domingo, 12 de febrero de 2017

Las razones para volver al proyecto de Marx

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 Por ALFONSO PIZARRO 11 febrero, 2017


Una forma más humana de entender la sociedad y sus conflictos requiere dejar de ver a la historia como algo que nos pasa por encima. Cualquier método de explicación que pretenda universalidad debe mirarse con sospecha. Concebir a la humanidad como un epifenómeno y a la estructura de la sociedad como algo que funciona de manera autónoma y opaca elimina lo que se quiere explica: una sociedad humana. Cada vez que un método de investigación se pone de moda y se utiliza como panacea explicativa en cualquier contexto, debemos sospechar. Las pretensiones de universalización metodológica son sospechosos. Considero representativo de esto la popularidad creciente de la perspectiva de sistemas complejos, que, si bien son un acercamiento prometedor, hacerlo fundamento de la explicación social es exagerar sus cualidades. La columna ¿Tenía razón Marx? por Juan Pablo Cárdenas y Gerardo Vidal es representativa de esto. En el presente texto, objeto que la manera en que plantean un acercamiento de sistemas complejos como alternativa: eliminan aquello que buscan explicar y exageran su poder explicativo. También argumento que el marxismo que decían enseñar proviene de una interpretación particular del materialismo histórico, y cuyo error fundamental sigue vigente en su propuesta: deshumanizan la explicación y la hacen depender de principios opacos a la humanidad—salvo para expertos en política o en modelamiento de sistemas complejos. Finalmente, afirmo que el materialismo histórico, fundamenta científicamente el proyecto socialista y humaniza nuestra comprensión de la sociedad: sus conflictos se conocen en la medida de nuestra propia acción y conocimiento, y no con principios opacos y/o divinos.
La décima tesis de Feuerbach reza
El punto de vista del antiguo materialismo es la “sociedad civil”; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada
Y puede ser entendida como una crítica a estas pretensiones de cientificidad que se alejan de los intereses y motivaciones iniciales: la humanidad. Contrario a lo que se suele afirmar, la vigencia de Marx no se juega en la cantidad de predicciones exitosas—tampoco en las elecciones que sea capaz de identificar y evaluar según la cantidad de votos. Más bien, se juega en la capacidad de darnos una perspectiva con la cual comprender la realidad al mismo tiempo que actuamos sobre esta—generando predicciones y estándares de ser necesario. En definitiva, ganamos una forma de producir conocimiento que responde directamente a un interés universalizable fundamentado en la relación que tiene con el mismo objeto de estudio: la acción política en la sociedad humana.
Una objeción nada original a Marx es la acusación de que el individuo pierde toda agencia ante el peso de las estructuras o de fuerzas inexorables que mueven la historia. La interpretación suele hacerse de un famoso pasaje del prólogo la Contribución a la crítica de la economía política que, en síntesis, afirma que en la producción social hay determinadas relaciones y vínculos establecidos entremedios de los cuáles aparecemos, y que las relaciones de producción están en función del desarrollo de las fuerzas productivas. Así es como lograríamos entender el modo de producción: esclavismo, feudalismo, capitalismo, etc. La propuesta es que nuestros valores, instituciones, ideas, etc.—es decir, la cultura en general—se entienden en función del modo de producción. En otras palabras, que hoy en día el ideal ser un self-made man y realizar start-ups, en vez de un organizador en contra del empresariado, se explica principalmente por la forma que toma el modo de producción actual. También explica por qué lo último es más cuestionado que lo primero. En el momento en que deja de ocurrir así o, aún mejor, se invierte lo que se valora, es cuando estamos en presencia de una crisis emergente.
El estudio de los sistemas complejos estudia el surgimiento e interacción de sistemas con una gran cantidad de factores que interactúan entre ellos y hace posible hacer la distinción de un comportamiento colectivo que interactúa con su ambiente. Ha sido utilizado con éxito desde el modelamiento de la actividad neuronal, pasando por el tráfico de la ciudad, hasta en la meteorología. A diferencia de la manera tradicional de estudiar estos fenómenos, su representación no depende de predicciones que puedan decirse que son verdaderas o falsas a secas—que ocurrió o no ocurrió—y apela más bien a patrones emergentes de la interacción de determinados componentes en un ambiente simulado que admite niveles de alta incertidumbre, pero con cierto orden.
Volviendo a Chile, para volver racional y coherente el actuar de un gobierno que declara ser progresista y transformador, pero que constantemente pareciera tropezar consigo mismo realizando políticas neoliberales, no atendamos al relato sobre su identidad—socialistas, comunistas, progresistas, etc.
Por ejemplo, un problema constante para la meteorología es el alto nivel de incertidumbre dada la indeterminada cantidad de condiciones iniciales—posibles y actuales—que hace que una predicción justificada pueda que no ocurra cómo se espera (ni cuánto se espera). Sin embargo, si se predice lluvia, pero hay chubascos, no es lo mismo a que si se predice granizo, y hay 50 grados Celsius. La gracia es que hace computable, y, por lo tanto, modelable en algún software, un fenómeno altamente complejo cuyo funcionamiento no es algorítmico y cerrado, en otras palabras, no sigue una serie de pasos preestablecidos de manera lineal. Es decir, modelamos computacionalmente el clima, pero no creemos que se comporte como un computador ni sea un modelo dinámico que tiene—en algún lado—instaladas las fórmulas con las que se representa. Esto último es el paso ilegítimo de la columna: para determinados asuntos ciertas herramientas son útiles, para otras no.
Es evidente que podemos computar (1+1=2)—lo acabo de hacer—y representar así una serie de conductas repetitivas en esos términos como golpear la puerta hasta que me abran. Sin embargo, es igual de evidente que en el día a día no funcionamos computacionalmente siguiendo algoritmos computables; no nos comportamos como si estuviéramos todo el rato siguiendo una receta para cocinar cuando cruzamos la calle o escribimos columnas. Análogamente, es erróneo concluir que la sociedad se explica del mismo modo que ciertos fenómenos sociales se representan. Así como Procusto ajustaba los miembros de los visitantes que utilizaban su lecho, Juan Pablo Cárdenas y Gerardo Vidal provocan que duela “dejar de lado los sofisticados atributos humanos para entender el comportamiento del sistema que conformamos”. ¿Cómo no? Si queriendo explicar a la sociedad terminan por destriparla de humanidad. El error radica esencialmente en lo siguiente: que podamos modelar parte de nuestra actividad social como sistemas complejos no quiere decir que la explicación social en sí pueda hacerse como si la sociedad fuese un gran sistema complejo.
Una forma general de entender la explicación social, en donde podemos contrastar el materialismo histórico con otras propuestas, tales como la aplicación de los sistemas dinámicos, es distinguir tres niveles de explicación para los fenómenos sociales. Hay un nivel macroexplicativo respecto del origen mismo y es los fenómenos sociales “grandes”; uno mesoexplicativo respecto de elementos tales como instituciones de todo tipo y organizaciones sociales y políticas de todo tipo, y que versa sobre fenómenos sociales “medianos” en donde podemos identificar “menos que la sociedad, pero más que únicamente individuos”; y uno microexplicativo respecto de la agencia de individuos que constituyen la sociedad. El materialismo histórico plantea básicamente que el nivel macroexplicativo tiene prioridad lógica—y no temporal—en la explicación antes que los otros niveles, pero sin excluirlos. Los niveles se codeterminan pero pesa una asimetría: el nivel macroexplicativo constriñe las posibilidades de los otros niveles a la vez que los hace inteligibles, sin embargo estos existen y actúan con categorías entendibles macroexplicativamente.
En este nivel la discusión que tiene en economía política es respecto a la generación y apropiación de la riqueza: ¿de dónde y hacia dónde? Marx dirá que es el trabajo—o la clase trabajadora—creadora de la riqueza; también que el capital—o la clase capitalista—es generado por y dependiente de la clase anterior. En El Capital se preocupa de dar cuentas de su teoría aplicado al desarrollo del capitalismo en donde se originó. Las pretensiones de aplicación universal como hace la ortodoxia, que ve al Capital como un manual de profecías apocalípticas a cumplirse (y si no a forzarlas), responde a razones principalmente políticas. Bajo la luz de estas pretensiones, la propuesta de Marx para describir las placas tectónicas de la historia pasa a ser usada para ponerse a predecir o a intentar causar terremotos; en un caso, mediante atajos políticos como el electoralismo o el vanguardismo, en el otro, mediante teorías conspirativas sobre satélites y armas de todo tipo. Otra cosa que se encarga de explicar en varias partes es la particular relación que se establece entre el capital—o la clase capitalista—y el trabajo—o la clase trabajadora. De manera bien simplificada, podemos decir que el trabajo es ante todo actividad humana (en ese sentido es nuestra vida.
El capital surge de determinadas formas de trabajo en donde quienes producen venden parte de su vida—en paquetes de jornada laboral—en donde lo producido lo venden a una cierta cantidad de dinero con la cual se paga el sueldo. De lo que queda, una parte se invierte en la misma empresa y otra va directamente al bolsillo del capitalista (la ganancia privada). Esta dinámica particular hace que la relación entre ambas partes sea destructiva: en la medida en que suben los precios (para vender más caro), se hace necesario más sueldo (o bien, que el capitalista reduzca su ganancia). Esto último está lejos de ser su interés y por lo tanto siempre tenderá a recompensar lo menos posible el trabajo, en otras palabras, el capitalista busca desvalorizar el trabajo.
Por otra parte, la clase trabajadora siempre tenderá a recibir la mayor compensación posible, muchas veces empujada por la estricta necesidad. Si de los capitalistas dependiera trabajaríamos gratis, pero como se hace necesario que las cosas no ocurran completamente según sus intereses (si no, nos morimos), las clases se organizan y entran en conflicto. Estos son sus intereses objetivos, es la lucha de clases y la descripción macroexplicativa de la sociedad en términos de clases. En el nivel mesoexplicativo observamos tanto el resultado como el proceso de este conflicto dependiendo de cómo se organiza la sociedad. Así podemos decir que una reforma laboral que admite la flexibilidad laboral responde principalmente a intereses del capital (más evidente aún si es que incentiva la organización del empresariado y atomiza la de las y los trabajadores), también podemos decir que la formación de un estado que garantiza derechos sociales en vez de la ganancia empresarial responde principalmente al interés del trabajo. El nivelmicroexplicativo nos muestra como esta dinámica compleja entre estas dos clases crea un entramado social y cultural en el cual nos constituimos y que no depende de nuestra voluntad (o mérito individual): nacemos, nos crían con ciertos valores, se nos educa de determinada manera, si nacemos de un u otro lado tenemos distintas posibilidades, etc. Si creemos que la relación de estos tres niveles ocurre de manera directa, unívoca o mecánica, concluiremos—conscientemente o reflejado en nuestra práctica—probablemente algo similar a la historia:
Las clases son inferidas económicamente y el desarrollo de las fuerzas productivas es inexorable con autonomía de los otros niveles. Sólo podemos intervenir actuando políticamente acorde al desarrollo anterior y representar institucionalmente el nivel macro. Dependemos de expertos en economía política o profesionales de la política. Si no hubiera tales partidos, la prioridad se convierte generar intervención según “intereses de clases”. De este modo, la historia nos pasa por encima y estaremos sometidos a oscuros—pero materiales—principios económicos y enrevesados conflictos entre partidos, elecciones, bancadas parlamentarias, y burocracias varias.
Lo anterior es una forma posible de interpretar la propuesta de Marx, pero no es la única. Hay una alternativa y consiste en dar prioridad lógica a los fenómenos de niveles superiores, pero no como algo mecánico y causal, como es el caso de valorar determinadas acciones como respondiendo a determinados intereses. De otro modo no podríamos entender por qué alguien como Gramsci puede seguir considerándose marxista a pesar de escribir un texto titulado La revolución contra el Capital con afirmaciones como:
Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado. (Gramsci 1917, https://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm )
Volviendo a Chile, para volver racional y coherente el actuar de un gobierno que declara ser progresista y transformador, pero que constantemente pareciera tropezar consigo mismo realizando políticas neoliberales, no atendamos al relato sobre su identidad—socialistas, comunistas, progresistas, etc.—pero sí a los intereses de clases que están en juego—gobiernos del PS sobre la base de subsidios estatales, el PC defendiendo un aumento de $6.500 del salario mínimo, el PPD teniendo a SQM de militante, y así sucesivamente. En definitiva: no atiendas el mensaje, atiende los golpes.
La explicación social así se explica sobre las bases materiales que componen la sociedad, al mismo tiempo que no la separa del momento histórico en el que está situada. Así el proyecto socialista, de entender que las promesas de la modernidad—libertad, igualdad y fraternidad—se cumplen cuando podemos demostrar que ocurren materialmente y entendido en su momento histórico específico. De este modo del materialismo histórico es una forma de hacer ciencia y de fundamentar el proyecto socialista y no delega la capacidad transformadora de la clase trabajadora en oscuros principios económicos ni en voluntades delegadas en burocracias o “expertos del área”.

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