducir la otredad a la nada. Negarla no sin antes hostigarla. 

Más que argumentos, existe la idea de triunfar frente a los otros para humillar, ridiculizar, para producirles vergüenza pública. Estas prácticas se dan en los bordes del espectro político democrático porque apuntan a silenciar el disenso. Porque la vergüenza no busca el consenso, sino el ridículo; no busca ideas o razones; sino risas y lealtad tribal. Borran cualquier límite de la tolerancia en la imposición del pensamiento propio.

4. El shock en todo

Intento de cooptación de la agenda política y mediática sin gradualismo. Milei es un montón, su agenda también, sin que importe cómo ni sus costos. Aceleración, vértigo y confusión. Si alguien gusta del boxeo, no es un jab (un golpe rápido, generalmente utilizado para marcar o medir distancia con respecto al oponente a modo de brazo extendido que genera un dominio calculado). Más bien es la búsqueda desesperada, desprolija, audaz del Knock out desde el toque de campanilla. Es “a todo o nada” siempre. 

No hay especulación, hay arrojo decisionista. Mucha construcción de liderazgos avasallantes logran su autoridad desde una premisa: “se animan a lo que nadie se anima”. Rompen los límites desde su decisionismo. Van más allá que cualquiera. Disociados.

La disociación es un mecanismo de defensa para intervenir en situaciones críticas basado en la desconexión de la emoción para no sucumbir a la angustia ni quedarse paralizado. Pero también, un alto y permanente grado de disociación impide captar el estado psicológico de las personas, minimizar eventuales consecuencias y acompañarse de otras defensas de modo maníacas: hiperactividad sin descanso, sentimientos de omnipotencia con decisiones temerarias. 

“La explosión controlada” es el concepto con el que Alejandro Gaviria describió la concepción revolucionaria de Gustavo Petro en Colombia. Si ese libro se escribiera en Argentina, el título debiera ser “la explosión descontrolada”. No hay debate entre shock y gradualismo. Nada puede ser gradual. El incrementalismo es blasfemo, claudicación, es política (y eso es malo). 

5. Híper personalismo desmedido

El foco en el líder se gesta mayormente desde el autoelogio o la auto referencialidad valorativa. La centralidad está puesta en el presidente como protagonista del acto comunicacional. El motivo que convoca –que podría ser una política pública, un anuncio o una decisión– pasa a segundo plano, se convierte en excusa para que el presidente se muestre y transmita su mensaje político. La centralidad de la imagen, el discurso y los atributos del gobernante en la comunicación son totales. 

Se busca que quede claro de quién es la decisión política. Todo es una situación sostenida desde referencias valorativas sobre sí mismo para destacar su personalidad, cualidades, capacidades, valores, ideas, logros, etc., por más grandilocuentes (y bizarros) que resulten los elogios. Cada vez es más nula la diferencia entre las políticas públicas y las políticas personalistas, que son la fiel proyección de los liderazgos de turno que no sólo pretenden diseñar políticas, sino también modelar ambientes culturales a su gusto. 

Milei ve (lo que otros no ven). Milei doma (con sus argumentos). Milei es sexy. Y cuando no, desde el misticismo e interreligiosidad, Milei profetiza o llora. Milei es pureza (el castiga a los impuros). Él avasalla si es que hace falta avasallar. Milei amenaza si hace falta. Milei es mundial. Milei es una divinidad en la tierra. Milei no se equivoca (y si lo hace dirá que no era su culpa). Milei no falla (siempre hay un plan detrás). 

“La piedad era un signo de debilidad” decía Jack London en “El llamado de la naturaleza”. Y la autoridad presidencial es el intento deliberado de acción, firmeza, promotor de actos confrontativos primitivos, pre-estatales, cual verdadero estado de naturaleza hobbesiano. El brutalismo comunicativo de Milei se expresa todos los días en los siguientes puntos: 

1. Los actos que confunden la institucionalidad

En la privatización de la comunicación pública oficial en terceras voces, de su entorno o su partido, hay un enorme espacio para los librepensadores extremos o anónimos que hacen que las vocerías sean múltiples, aún existiendo una vocería formal. 

Ya se dijo que el gobierno es una maquinaria que expone con alta frecuencia sus contradicciones. Y es tan profunda la mutación de la institucionalidad que se ha roto por completo el límite de lo que podría separar al estado con su partido: todo es una comunicación de arengas partidarias militantes y para solidificar una opinión pública mayoritaria. Muchos contenidos pretenden ser una demostración empírica de una supuesta popularidad en torno al gobierno, la figura presidencial, una política o algún dato positivo.

Dentro de la institucionalidad socavada, la estética audiovisual es todo un capítulo: asistimos a una “presidencia meme magnánima". Hacer memes es parte de la narrativa oficial en redes oficiales. E incluso, la Inteligencia Artificial está plenamente al servicio del ego presidencial, ya que se ficciona una falsa virilidad del líder. Se construye un Milei como un Chad (macho alfa) de la jerga “incel” (celibato involuntario), la subcultura masculina que odia a las mujeres.

Su comunicación, además, está editada en su mayoría. Gran parte de la comunicación que incluye visibilidad del líder se da en ambientes controlados o con edición audiovisual ex post

2. Los actos de incivilidad que construyen el tono de la comunicación

Son recurrentes los ataques o agresiones contra alguien o algo, incluyendo a actores de la política doméstica o internacional, de la intelectualidad, de la cultura o del periodismo, especialmente a las mujeres. Una superioridad moral evidencia repetidamente una pretensión clasista, especialmente cuando estigmatiza a piqueteros, militantes de izquierda y sectores del peronismo. 

Así, vemos un predominio de comunicación negativa sustentada en la apelación al miedo mediante una amenaza; los mensajes comparativos acerca de una gestión y la otra o de una persona y otra. El término “casta política” divide arbitrariamente -y moralmente- a buenos y malos.

Es deliberada la instauración de un clima de confrontación que va más allá de la provocación y se instala como un acto de violencia institucional y más allá de lo institucional (en la esfera de lo no democrático como instigador del odio). Mucho del ecosistema digital libertario promueve el uso de la violencia, la defensa armada y hasta el uso del concepto “guerra civil”.

3. La calidad de los argumentos

Se ha privatizado la verdad y desde esa privatización, se genera hostilidad digital a quién no la comparte o la rebate. Es verdad lo que Milei quiere que sea verdad. Lo que no se comparte, será hostigado por una horda de trolls, bots y militantes libertarios (así, en ese orden).

Practica un negacionismo de la evidencia, no sólo científica. Luchas o conquistas sociales son, en su pensamiento, “conflictos sociales nocivos”, “ideas nocivas”, como el feminismo o el cambio climático. O incluso, desacredita a los medios, universidades y organismos internacionales.

Tiene una obsesión por usar la argumentación contrafáctica. Se compara la realidad con alternativas simuladas, ya que las afirmaciones se refieren a situaciones que ciertamente no existen ni existieron. Y si no existen, no se puede asegurar que sean verdaderas en el mundo real. Sea para imaginar cómo podría haber sido mejor (contrafácticos ascendentes que indica nuevos caminos a futuro) o bien como función emocional de consuelo, que aparece cuando las personas imaginan cómo podría haber sido peor (contrafácticos descendentes). Un acto de inoculación que avala algún dato incómodo presente de lo que podría haber sido si no se hubiera tomado tal o cual medida.

Y recurre a la resignificación de la historia y exaltación de voces periféricas de la intelectualidad para argumentar. En su intervención en Davos, por caso, según su parecer, desde 1800, todo el mundo occidental se equivocó salvo los “teóricos” libertarios. Se equivocaron todas las ideologías políticas, todos los medios, todas las universidades, toda la multilateralidad internacional. Los empresarios no. Los empresarios son héroes.

Da cuenta de un generalismo argumentativo (la desregulación, por ejemplo) con temas difusos (diffuse issues) y mensajes de gran amplitud o de amplitud ilimitada (boundary-spanning). Se vacía de contenido al mensaje, quitándole profundidad, utilizando fórmulas armadas y repetitivas.

4. La indolencia comunicativa

Podría entenderse como insensibilidad comunicativa o el goce de las consecuencias de sus actos quizás. A Susan Sontag le preguntaron qué puede hacer un escritor y dijo “Cosas serias. Palabras de amor. Y prestar atención al mundo… Sé serio. [Y agregó] Con lo que quise decir: Nunca seas cínico”. La comunicación oficial, muchas veces en esta lógica se vuelve indolente, como burla, sorna, arrogancia o desprecio al opositor o a quien se ve perjudicado.

Frente a datos sobre consecuencias de medidas de ajuste (“ajustazo”, defiende el gobierno), como recesión, contracción, pérdida y demás, mayor radicalidad discursiva el gobierno no se sensibiliza y aumenta la confrontación o la incivilidad. Sus datos no son humanos ni personas que sufren. Sus datos son económicos.

5. El discurso de futuro enorme y cambiante

La promesa futura es recurrente a modo de auto celebración sobre decisiones o políticas adoptadas que implicarían beneficios o consecuencias positivas históricas (no hoy, sino en el mañana). Su discurso está impregnado de promesas de gloria nacional a décadas. Todo es desde el drama, un drama inédito en la historia. Todo es un callejón sin salida. Todo es épica y exageración. Todo es una batalla y prima un lenguaje bélico. No hay alternativa al ajuste. No hay otro argumento válido. Lo otro “debe” ser descalificado. 

Existe poca comunicación sobre los beneficios “concretos” que tendrá el paquete de medidas que promueve para la gente. Escasa pedagogía de la comunicación de cada política pública. Mucho énfasis en las “Bases” (como refundación), poca consistencia explicativa de cada política.

Y en aras del rumbo futuro, se niegan crisis o situaciones problemáticas (propias). Es un gobierno que da vida suelta a lo que se denomina “repentización”, vale decir, reacciones repentinas, apresuradas, sustentadas en redoblar la apuesta sin cálculo o recurrir a ataques o medidas ad hoc. Son habituales las salidas impulsivas como respuesta o medidas improvisadas. No se admiten situaciones que impliquen pérdida de poder relativo frente a aquellos que se encuentran implicados.

Tal es así que se ven tensiones políticas constantes que impactan en la reorganización de la estructura administrativa que va generando cambios desde el día uno.

En la argumentación retórica, la adhesión a un valor es siempre de intensidad variable, dice Cornelius Castoriadis; quiere decir que nada impide que en cualquier momento se asuman valores nuevos. Pero muchas veces, son cambios radicalmente abruptos frente a registros discursivos recientes que debilitan la palabra oficial.

***

Nada de lo escrito consideró su eficacia. A tres meses de gobierno, al oficialismo no le va tan bien como se auto celebra, ni tan mal como quisiera la oposición. Es temprano, prematuro, pero es mucho… es un montón. Pablo Ramos, en su fabulosa y cruda obra, “La ley de la ferocidad”, escribió en un párrafo: “Deberían haberme avisado. Ya sé que me avisaron. Pero deberían haberme avisado más”.

 Por: Mario Riorda

 

https://www.revistaanfibia.com/el-brutalismo-comunicativo-de-milei/

jueves, 14 de marzo de 2024

“El consenso es corrupción”: contra los nuevos intelectuales




“El consenso es corrupción”: contra los nuevos intelectuales

Por Nicolás Vilela

 Mientras el gobierno de Milei pauperiza aceleradamente las condiciones de vida, algunos sectores del campo nacional y popular consideraron que era oportuno abrir un nuevo capítulo de discusión interna. En su mayoría son los mismos sectores que en defensa de “la unidad” habían juzgado caprichosas las críticas kirchneristas al malogrado rumbo de Alberto Fernández. Ahora el debate ya no se expresa como “ruidos de la política” sino como “necesaria autocrítica”. Lógico, podría decirse, porque en el medio perdimos las elecciones. Pero la derrota electoral contra Milei no tuvo su origen en los ruidos de la política 2021-2023, sino que tanto los ruidos de la política como la derrota electoral fueron resultado del mal gobierno del Frente de Todos, cuyas decisiones centrales correspondieron a Alberto Fernández, como él mismo se encargó de aclarar en reiteradas ocasiones. Dicho brevemente: la gran discusión interna del Frente de Todos fue consecuencia y no causa de la mala administración económica. Hoy asistimos a una nueva convocatoria a la autocrítica, que no es sino una crítica al kirchnerismo. Peronistas de Perón, economistas del crecimiento económico con y sin gente adentro, analistas políticos de medios digitales, oportunistas del conurbano en busca de nuevas melodías: todos unidos para practicar una vez más el bostezable, quejoso y escasamente votado peronismo anti-Cristina.

“La derrota electoral contra Milei no tuvo su origen en los ruidos de la política 2021-2023, sino que tanto los ruidos de la política como la derrota electoral fueron resultado del mal gobierno del Frente de Todos, cuyas decisiones centrales correspondieron a Alberto Fernández”.

Cada tanto el capitalismo occidental produce “novedades reaccionarias”, como escribió Badiou. Cambiando el blog por el stream, la columna por el newsletter, el pañuelo verde por la remera negra, hoy vuelve a estar de moda el análisis político antikirchnerista. Y por más que uno pueda entretenerse con los monólogos de Rebord o sentirse interpelado por un párrafo de Pablo Semán, sigue siendo válido lo que escribió Damián Selci en 2013, abordando exactamente el mismo problema: “Un análisis político no es interesante por la lectura que presenta sino por el poder real que representa; en otras palabras, o bien expresa la postura de la fuerza social en la que se apoya o bien es un juego cansador de ocurrencias”. No se trata de tener razón; en las crisis todos tenemos razón. Ese no es el punto central. Para decirlo en el modo estructuralista: aun si tienen razón en lo dicho, los analistas políticos están equivocados en el decir. Su crítica no se plantea como aporte y en un marco de adhesión a la construcción política, sino desenganchada de la praxis y de la pregunta por el poder. Si no reconocen la conducción de Cristina, ¿de qué Príncipe son consejeros? ¿Cuál es el proyecto alternativo al kirchnerismo y en qué resultados se basa?

“Crítica del analista político”, esa nota de 2013, puede leerse hoy con todo provecho. A fin de cuentas, las tribunas antikirchneristas obtuvieron lo que querían y no funcionó. ¿O no venían pidiendo desde hace una década jubilar al kirchnerismo en nombre de un peronismo abierto a la clase media, Clarín y la UIA? Exactamente eso fue Alberto Fernández. En sentido estricto, Alberto Fernández fue su Presidente. Porque el analista político, más allá del atuendo, es un intelectual, un filósofo. Y el deseo de todo intelectual es asesorar al Presidente, “o que me lea un funcionario”. Su distrito es la palabra, según la fórmula de Jorge Asís. Su rol es decir, aconsejar. Silvia Schwarzböck lo escribió con precisión en su obra maestra Los espantos: “El servicio público, a la filosofía argentina, siempre le ha parecido un destino mayor”. ¿Qué fue el gobierno de Alberto Fernández si no un gobierno de asesores? La foto del Presidente tomando mate con un subsecretario y su equipo de trabajo, el comité de científicos y expertos, la Mesa contra el hambre, el consejo de asesores que terminó presidido por Aracre. Estaba muy clara la idea de Alberto: escuchar a todos, menos a Cristina. Por eso en el diccionario argentino la palabra “intelectual” se define específicamente como “el que no se ordena con Cristina”. Con Alberto, los intelectuales antikirchneristas tuvieron su turno. ¿“Sciolismo o barbarie” se decía? Hoy padecemos las dos cosas juntas: Scioli es funcionario del retroceso civilizatorio encabezado por Milei.

 

La cuestión principal es que un liderazgo político no puede sustituirse de la noche a la mañana. La historia del peronismo lo demuestra. Un editorialista “basado”, diez análisis políticos que “la vieron”, no modifican la estructura de la situación. El antikirchnerismo dice: “Arriba no hay nada”. Pero Cristina está ahí, su reaparición constituye una noticia trascendente. Publicó un documento de trabajo que la establece virtualmente como jefa de la oposición. Y avisa que “no la den por muerta”. La frase no parece trivial, porque en definitiva toda la reacción poselectoral de los nuevos intelectuales se resume, una vez más, en terminar con el kirchnerismo. Pero los Sabbag Montiel del análisis político ya tienen el boleto picado. La bala no saldrá, y Cristina va a seguir ocupando el centro de la escena en los tiempos que vienen.

El peronismo metafísico como crítica cultural del kirchnerismo

Al igual que en sus anteriores encarnaciones, los antikirchneristas de hoy se identifican con la mitología de un peronismo que no vivenciaron y cuya esencia se habría desvirtuado por la conducción de Cristina y el fanatismo de La Cámpora. “Hay que volver a Perón”, dicen, meneando la cabeza con nostalgia, a la vez que tildan de “melancólica” a la militancia kirchnerista por mantener el ciclo 2003-2015 como referencia política. Los hemos visto apostar indistintamente por Massa, Scioli, Randazzo, Felipe Solá o Alberto Fernández como relevo de la conducción de Cristina; en los próximos meses, lo harán por Llaryora, Guillermo Moreno, Nacho Torres o cualquier otra figura disponible. Según su curiosa idiosincrasia, partidos nacionales que sacaron menos votos que el trotskismo pueden aspirar a la jefatura del peronismo y perdedores de internas locales pueden cuestionar la conducción del PJ provincial. ¿Julia Strada? Agente de la CIA. ¿Lu Cámpora? Mmm… progresista, liberal de izquierda. ¿Carlos Menem? Peronista. ¿Miguel Pichetto? Indudablemente peronista. Hay que contener a Cúneo, pero expulsar a Mayra Mendoza. Las categorías del antikirchnerismo son extremadamente singulares, dictadas mucho menos por la convicción doctrinaria que por la metafísica de partido. A este fenómeno, Néstor Kirchner lo denominaba “pejotismo” y lo definía como “aparato de poder vaciador de contenido”. Fracasados, pero con peronómetro. Se enemistaron con “la batalla cultural” pero no dejan de hablar del asunto (como todo intelectual), y con un afán clasificatorio mortalmente aburrido. El asado es peronista pero la milanesa es woke, el salario es peronista pero el salario doméstico es progre… Como el verdadero peronismo ya tuvo lugar, solo queda la crítica cultural del kirchnerismo. Pese a la novedad de sus formatos de comunicación, los intelectuales antikirchneristas tienen la rigidez de un cadáver. Cristina arriesga, produce, cambia; el antikirchnerismo lleva 10 años en la misma posición. Detrás de sus flamantes plataformas no se advierte la grandeza doctrinaria de Perón sino la reducción del peronismo al óleo costumbrista de Campanella: los ravioles del domingo, la familia, el club de bochas.

“Al igual que en sus anteriores encarnaciones, los antikirchneristas de hoy se identifican con la mitología de un peronismo que no vivenciaron y cuya esencia se habría desvirtuado por la conducción de Cristina y el fanatismo de La Cámpora”.

Para ese peronismo metafísico, el grado de enfrentamiento con Cristina resulta inversamente proporcional al grado de idealización de Perón. Cada año que pasa, Cristina es más objetable; Perón, más inmaculado. Pero –de nuevo– conviene leer la historia del peronismo: Vandor, Frondizi, los 70… no hubo líder más cuestionado y traicionado que Perón. Y Perón siguió ahí. Cristina y Perón son iguales en este punto: conducciones únicas, históricas, pero sumamente discutidas. El liderazgo de Cristina ya soportó una década de peronismo antikirchnerista. Es llamativo que los peronistas de Perón carezcan de una verdadera perspectiva histórica. Lo importante es asumir de una vez por todas que fueron Néstor y Cristina quienes pusieron al peronismo nuevamente en línea con su tradición auténtica de conquistas sociales y democratización de la participación política. Y reivindicar de punta a punta la experiencia de sus gobiernos, abandonando pretensiones siniestras y criptoduhaldistas como la de nombrar “década ganada” al período 2002-2012 (en lugar de 2003-2015). Esto significa, adicionalmente, reconocer que la famosa disputa por la 125 no fue “el momento donde se jodió todo”, como pretende hoy la narrativa moderada del peronismo fiscalmente superavitario, sino lo opuesto: con la 125 empieza la tentativa contemporánea más importante, más osada, por cuestionar el modelo de valorización financiera impuesto por la dictadura, algo que ninguna de las variantes del anti o poskirchnerismo jamás logró ni se propuso. En todo caso, la 125 es el momento donde “se jodió todo” para los sectores del peronismo acostumbrados a defender al sector productivo más que a la sociedad, para ese frente nacional no popular que se encontraba cómodo mientras la discusión por el patrón de acumulación se limitara a las finanzas internacionales.

La reivindicación del kirchnerismo no tiene pretensiones nostálgicas sino pedagógicas y programáticas. Esos gobiernos constituyen la horma de cualquier zapato con que el peronismo quiera caminar hacia el futuro. Ser “peronista de Perón” o “nestorista” en contra de Cristina es un proyecto destinado a la derrota o la insignificancia, a la vez que constituye un acto de alucinación solo comparable al de los izquierdistas que son petristas en Colombia, del MÁS en Bolivia, pero antikirchneristas en Argentina. Lo evidente, si no se nombra, desaparece. Resulta elocuente una nota en la revista Agencia Paco Urondo –que otrora brindó un servicio inestimable a la militancia contra el macrismo pero ahora parece rendido a los pies del “soberanismo” morenista y el apolillado pensamiento nacional– donde los nombres de Perón y Néstor se mencionan con todas las letras, pero la referencia al gobierno de Cristina se reemplaza por el eufemismo “década ganada”. Negar la importancia de estos detalles es desconocer la centralidad del símbolo en la experiencia del peronismo. Veamos si no a Victoria Villarruel retirando el busto de Néstor del Senado, un gesto desesperado, por otra parte, ante la potencia icónica de un expresidente que al morir suscitó una movilización de tres días, a diferencia de Videla, que murió preso, en el inodoro y sin que nadie derramara una lágrima.

 

Como el antikirchnerismo es un proyecto intrínsecamente negativo –terminar con Cristina, Máximo, etcétera–, siente indiferencia por el contenido contradictorio de sus críticas. Se reclama al mismo tiempo más coraje y más moderación, se exige volver a representar a los trabajadores que votaron a Milei a la vez que abandonar la postura “antiempresa”, se reprocha no haber “ajustado” lo suficiente a la vez que no haber atendido las demandas de “segunda generación” de la clase media, se pide fortalecer la estructura orgánica del partido a la vez que tener agenda propia y no ser “aduladores”, se califica de vetusto al marco teórico a la vez que se demanda justicialismo ortodoxo. Este confusionismo es bien conocido, solo que en momentos de turbulencia histórica se agudiza, como pasó durante la República de Weimar con el surgimiento de los rojipardos y sus “ideas de izquierda, valores de derecha”. En todo caso, lo que le da algún tipo de cemento ideológico al fenómeno actual es su discurso antiprogresista, que deviene antikirchnerista por una asociación falsa –estilo falacia del hombre de paja– entre kirchnerismo y progresismo.

La crisis del progresismo no es nuestra crisis

Parafraseando a Foucault, se puede definir al progresismo como la creencia de que el discurso determina la estructura. Por eso su agenda suele vincularse con reivindicaciones culturales, de derechos humanos, de libertades civiles más que con la redistribución económica. La crisis actual del progresismo, en América Latina y en el mundo, obedece a que los gobiernos no logran garantizar sostenidamente el bienestar económico de su población; entonces el discurso de legitimación o la batalla cultural generan desinterés o directamente rabia e indignación en amplios sectores. No es solamente que se perciba al progresismo como una agenda de segundo orden respecto de la inflación o los bajos salarios. Lo que sucede es que si un gobierno fracasado en lo económico además se autoproclama progresista, como el caso de Alberto Fernández, convierte fácilmente al progresismo en la causa del fracaso económico. Y en efecto: Alberto habló mucho e hizo poco, anunció medidas que volvieron para atrás, postuló valores que contradijo en la práctica, creyó que “hablando nos íbamos a entender”. A la inversa, no hubo nada más peronista que las críticas de Cristina al gobierno progresista de Alberto: “Alinear precios, salarios y jubilaciones”. La única “agenda de minorías” que movilizó los comentarios públicos de Cristina fue la preocupación por los tres o cuatro vivos que se llevaron los dólares de la recuperación económica postpandemia. Sintetizando la paradoja: el progresista era Alberto, al que los peronistas de Perón defendían, y no Cristina, a la que los peronistas de Perón criticaban.

“La única ‘agenda de minorías’ que movilizó los comentarios públicos de Cristina fue la preocupación por los tres o cuatro vivos que se llevaron los dólares de la recuperación económica postpandemia”.

Los libertarios y las ultraderechas hoy ganan elecciones en nombre del anti progresismo. Ser anti progre es tendencia. Y venimos del gobierno de Alberto Fernández. El contexto le da nombre y relevancia al crónico intento del peronismo por discutir la conducción de Cristina. Expresado en el viejo dialecto de la derecha peronista: depurar al movimiento de sus elementos kirchneristas. Para dejar en claro que se encuentran en el polo contrario del progresismo, ahora los antikirchneristas sobreactúan un nacionalismo alimentado a base de reproducciones de Guillermo Moreno y citas de Diego Fusaro. Frente al posmodernismo de las identidades fluidas y la posverdad, este patriotismo viril, familiero y proclive al pensamiento conspirativo es un antídoto estabilizante, una garantía de que el cosmos todavía tiene un orden comprensible. El kirchnerismo, en cambio, habría dilapidado el capital peronista en un cóctel de lenguaje inclusivo, cultura de la cancelación, macroeconomía keynesiana, neoambientalismo y DNI no binario. Otra paradoja del nacionalismo antikirchnerista: su entero marco teórico –la idea de que el peronismo está cooptado por dirigentes de clase media universitaria que, al privilegiar la agenda de las minorías, abandonaron la representación de los trabajadores enojados– proviene del Atlántico Norte.

Si hablamos de sobreactuación, escuchemos a Mayra Arena, excandidata del funcionario libertario Daniel Scioli en las internas 2023 promovidas por Alberto Fernández: “El progresismo es lo peor que le pasó al peronismo, y estoy incluyendo los 18 años de proscripción”. Las respuestas pasadas de sarcasmo ante el cierre del INADI participan del mismo objetivo: exhibir un peronismo sobreadaptado al nuevo consenso antiprogresista. Estimulados por las audiencias reactivas de Twitter, los peronistas metafísicos se consagran a reescribir la historia del kirchnerismo en términos cada vez más brutos. Néstor Kirchner sería ante todo un “centrista económico”, guardián del déficit fiscal; su enfrentamiento contra Clarín, su recuperación de la militancia en el país del Nunca Más, en cambio, representarían solo anécdotas para la tribuna progresista. ¿Cristina? Descuidó a los trabajadores, distraída como estaba en la batalla cultural contra los fondos buitres, las corporaciones agromediáticas y el Poder Judicial.

“Estimulados por las audiencias reactivas de Twitter, los peronistas metafísicos se consagran a reescribir la historia del kirchnerismo en términos cada vez más brutos”.

Si estamos convencidos de que el gran tema es la economía, ¿a cuento de qué viene tanta mordacidad con la “prohibición del lenguaje inclusivo”? Los nuevos intelectuales quieren sacar un clavo torcido haciendo un agujero en otro lugar, como si creyeran verdaderamente, cual animistas, que existe una correlación entre la supresión de la letra “e” y la inflación. Lo cierto es que no hay ninguna contradicción entre redistribución económica y reconocimiento identitario. Durante el kirchnerismo, al igual que durante el peronismo histórico, lo pudimos comprobar: estatización de las AFJP, matrimonio igualitario, plan PROGRESAR, régimen para el personal de casas particulares, ley de Medios… Por eso el debate de “progres contra pobres” es una construcción netamente antikirchnerista, producto del carácter sectario y especulativo de sus voceros. Discutir dentro de esos marcos constituye un error. La palabra que hace falta salvar es kirchnerismo, no progresismo. Y no por una fijación léxica infantil sino porque el antikirchnerismo existe y es tributario de un peronismo conservador. Para nosotros, Cristina es peronista y el peronismo es Cristina.

¿Colectivismo orgánico o peronismo influencer?

Los ataques a Máximo Kirchner son ataques a Cristina que no osan decir su nombre. Kulfas, el portavoz Adorni y Twitter Argentina, coinciden en esto: Cristina está “mal rodeada”, “mal asesorada”. Se trata de una variante de la crítica antikirchnerista, con célebres antecedentes como la teoría del cerco a Perón. Así como antes Néstor era el verdadero peronista pero estaba rodeado por la socialdemócrata Cristina, ahora es Cristina la verdadera peronista pero está entornada por el izquierdismo progresista de La Cámpora. ¡Aprendan, muchachos! ¡Más Rucci y menos Bernie Sanders! ¡Basta de FLACSO! Pero cuando Máximo tomó la decisión de oponerse el ruinoso acuerdo con el FMI y abandonar la jefatura de bloque, estaba sencillamente respetando la saludable tradición peronista de defender la soberanía política y el desendeudamiento externo. En su documento, Cristina ratifica que la posición de Máximo también es la suya. Que criticar a Máximo es criticarla a ella. Quienes cuestionaron aquella decisión hoy no dejan de hablar del condicionamiento que impuso el acuerdo de Alberto y Guzmán sobre los intereses de los argentinos. Kristalina Georgieva lo identificó en tiempo real cuando advirtió sobre “los límites del potencial para hacer cambios en la Argentina en los próximos años, dada la oposición de la parte radical de izquierda en la coalición peronista gobernante del país”. En una contorsión sin precedentes, los campeones del peronismo superavitario ahora defienden a Martín Guzmán, justamente el ministro que pulverizó toda chance de superávit y se fue corriendo del gobierno. Allí debe buscarse el origen del mantra libertario “no hay plata”: en el momento en que Guzmán refinanció y no reestructuró la deuda con el FMI. Es lo primero que registró Batakis durante su corta estancia en el gobierno: nos gobierna el FMI; no hay plata.

“Los ataques a Máximo Kirchner son ataques a Cristina que no osan decir su nombre. Kulfas, el portavoz Adorni y Twitter Argentina, coinciden en esto: Cristina está ‘mal rodeada’, ‘mal asesorada’. Se trata de una variante de la crítica antikirchnerista, con célebres antecedentes como la teoría del cerco a Perón”.

 

Rebelarse contra un acuerdo de esa naturaleza, como hizo Máximo, no se justifica desde el idealismo, el izquierdismo testimonial o la voluntad de “no pagar costos”. Es una decisión que reúne convicciones y pragmatismo: no bajemos las banderas y no perdamos las elecciones.  Una vez más, el albertismo emocional aplicó el quid pro quo: dedujo que la derrota electoral se debía a actitudes como la de Máximo, cuando ocurrió exactamente lo contrario. Máximo adelantó que ponerse de rodillas ante el FMI era perder las elecciones de 2023. Y perdimos. Fue Alberto el que “no quiso pagar el costo” de asumir que el acuerdo era una farsa y que ya no teníamos la manija de la economía. Milei puede declararse admirador de Margaret Thatcher, pero el thatcherismo nacional empezó antes, por enero de 2022, cuando Alberto y Guzmán dijeron “no hay alternativa”.

La historia de los analistas políticos anti-Cámpora fue narrada varias veces. El punto de partida es que el kirchnerismo renovó el interés social por la política. En particular, los mandatos de Cristina convocaron abiertamente a la organización y la militancia. Una misma generación se dividió ante estos acontecimientos: la mitad se volvió militante y la otra mitad, analista política. Los militantes resolvieron poner el cuerpo en espacios colectivos; los analistas políticos se refugiaron en la escritura irónica, cool, diagnóstica. Y no solo esto: además, erigieron gran parte de su prestigio reaccionando como hermanos mayores que precaven a los inmaduros contra los peligros y contradicciones de la militancia. Así, esta nueva corriente de comunicadores pasó a encarnar la perspectiva que tiene el sistema acerca de la política. Volviendo a Margaret Thatcher: el colectivo no existe, lo que existe son las personas. Por eso el análisis político es ante todo psicología. Hoy los analistas políticos acusan a los militantes de “mirarse el ombligo” mientras abren canales de stream para autopromover su imagen de influencers. Es decir: imputan a los demás el narcisismo que cultivan. Como se resistieron a la “colectivización forzada” de la militancia orgánica, como decidieron no encuadrarse –o lo hicieron y se quebraron–, su colectivismo peronista de redes sociales suena hipócrita. Apenas un trampolín retórico para eyectarse a la fama, que necesariamente es individual. La militancia orgánica –con aciertos y errores– produce teoría, acumula poder político, gana elecciones. Los analistas políticos siguen siendo lo mismo que en 2013: críticos culturales del kirchnerismo, intelectuales.

Las dos mejores frases del siglo XXI

Para enfrentar la catástrofe humanitaria a la que conducirá sin dudas el gobierno de Milei, nuestro espacio político seguramente recurra al viejo y querido “esencialismo estratégico”, al populismo, a la articulación de demandas insatisfechas ordenadas en un frente común. Sería lo normal. Pero en el mediano plazo, como segundo movimiento, necesitaremos la construcción de un nuevo programa político que ofrezca conquistas materiales y coordenadas espirituales para el futuro.

El documento de Cristina está lleno de ideas en esa dirección. Abre discusiones importantes. Por ejemplo: “Con Estado presente no alcanza”. Es una definición novedosa, aunque por otro lado congruente con su discurso a favor del empoderamiento ciudadano durante el alto kirchnerismo. Puede haber “Estado presente” pero resultar improductivo, ineficiente, no funcional. Y generar bronca y frustración en la sociedad, como se verificó durante los últimos años. Los libertarios sostendrán que por eso mismo se debe adoptar la lógica del mercado, del sector privado, donde el trabajador es sometido al capital en función del miedo a la represalia –despido, pérdida del presentismo, etcétera–. Esta es la apuesta del gobierno nacional: que el trabajador público, para no ser ineficaz, se comporte como el trabajador de una empresa privada. El peronismo antikirchnerista también quisiera llevar agua para su molino del “centrismo económico” y “proempresa”, pero justamente eso fue el gobierno de Alberto Fernández, y fracasó.

“Nuestro espacio político seguramente recurra al viejo y querido ‘esencialismo estratégico’, al populismo, a la articulación de demandas insatisfechas ordenadas en un frente común. Pero en el mediano plazo necesitaremos la construcción de un nuevo programa político que ofrezca conquistas materiales y coordenadas espirituales para el futuro”.

“Estado presente” viene significando la prioridad de lo público sobre los intereses económicos de las grandes empresas. Pero no dice nada sobre la manera de lidiar con los intereses sectoriales al interior del propio Estado. En otras palabras: como también hay “corporaciones” dentro del Estado, la universalidad de lo público no está garantizada. Tampoco su efiencia. Hoy triunfa la subjetividad de mercado; “Estado presente” es la subjetividad alternativa. Pero con esto no alcanza, y la militancia orgánica constituye la auténtica respuesta. Militante orgánico es el individuo que trabaja de manera eficiente sin el garrote del capital. Su experiencia de organización y conciencia de grupo aumentan la productividad del trabajo; la convicción en un proyecto político que excede la administración cotidiana facilita el buen trato con el público; la disciplina orgánica acelera los procesos burocráticos. Algunas de estas características se expresaron en el reconocimiento a la gestión de militantes que revalidaron su intendencia en las urnas. Es hora de subrayar que la subjetividad de la militancia no es la subjetividad del Estado. Un funcionario de Aerolíneas Argentinas, un chofer de colectivo, un médico que tiene consultorio privado, todos pueden ser militantes, porque la militancia se caracteriza precisamente por pensar más allá del rol social asignado, es decir, por pensar universalmente, por pensar en todos. El colectivismo funciona.

Por eso una de las frases más importantes de la política contemporánea es “la patria es el otro”. Cristina formuló ahí un programa emancipatorio, anti-individualista, a kilómetros del chauvinismo conservador que los nuevos intelectuales asocian al peronismo. La otra frase importante le pertenece a Javier Milei: “El consenso es corrupción”. Tal vez sea nuestra mejor autocrítica sobre el gobierno de Alberto, que pretendió reconstruir el pacto social sobre la base del diálogo y el acuerdo en abstracto, sin objetivos politicos, con un nivel de idealismo que haría sonrojar a Jürgen Habermas. A la inversa, “el consenso es corrupción” se traduce como elogio del kirchnerismo. Cristina no consensúa; entonces es honesta, incorruptible. Leídas en conjunto, las dos frases producen una evidencia contraria al cualunquismo intelectual en boga. No es verdad que los argentinos solo queremos tranquilidad y que no nos jodan con la política. Si no, las elecciones las hubiera Ganado Rodríguez Larreta. La ancha avenida del medio está desierta. Despolarizar solo conduce a la irrelevancia o al panelismo televisivo. Más que de calma y vida familiar, los argentinos tenemos un deseo fundacional a toda prueba. Queremos la vida intensa y facciosa de los santos calvinistas. Lo que se juega a futuro es Cristina o Milei.

 

Además, la militancia orgánica está preparada para el desafío de renovar el proyecto político porque viene produciendo aportes para la discusión doctrinaria. El contenido de sus publicaciones apunta a fortalecer el programa en detrimento de la coalición. Y esto precisamente porque “coalición” designa cada vez más el establecimiento de un pacto o alianza entre dirigentes de distintos espacios para fines generalmente electorales, sin cohesión ni proyecto político común, salvo por la negativa. Cristina lo dice con toda nitidez en “La Argentina en su tercera crisis de deuda”: las coaliciones políticas son experiencias de debilidad y fracaso. El consenso es corrupción. La Alianza estalló por el aire en el 2001; la coalición entre la UCR y el PRO (“Cambiemos”) dejó el país con la mayor deuda de su historia; el Frente de Todos trajo a Milei. Para los neoguzmanistas entusiastas del “déficit cero” habría que agregar incluso que existe una correlación empírica entre tipos de gobierno y desempeño fiscal. En América Latina, cada vez que hubo gobiernos de coalición, aumentó el déficit y el endeudamiento externo.

“Despolarizar solo conduce a la irrelevancia o al panelismo televisivo. Más que de calma y vida familiar, los argentinos tenemos un deseo fundacional a toda prueba. Queremos la vida intensa y facciosa de los santos calvinistas. Lo que se juega a futuro es Cristina o Milei”.

Toda decisión política tiene sus costos, y naturalmente la vocación programática del kirchnerismo provocó que muchos dirigentes y espacios se retiraran del gobierno entre 2008 y 2015. El costo del programa es el sectarismo. Pero el costo de la coalición es la disolución de la identidad. Así llegamos a 2019: una “unidad programática” para ganarle a Macri que tuvo más de unidad –es decir, de coalición– que de programa. Se creyó que con la palabra “peronismo”, reuniendo a sus dirigentes, se resolvía la cuestión del proyecto. Hoy estamos pagando el costo de una coalición que fue eficaz en lo electoral pero débil en lo político. Desde la firma del acuerdo, el programa del Frente de Todos fue el programa del FMI. En consecuencia, la apuesta de la etapa que viene será a que el único sector del peronismo que hasta el momento demostró un programa para gobernar la Argentina –esto es: el kirchnerismo– demuestre que también está en condiciones de proponer un programa para el futuro. Las alternativas anti o post kirchneristas no tienen otro proyecto que volver a un peronismo “normal” luego del desvarío izquierdista de Néstor y Cristina. La falta de horizontes predictivos, y mucho más con Milei en el gobierno, provoca que toda la energía se concentre en el presente, en la táctica y las alianzas; es decir, en las próximas elecciones. Pero solo una imaginación política militante, insensible por un momento a la correlación de fuerzas, puede resucitar las esperanzas

 

·        El autor es concejal de UxP en Hurlingham y autor de Comunologia (2021).

https://contraeditorial.com/el-consenso-es-corrupcion-contra-los-nuevos-intelectuales/

domingo, 3 de marzo de 2024

Milei en el Congreso:


*Los ejes del discurso y la verdadera orientación del “Pacto” que propone. “Hemos avanzando en la reducción del gasto público más profunda de nuestra historia. Es un ajuste mayormente sobre el sector público nacional (...) y no sobre el sector privado” La estafa electoral de Milei fue decirle a los argentinos/as que la casta pagaría el ajuste. Los datos del superávit fiscal de enero desmienten tristemente esa afirmación. El ajuste se explicó de la siguiente forma: · 32,9% JUBILADOS · 16,8% SUBSIDIOS AL TRANSPORTE, LUZ Y GAS · 17,6% OBRA PÚBLICA · 12,6% SALARIOS · 10,1% UNIVERSIDADES, PROGRAMAS SOCIALES, Y ASIGNACIONES FAMILIARES


Milei sostuvo: “Esto es el populismo, nos quitó el 90% de nuestros ingresos, llegando a un nivel de locura tal donde un tercio de los trabajadores formales son pobres.” Y agregó: “Ningún argentino tiene la culpa de que la inoperancia y avaricia de los políticos hayan destruido sus ingresos y menos los más vulnerables.” Gráfico que registra los momentos de mayor caída de salario real post 2001:


“Derogamos la nefasta ley de alquileres y pasó exactamente lo que dijimos: la oferta de bienes en el mercado se duplicó de diciembre a febrero y en consecuencia el valor en términos reales de los alquileres bajó”. Los datos sobre el sector:

 

Milei sostuvo: “Derogamos también la nefasta ley de abastecimiento, que era una herramienta que los políticos utilizaban para extorsionar a las empresas y prohibimos la potestad de la política de prohibir exportaciones.” Y agregó: “Un país en el cual lo que se necesita es más capitalismo y más libertad.” La desregulación y su impacto en los precios de alimentos y combustibles:

Entre las 10 políticas del "Pacto", Milei propuso “una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, simplifique la vida de los argentinos y promueva el comercio”. Sabemos que este debate es muy necesario, pero el sentido de sus reformas no es progresivo. En la Ley Bases (que pide tratar y aprobar, nuevamente) se propuso, entre otros ejes: i. Eliminación del impuesto al patrimonio (Bs. Personales). ii. Régimen de Incentivos a la Grandes Inversiones que supone agrandar el gasto tributario por un puñado de actores (como sostuvo la OPC). iii. Condonación de multas por no registración laboral. También Milei propuso “la reducción del gasto público a niveles históricos en torno al 25% del PIB”. Hasta aquí, sus reducciones de erogaciones violan contratos, convenios y leyes (FONID, Fondo de Transporte para el Interior, Fondos Fiscal PBA, fin de obra pública, bono jubilatorio desactualizado, sinfín de partidas sin ejecutar). Se adjunta debajo la ejecución de diciembre y febrero, y su caída de -29% en el agregado, real interanual. Por cierto, estos son los países con ese nivel de gasto/PIB en el mundo (la fuente es Datos macro):


Milei propuso “una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal”. El sentido de los cambios que Milei propone tiene como premisa la eliminación de derechos laborales y el debilitamiento sindical. El DNU 70 del 2023 da testimonio de ello. Estos serían supuestos mecanismos de generación de mayor empleo. Milei responde a cada desafío con desregulación y eliminación de actores. Eso no resuelve aquello que no funciona. A la inversa, le otorga herramientas al más poderoso para imponer su voluntad. A continuación un gráfico ilustrativo: los períodos con regulaciones laborales coinciden con mayor generación de empleo, y a la inversa, los períodos de desregulación muestran un peor desempeño en materia de puestos de trabajo. No hay relación. Lo que hay detrás es que los modelos económicos que impulsan el trabajo y la producción generan mayor actividad económica y más empleo, y se buscó proteger, en esta expansión, los derechos adquiridos. Es necesaria, sí, una agenda de actualización laboral, pero que como premisa básica no signifique retrocesos en derechos.

 

Según Milei “los jubilados, víctimas de esta herencia continúa atados a una fórmula que quisimos cambiar porque pulveriza sus ingresos”.

Sin embargo, la inflación de 25,5% en diciembre y de 20,6% en enero, con un bono que no se actualizó en su valor, implicó un sensible recorte en las jubilaciones. Pero, además, como se ilustra a continuación, la propuesta oficialista que finalmente no se trató en el Congreso implicaba una sensible pérdida de poder adquisitivo de jubilaciones y pensiones y la consolidación de la pérdida.

 

Continuando con jubilaciones, como describimos en el informe de CEPA relacionado con la movilidad jubilatoria de marzo de 2024: “De ocurrir este escenario, las jubilaciones tendrían un cambio en la fórmula una vez que registren una pérdida de más de 20% en sólo 3 meses. Si hoy son el 80% del valor que tenían en 2015, para el mes de abril equivaldrán al 60% del valor de 2015. De allí en adelante actualizarían por inflación no pudiendo crecer en poder adquisitivo real (aunque tampoco perdiendo).

Entre las propuestas de Milei aparece, además, “una reforma previsional que le dé sustentabilidad al sistema, que respete a quienes aportaron y aporten y permita a quienes prefieran suscribirse un sistema privado de jubilación”. El sistema de AFJP permitió beneficios financieros para los grandes bancos en detrimento del erario público nacional: en concreto, el Estado nacional dejó de percibir recursos que luego, las AFJP, que eran las que percibían esos recursos, le prestaban al propio Estado.

 


”Finalmente, Milei propone “la apertura de comercio internacional de manera que la Argentina vuelva a ser un protagonista del mercado global”. El impacto de la apertura ha hecho estragos durante la dictadura, en la década de los noventa y durante la gestión de Macri. En particular, las pymes volverían a sufrir el impacto de “volver al mundo” sin ningún criterio de desarrollo.


El sentido de los cambios que Milei propone es regresivo. No hay un plan de desarrollo productivo. No hay política industrial ni política crediticia. No hay científicos en su mundo. No hay financiamiento a Ciencia y Tecnología. ¿Qué tipo de inserción internacional piensa para la Argentina? Subordinada en las cadenas de valor globales y regionales. No hay un programa de desendeudamiento y fortalecimiento de nuestra moneda. No hay políticas de vivienda, hábitat y desarrollo socio-urbano. Desde ya, no hay recomposición de ingresos prevista. La participación de los trabajadores en el PBI sólo tiene un sentido decreciente. En muchos casos, Milei elimina actores y regulaciones como forma de "resolver" algo que no funciona, pero lo único que consigue es exponer a los argentinos a la arbitrariedad del mercado, bajo la ley de la selva. Eso sí: algunos, un puñado, sale ganando.

*Julia Strada

@Juli_Strada

Doctora en Desarrollo Económico. Directora de CEPA (@ctrocepa) y Diputada Nacional por UxP.