AMÉRICA LATINA
Karoline Mayer, la Madre Teresa de Latinoamérica
Desde Alemania fue a vivir a los
barrios más miserables de Chile. Se abrazó con Salvador Allende, la expulsaron
del país, ayudó a los perseguidos de Pinochet. Hoy tiene un imperio solidario
entre la pobreza de Santiago.
El año 2008 Karoline Mayer
(1943, Eichstätt) dijo que Benedicto XVI “no sabe lo que es el trabajo
pastoral”. Esa sola frase muestra de cuerpo entero a esta monja alemana que en
su juventud estudió para ser enviada a China y que, por cosas del destino,
terminó en Chile, un país de nombre parecido, pero de cultura distinta. Ahí
creó un verdadero imperio de la solidaridad, que hoy cubre las necesidades de
miles de personas pobres de Santiago.
En su oficina reluce un afiche
del cantautor Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Pinochet en 1973, poco
después del golpe de Estado. En la pared del frente, la fotografía de unos
niños marginales, de los que crecen en las poblaciones “callampa” de los
extrarradios de la capital de Chile. Callampas porque se llenan, en medio de la
humedad, el frío y el agua, de casas malhechas de cartón y latas. Hasta allá
llegó Mayer, que prefiere que le sigan simplemente Carolina.
Karoline Mayer muestra los
talleres de la Fundación Cristo Vive, en Santiago de Chile.
La historia es más o menos
sencilla. En 1968 Karoline, triste por no haber cumplido su sueño de misionar
en China, decide estudiar enfermería en la Universidad de Chile. También cursa
Sociología y Economía porque “quería conocer la realidad del país. En los 60 y
70 los estudiantes estaban comprometidos con la justicia social. Y aunque al
principio cuestionaban a esta monja que venía con la cruz, entendieron que yo
quería sumarme a ese grupo que no filosofaba sobre la pobreza, sino que la vivía”,
dice Mayer con un español lastrado por un leve acento alemán, mientras acomoda
en su pecho una insignia que dice “no al lucro”, el lema de los estudiantes
chilenos que hoy piden educación gratuita.
Un abrazo con Salvador Allende
Las ansias de igualdad brotan
por los poros de Karoline Mayer, quien en 1990 creó la Fundación Cristo Vive.
Ubicada en los extrarradios de Santiago, ayuda en las poblaciones más pobres
con sus consultorios médicos (de mejor calidad que los estatales), centros de
rehabilitación para adictos a las drogas, escuelas para jóvenes, jardines
infantiles para hijos de madres adolescentes y un largo etcétera, que cubre a
una población que supera largamente las 100 mil personas.
“¿Quién puede vivir acá con el
sueldo mínimo?”, se pregunta mientras mira la cordillera de los Andes por la
ventana. En Chile el ingreso básico es de 280 euros, aproximadamente. “Se
descuenta el 20% por salud y previsión social, te quedas con 220 euros y el
kilo de pan cuesta 1,50 euros. Esto remece”, reflexiona en voz alta. Luego
vuelve al pasado, a 1971, cuando la experiencia de ayuda universitaria se le
hizo poca y pidió permiso en su congregación para irse a vivir con los pobres.
Costó, pero la autorizaron.
“Estando cerca del mundo obrero
es posible comprender su manera de pensar, de vivir. Es un idioma distinto, y
para ayudarlos hay que entender ese idioma y desde ahí encontrar mecanismos
para mejorar su vida”, cuenta sobre los dos años que se sumergió en la
carencia, en una casucha de madera de 6 por 6 metros. “No sé cómo, pero un día
se supo de esa experiencia y el presidente Salvador Allende fue de sorpresa a
visitarnos. Nos encontramos, nos dimos un abrazo”, rememora Mayer, que ha sido
llamada por la prensa “la madre Teresa de Latinoamérica”, pues su fundación se
extendió ya a Perú y Bolivia.
Gritando en el avión
Esa cercanía pareció sospechosa
en la Iglesia y un día la llamaron para avisarle que debía volver a Alemania.
Una vez arriba del avión le vino la pena y la rabia, todo junto. “Me puse a
gritar, a llorar. Los de Lufthansa pensaban que esta monja estaba loca. Qué
terrible fue eso”, cuenta. “En Alemania estaba perdida, anduve semanas muy mal.
Hasta que pedí regresar a Chile y me dijeron que no, porque estaba en una lista
negra. Reclamé, porque nunca hice desmanes ni nada relacionado con la política.
De milagro me autorizaron y regresé en diciembre de 1973. Chile entonces era
otro mundo”, dice.
El golpe de Estado de Pinochet
había impuesto el miedo. “Eran tiempos difíciles. Allanaban las casas, se
llevaban a la gente detenida. A mi querido amigo, el cura Michael Woodward, lo
mataron. Joan Alsina, otro cura obrero, apareció muerto en el río Mapocho de
Santiago. Yo tenía un miedo tremendo por mi gente”, cuenta. Por eso se metió a
la red de disidentes y ayudó a decenas de personas a salvar sus vidas,
escondiéndolos, preguntando por ellos a las autoridades, protegiéndolos.
Karoline Mayer apoya las
demandas estudiantiles portando el lema “No al lucro”.
“Mi familia sufrió mucho durante
el Tercer Reich. Eran contrarios a Hitler, a mi padre lo echaron de su trabajo.
Yo tenía esa historia, no quería repetirla y cuando uno no quiere que el
sufrimiento se extienda, debe hacer algo”, sentencia. Entre las cosas que hizo
entonces fue montar un policlínico en su propia casa, que funcionó por 10 años
atendiendo a los pobres. Retornada la democracia a Chile fundó Cristo Vive, que
subsiste gracias a aportes provenientes de Suiza, Luxemburgo y Alemania. El año
2001, el gobierno decidió darle la nacionalidad chilena por gracia.
“Soy chilena por gracia y por
adopción”, dice Karoline, siempre sonriente. Se hace tarde y debe revisar mil
cosas. Saluda a medio mundo, pasea por los talleres donde jóvenes de escasos
recursos estudian un oficio y cuenta por qué reparte la píldora anticonceptiva
“Postinor 2”, que la iglesia chilena recomienda no usar. “La reparto porque
respeto la vida de las personas. Los que tienen recursos la compran libremente.
Lo justo es que los que no tienen recursos también puedan conseguirla”, dice
antes de permitirse una última reflexión.
“No envidio a los que tienen
más, a los que viven en un trono de oro. Bien por ellos, que tienen sus cosas,
sus teléfonos celulares modernos. Pero eso es mero placer. Para mí la verdadera
felicidad es algo que sale de adentro, de acá”, dice tocándose el pecho,
tomando la cruz, acariciando la insignia que dice “No al lucro”.
Autor: Diego Zúñiga
Editor: Enrique López
No hay comentarios:
Publicar un comentario