La cuestión capital de nuestra historia y presente, es si cada uno de
los países que existen en América Latina son "naciones" distintas,
tan diversas como Francia de China o, por el contrario, si Latinoamérica en su conjunto es una sola
Nación pero inconclusa, dividida por un infortunio histórico y fragmentada en
una veintena de Estados independientes.
Es notable que la influencia
externa en Latinoamérica haya deformado el relato de nuestro pasado histórico
al punto de desdibujar nuestros propios orígenes y deseos.
En 1806 desembarcaron por
primera vez en territorio argentino soldados británicos: 7.000 ingleses que
fueron repelidos por los criollos, capturados y reenviados a su tierra de
origen. Al año siguiente regresaron con 12.000 hombres que sufrieron la misma
suerte. Pero, lamentablemente, en 1833 la tercera invasión inglesa tuvo éxito.
En las Islas Malvinas, arrebatadas por las fuerzas de Su Majestad, el Gaucho
Antonio Rivero y sus hombres, son incomunicados con Buenos Aires para solicitar
refuerzos, resistieron heroicamente durante seis meses, hasta que finalmente
los piratas vencieron y se establecieron en el archipiélago.
Este atropello fue otro
episodio más de la intervención británica en los países del Plata, así como la
separación del Uruguay de las Provincias Unidas, el bloqueo de 1845 que provocó
el combate de la Vuelta de Obligado o la sangrienta Guerra del Paraguay.
También los franceses -competidores de Gran Bretaña en el reparto colonial-, y
la joven pero rapaz burguesía norteamericana perpetraron atentados contra
nuestra soberanía.
Los actuales países
centrales lograron su Estado nacional en un proceso que duró siglos de
evolución de las fuerzas productivas (Inglaterra y Francia) o lograron la
unidad nacional en el siglo XIX (Alemania o Italia), en la centuria conocida
como el "siglo de las nacionalidades". Este desarrollo continuó y
provocó la necesidad de saltar los límites que establecían de sus fronteras y
expandir su influencia hacia la periferia asiática, africana o latinoamericana
o caribeña. A estas regiones, conforme a la división internacional del trabajo,
les correspondía el destino de consumidores de los productos industriales
europeos (y luego norteamericanos), por lo que el centro industrializado
impidió su industrialización. "Los civilizados cierran el paso a los que
quieren civilizarse" reza el clásico.
Ahora bien, la cuestión es
si cada uno de los países que existen en América Latina son
"naciones" o si Latinoamérica
en su conjunto es una sola Nación, inconclusa, dividida por un infortunio
histórico.
Desde Mexicali hasta
Ushuaia millones de hombres transitan por un territorio común que alberga a los
más espectaculares paisajes, provistos de riquezas naturales invaluables,
comunicándose en la misma lengua (incluyendo el Brasil de habla portuguesa,
íntimamente emparentada con el castellano).
La lengua castellana y
portuguesa, son el vehículo de comunicación producto de una prolongada historia
de colonización y nacionalización de América, donde se fusionaron los pueblos
aborígenes con los colonizadores e inmigrantes europeos, dando lugar a la
principal característica americana, que es el mestizaje, generando tipos
humanos únicos, ni españoles ni precolombinos, sino americanos nuevos, a los
que pronto se incorporó el esclavo africano, que completó el régimen de
esclavitud y de servidumbre al que estaban sometidos los nativos.
Con la Independencia comenzaron doscientos años de
lucha en los que héroes y enemigos comunes aparecieron y en los que
revoluciones y contrarrevoluciones se daban casi sincronizada mente en las
repúblicas latinoamericanas, permitiendo ver al mismo tiempo lazos económicos y
políticos que en determinados momentos se debilitan y en otros, como el momento
actual, se fortalecen, pero que nunca se extinguen. “Desde el punto de vista
moral formamos un bloque ya seguro. ¿Qué diferencias hay entre la literatura
chilena y la uruguaya, entre la de Venezuela y la del Perú? Con leves matices,
se advierte de norte a sur un solo espíritu”, decía el latinoamericano Manuel
Ugarte.
La academia ha negado el
origen hispánico de la revolución de Independencia a principio del siglo XIX,
que no es sino la prolongación en tierra americana de la revolución que se daba
en España, parte de nuestra Nación por entonces, contra la invasión
napoleónica, para ponerle fin al yugo absolutista. Pero el retorno de Fernando
VII no dejó más opción que la declaración de la Independencia, ya que la
ausencia de una fuerza centrípeta como fue la burguesía industrial en Europa, y
la existencia del poder centrífugo de las oligarquías nativas aliadas al
interés extranjero, impidieron que la emancipación del absolutismo real
conservara la unidad de los antiguos dominios hispánicos, reunidos en una sola
Nación moderna. Los puertos decretaron la libertad de comercio con Gran Bretaña
y suplantaron el monopolio del Rey por un colonialismo interno que ponía a los
pueblos bajo la dependencia de ricos hacendados y de la burguesía importadora,
y cada nueva república bajo la férula británica, fragmentando la Nación
Hispano-criolla en veinte Estados indefensos ante la formidable presión del capitalismo
europeo y norteamericano.
"Somos un país
porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en
ser americanos."1
Así como la tarea a
resolver para lograr la unificación, la cuestión nacional, significó para los
europeos abolir las estalactitas feudales en decadencia, hoy en día para
nosotros significa expulsar la intromisión foránea, verdadera causa de nuestro
atraso y de las injusticias por las que pasamos.
Divide et Impera, la fórmula romana sirve aún
a quienes la emplean en nuestro tiempo.2
La expresión actual son las
bases militares norteamericanas en territorio latinoamericano, utilizando como
excusa el narcotráfico o el enclave inglés en nuestras Malvinas, u organismos
internacionales como la OEA que no permiten la participación de Cuba, ONGs como
Greenpeace, financiadas por el capital foráneo para protestar por las
explotaciones argentinas en los Andes y callar ante el saqueo inglés de los
recursos naturales de Malvinas. De tales bases, de sus embajadas, junto a las
grandes corporaciones mediáticas y financieras, están surgiendo los golpes de
Estado como los de Honduras o Paraguay, o intentos fallidos como en Venezuela o
Ecuador; todos con la participación directa o indirecta de Estados Unidos. Está
claro que no se trata de una abstracción, sino de la realidad misma que nos
rodea.
Entonces, los reclamos por
Malvinas se manifiestan no solo como una espina argentina impostergable de ser
arrancada, sino como un derecho nacional, porque la Nación es América Latina y
es su soberanía y sus recursos los que son apropiados por el colonialismo
inglés.
Nuestra inmensa Nación, que
un día midieron las espadas de San Martín y Bolívar en una epopeya de libertad
y unificación, hoy en día, quizás con más fuerza que nunca en la historia, está
logrando despojarse de las cadenas que la oprimen y ver a los hermanos
venezolanos y colombianos, argentinos y chilenos, cubanos y bolivianos
abrazarse nuevamente. Pero este buen momento ha motivado que recrudezcan los
intentos para dividirnos, derribando a los presidentes que apoyan la
integración y debilitando los Estados, que son el único escudo defensivo con
que cuentan los pueblos para resguardarse de la presión externa y el predominio
de las roscas plutocráticas locales. Son los Estados el instrumento de
integración social de cada país y de integración suramericana. Pero la
condición fundamental para que no sea aislado y derrotado, es que impere mejor
movilización democrática posible de cada pueblo y que el Estado sea
participativo y garantice la vigencia de los derechos individuales, sociales y
de las libertades civiles y políticas, que componen los Derechos Humanos.
La crisis del sistema
capitalista a escala mundial, como lo indica la experiencia histórica, ofrece
dos caminos a la periferia: o caer arrastrados por la ola reaccionaria que se
impone a nivel internacional, y tener que pagar los costos de la crisis que las
potencias intentan imponernos, acelerando la transferencia de capitales hacia
el centro y multiplicando la injusticia interna; o seguir el camino de la
integración emancipadora, a través de la independencia cultural y económica,
persiguiendo la unidad democrática suramericana y practicando la solidaridad
entre pueblos y países.
Se trata de una nueva
oportunidad que nos concede la Historia para cumplir con el designio trazado
por los Libertadores y por el que tantos otros grandes hombres y mujeres
lucharon incansables: que la Nación latinoamericana, que un día memorable
venciera unida al monarca opresor, se vuelva a unir para conquistar la libertad
y la justicia social que nos pertenece por decreto del destino.
1) Jorge A. Ramos,
Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, Las masas y las lanzas.
2) Jorge A. Ramos, Historia
de la Nación Latinoamericana.
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