Iguales y diferentes
Por María Graciela Rodríguez *
La ciudad, entendida aquí como polis, no
remite simplemente al lugar donde se dirimen los conflictos, aunque abarca esta
idea. La ciudad de Aristóteles que retoma Sennet es más bien el espacio donde
la diferencia misma es motor de la política, donde se ponen en juego las
opiniones que una sociedad posee sobre sí misma y sobre sus “otros” y donde
estas opiniones dialogan para elaborar lo común.
La experiencia básica, compartida, de la
humanidad habilita a relacionarse con un otro que vive su experiencia en el
marco de situaciones y valores distintos sesgados por la clase, el género, la
etnia, la residencia geográfica, las credenciales educativas, etcétera.
Comunicar implica poner en común, y en el
mismo proceso, dialogar sobre lo diverso de eso en común. Como una moneda de
dos caras, no hay posibilidad de comunicación si no hay algo en común; pero
tampoco habría nada que comunicar si no hubiera diferencias.
Y sólo se produce sentido al reconocer la
diferencia de una experiencia común. Por ende, si la “mismidad” permite la
comunicación, la alteridad interroga la relatividad de la propia experiencia,
y, como resultado de esa interrogación, se visibiliza la diferencia
Por eso, alteridad, mismidad y diferencia
son categorías que permiten discernir y re-elaborar la diversidad constitutiva
de la experiencia humana y social. En las sociedades mediatizadas
contemporáneas resulta ingenuo pensar a los medios de comunicación como simples
“apéndices” de lo social cuando, actualmente, son uno de sus componentes
fundamentales.
Gran parte de los sentidos comunes que
intervienen en el diálogo se ponen en juego en situaciones cotidianas, tanto
informales como institucionales. Y otra buena parte de ellos circula a través de
los medios de comunicación.
Ambas instancias permiten la
comunicabilidad y la puesta en común de la diversidad de la experiencia humana.
Y aun cuando es innegable que el espacio público no puede reducirse a los
medios, tampoco es posible ignorar la coparticipación que éstos sostienen en su
construcción.
De hecho, espacio mediático y vida
cotidiana confluyen poderosamente en esa zona rutinaria, gris y poco visible
del día a día. Allí los medios inscriben ininterrumpidamente la diferencia, la
alteridad y la mismidad, y de ese modo proveen marcos que encuadran la
producción cotidiana de significados, los que a su vez orientan la regulación
de las relaciones sociales.
Los medios proporcionan recursos para
formular juicios en el mundo cotidiano de los sujetos, poniendo en circulación
tópicos y narrativas peculiares, aportando discursos, textos e imágenes, y
alimentando entonces el diálogo que necesariamente se requiere para la
comunicación pública.
Y aquí se dimensiona un punto central
sobre el modo en que se negocia la relación entre los grupos, porque la
comunicación no sólo permite el diálogo, sino que además expresa públicamente,
pone blanco sobre negro, las relaciones entre las fuerzas desiguales de las que
cada grupo dispone para hacer prevalecer su posición.
El propio diálogo representa el límite de
una frontera móvil entre sujetos con diversos grados de poder y señala por eso
un concepto relativo al lugar desde el cual cada grupo puede acreditarse como
legítimo, como interlocutor válido, como portador de una voz pública con peso
pleno. O no. Y por qué.
Decíamos al comienzo que no hay
posibilidad de política en la mismidad, que no hay “ciudad” posible sin
diferencia y que sí la hay entre sujetos diferentes.
La cuestión crucial aquí es que estos
sujetos diferentes comparten (o deberían hacerlo) un estatuto similar: el de la
igualdad en la ciudadanía. Ser iguales no equivale a ser lo mismo.
Porque mientras lo primero implica una
base igualitaria de derechos y deberes, lo segundo sólo expresa in-diferenciación.
Por eso, escuchar voces diferentes entre
iguales ayuda a pensar, corrige errores, señala caminos hacia lo común,
moviliza certezas, desestabiliza “verdades” adquiridas, previene contra los
totalitarismos de cualquier signo.
Alguna vez Aldo Rico dijo que “la duda es
la jactancia de los intelectuales”. Pues bien, dudemos. O mejor: dejemos que la
diferencia en igualdad nos haga dudar.
Sólo el diálogo de iguales entre personas
diferentes permitirá que la sociedad encuentre la polifonía necesaria para
elaborar lo común. Ese es el camino de la política.
* Doctora en Ciencias Sociales. Docente
Idaes-Unsam y UBA.
Compilación y edición: Info_gap
Reflexión grafica Andrés Peebles
RIO
TURBIO 14 DE JUNIO DE 2013
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