El periodista de LA NACION que entrevistó al escritor da su punto de vista sobre la polémica
Sólo falta que diga que lo drogamos para que dijera lo que dijo. O que lo amenazamos con un revólver en la cabeza. O que el que vino a La Nación para prestarse a una entrevista no era él sino un actor disfrazado que hacía meses estaba estudiando un guion fríamente elaborado por las fuerzas del mal y que practicaba hasta para hablar como él.
Me decepcionó José Pablo Feinmann. Hoy publicó una columna en Página 12 en la que sigue el esquizofrénico derrotero que eligió desde que salió la entrevista en La Nación. De afirmar que la entrevista "está bien", pero que el problema era el título de la nota de la versión online del diario que estaba "sacado de contexto", pasó a tratarme de tramposo porque afirma que me mostré amable con él para lograr que aflojara su lengua, se queja de que sus palabras fueron "tan distorsionadas (sobre todo en la edición para Internet de la nota)" y considera que "el problema (de la entrevista) surgió cuando encaró (el periodista) el tema de la corrupción", al que considera "un viejo tema golpista" (tema sobre el que sólo quiero recordar cómo lo encara alguien como Dilma Rousseff, por ejemplo).
Entiendo por qué Feinmann publica esa columna: lo están despedazando en las filas K. Ya en el comienzo de mi nota imaginé que lo iban a triturar por las críticas contra el kirchnerismo y la forma en que tomaba distancia del Gobierno durante nuestro diálogo, y expresé mi deseo de que no fuera así. Pero era innecesario ensuciarme, sobre todo porque el escritor llena de falsedades su tardío y forzado acto de expiación política.
No hubo trampa alguna en la charla que tuvimos. Ni en ésa ni en ninguna: no soy tramposo. Seguramente podrían atestiguarlo muchos de los más de 120 personajes que entrevisté para el suplemento Enfoques a partir de fines de 2008: desde Lula, Michelle Bachelet, Pepe Mujica y Rafael Correa hasta Alberto Fernández, Sergio Massa, Graciela Ocaña, Eugenio Zaffaroni, Carmen Argibay, Jorge Coscia, Daniel Scioli, Miguel Ángel Pichetto, Milagro Sala y gran parte del espectro opositor al kirchnerismo.
Feinmann, luego de haber elogiado la entrevista durante un diálogo que tuvo ayer con Víctor Hugo Morales, escribe hoy que este periodista "amable" le armó un escenario "agradable" para aflojarle la lengua y se viera obligado de esa forma a decir cosas tremendas en las que aparentemente no cree y que nunca quiso decir.
Hay un primer problema para la teoría de la trampa: gracias a que la entrevista fue filmada para que pudiera difundirse una versión en lanacion.com, cualquiera puede apreciar cómo, desde el minuto 7.11 hasta el minuto 9.22, sin cortes ni edición alguna, Feinmann dice, en aparente pleno uso de sus facultades mentales: "No me parece un tema menor (el del crecimiento patrimonial de los Kirchner). Habría que hacer un muy buen análisis de cómo creció ese patrimonio, que alguien demuestre con qué mecánica se hizo la extracción ilegal. Eso me tranquilizaría mucho más. Me dolió cuando se habló de un hotel de dos millones de dólares que pertenecía a Néstor Kirchner. Pero no me duele tanto: no tengo mi causa total comprometida con los Kirchner y estoy acostumbrado a que los líderes en los que uno confía hagan también grandes macanas. Yo creí, o quise creer, en Perón. Fíjate cómo me fue y cómo nos fue a todos. La cabeza, a esta altura, no la doy por nadie. Uno sufre con estas cosas porque desearía que se aclaren y que ellos digan: "Esto viene de acá". Y que les quiten la incomodidad a los que adhieren al Gobierno porque es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablan del hambre. Por ejemplo, cuando Cristina dice que es la primera que renuncia a los subsidios, sería muy bueno un acto simbólico: "Yo doy 10 millones de dólares para hacer un barrio en tal lugar".
Hay un segundo problema para la teoría de la trampa: no sólo que, apenas terminada la entrevista, Feinmann me agradeció la charla que tuvimos, las preguntas que le hice y hasta me regaló un disco de Martha Argerich de su propia colección personal, sino que también me llamó anteayer para aclararme que no tenía ningún problema conmigo ni con la nota publicada ("la entrevista está bien", insistió) sino con el título que apareció en la versión online (que incluso le trajo aparejado un fuerte reproche de su esposa, según me confesó), elogió cálidamente la forma en que aclaré algo que él quería aclarar (a partir de una errónea mención en una noticia sobre el caso Larrabure) y hasta me pidió consejos porque, debido a la repercusión de sus declaraciones, quería ir a todos lados a explicar su postura ("como Beatriz Sarlo") y me reveló que había prometido su asistencia al programa que tienen en la señal TN los periodistas de Clarín Eduardo van der Kooy y Julio Blanck. "¿Te parece que vaya?", me preguntó. Le sugerí que pensara si valía la pena, en este contexto, concurrir a un ciclo que emite el "monopolio mediático" para evitar que lo sigan maltratando en distintos foros del kirchnerismo.
El tercer problema surge de lo siguiente: supongamos que soy un periodista tramposo y que, doblegado por mi amabilidad y la construcción de un clima agradable, Feinmann dijo cosas que no quería decir y que no piensa realmente. Pero ayer el escritor habló con Víctor Hugo Morales , un periodista del que, supongo, no podría sospecharse ninguna animosidad contra él ni contra el Gobierno. Y allí, sin trampas aparentes, como puede constatarse en el sitio web de Radio Continental, Feinmann afirmó cosas como éstas: "El título está elegido de manera totalmente fuera de contexto, en su manera más brutal, llamando ladrones a quienes no creo que sean ladrones. Y en todo caso, si vamos a hablar de ladrones, empecemos por otro lado. Aquí los grandes ladrones no están en la Casa de Gobierno, están en la Sociedad Rural, en las grandes corporaciones, la gran oligarquía argentina, esos son los grandes ladrones del país. Que Néstor y Cristina hayan afanado algunos cuantos mangos, y sí, me molesta, pero eso no arruina todo lo que están haciendo". Fue tan lejos al haber asegurado que los Kirchner "afanaron algunos cuantos mangos", que fue Morales el que lo tuvo que frenar preguntándole si a él le constaba lo que estaba diciendo. Y tuvo que decir que no, que no le constaba.
Mi entrevista con Feinmann fue pactada libremente con él (aunque había un interés manifiesto por publicitar su nuevo libro), sin condicionamientos. No lo obligué a hablar ni a decir lo que dijo. Conversamos durante una hora y 50 minutos ante un grabador digital, un fotógrafo y una camarógrafa, en un estudio con luces de un set televisivo. No hubo grabaciones subrepticias ni tampoco off the record. Me preocupé para que, tanto en la versión en papel como en el video, no estuvieran ausentes sus referencias positivas al Gobierno y algunos elogios a la Presidenta.
Tiene todo el derecho de enojarse por un título (aunque es un textual, no una frase construida o dicha con otro sentido), pero de lo que no tiene derecho Feinmann es a tratarme de tramposo: no lo soy y respeto escrupulosamente la palabra del entrevistado. Lo califiqué de escritor genial y sigo pensando que lo es. Pero fuera de sus libros, al menos, me demostró que miente y que no es capaz de sostener lo que piensa. ¿Hay algún adjetivo para eso? Prefiero no hacerlo porque no quiero triturarlo: él se metió solo en esa actitud, tan lejana a la honestidad de su literatura, de intentar explicar lo inexplicable. Lo único que exijo es que no me arrastre, tratando de ensuciarme para salvar su pellejo, que él mismo expuso, por ese camino vergonzoso y vergonzante.
Las últimas líneas del recuadro de mi nota decían lo siguiente: "Feinmann, como él mismo destacó, es feinmanneano. Y si eso equivale a opinar con tanta libertad, me dan ganas de sumarme". Es evidente que cedió poco dignamente ante los que no se bancaron tanta libertad de opinión (empezando por él mismo), pero, parafraseando a Sarlo, sólo podría decir: "Conmigo no, Feinmann". Ni conmigo ni con el video que nunca podrá desmentir y que contiene las palabras que se convirtieron en el verdadero puñal que se clavó en la espalda
Por Ricardo Carpena
LA NACION
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