Publicado en
03/23,2013
Por
Carlos Fernández Pardo
El
problema de las causas, significados y consecuencias del golpe militar de 1976
Militares
y peronistas ante los límites estratégicamente visibles de una política
nacional
Los
factores que explican el golpe militar del 24 de marzo de 1976, no son del
mismo tenor del de aquellos que permiten comprenderlo. Mientras
que la explicación siempre nos conduce a establecer procesos causales, el acto
de la comprensión se refiere directamente a su significado. Las causas
permanecen y solidifican como momentos históricos fijados en el tiempo. Mas no
acontece lo mismo cuando consideramos el significado de los hechos que ocurren.
Estos significados cambian con el paso de tiempo. Dependen de las percepciones
sociales que, a su vez, moldean actitudes. Los significados se enuncian de
acuerdo a discursos ideológicos que responden a determinadas justificaciones y
que desempeñan una función retórica. Pero la retórica busca la persuasión. No
pretende el esclarecimiento de la verdad. Y dado las personas consideran como
reales aquellas situaciones que previamente definen como tales, la verdad de
los hechos históricos depende del significado que tenemos de ellos. Dudosamente
podría juzgarse como una manifestación de cinismo, la recomendación de
Maquiavelo acerca de la importancia de apreciar la política según los
resultados antes que de acuerdo a sus intenciones.
Los
militares argentinos, comprometidos con la decisión de derrocar un gobierno
constitucional, definieron las cosas en unos términos que luego no pudieron
sostener como reales. De este modo, perdieron su batalla en el terreno donde la
pérdida es realmente decisiva: en el de la pacificación que impusieron junto a
la de sus argumentos legitimadores. Por eso mismo creemos que el significado
del golpe militar de 1976 trasciende lo que podríamos llamar sus causas. Sin
embargo, ciertas condiciones objetivas pueden dar cuenta de la presunta
causalidad en los acontecimientos.
En el orden
de las causas, la muerte de Perón, ocurrida en el año 1974, poseyó el signo de
una verdadera tragedia. Condicionó todo lo demás. Por lo pronto, su muerte
significaba la ausencia de un poder de arbitraje en las filas del peronismo.
Dejó su movimiento en estado faccioso sin la estructuración de un gran partido
de masas y en una dialéctica violenta entre sus cuadros. Su muerte significó
también la pérdida del eje vertebrador de las movilizaciones políticas. La
desaparición del único garante cierto de cualquier coalición institucional..
Existen, desde luego, otras circunstancias que todavía permanecen en las
sombras. La misma estrategia de las
organizaciones armadas era ostensiblemente "golpista." Por otra
parte, en aquellos días, pocos entendieron que la Presidencia de Isabel
Martínez de Perón era la consecuencia previsible de una fórmula no deseada por
el líder justicialista. No deseada, quiere decir: impuesta a Perón por un golpe
de mano del círculo de sus principales allegados. Tal vez pudiera explicarse su
nominación con el temperamento del Modelo Argentino texto postrero en el cual
Perón depositaba sus esperanzas. Entonces, la sucesión de Isabel admitiría la
premisa de ser una forma de clausurar el liderazgo carismático basado en el
reconocimiento. El signo de una necesaria institucionalización del
peronismo para "despersonalizar los propósitos" y lanzarse a la
"lucha por la idea". En el interior del peronismo Isabel no era una
compañera de fórmula sino, ella misma, la fórmula de la sucesión. Muchos lo
entendieron de ese modo proclamando un neoverticalismo carente de sentido.
Otros, razonablemente, invocaron una elemental disciplina partidaria. Pero la
apatía que generaba el propio gobierno demostraba que su fuerza no era mayor
que el apoyo que movilizaba para su defensa. Ahora bien, nada de eso ocurría en
el vacío. Nunca, como en aquel momento, se mostraba tan cierto el criterio de
Perón acerca de los límites de una política nacional en la época de la
interdependencia mundial. Si la
tesis que sostiene que antes de morir, Perón procuraba un entendimiento con los
Estados Unidos y una conferencia personal con el Presidente Nixon es plausible
suponer que, con su desaparición, serían otras las expectativas de nuestra
política exterior.
Cualesquiera
hayan sido los entretelones, no cabe duda que la importancia de Perón puede
medirse por el colapso del sistema de concertación que había logrado con
retorno. En tal sentido habría que mencionar la erosión del acuerdo social de
precios y salarios y las fuertes expectativas de inflación que apenas pudieron
contener los últimos ministros peronistas, agravadas con la devaluación
producida por el ministro Celestino Rodrigo. Otra de las causas del golpe militar ciertamente fue el fenómeno
subversivo peligrosamente combinado con la pérdida de control del propio
gobierno, debido a la crisis que enfrentó a López Rega con los sindicatos y la
imposibilidad de conducción de Ia Presidenta
La
gestión de los militares
Ya en
diciembre del año 1975 se había sido hecho público un claro ultimátum militar
en el discurso pronunciado por el Comandante en Jefe del Ejército Jorge R.
Videla en Tucumán. El acento fuerte estaba puesto en una crisis de orden Era
una interpretación referida a que la sociedad argentina demandaba seguridad el
26 de febrero de 1976, la Cámara de Diputados rechazó el pedido de juicio
político a la presidente Isabel de Perón que había presentado la Fuerza
Federalista Popular y votado inclusive por la Unión Cívica Radical. Para un
observador atento, resultaba claro que el golpe militar poseía vinculaciones
políticas, empresarias y sindicales. Y esto permitiría entender el carácter del
proceso y su fractura interna visible a fines del año 1978.
Aquellos
que en forma temprana intentaron justificar el Proceso en una visión
fundacional, argumentaban que el gobierno del Teniente General Videla,
establecería los fundamentos de una nueva república. El primero de esos
fundamentos era el imperativo de orden público. Una garantía hobbessiana de salvaguardia de la propiedad y la seguridad. Un segundo
fundamento, al que podríamos llamar salvacionista se refería a una suerte de
reencuentro, casi místico, entre las Fuerzas Armadas y su razón de ser: la
guerra contra la subversión. Por consiguiente, los argumentos de una emergencia
crítica ponían en un estado de notable actualidad los motivos temibles de la
disolución nacional, la acción de agentes del exterior que medraban con
nuestros enfrentamientos y la supervivencia misma de las instituciones.
Martínez de Hoz redujo drásticamente las retenciones a las exportaciones
agropecuarias el impuesto a las ganancias de las empresas y eliminó el control
de las tasas de interés. Pronto reunió el consenso de los exportadores y de
quienes veían en el ministro la persona capaz de liberar los mercados y abatir
el poderoso sector de empresas públicas, sin embargo en este punto Martínez de Hoz encontró sus
principales obstáculos en los altos mandos militares. No había interés, ni motivación, en deshacerse del complejo industrial
(SOMISA, Fabricaciones Militares, Astilleros) para satisfacer un ajuste
presupuestario clásico que tuviese como objetivo de reducir el gasto público.
Sin duda esto vale también en relación al programa nuclear argentino.
La Junta de
Comandantes tuvo dificultades respecto al militar que habría de suceder a
Videla, quien según los mecanismos sucesorios, debía gobernar solamente tres
años. En un marco de malestar dentro de su fuerza, el elegido fuel el general
Roberto Viola quien había visto afectado su consenso por un pronunciamiento en
la poderosa guarnición de Córdoba en septiembre de 1979, protagonizado por el
general Luciano Menéndez y otros oficiales. Tampoco eran buenas sus relaciones
con el almirante Massera
Desde el
mes abril de 1981 en adelante el gobierno militar ingreso en una dinámica de
descontrol político de su propio proceso de consolidación. Definitivamente ya
no contaba con la perspectiva fundacional que algunos podrían haber imaginado.
Los militares no podían gobernar una sociedad compleja. La designación del
general Roberto Viola, segundo presidente del Proceso que debió producirse en
octubre de 1980, puso de manifiesto las contradicciones existentes y la
ausencia de liderazgo en las fuerzas armadas. Peor aún, concluido el ciclo
antisubversivo comenzaban a presentarse los tramos más difíciles de la lucha
por la pacificación. Sin duda fue un serio error, una muestra de la falta de
calidad intelectual el no haber considerado que "ganar la paz" es lo que cuenta una vez que se
ha terminado con un enemigo. Y este proceso de ganar la paz implicaba, para el
gobierno militar, exponer las finalidad de sus actos, el principio de
legitimidad de su intervención y la observancia del sistema de derechos que en
lo interno y en se hallaban entonces lo internacionales lo llevarían a una
confrontación. Los militares argentinos ante una clara y definida situación
"gramsciana ya que estaban perdiendo la posibilidad de tornar hegemónica
su dominación (la "militarización" de la sociedad argentina).
El nuevo
presidente debía asumir el cargo en marzo de 1981 y no llego a cumplirse el
plazo. Todo indica que la designación de Viola alterando lo dispuesto en el
Acta Institucional, no contó con el
voto de la Marina. Algunos observadores daban por sentado que tal vez una etapa
del proceso había sido cumplida. En parte porque el accionar de la subversión
se encontraba literalmente desmantelado. En parte, también, por la propia
marcha de la economía no arrojaba todavía indicadores tan negativos que
conmoviesen la pasividad crítica con la que grandes sectores de la población
toleraban las gestión militar. Ciertamente, esto comenzó a suceder cuando se
conocieron los escándalos financieros de 1980 ganaron los titulares. A fines de
1980, la figura de Martínez de Hoz había sufrido un severo desgaste quedando
confrontada con los sectores industriales afectados por la apertura. De manera
que al cabo de unos meses, cuando asumió el general Viola para el período
1980-1983, todos pedían un cambio de rumbo económico.
A
mediados de 1981 era un hecho que la inoperancia del general Viola, la
activación política de una convergencia Multipartidaria y sobre todo, el
impacto de la devaluación provocada por Martínez de Hoz, bastaban para dar
crédito a rumores de cambio. Definitivamente, la Junta Militar era presa de un
conflicto interno centrado en la inevitabilidad de una "salida" del
Proceso.
Esta percepción tornaba relativos y escasamente confiables los proyectos
destinados a mantener en el poder la fórmula de 1976. Empero, sería equivocado
pensar que los militares estaban aislados de la sociedad y que carecían de
vínculos y entendimientos con actores políticos y sindicales importantes. El solo
hecho de imaginar una "salida" ya imponía restricciones realistas que
debían sopesarse con claridad. En el año 1981, estaba prácticamente cohesionado
un frente civil. Pausadamente los dirigentes políticos iban concentrando las
expectativas social y democráticas del país. Si uno tuviese que preguntarse,
por qué motivo, el régimen militar argentino no se proyectó en una fuerza
política, aunque más no fuera minoritaria en términos electorales pero con
presencia eventual en un futuro Parlamento, de inmediato se nos ocurren dos
respuestas. En primer lugar porque el Proceso carecía de un proyecto que fuese
más allá de la autodefensa corporativa, explicable debido a la lucha contra la
subversión al temor a que la politización de las fuerzas armadas introdujera un
principio faccioso en su propia estructura. En segundo lugar, porque en el seno
de las fuerzas armadas fue cobrando cuerpo una tendencia a recuperar
legitimidad desde el campo militar-profesional y bélico. Una tendencia peligrosa que pronto estableció un rearme y una incursión
en la arena internacional, aprovechando la dispersión del poder norteamericano
y las fuerzas centrífugas que en materia de seguridad alentaban algunas
capitales europeas y principalmente la Unión Soviética. Creemos que se fue
afirmando a tenor de esta tendencia una actividad perturbadora. La declaración
de autonomía en el campo nuclear controlado por el sector tecnológico militar
tensó las relaciones con los Estados Unidos. Los convenios con la URSS
referidos al intercambio comercial, justo cuando Estados Unidos pretendía
reinstaurar su declinante influencia en la región, y en otras partes, promovió
la influencia soviética en la Junta Militar. El 28 de abril 1979 el
departamento de Estado condenó a la Junta Militar y el 2 de mayo Argentina
respondió al Departamento de Estado. A comienzo de 1980 el Mercado Común
Europeo y el Japón negociaron una serie de sanciones para imponer a Irán
temiendo que si se apartaban en la guerra económica llevarían a que Estados
Unidos intervinieran militarmente, habría riesgo de inestabilidad en un área
vital para el abastecimiento europeo de petróleo dentro de la Comunidad Europea
se discutió incluso la posibilidad de una iniciativa europea independiente en
medio oriente. Cuando el emperador Hiroito condecoró al general Videla con la
Orden Suprema del Crisantemo, los bancos japoneses otorgaron cincuenta millones
de dólares a la Argentina. El gobierno japonés de Masayoshi Ohjira decidió
preservar el abastecimiento petrolero iraní contra las presiones norteamericanas.
Abundaban las señales de una declinación norteamericana y diversas fuerzas
dispersaban por la atención de Washington.
El gobierno
militar adoptaba un criterio preferencial hacia las cuestiones de defensa.
Muchos imaginaban que la autonomía en la investigación y desarrollo propio de
este campo habría de garantizar la presencia de las Fuerzas Armadas en un área
industrial sin duda sensible a los compromisos internacionales. La autonomía,
en este campo, necesitaba sortear obstáculos que solo podía ayudar a remover
algún socio o aliado capaz de proveer y suministrar determinados insumos,
inteligencia e información. No serían los Estados Unidos precisamente, sino la
Unión Soviética y ciertos proveedores de tecnología y armamento de la Comunidad Europea. Entre los años
1979-1983 la Argentina alcanzó un superávit comercial con la URSS por un valor
de ocho mil millones de dólares. El Comandante en Jefe del Ejército Leopoldo
Galtieri, había regresado de los Estados Unidos dispuesto a tonificar esta
tendencia de recobrar "legitimidad" desde la profesionalidad y, a la
vez, articular esa búsqueda con conductas perturbadoras en la arena de la
política exterior. A mediados de diciembre de 1981 la Junta de Comandante
decidió remover al general Viola del cargo de Presidente e instalar en su lugar
a Galtieri. Este encontró disponible un haber de recursos materiales
consistentes con el proyecto de provocar una acción de autonomía internacional
y alto riesgo. En su favor contó con la gestión de su Ministro de Economía
Roberto Alemann quien recompuso las variables macroeconómicas tras la
inestabilidad y el descontrol que había provocado la breve gestión del ministro
Sigaut. La Argentina que había estado a punto de ir a la guerra con Chile en el
año 1978 tenía un equilibrio militar regional completamente favorable.
El
Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo estimaba
que para el año 1983 un tercio de deuda externa Argentina, aproximadamente
trece mil millones de dólares, se debía a gastos en equipos militares y
armamentos adquiridos desde el año 1978. Un tema sensible como el del plan
nuclear fue prácticamente sostenido por el abastecimiento de tecnología
alemana.. Desde 1975 hasta 1981, lo cierto es que las exportaciones dela
República Federal Alemana de tecnología bélica y armamentos a la Argentina
había crecido un 200%. Sin duda que esta búsqueda de supremacía militar
regional, no se explicaba por la lucha contra la subversión que en el año 1979
había sido y la prácticamente aniquilada. Un motivo plausible, como señalamos
antes, era que el gobierno militar estaba procurándose los medios para ir a la
búsqueda de un legitimidad que creía basada en su capacidad profesional enel plano de
la guerra
El
orden de los significados
Existe una
brecha temporal entre el recuerdo de los acontecimientos y su posterior
reconstrucción histórica. Una brecha que salva el paso de las generaciones. Y
éstas son portadoras de memoria. Traen consigo un acervo de experiencias y
maneras de ver las cosas. Precisamente, es allí, en donde nace la controversia
historiográfica. El golpe de Estado acontecido a comienzo del año 1976 contra
un gobierno constitucional, en el pleno ejercicio de sus competencias y
atribuciones, por lo pronto indica que la legitimidad no constituía una premisa
en la decisión de los jefes militares. Podría parecer bastante trivial a simple
vista. Pero lo es menos si consideramos el patrón de comportamiento que habían
seguido otros "golpes militares" en la Argentina. En términos sintéticos
el patrón reiterado había sido el de una "coalición reservada" de
personalidades políticas y empresarias, el acto del "pronunciamiento"
cuya técnica operativa todavía evoca el libro clásico de Curzio Malaparte. Finalmente la
apelación a alguna clase de legitimidad.
El
significado que tuvo aquella violenta irrupción militar en la vida civil de los
argentinos tal vez sirva para entender las extremas dificultades de la
institucionalización democrática de nuestra sociedad. Precisamente, el rasgo en
el que coinciden investigadores académicos y analistas de las más variada
formación, extremadamente sorprendidos por el "caso argentino",
descansa en la particularidad de nuestra evolución política reciente. ¿Cuál es,
después todo, la característica que permite fundamentar la particularidad del
caso argentino? Una vez despejadas la causas objetivas del golpe militar ¿cuál
resulta ser su verdadero significado? Un insuficiente desarrollo del sistema
político, al menos para la versión modernizadora predominante en las ciencias
políticas de la década del ´70, ha impedido la mediación institucionalizada del
conflicto social. Esto condujo a que el Estado se haya convertido en un ámbito.
En última
instancia la tesis de un "poder civil" que se reconstruía y convocaba
a un retorno a la democracia mediante la condena y persecución de un
"poder militar" incapaz de llevar a cabo su presunta misión
fundacional, salvacionista o modernizadora, como quiera que se interprete su
significado, sin duda constituyó la clave de la victoria de Raúl Alfonsín en el
año 1983. Sin embargo, en el haber del líder radical, cuenta principalmente el
giro "internacionalista" que impuso a la UCR mediante su integración
a la socialdemocracia. Se trató de un movimiento de ampliación inclusive de sus
bases propias sociales y de su prospecto ideológico. Por cierto que el
peronismo careció de iniciativa política, y, lo que es más importante, también
internacional. La participación de
muchos dirigentes sindicales en el proceso militar y la persistencia de la
fórmula "ejército-.sindicatos" (mantenida en expectativa por el
almirante Massera, y, en parte, por el general Acdel Vila) establecía elementos
de ambigüedad electoral.
No
obstante, cabe reconocer que el peronismo se vio igualmente tentado por la
constelación socialdemócrata. Pero a la manera de un bólido que navega sin otro
rumbo que la fuerza de atracción que se ejerce sobre él. Ideológicamente, el
peronismo quedó sorprendido por una
"sociedad civil" que ahora recreaba categorías diferentes
de aquellas previstas en su "comunidad organizada." No entendió que
ya estaban operando fuerzas profundas, cambios culturales en las sociedades
avanzadas a los que la política de "derechos humanos" daban aliento,
recursos financieros y vías diplomáticas. Se preanunciaba el momento de la
"esfera de las libertades", a la que sucedería con las presidencias
sucesivas de Raúl Alfonsín y la Carlos Menen la era de la
"estabilidad" institucional y económica. Pues bien, las condiciones
generales de un nuevo alineamiento con los Estados Unidos tomaba la forma de
una comunidad principista con el credo liberal.
Con la
llegada de James Carter a la Presidencia de los Estados Unidos una nueva
ideología hegemónica había venido a reemplazar en la guerra fría, las
anteriores premisas de posguerra que permitían mostrar a Estados Unidos como
una potencia que obraba en funciones del desarrollo, el bienestar y la
democracia. Con Vietnam todo eso se había derrumbado. La nueva ideología, en
cierto modo retomaba el ideario wilsoniano que presidió el ingreso de Estados
Unidos a una política mundial. El 4 de enero de 1980, el Presidente Jimmy
Carter decidió bloquear el abastecimiento de cereales a la Unión Soviética.
También impuso severas restricciones a la industria pesquera rusa y a su barcos
de captura, y, al mismo tiempo, limitó los acuerdos de pesca. A una ostensible
afirmación de su supremacía. Los militares argentinos nunca comprendieron la
importancia de la ideología de los "derechos humanos." . Esto último,
por no mencionar el activismo diplomático y transnacional que movilizaba por
aquel entonces. Los militares incurrieron en una confusión absurda entre la
noción elemental de las garantías constitucionales y las premisas
internacionalistas del humanismo jurídico. Difícilmente una dictadura podía
darse el lujo de ignorar y violar abiertamente ambos condicionamientos. Tras
las visitas de miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la
Argentina se difundieron la cifra de seis mil desaparecidos, mientras que la
organización privada Amnesty International difundió una cantidad desaparecidos
que alcanzaba los veinte mil. La imagen exterior del gobierno militar argentino
fue afectada cuando el arquitecto Perez Esquivel obtuvo el premio Nobel de la
Paz en 1980.
Pero los
arrestos diplomáticos de Carter y su capacidad de movilizar sanciones no
pareció haber constituido un obstáculo. La pérdida de imagen tampoco. El
proyecto de recuperar legitimidad para un régimen militar desde la acción
autónoma de sus propias instituciones armadas, si resultaba exitoso podría
haber dado cierta perdurabilidad. Ante la propia sociedad argentina y ante la
comunidad internacional ese proyecto requería de una prueba de fuerza y una
demostración de autonomía. En este
punto, creemos que entra la cuestión de la guerra de las Islas Malvinas en
1982. No fue otra la intuición que movió a toda la estructura militar,
otorgándole unos días de consenso civil y patriótico en torno al objetivo de su
recuperación.
Si el
problema de los derechos humanos, como es lógico, había derrotado a los
militares en el terreno de la moralidad internacional al punto de oscurecer la
derrota de la subversión, ellos pensaron posible otra carta. Esta carta fue la acción directa contra el
colonialismo británico. Una suprema y desesperada inversión en el prestigio que
cosechan los Estados débiles contra los poderosos, pero que, en el caso
Argentino, dada las injurias producidas a la sociedad también necesitada
victorias concretas. No se perdonaría
el fracaso.
Por
eso mismo, seguramente sin saberlo, administraban un país que estaba entrando
al proceso de globalización que se completaría definitivamente en las tres
décadas siguientes y cuyos efectos agregados se viven en la actualidad.