miércoles, 8 de junio de 2011

De Narváez aspira a liderar el nuevo peronismo. La historia no lo ayuda.


El cuento de la (Casa) Tía

Para De Narváez la billetera es muy importante. Y resguardarla implica tomar decisiones difíciles, como despedir a muchos.

 Por Eduardo Anguita

Francisco De Narváez basó su fortuna empresaria en la que su familia materna, los Steuer, pudo rescatar cuando, perseguidos por el nazismo, dejaron Praga en 1939. Los Steuer eran socios de los Deutsch, que también se fueron de Checoslovaquia cuando llegaban las tropas alemanas. Estas dos familias habían desarrollado un comercio llamado Te-Ta, que significa Casa Tía en checo. En el exilio forzoso, los Steuer-Deutsch desembarcan al año entrante en Colombia, luego a Ecuador y, apenas iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón, llegan a la Argentina y también al Uruguay. En el lado oriental del Río de la Plata instalaron Tata –que es un sinónimo de Tía– y de este lado le pusieron Casa Tía. El primer local fue en Suipacha 147, pleno centro.

El concepto comercial era bastante innovador respecto del que se usaba en este lugar del mundo. La originalidad del modelo consistía en colocar góndolas redondas, como islas, con útiles, golosinas y chucherías de todo tipo, con una caja en cada góndola.

Hasta ese momento, el comercio minorista en la Argentina y el resto de América latina era el del almacén, la librería o la mercería. El éxito de estas dos familias se basó no sólo en la originalidad del modelo, sino también en la capacidad de inversión que tenían.

Dado su avance arrollador, entre el ambiente de comerciantes, que se sumaron al tufillo antisemita existente, corrió el rumor de que, en realidad, Tía era el anagrama de Tiendas Israelitas Asociadas. Pequeño error: estaba inscripta como Tiendas Industriales Argentinas.

Pasaron los años y la Tía crecía, con un esquema familiar. Así, cuando Francisco De Narváez era un adolescente que cursaba la secundaria, decidió dejar de estudiar y sus padres lo dejaron sumarse a Tía, con lo cual dejó truncos sus estudios. Allí trabajó un tiempo, se retiró y volvió en 1993, en pleno menemismo. Para entonces ya entraban cadenas internacionales y se construían shoppings, pero la ventaja de Tía era que tenía casi medio siglo en el mercado y 51 locales desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.

De esas tiendas, además, las familias habían pasado a otros rubros y conformaron un grupo que incluía cítricos Ayuí, Inta (una empresa de telas para guardapolvos), la línea aérea Lapa, Econo y Paseo Alcorta, entre otros emprendimientos.

La vuelta de Francisco. El reingreso de De Narváez a los negocios de la Tía fue impresionante. Según su reformulación, de los 5.000 empleados sobraban nada menos que 3.500. Según consta en un paper que presentó en un encuentro en la Universidad de Harvard: “La mayoría de la gente que despedí tiene más de 25 años de experiencia en Tía; en conjunto me deshice de 5.000 años de experiencia. En un momento la empresa perdió su cultura; todo lo bueno y lo malo. Despedí a todos, desde cajeros hasta asistentes de gerentes. Gente que en el pasado había dirigido la empresa y, ahora, si no estaban de acuerdo con una idea, no la llevaban a cabo. Fue una decisión difícil de tomar y aún vivo con eso todos los días. No tiene sentido pensar en forma justa. No hay justicia”.

La última frase, para quien pretende convertirse en un líder peronista del siglo XXI, resuena demasiado fuerte: “No tiene sentido pensar en forma justa”, equivale a decir que el actual diputado nacional De Narváez, sentado sobre una fortuna construida por su familia sobre la base del esfuerzo de trabajadores argentinos, quiere terminar con cualquier vestigio de pensamiento justo si pudiera hacerse de la conducción del justicialismo. También debería alertar a los trabajadores del multimedios América, donde De Narváez se hizo fuerte, qué futuro les esperaría si se volviera al genocidio laboral del menemismo, donde De Narváez se movía como pez en el agua. Está claro, el empresario dijo lo que piensa a los académicos y empresarios con los que compartió ideas en Harvard, cuna del neoliberalismo.

La operación Tía. La liquidación era muy complicada y requería secreto. Lo que circulaba era que se trataba, en realidad, de un proceso de reinversión en la compañía. El plan Rumbo al ’99 era un plan de inversión de obligaciones no negociables, conseguidas a buena tasa, para abrir locales. Entonces, alineó a toda la compañía detrás de ese plan estratégico para generar motivación, y comunicó a los gerentes y empleados que la idea era llegar a posicionarse como líder nuevamente. Quizás esa idea de liderazgo empresario fue la que lo motivó a su aspiración de ser líder del partido mayoritario argentino.

El proyecto maestro contemplaba un plan de comunicación que “bajaron” a los gerentes en un evento donde participó De Narváez. Todos salieron motivados, sentían que habían recuperado la mística de la compañía apoyados en el discurso de De Narváez. Discursos desde la absoluta capacidad de echar a quien no le gustan sus palabras. Discurso que, más que seducir, induce a la obediencia. Ese es el hombre que, además de aquel plan maestro, que será desarrollado en la próxima entrega, hoy tiene otro sueño maestro: liderar el peronismo del nuevo siglo.



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