Jorge Fernández Díaz
LA NACION
DOMINGO 19 DE FEBRERO DE 2017
"Macri hizo veinte años de psicoanálisis; trabajó
mucho sobre sí mismo", se jactó ante El País de Madrid el filósofo
presidencial, mientras su jefe cobraba para el campeonato en la Argentina,
precisamente por arreglarle una deuda millonaria a su propio padre. La vida
está llena de ironías, y Hermann Hesse solía deslizar una bastante cruel:
"La familia es un defecto del que no nos reponemos fácilmente". Ni
veinte años de diván te salvan de los chantajes emocionales y amorosos que a
veces circulan de manera sorda e invisible en el interior profundo de las
mejores familias. El padre, los hermanos y algunos otros parientes de esa
constelación se opusieron siempre a la vocación suicida de Mauricio: hacer
política; algo que dañó de hecho la expansión empresarial de ese grupo. Pero la
Presidencia de la Nación resultó realmente el colmo de los colmos: ¿para qué
exponerse a esa "maldición" cuando está el confort corporativo e
incluso hasta la tentadora posibilidad del dolce far niente? ¿Por
qué ser tan egoísta y seguir esa pasión que a todos nos complica y que nos pone
bajo el escrutinio público? A riesgo de hacer una lectura demasiado freudiana,
la respuesta de Mauricio Macri parece ser peligrosamente reparatoria: ¿qué
culpa tenés vos de que yo me haya dedicado a esto?, le dijo a su primo Angelo
Calcaterra cuando éste le insinuó que quería vender su constructora. La
"oveja negra" no quiere que el resto de la manada se rezague y pague
los costos de su decisión personal, y a esto se suma un concepto más gerencial
que político: mientras no se viole la ley de ética pública y las adjudicaciones
sean limpias nadie tiene por qué quedarse afuera. Con ese controversial criterio,
su mejor amigo Nicolás Caputo escala posiciones con intrepidez y vive su
esplendor por contagio: a veces hay que ser y parecer, y elegir entre los
negocios y la historia.
Todo este asunto constituye un dilema de envergadura,
puesto que alguien podrá sumar peras con manzanas y anunciar, sin miedo a
refutaciones, la cantidad de millones que los amigos y parientes de Macri
consiguieron durante su mandato. Estarán atacando de ese modo uno de los
insumos básicos de Cambiemos (la honestidad) y confirmando un prejuicio
ideológico: estos CEOs no se despojaron de sus compañías para hacer una
patriada, sino para usar el Estado y acrecentar el patrimonio. Es que existen
dos formas de ver a estos líderes del sector privado que aceptaron el desafío
de abandonar sus cómodos lugares para bajar al barro de la política y reordenar
la cosa pública: como héroes o como villanos. Así de maniquea es esta sociedad
binaria. Alejandro Rozitchner, en esa misma entrevista, le contaba a los
españoles la necesidad de superar el escepticismo nacional: "Vas a ver, al
final siempre te cagan. Esa es la filosofía de la vieja Argentina". Esa
filosofía sigue vigente y a los descreídos y a los cancheros fatalistas, el
Gobierno les sirve a veces la carnecita en bandeja. Son sensaciones, no palabras,
como pide Durán Barba para la campaña electoral. Claro, y ése es justamente el
problema para Balcarce 50: a los votantes les quedan ahora sensaciones muy
difíciles de desarraigar. Un miembro de la mesa chica, consciente del punto,
decía en voz baja: "Antes tenía doce semanas de vacaciones al año y ganaba
fortunas. Ahora cayó mi nivel económico y mi calidad de vida, y encima estoy
bajo sospecha". Es que hay de todo en la viña del Señor. Lo que no hay es
una convicción rotunda para cambiar estos vicios de raíz, ni por ahora una
herramienta institucional para despejar nubarrones. Una chance sería enviar al
Congreso una ley que regulara de manera severa y hasta injusta los conflictos
de intereses, pero correría el riesgo de no ser votada por el peronismo de
distinto pelaje. Que se ha caracterizado mayormente por una complacencia
colosal frente a la corrupción, por un turbio nepotismo y por la costumbre de
tener socios enriquecidos y hasta testaferros de renombre: esa fue la única
redistribución de la riqueza que lograron. Ahora, gracias a las chambonadas
oficialistas y al caradurismo opositor, esos sospechosos de siempre quieren
manejar la vara moral de la transparencia.
El macrismo no puede escudarse, sin embargo, en que
los kirchneristas de distinta generación miren con lupa reluciente sus
trastadas y con catalejos empañados sus propios pecados. Ni en que estén
permanentemente al acecho, inventando causas judiciales, a veces
espectacularizando datos apócrifos, y practicando una hipocresía surrealista no
exenta de ánimo destituyente. El diputado de Chubut, Alfredo Di Filippo,
flamante renunciante al bloque del Frente para la Victoria y testigo ocular de
sus conjuras, confirmó estos días que las reuniones de sus antiguos camaradas
esencialmente son tormentas de ideas con el objeto "de buscar caminos para
que el Gobierno no pueda gobernar". Muy responsables y democráticos. El
pueblo, agradecido, compañeros.
Una vez más: todo eso no excusa los traspiés
sucesivos ni mucho menos el escandaloso arreglo con el Correo. Si el Gobierno
quisiera blindarse, precisaría incluir en su petit comité a un abogado del
diablo, alguien que anticipe el impacto negativo de determinadas acciones. Y
además una brigada ligera que salga y dé explicaciones cuando los malentendidos
se instalan en la opinión pública; que no defienda lo indefendible pero que
denuncie con nombre y apellido a los conspiradores cuando éstos existan. Una
alta fuente de la Casa Rosada definía amargamente esta semana alguna de los
últimos tropiezos: "El tema de las jubilaciones fue un cálculo aritmético
con exceso de tecnicismo que nunca se ejecutó y que tapa la reparación
histórica de los jubilados, algo que el peronismo se negó a hacer. El presunto
recorte al impuesto al cine, tomado erróneamente de un informe de FIEL, nunca
estuvo en agenda, pero generó revuelo y tuvo a toda la comunidad artística en
vilo y en llamas. La idea de que habíamos reducido las partidas para el Consejo
de la Mujer fue una decisión administrativa mal leída: nunca se tocó el presupuesto.
Pero todos y cada uno de estos temas que no han tenido lugar, son empujados
como hechos consumados y replicados por algunos medios, que los dan
livianamente como ciertos. Ajustadores e insensibles, que perjudican a los
jubilados, a las mujeres y a la cultura; falta que nos digan que nos comemos a
los chicos crudos".
La queja demuestra una cierta impotencia para
gestionar estas escaramuzas, y se recorta sobre una realidad que angustia al
mismísimo jefe del Estado: su imagen y los índices de aceptación experimentaron
por primera vez un bajón notable. Parecía que en diciembre estallaba el país y
que en enero los cortes masivos de luz serían una pesadilla, pero ese
apocalipsis no sucedió, y Macri gozó de cuarenta días de tregua. Entonces
llegaron febrero y los anticipados idus de marzo: para bajar el déficit fiscal
y hacer más virtuosa la economía, el Gobierno esperó a los ciudadanos de vuelta
de las vacaciones con más incrementos y más sacrificios. ¿No era que tendríamos
un año mejor?, se preguntaron muchos. La reactivación del consumo no se produjo
y la paciencia popular se está agotando. Este es el verdadero iceberg debajo de
los infortunios y fuegos artificiales de estas horas. Freud puede solucionar
las culpas emocionales, pero no sirve para encontrar salidas a los laberintos
políticos. En ese terreno enredado y traicionero, Mauricio Macri necesita
ayuda. La gran pregunta es si se dejará ayudar.
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