*RINA BERTACCINI | En el continente actúan básicamente dos estrategias contrapuestas,
la del imperialismo que intenta seguir ejecutando sus proyectos de dominación y
la de las fuerzas populares que luchan por afirmar su soberanía.
Rina Bertaccini* – Alainet
La cuestión Malvinas ha trascendido ampliamente los límites de la República
Argentina. Hoy es una causa latinoamericana y, en cierta medida, alcanza una
dimensión mundial. La explicación de este hecho tan significativo –esperanzador
en un sentido y preocupante en otro- debe buscarse precisamente en el análisis
del contexto geoestratégico de América Latina y su relación con la crisis
global que atraviesa la civilización capitalista.
Un
examen exhaustivo excede largamente los márgenes de este artículo. Pero
intentaremos echar una mirada en esa dirección tomando como punto de partida la
idea de que Malvinas no es una cuestión aislada y por eso conviene considerarla
como parte de una geoestrategia regional.
Tenemos
en cuenta, asimismo, que en el continente actúan básicamente dos estrategias
contrapuestas, la del imperialismo que intenta seguir ejecutando sus proyectos
de dominación y la de las fuerzas populares que luchan por afirmar su soberanía
y conquistar la plenitud de derechos para las amplias mayorías.
Una rémora del pasado colonial
A
esta altura de los acontecimientos parecería innecesario señalar que la
ocupación británica de los archipiélagos de las Malvinas, Georgias del Sur y
Sandwich del Sur es una rémora del colonialismo del siglo XIX. Sin embargo
estamos obligados a hacerlo frente a las insólitas declaraciones del primer
ministro inglés David Cameron que acusa de “colonialista” a la Argentina por no
reconocer la supuesta “autodeterminación” de los actuales habitantes de las
islas.
Como
no podemos pensar que semejante desatino se debe a la ignorancia, preferimos
preguntarnos a dónde apunta el representante oficial del imperio que todavía en
el siglo XXI mantiene en el mundo diversas posesiones coloniales conquistadas
mediante guerras y actos de piratería. Precisamente de ese modo, y con la ayuda
decisiva de los EEUU, en 1833, desalojaron violentamente a la guarnición
militar y a la población argentina que vivía en Malvinas y trasplantaron a
súbditos británicos, provenientes de distintos lugares, con el objetivo de
consolidar la usurpación. Ese acto pirata –que no fue un hecho aislado sino la
expresión de una política de expansión colonial desplegada en el mundo entero–
es el origen de la población malvinense que ahora quieren presentar como un
pueblo con derecho a la autodeterminación.
La
pretensión no resiste el menor análisis. La propia ONU reconoce que existe una
ocupación colonial y que se trata de un problema de violación de la integridad
territorial de un país soberano (la Argentina) situación a la que se debe poner
fin mediante una negociación pacífica entre ambas partes en conflicto, a lo
cual se niega sistemáticamente la Corona Británica.
Algo más que una supervivencia del pasado
Pero
no se trata únicamente de una supervivencia del pasado colonial. Las Islas
Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, como lo hemos señalado en
trabajos anteriores, son hoy una pieza importante en la estrategia global del
imperialismo y particularmente en el accionar de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN), maquinaria de guerra, actualmente extendida por
todo el planeta.
La
posesión de nuestros archipiélagos les permite el control de la parte sur del
Océano Atlántico, de las rutas marítimas que unen América del Sur con Africa y
su conexión con el continente Antártico y con los países del Pacífico a través
del Estrecho de Magallanes y el Pasaje de Drake, todo lo cual tiene una enorme
importancia económica y geopolítica. Están en juego los cuantiosos recursos
naturales de la plataforma continental argentina –una de las más extensas del
mundo– que hoy usufructúan ilegalmente mediante la venta de licencias de pesca
y de exploración de petróleo a empresas trasnacionales, de lo cual obtienen
ganancias millonarias a costa de la depredación de bienes naturales que
pertenecen al pueblo argentino. Es por todo ello que Gran Bretaña se niega a
entablar negociaciones por la soberanía.
El proyecto de la OTAN
Es
precisamente para resguardar el despojo, pero también para contribuir a la expansión
global de la OTAN que han construido en la Isla Soledad (Archipiélago de las
Malvinas) la gran base militar de Mount Pleasant, inaugurada en 1986, que
dispone de una pista de aterrizaje de 2.600 metros de longitud, un puerto de
aguas profundas (denominado Mare Harbour) donde atracan submarinos atómicos,
así como de silos para almacenar armas nucleares e instalaciones con capacidad
para albergar varios miles de efectivos militares.
Obviamente,
no hace falta tamaño enclave militar para “defender a 2.800 malvinenses” que no
son objeto de ataque alguno. Por el contrario, la Fortaleza de la OTAN en
Malvinas constituye una amenaza real para los pueblos de la región pues acerca
peligrosamente la guerra a las costas latinoamericanas. Pero, además, la misma existencia
de la Fortaleza Malvinas y las actividades de entrenamiento bélico que en ella
se realizan (por ejemplo, de contingentes de soldados de la OTAN que participan
en la guerra de Afganistán y permanecen en Malvinas durante seis semanas)
contradicen abiertamente la Resolución 41/11 de las Naciones Unidas que declara
el Atlántico Sur una Zona de Paz y Cooperación. En la misma política se
inscribe la reciente decisión unilateral británica de establecer en torno a las
Islas Georgias y Sandwich del Sur una zona de exclusión pesquera de un millón
de kilómetros cuadrados que será patrullada por naves de guerra del Reino
Unido.
Vale
recordar que la citada Resolución de la Asamblea General de la ONU, aprobada el
27 de octubre de 1986, puntualmente (párrafo 3º) “exhorta a todos los Estados
de todas las demás regiones, en especial a los Estados militarmente
importantes, a que respeten escrupulosamente la región del Atlántico Sur como
zona de paz y cooperación, en particular mediante la reducción y eventual eliminación
de su presencia militar en dicha región, la no introducción de armas nucleares
o de otras armas de destrucción masiva y la no extensión a la región de
rivalidades y conflictos que le sean ajenas”.
Todo
lo cual, agregado a la reactivación, en 2008, de la IV Flota de Guerra de los
Estados Unidos que se desplaza libremente “por las aguas azules, verdes y
marrones” del hemisferio occidental, instala nuevas e inquietantes amenazas a
la paz en Nuestra América.
Para
calibrar adecuadamente la magnitud de tales amenazas resulta imprescindible
analizar el actual desarrollo de la crisis mundial y tomar en cuenta, por
ejemplo, los recientes sucesos en el mundo árabe donde se combinan operaciones
neocoloniales del imperio, maniobras de inteligencia y la intervención militar
directa como en el caso de Libia. Tal como advierte el economista Jorge
Beinstein “nos encontramos ante la apariencia de una convergencia de numerosas
‘crisis’, en realidad se trata de una única crisis gigantesca, con diversos
rostros, de dimensión (planetaria) nunca antes vista en la historia, su aspecto
es el de una gran crepúsculo que amenaza prolongarse durante un largo período”.
Beinstein señala además otro dato de la realidad que no puede ignorarse a la
hora de evaluar peligros de guerra: “Actualmente el Complejo Militar Industrial
norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN)
gasta en términos reales más de un billón (un millón de millones) de dólares”.
Tal
volumen de gastos improductivos no hace sino agudizar la crisis capitalista
especialmente en los países centrales –Gran Bretaña y Estados Unidos entre
ellos– cuyas elites gobernantes pueden verse tentadas a buscar “soluciones” a
la crisis en nuevas aventuras bélicas.
La militarización imperial en nuestros días
Volvamos
ahora a la cuestión de la OTAN, el bloque militar que en el presente
protagoniza todas las guerras y agresiones armadas contra los pueblos. En su
última cumbre, realizada en Portugal en noviembre de 2010, la OTAN ha
proclamado su carácter global, es decir la decisión de actuar en todos los
continentes y todos los espacios marítimos del planeta como brazo armado del
poder imperial.
Para
eso cuenta con la red de bases militares extranjeras de Estados Unidos, Gran
Bretaña y otros Estados de la OTAN, con las flotas de guerra de las potencias
centrales (portaviones, barcos, submarinos atómicos y aviones de combate) que
constituyen verdaderas bases militares móviles; con una masa letal de
armamentos modernos capaces de destruir el mundo; con decenas de miles de
efectivos de las fuerzas armadas oficiales y una multitud de mercenarios
reclutados por “empresas contratistas”, repartidos en distintos países.
Al
respecto, y aunque es sabido, no conviene olvidar que el Jefe de la OTAN ha
sido desde su fundación en 1949, y sigue siendo hasta hoy, un general del
Pentágono, de donde provienen las orientaciones estratégicas, la dirección
efectiva y los planes concretos que llevarán a cabo los miembros de la alianza
atlántica para mantener la dominación imperialista a escala global. De esta
maquinaria infernal provienen las principales amenazas que enfrenta la
humanidad en estos días.
Formas renovadas para un viejo proyecto
La
militarización imperial en América Latina se ha expresado históricamente de
maneras diversas, pero su esencia no ha variado. Tanto en las nuevas como en
las viejas formas el objetivo ha sido y sigue siendo el mismo: lograr la
dominación y la explotación de nuestros pueblos. Sobre las formas renovadas que
asume el proyecto imperial y la actual ofensiva de remilitarización, pueden
consultarsedos documentos elaborados en los últimos años. Me refiero al “Joint
Visión 2020” (Visión conjunta 2020) y a otro titulado “United States Southern
Command Strategy 2018“ (Estrategia del Comando Sur de los EEUU hacia el 2018).
El primero fue elaborado por el conjunto de los comandos del Pentágono y el
segundo, por el Comando Sur. En ambos casos se expresa, más o menos claramente,
un proyecto de recolonización del continente.
El
núcleo del documento Visión Conjunta 2020 es la doctrina de la dominación de
espectro completo entendida como “la capacidad de las fuerzas de los EEUU,
operando unilateralmente o en combinación con aliados multinacionales o fuerzas
inter-agencias, de derrotar a cualquier adversario y controlar cualquier
situación a lo largo de todo el espectro de operaciones militares.”
Y,
explica: dichas operaciones “incluyen el mantenimiento de una postura de
disuasión estratégica. Incluyen acción en el teatro de operaciones y
actividades de presencia. Incluyen el conflicto con empleo de fuerzas
estratégicas y armas de destrucción masiva, guerras de teatro principal,
conflictos regionales y contingencias de menor escala. También incluyen
aquellas situaciones ambiguas que se ubican entre la paz y la guerra, tales
como las operaciones para mantener y hacer cumplir la paz, así como operaciones
no-combativas de ayuda humanitaria”.
Con
toda crudeza nos están advirtiendo qué podemos esperar de las guerras
imperialistas del siglo XXI: una acción global desplegada en todos los
dominios: el específicamente militar con su poder letal, pero también en el
plano político, económico, ideológico y cultural, sin limitación o
condicionamiento jurídico o moral de ninguna clase. No es una simple amenaza,
es lo que hicieron en el año 2011 en Libia; es la forma en que ejecutaron a Bin
Laden, en Pakistán. Es lo que denuncia el investigador canadiense Rick Rozoff
en relación al uso de aviones sin piloto en un ataque bélico “libre de riesgo y
por encima de la ley”.
En
el segundo documento mencionado anteriormente “La Estrategia del Comando Sur
hacia 2018” –fechado en diciembre de 2008– se concretan los conceptos de VC
2020 como objetivos para América Latina y el Caribe (6). En él afirman la idea
de que el sistema de seguridad a nivel continental debe garantizar al Pentágono
la posibilidad de realizar operaciones en cualquiera de los países de la que
consideran su “área de responsabilidad” y también en los que denominan
“espacios neutrales”, es decir aguas internacionales, espacio aéreo, espacio
cibernético. El Atlántico Sur podría ser uno de ellos.
Una alternativa esperanzadora
Dijimos
al principio que en el continente actúan básicamente dos estrategias
contrapuestas, y describimos después los peligros que se derivan de la
estrategia imperial.
Digamos
ahora que en América Latina y el Caribe se está construyendo una estrategia
común de las fuerzas que se oponen a los proyectos de dominación. Una
alternativa que viene de la mano de los pueblos que luchan por la paz y por su
plena soberanía en el marco de un original proceso de integración regional, con
la creación de la Unasur, el ALBA y la nueva Comunidad de Estados de América
latina y el Caribe (CELAC). Un proceso esperanzador en el que diversos gobiernos
toman distancia de las hipótesis de conflicto y los proyectos imperiales de
dominación y buscan alternativas y caminos comunes para construir políticas
propias de seguridad y defensa nacional. En esa búsqueda se inscribe la
conformación del Consejo de Defensa Suramericano de Unasur y la reciente
inauguración en Buenos Aires del Centro de Estudios Estratégicos para la
Defensa, así como la apertura en Bolivia de una Escuela de Defensa de los
Países del ALBA.
Precisamente,
los Estados de Unasur, del ALBA y la CELAC, al igual que el Mercosur, son los
que hoy están asumiendo la causa Malvinas como una cuestión no sólo argentina,
sino también de los países de Nuestra América, con lo cual se fortalece
sustancialmente el reclamo de descolonización de Malvinas y desmilitarización
del Atlántico Sur.
Frente
a la actual ofensiva político-diplomática del gobierno argentino, los países
hermanos cierran filas en apoyo a la reivindicación de la soberanía argentina,
así como en la exigencia de que la Corona Británica respete las resoluciones de
la ONU e inicie las correspondientes negociaciones.Pero, esta vez, la decisión
de los gobiernos latinoamericanos y caribeños fue más allá de las declaraciones
de solidaridad y adoptaron algunas medidas concretas que afectan económica y
políticamente los intereses imperialistas, como es el caso de prohibir el
atraque de barcos con la bandera ilegal de Malvinas (que como declaró el
presidente uruguayo no es la bandera de un país sino de un enclave colonial que
desafía la legalidad internacional).
En
el mismo sentido, tiene un gran significado el anuncio del canciller brasileño
–anuncio hecho en Brasilia durante una conferencia de prensa realizada el 18
/01 / 2012, en presencia del canciller británico– informando que los gobiernos
de Uruguay y Brasil están trabajando “para convocar una conferencia de la Zona
de Paz y Cooperación del Atlántico Sur, que reuniría a países suramericanos y
africanos con costa atlántica”. De concretarse la iniciativa, puede ser otro
serio revés para los planes de Gran Bretaña y la OTAN en la región.
*Rina
Bertaccini es presidenta del Movimiento por la Paz, la Soberanía y la
Solidaridad entre los Pueblos (Mopassol) de Argentina y vicepresidenta del
Consejo Mundial por la Paz.
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