Historias Lunfas I: Lunfardo, Chamuyo Nuestro
...Y dijo aquel lunfa: -"Me pregunta, amigo, / que es pa mí el lunfardo.
¿Lenguaje?.. ¿Chamuyo?.. / Es una caricia con perfume a yuyo / y es un sentimiento que nació conmigo".-
(Fragmento de "El lunfardo", de Roberto Juan Beraldi,
primer premio del Círculo de Poetas Lunfardos del año 1994).
¿Lenguaje?.. ¿Chamuyo?.. / Es una caricia con perfume a yuyo / y es un sentimiento que nació conmigo".-
(Fragmento de "El lunfardo", de Roberto Juan Beraldi,
primer premio del Círculo de Poetas Lunfardos del año 1994).
Tres millones trescientas mil almas provenientes mayoritariamente de Europa, ingresadas a nuestro país entre 1857 y 1974, con un altísimo porcentaje de italianos (38% según revela el Censo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires de 1887), por fuerza habrían de dejar su impronta en nuestra lengua natal; y a fe que lo hicieron. Por ello, para formar filas junto al Cockney, al Joual, al Gaunersprach, a la Giria, al Bargoens, al Balibalán, a la Germanía, al Hiant-Chang, al Argot, al Caló, al Gergo y al Slang de Inglaterra, Canadá, Alemania, Brasil, Holanda, India, España, China, Francia, Portugal, Italia o E.E. U.U. respectivamente, a partir de la segunda mitad del siglo XIX nace nuestro Lunfardo. En cuanto a la etimología del término, Amaro Villanueva sostiene que deriva de "lombardo", que en dialecto romanesco significa ladrón, y que nos llega en su forma acocolichada "lumbardo". Esa trasmutación de la "o" en "u" (lumbardo por lombardo) era común (y lo sigue siendo) en dialectos de la península itálica; un caso palpable, y por todos conocido, es el de Comparsa, con cuyo diminutivo se designa el tango quizá más representativo de ambas márgenes del Plata: La Cumparsita. Por otra parte sabemos que "cocoliche", voz que en sus orígenes fuera "cocolicho", es el nombre del castellano arrevesado que hablaban los inmigrantes italianos llegados a fines del siglo diecinueve, término derivado del apellido de un peón de ese orígen que trabajara en la compañía teatral de don José J. Podestá, un hombre llamado Antonio Cuccoliccio, cuyo lenguaje diera en imitar el actor Celestino Petray. Por ello, al decir acocolichado, queremos significar hablado al estilo de aquellos inmigrantes, con prosodia, léxico y sintáxis itálicos.
El 18 de junio de 1878, La Prensa publica una nota sin firma, en la que se dan a conocer algunos términos compilados "por un comisario", para que, según reza textualmente la nota: "Alguno de nuestros lectores saque provecho de retener algunas de las siguientes frases si las oye en la calle y se precave de la gente que de ellas se sirve". Perdonen el estilo, pero reitero que es textual. Luego de esta introducción, se dan a conocer diversos términos y su significado: MARROCA (Cadena); BOBO (Reloj); MINA (Mujer); y, entre otros, LUNFARDO (Ladrón). El 18 de marzo de 1879, Benigno Baldomero Lugones publica en el diario La Nación un artículo titulado "Los Beduinos Urbanos". En él, Lugones proponía: "Hablemos un momento el Caló De Los Ladrones... Y en nota a pie de página, refiriéndose a la pronunciación de algunos términos: Pronúnciese en ésta y demás formas del lunfardo la che como en la lengua francesa. Es decir, asimilaba el término lunfardo al inicial Caló De Los Ladrones. En un segundo artículo aparecido en La Nación el 6 de abril de 1879, y que intitulara "Los Caballeros de Industria", el mismo autor recoge y aclara diversas voces, a saber: ANGELITO (Tonto); ATORRAR (Dormir); BACÁN (Rufián); BOLÍN (Hoy BULÍN, Habitación); BREMA (Naipe); BUFOSA y BUFOSO (Pistola y Revólver, respectivamente); PIANTAR (Con el tiempo convertida en ESPIANTAR, Irse); LUNFARDO (Ladrón); VAIVÉN (Cuchillo), y muchos más. Por otro lado, en 1888, Luis María Drago escribía: "En el lunfardo de los ladrones bonaerenses", etc... Y agregaba al repertorio que compilara Lugones algunos términos: LLANTAR (Deformación del castizo Yantar, Comer); POLIZAR (Predecesora de APOLIYAR, Dormir); TRAYA (Modalidad de hurto); VIANDA (Piedra) y VIANDA A DOMICILIO (Pedrada).- Para Antonio Dellepiane, el lunfardo era el argot criminal. Lo prueba cuando escribe: "Los criminales y ladrones de los grandes centros del mundo se sirven de un lenguaje especial. En los distintos países recibe diversos nombres. En Argentina se lo llama lunfardo ". También Borges en otro punto de la historia llama al lunfardo "Vocabulario gremial, tecnología de la furca y la ganzúa". Aunque personalmente adhiero a la teoría de que "tal definición es más hija del amor que el maestro sintiera por la metáfora que de una íntima convicción", sobre todo teniendo en cuenta la fascinación que ejercieran sobre él personajes que, sin duda, se expresaban con dicho vocabulario. Retomando el hilo de nuestras reflexiones diremos que pese a los conceptos mencionados, el primero de febrero de 1887 aparece en La Nación un suelto sin firma titulado "Caló Porteño", que finge un diálogo en el que dos compadritos expresan su repulsa por el delito utilizando muchos de los términos que Lugones, Drago y Dellepiane dan por exclusivos de lunfardos; y aquí viene a cuento la referencia de Drago cuando dice que lunfardo es voz referida tanto a la jerga como a los que se valen de ella. Respecto a los términos, eran Atorrar, Bullón, Chafe, Estrilar, Falluto, Paica, Seneisi (Xeneise), Tano, Zarzo y otros. Tiempo después, Luis Soler Cañás logró establecer que el autor del suelto de marras fue Juan S. Piaggio. Así pues, lo que para los tres primeros era un caló de ladrones, para Piaggio podía considerarse algo distinto. Lugones, escribiente del departamento de policía, había escuchado esos términos, al igual que el anónimo comisario mencionado al principio, y que los criminalistas Drago y Dellepiane, de boca de ladrones y delincuentes, pero esto no es de extrañar pues suponemos que también los malvivientes conocían la jerga. En cambio Piaggio, periodista, y por tanto más familiarizado con el lenguaje de la calle, lo oye y pone en labios de los compadritos. Y aquí cabe aclarar que el eminente lexicógrafo don José Gobello, que fue uno de nuestros referentes, y de quien reproducimos conceptos, nos ilustra al decirnos que éste fue un personaje característico de Bs. As., y que su nombre, "compadrito", se usa con el sentido general de "hombre del pueblo bajo". Así, mientras los investigadores nombrados antes, creyendo que se trataba de una tecnología exclusiva de ladrones o lunfardos, llaman al conjunto de términos "Lunfardo", Piaggio, más sagaz, advierte que se trata de un repertorio léxico-popular y no de una tecnología, nominando entonces al conjunto de voces como "Argentinismos del pueblo bajo". Si echamos un vistazo a los términos recogidos por Lugones, Drago y Piaggio, y aún a los 414 recopilados en 1894 por Dellepiane, advertimos muchos -la mayoría- de orígen italiano (Bacán, Biaba, Mayorengo, Punga). Esto se explica dado el enorme número de residentes italianos en Bs. As. a fines del 1800. Pero también las vertientes de extranjerismos de otros lares contribuyeron a incrementar el caudal de este río de palabras. Lusitanismos tales como tamango, buraco, cafúa, cachar, chumbo, amurar, fariñera, anteriores muchos de ellos a la inmigración en masa, por lo que deben considerarse "pre-lunfardismos", llegados, la mayoría, en labios de los esclavos negros que hablaban, al arribar a América, un intento de créole de base portuguesa. El caló, que aportó de suyo voces tales como afanar, chamullar (aquí, chamuyar), junar, choro (devenida chorro). Términos del español antiguo ( yantar ), y moderno (rajar ). Vocablos argóticos acercados por el proxenetismo francés (chiqué, mishé, gigoló, bullón, embrocar, escracho, morfar), y aún voces aborígenes; del quechua, chucho y pucho; del guaraní, catinga y bataraz. Y hasta aquí llegó mi amor. La seguimos en el próximo número. Y mientras llega, les dejo un sonetito lunfa que escribí en un rato de ocio (de los tantos...) y que dedico con cariño a todos mis invisibles seguidores:
El 18 de junio de 1878, La Prensa publica una nota sin firma, en la que se dan a conocer algunos términos compilados "por un comisario", para que, según reza textualmente la nota: "Alguno de nuestros lectores saque provecho de retener algunas de las siguientes frases si las oye en la calle y se precave de la gente que de ellas se sirve". Perdonen el estilo, pero reitero que es textual. Luego de esta introducción, se dan a conocer diversos términos y su significado: MARROCA (Cadena); BOBO (Reloj); MINA (Mujer); y, entre otros, LUNFARDO (Ladrón). El 18 de marzo de 1879, Benigno Baldomero Lugones publica en el diario La Nación un artículo titulado "Los Beduinos Urbanos". En él, Lugones proponía: "Hablemos un momento el Caló De Los Ladrones... Y en nota a pie de página, refiriéndose a la pronunciación de algunos términos: Pronúnciese en ésta y demás formas del lunfardo la che como en la lengua francesa. Es decir, asimilaba el término lunfardo al inicial Caló De Los Ladrones. En un segundo artículo aparecido en La Nación el 6 de abril de 1879, y que intitulara "Los Caballeros de Industria", el mismo autor recoge y aclara diversas voces, a saber: ANGELITO (Tonto); ATORRAR (Dormir); BACÁN (Rufián); BOLÍN (Hoy BULÍN, Habitación); BREMA (Naipe); BUFOSA y BUFOSO (Pistola y Revólver, respectivamente); PIANTAR (Con el tiempo convertida en ESPIANTAR, Irse); LUNFARDO (Ladrón); VAIVÉN (Cuchillo), y muchos más. Por otro lado, en 1888, Luis María Drago escribía: "En el lunfardo de los ladrones bonaerenses", etc... Y agregaba al repertorio que compilara Lugones algunos términos: LLANTAR (Deformación del castizo Yantar, Comer); POLIZAR (Predecesora de APOLIYAR, Dormir); TRAYA (Modalidad de hurto); VIANDA (Piedra) y VIANDA A DOMICILIO (Pedrada).- Para Antonio Dellepiane, el lunfardo era el argot criminal. Lo prueba cuando escribe: "Los criminales y ladrones de los grandes centros del mundo se sirven de un lenguaje especial. En los distintos países recibe diversos nombres. En Argentina se lo llama lunfardo ". También Borges en otro punto de la historia llama al lunfardo "Vocabulario gremial, tecnología de la furca y la ganzúa". Aunque personalmente adhiero a la teoría de que "tal definición es más hija del amor que el maestro sintiera por la metáfora que de una íntima convicción", sobre todo teniendo en cuenta la fascinación que ejercieran sobre él personajes que, sin duda, se expresaban con dicho vocabulario. Retomando el hilo de nuestras reflexiones diremos que pese a los conceptos mencionados, el primero de febrero de 1887 aparece en La Nación un suelto sin firma titulado "Caló Porteño", que finge un diálogo en el que dos compadritos expresan su repulsa por el delito utilizando muchos de los términos que Lugones, Drago y Dellepiane dan por exclusivos de lunfardos; y aquí viene a cuento la referencia de Drago cuando dice que lunfardo es voz referida tanto a la jerga como a los que se valen de ella. Respecto a los términos, eran Atorrar, Bullón, Chafe, Estrilar, Falluto, Paica, Seneisi (Xeneise), Tano, Zarzo y otros. Tiempo después, Luis Soler Cañás logró establecer que el autor del suelto de marras fue Juan S. Piaggio. Así pues, lo que para los tres primeros era un caló de ladrones, para Piaggio podía considerarse algo distinto. Lugones, escribiente del departamento de policía, había escuchado esos términos, al igual que el anónimo comisario mencionado al principio, y que los criminalistas Drago y Dellepiane, de boca de ladrones y delincuentes, pero esto no es de extrañar pues suponemos que también los malvivientes conocían la jerga. En cambio Piaggio, periodista, y por tanto más familiarizado con el lenguaje de la calle, lo oye y pone en labios de los compadritos. Y aquí cabe aclarar que el eminente lexicógrafo don José Gobello, que fue uno de nuestros referentes, y de quien reproducimos conceptos, nos ilustra al decirnos que éste fue un personaje característico de Bs. As., y que su nombre, "compadrito", se usa con el sentido general de "hombre del pueblo bajo". Así, mientras los investigadores nombrados antes, creyendo que se trataba de una tecnología exclusiva de ladrones o lunfardos, llaman al conjunto de términos "Lunfardo", Piaggio, más sagaz, advierte que se trata de un repertorio léxico-popular y no de una tecnología, nominando entonces al conjunto de voces como "Argentinismos del pueblo bajo". Si echamos un vistazo a los términos recogidos por Lugones, Drago y Piaggio, y aún a los 414 recopilados en 1894 por Dellepiane, advertimos muchos -la mayoría- de orígen italiano (Bacán, Biaba, Mayorengo, Punga). Esto se explica dado el enorme número de residentes italianos en Bs. As. a fines del 1800. Pero también las vertientes de extranjerismos de otros lares contribuyeron a incrementar el caudal de este río de palabras. Lusitanismos tales como tamango, buraco, cafúa, cachar, chumbo, amurar, fariñera, anteriores muchos de ellos a la inmigración en masa, por lo que deben considerarse "pre-lunfardismos", llegados, la mayoría, en labios de los esclavos negros que hablaban, al arribar a América, un intento de créole de base portuguesa. El caló, que aportó de suyo voces tales como afanar, chamullar (aquí, chamuyar), junar, choro (devenida chorro). Términos del español antiguo ( yantar ), y moderno (rajar ). Vocablos argóticos acercados por el proxenetismo francés (chiqué, mishé, gigoló, bullón, embrocar, escracho, morfar), y aún voces aborígenes; del quechua, chucho y pucho; del guaraní, catinga y bataraz. Y hasta aquí llegó mi amor. La seguimos en el próximo número. Y mientras llega, les dejo un sonetito lunfa que escribí en un rato de ocio (de los tantos...) y que dedico con cariño a todos mis invisibles seguidores:
¡Mirá que llamo a mi Hermano!
La runfla usó los guantes, y abrió la pateadora
sin violencia, sin gritos, sin un gesto guarango,
y amparándose en leyes, en los fueros y el rango,
tras currarles los cobres, no les dio ni la hora.
Acamaló monedas la clase yugadora,
para llegar a vieja disponiendo de un mango,
y ellos se las fanaron; y hoy, igual que en un tango,
sin fuerzas y sin vento, la angustia la devora.
Por eso ante tu imágen, postrados de rodillas,
Señor de los milagros y de las maravillas,
Te piden que los libres de sus trampas y curros
con una simple gracia que les cure las penas:
-"Vos, que tenés plaquetas de moishe entre las
La runfla usó los guantes, y abrió la pateadora
sin violencia, sin gritos, sin un gesto guarango,
y amparándose en leyes, en los fueros y el rango,
tras currarles los cobres, no les dio ni la hora.
Acamaló monedas la clase yugadora,
para llegar a vieja disponiendo de un mango,
y ellos se las fanaron; y hoy, igual que en un tango,
sin fuerzas y sin vento, la angustia la devora.
Por eso ante tu imágen, postrados de rodillas,
Señor de los milagros y de las maravillas,
Te piden que los libres de sus trampas y curros
con una simple gracia que les cure las penas:
-"Vos, que tenés plaquetas de moishe entre las
venas...
¡Dale un shot en el tujes a esa manga de turros!"
¡Dale un shot en el tujes a esa manga de turros!"
Otro sí digo: Si puedo ser de utilidad contestando alguna pregunta relacionada con el lunfardo, quedo a vuestra disposición. Fraternalmente.
Historias Lunfas II El lunfardo, a veces despreciado, frecuentemente invectivado, es, sin embargo, léxico que puede enriquecer y flexibilizar el idioma nuestro de cada día. Sin entrar en vanas disputas o controversias; coexistiendo simplemente. Son innumerables las ocasiones en que autores de renombre utilizan sus voces, porque para referirse a determinados tópicos, no hemos de hallar mejores en el idioma culto. Ezequiel Martínez Estrada, en su obra "Sarmiento", dice: "Nada de criollismo literario y macaneante". Y Gálvez, en "Hombres en Soledad", pregona: "La actitud de Bardere, hasta ayer hincha de Oribe...". Estos dos ejemplos bastarían; pero como yapa, que dicho sea de paso es un argentinismo proveniente del verbo quechua "Yapay" (añadir), como yapa decíamos, mencionamos de nuevo al omnipresente Borges, que del tema escribió bastante, y que en su "Invectiva contra el arrabalero", utiliza los términos boliche, voz de la germanía ("El Tamaño de mi Esperanza", Pág. 121), y atorrantito, una creación local. Hacemos nuestros los conceptos del maestro don José Gobello cuando encuentra extraño que mostrándonos orgullosos de que Argentina sea un crisol de razas, no alberguemos el mismo sentimiento pensando que somos un crisol de lenguas; y más extraño aún el hecho de que muchas personas que se deleitan con las poesías del extremeño Chamizo y con las del murciano Medina escritas en sus lenguas regionales, o con las deformaciones idiomáticas de los sones de Guillén, no acepten de ningún modo el lenguaje de Celedonio Flores o de Carlos de la Púa. Señalábamos antes que para expresar determinados conceptos, el lunfardo es imprescindible. Y para ejemplificar, tomamos una palabra del título que le dimos a estas líneas. Chamuyo. Voz proveniente del caló, significa, según los vocabularios de Germanía, hablar o conversar. Pero en verdad sugiere mucho más que eso, añade Gobelo, porque supone una media voz propicia para la confidencia, para la declaración amorosa, para las palabras tiernas. No se chamuya con los mercaderes ni con los integrantes de la "barra brava". Se chamuya con la vieja, con la mina, con un gomía... ¿Y engrupir?.. Engrupir, equivalente a engañar, en verdad suplanta todo un texto. Comprobémoslo, recordando la celebrada cuarteta: "De Esmeralda al norte, pa'l lao de Retiro / Montparnasse se viene al caer la oración. / Es la francesita que, con un suspiro, / nos vende el engrupe de su corazón". El poderoso acento lunfardo de toda esta estrofa, dice el eminente poeta Horacio Ferrer, está dado por engrupe, único término lunfardo de los cuatro versos. Así es el chamuyo de nuestro pueblo. Cambiante, vivo, recibiendo el aporte de las diversas lenguas y las nuevas generaciones que arriman voces de recambio para aquellas gastadas por el uso. ¡Pero si hasta los niveles más altos mantienen en vigencia o reactualizan términos tales como curro, berreta, trucho!...
Entonces, y concretando, tenemos un aluvión de términos nuevos que, entre valijas de dimensiones escalofriantes y baúles de madera y latón, llegan a nuestras playas en labios de la masa de inmigrantes que, acodados en las cubiertas de tercera clase de los buques que arriban a fines del siglo XIX, se devoran con los ojos el paisaje de una ciudad todavía con rasgos coloniales, que a partir de ahora les brindará refugio y trabajo. Toda esa gente que llega, de origen mayoritariamente italiano, y fundamentalmente masculina y joven, posibilita que hablar de prostitución en la Argentina y en aquel momento, sea casi obligado. Y es en la mezcla promiscua de la población autóctona y la inmigrada, que coincide en academias de baile, casinos, piringundines y cafés de camareras, lugares todos que son sinónimos de lupanares, donde muchos términos dialectales se insertan en la jerga de los rufianes, y llegan a los compadritos que, como ya expresáramos, son personajes de época. El compadrito, en aquel punto, comienza a sazonar su habla particular con estos términos que lo seducen por su eufonía y expresividad, y que despiertan en él un impulso lúdico, un afán de imitar un discurso que le parece particularmente pintoresco y que le ha de servir sin duda para ponerle aliño y condimentar su parla diaria. Así pues, recoge y usa, pero con afán festivo solamente, y no con la pretensión de inaugurar una jerga nueva o de crear un lenguaje profesional, términos exóticos de los cuales, en su mayoría, respeta la fonética original (mina, miscio, chafe, bacán) y otros que con el correr del tiempo va modificando (poleggiare, sotala, rifilare). Y aquí no estaría de más matizar la aridez de estos conceptos, señalando el origen anecdótico o real de algunas voces lunfardas.
Entonces, y concretando, tenemos un aluvión de términos nuevos que, entre valijas de dimensiones escalofriantes y baúles de madera y latón, llegan a nuestras playas en labios de la masa de inmigrantes que, acodados en las cubiertas de tercera clase de los buques que arriban a fines del siglo XIX, se devoran con los ojos el paisaje de una ciudad todavía con rasgos coloniales, que a partir de ahora les brindará refugio y trabajo. Toda esa gente que llega, de origen mayoritariamente italiano, y fundamentalmente masculina y joven, posibilita que hablar de prostitución en la Argentina y en aquel momento, sea casi obligado. Y es en la mezcla promiscua de la población autóctona y la inmigrada, que coincide en academias de baile, casinos, piringundines y cafés de camareras, lugares todos que son sinónimos de lupanares, donde muchos términos dialectales se insertan en la jerga de los rufianes, y llegan a los compadritos que, como ya expresáramos, son personajes de época. El compadrito, en aquel punto, comienza a sazonar su habla particular con estos términos que lo seducen por su eufonía y expresividad, y que despiertan en él un impulso lúdico, un afán de imitar un discurso que le parece particularmente pintoresco y que le ha de servir sin duda para ponerle aliño y condimentar su parla diaria. Así pues, recoge y usa, pero con afán festivo solamente, y no con la pretensión de inaugurar una jerga nueva o de crear un lenguaje profesional, términos exóticos de los cuales, en su mayoría, respeta la fonética original (mina, miscio, chafe, bacán) y otros que con el correr del tiempo va modificando (poleggiare, sotala, rifilare). Y aquí no estaría de más matizar la aridez de estos conceptos, señalando el origen anecdótico o real de algunas voces lunfardas.
Cuando los soldados de Beresford y Witelocke llegaron a luchar a estas playas, entonaban una canción que recordaba el "buen verde"de la campiña natal. Pero claro, la cantaban en inglés, por lo que repetían "Green Good", que, desde ya, habrá sonado a los inexpertos oídos de la población local como "gringud", voz muy parecida a gringo. Esta leyenda, que recoge Ignacio B. Anzoátegui en su poema "Las Invasiones Inglesas", es bella sin duda, pero no sabemos que tan cierta, pues en su edición del año 1914, el diccionario de la Real Academia registra el término gringo como sinónimo de griego, señalando que en su acepción figurada y familiar, hablar en gringo equivale a hablar en griego. Jean de la Rue, que dicho en francés suena muy aristocrático, y que en castellano sería Juan de la Calle, en su "Dictionaire de l'argot" indica que canne significa vigilancia de la alta policía, de donde se inferiría el origen de la palabra cana, aunque no con una seguridad absoluta, pues otra vertiente señala que el término provendría del véneto incanear, encadenar, y aún una tercera, mucho más simplista, nos informa que cana provendría de canasta, encarcelar en caló. En los amargos tiempos en que todo se importaba en nuestro país, y no como ahora, a raíz de trabajos iniciados para la obra sanitaria, llegaron de Francia unos caños enormes que, apilados en el puerto de Bs. As., pronto sirvieron de refugio a los "sin techo". (Créase o no, en los albores del 1900 había gente sin techo en la metrópoli). Esos caños tenían estampado un gran logotipo en el que se leía la inicial del nombre y el apellido completo de su fabricante: A. Torrant. La fusión dio origen a la palabra atorrante. "Se non é vero"... Nos gustaba la versión, por eso la consignamos, aunque para hacer honor a la verdad debemos decir que en su Nuevo Diccionario Lunfardo, don José Gobello indica que el término fue una creación de Eduardo Gutiérrez, que se inspirara en atorrar (dormir), voz de origen incierto. Dos grandes problemas (entre otros) azotan a los argentinos: El exceso de moscas, y la falta de "mosca". Y aquí sería bueno señalar, por si alguien lo ignora, el porqué se llama así al dinero. Es, simplemente, porque llega, se posa... y vuela. ¿Y a quien se le ocurrió darle tal nombre? Nada menos que a Quevedo y Villegas, señoras y señores, o a algún antecesor suyo, según nos lo indica esta cuarteta de don Francisco: Por angelito creía / doncella, que almas guardabas, / y eras araña que andabas / tras la pobre mosca mía.
Lo reconozco. Reconozco que hay que ser audaz para imprimir un poema de facturación propia al lado de algo que escribiera en su momento ese genio que fue Quevedo. Pero en fin. Yo soy así. Y como por hoy terminan mis comentarios, te incluyo este soneto que titulé
“Figura"
El fuelle se estiró, como arrugada
caparazón de un monstruo que gimiera,
y en la noche callada y orillera
surgió el tango copando la parada.
El alma de percal de la barriada
desempolvó su musa arrabalera,
y la música, lenta y sensiblera,
se enredó con la rima enamorada.
Las parejas salieron lentamente.
Con su cuidado estilo reverente
hacia la pista caminó el morocho.
Abrazó a la papusa que esperaba,
y como el dos por cuatro interrogaba,
despejó la ecuación, marcando el ocho
El fuelle se estiró, como arrugada
caparazón de un monstruo que gimiera,
y en la noche callada y orillera
surgió el tango copando la parada.
El alma de percal de la barriada
desempolvó su musa arrabalera,
y la música, lenta y sensiblera,
se enredó con la rima enamorada.
Las parejas salieron lentamente.
Con su cuidado estilo reverente
hacia la pista caminó el morocho.
Abrazó a la papusa que esperaba,
y como el dos por cuatro interrogaba,
despejó la ecuación, marcando el ocho
Historias Lunfas III ¡Salute la barra!... Estoy de nuevo con ustedes. Y presto para retomar la línea que comenzaramos en pasadas ediciones; esto es: Si un compatriota dijera: ¡Estoy podrido!, ello sonaría grosero. Pero personalmente nos curamos de espanto, cuando, leyendo "La Dorotea", la novela dialogada de Lope de Vega, encontramos el párrafo que dice: "Detenedle vos, que estoy tan podrido de ver que en todos los epitafios ha de entrar el caminante". Y más aún, cuando comprobamos que, 300 años después, Blasco Ibáñez escribía en "Arroz y Tartana": "¡Como se cansaba uno en Valencia!¡Parecía mentira que la gente pudiera vivir en semejante pudridero!". Así pues, de ahora en más, las cosas podrán pudrirnos sin remordimientos. "Mina que te manyo de hace rato..." Manyar tiene diversas acepciones, todas de igual origen. Manyar, por comer, del italiano mangiare, que significa lo mismo. Las demás (percibir, conocer o comprender tal como la emplea Roberto Arlt en una de sus Aguafuertes Porteñas cuando dice: "Yo comprendo... el problema que está encarando... Lo interpreto, lo manyo". O mirar, fijar la vista en un objeto ("...Manyando de ojo la hilera / rantifusa de garabas" (rantifuso: de baja condición, por cruce de rante, aféresis de atorrante, con esquifuso = repugnante, asqueroso) [Fernández = "Versos..."] ) del italiano mangiare la foglia, que significa entender el motivo de una cosa. En cuanto a mina, Mario Teruggi señala que Menincanti y Spiller anotan en su Vocabolàrio del milanese de oggi, que en el dialecto milanés "significaba otrora la prostituta que daba dinero a su rufián; viene del francés mine en el sentido figurado de filón". Para otros autores sin embargo, la palabra es un lusitanismo. En tal encrucijada, yo me pregunto: ¿Y no podría ser que derivara directamente del español mina en el mismo sentido figurado de filón?.. Y hablando de lusitanismos, "Era un bondi de línea requemada / y guarda batidor, cara de rope", dice Carlos de la Púa en "Línea 9". Pues bondi (tranvía, y, por extensión, vehículo de transporte público y múltiple) es término carioca, nos informa el filólogo Silveira Bueno. "Cuando se fundó en Río de Janeiro la compañía de transportes colectivos Jardín Botánico, siendo la empresa inglesa, lanzó bonds, esto es, acciones, para lograr el capital destinado a la adquisición de carros eléctricos, y el pueblo, que no sabía inglés, identificó la palabra bond con el propio vehículo". Es sabido que en el mundo a los argentinos nos identifican como a los che. También en Bolivia se usa dicha palabra. En la novela "Metal del Diablo", Augusto Céspedes, autor de esa nacionalidad, escribe: "Estás muy gordo, che. La plata te ha mejorado mucho". La etimología del término en cuestión fue asaz discutida, atribuyéndosele origen en el guaraní, a partir de una deformación de chi (hola); en el tehuelche y el pampa, donde significaría hombre; en el habla de los araucanos, donde equivaldría a hijo; pero Ciro Bayo parece poner las cosas en su justo término cuando señala que la voz no es más que el viejo ce de los españoles, y se apoya en el acto primero de "La Celestina", donde Calixto exclama: "¡Parmenio, detente, ce, escucha que hablan estos!", y Monner Sans insiste en que che es español, que en ningún lugar se usa tanto como en Valencia, y que una vieja copla recogida en Aragón, dice: En Zaragoza nací / y en Valencia estuve un año; / allí me llaman el che / y allá me llaman el maño. ¡Cheeeeee
Actual
Es delicado el tema que hoy abordo;
quiero decir, que me tenés podrido
con ese latiguillo repetido
de que "Viejo: Mirá que estás muy gordo".
Yo no soy gil, querida, ni soy sordo,
así que terminá tu consabido
discurso de que el pan está prohibido,
y darle al frito, lo rechaza el tordo.
Dejá los triglicéridos tranquilos;
terminá con la historia de los kilos,
la glucosa, la urea, la presión,
y la circulación que arruina el bobo,
que si tengo la panza como un globo,
es culpa de la globalización.
Es delicado el tema que hoy abordo;
quiero decir, que me tenés podrido
con ese latiguillo repetido
de que "Viejo: Mirá que estás muy gordo".
Yo no soy gil, querida, ni soy sordo,
así que terminá tu consabido
discurso de que el pan está prohibido,
y darle al frito, lo rechaza el tordo.
Dejá los triglicéridos tranquilos;
terminá con la historia de los kilos,
la glucosa, la urea, la presión,
y la circulación que arruina el bobo,
que si tengo la panza como un globo,
es culpa de la globalización.
Historias Lunfas IV Siguiendo el hilo argumental de nuestra exposición, decíamos entonces que el compadrito se apropia de las voces nuevas simplemente por donaire, sin pretender crear un lenguaje profesional. Los que sí crean con esos términos un habla distinta, son los saineteros, los periodistas y escribidores, y los letristas de tango, según decires de don José Gobello. Señala Borges en El Informe de Brodi", que "el lunfardo, de hecho, es una broma literaria inventada por saineteros y por compositores de tango...". Y por cierto que es así. Santiago Dallegri, en su libro El Alma del Suburbio, editado en Montevideo, pone en boca de uno de los protagonistas estas palabras: "¡Salí di'ahí, salí! ¡Vos también te has estranjerizao!.. Empezaste por piantarte'e la esquina, chantando a tus relaciones como bochaso d'italiano, luego cambiaste el lengo de ñudo caprichoso por el cueyín doblao y corbata'e mona; adulteraste como alcohol en manos de bolichero, la melena'e corte a lo San Antonio, pa presentar el pelo cortón como de conscrito...". Y sigue el monólogo de esta guisa, aunque lo cierto es que nadie hablaba así. Esta es una recreación literaria del habla del compadrito, de donde inferimos que, si en cuanto léxico, el lunfardo es un producto directo de la inmigración, en cuanto lenguaje (en referencia al idioma de un país y a su manera de expresarse) resulta una creación literaria basada en los elementos léxicos inmigrados, característicos del habla del compadrito. Sin embargo el lunfardo no se agota ni en aquel léxico ni en este lenguaje. Nuevamente recurrimos a Borges que en Evaristo Carriego dice: "El arrabal se surte de arrabalero (arrabalero por dar otro nombre al lunfardo) en la calle Corrientes". Hay, desde luego, una alusión directa a los sainetes de Carlos Mauricio Pacheco, de Alberto Vacarezza y de tantos otros autores del llamado "género chico". Así, y alimentado por las tres vertientes mencionadas, se crea un nivel de lengua (siempre hablando de lengua literaria, claro) al que acceden quienes tratan de hablar como los protagonistas de sainetes, tangos o creaciones literarias, habida cuenta del auge de la literatura lunfardesca a partir del 1900. En un primer tramo solo la gente del suburbio transita el nivel citado, pero más adelante la clase pudiente participa de la nueva moda, y hace suyas expresiones y palabras, hasta el punto de que en 1927, en la revista Don Goyo, de Bs. As., la periodista Josefina Crosa publica una nota titulada "La Influencia del Lunfardo en la Mujer Actual", en la que afirma que las niñas de la aristocracia emplean en el lenguaje coloquial términos tales como grupo, mango, ragú y piantar. ¡Como para confiar en las niñas de la sociedad!
Aquí terminan estos apuntes sobre nuestro lunfardo. Y como es mi costumbre, antes de despedirme hasta la próxima columna, quiero dejarles un poema del que soy autor. Chau (Del Gen. Ciao, ¡Adiós!).-
Aquí terminan estos apuntes sobre nuestro lunfardo. Y como es mi costumbre, antes de despedirme hasta la próxima columna, quiero dejarles un poema del que soy autor. Chau (Del Gen. Ciao, ¡Adiós!).-
Virus
Una vez, siendo pibe, se me metió en la sangre
un virus misterioso, que según bate el tordo,
los que saben del yeite lo apodan "selectivo",
pues se da en los humanos, pero no ataca a todos.
Sólo al que en otros tiempos remontó tarasquitas,
o frecuentó el antiguo "Puchero misterioso",
o tuvo el primer baile cuando cumplió los quince,
o caminó las calles de algún barrio mistongo,
en largas madrugadas, al lado de un gomía,
chamuyando de minas, de Gatica o de Troilo.
Al tal virus, malaria de la gente que tiene
la proporción exacta de poeta y de loco,
lo bautizó la ciencia con un nombre: "Nostalgia",
y en sus fases agudas humedece los ojos
de los que lo sufrimos, cuando nos acordamos
del antiguo baldío donde hoy se alza un consorcio,
de las calles de tierra con los arcos de ropa
frente a los que soñamos ser Cherro, Sued, Bidoglio;
de los primeros largos, del club; de la milonga;
de penar por un beso mientras fuéramos novios;
de las bellas manolas que en carnaval llegaban;
de las holandesitas que poblaban los corsos;
del biógrafo en la calle con Tom Mix o La sombra,
con Carlitos Vidriero, con el Flaco y el Gordo;
de la enorme paciencia con que nos masticamos
el tiempo interminable de cumplir los dieciocho,
pase en blanco a los burros, al billar, a los dados,
o al rincón estañero del boliche del Toto;
de todo aquel pasado que se tomó el tranvía
y se piró al cachuzo galpón de los despojos,
al que una tarde de estas, desde un ayer gastado,
con el virus a cuestas, llegaremos nosotros.
un virus misterioso, que según bate el tordo,
los que saben del yeite lo apodan "selectivo",
pues se da en los humanos, pero no ataca a todos.
Sólo al que en otros tiempos remontó tarasquitas,
o frecuentó el antiguo "Puchero misterioso",
o tuvo el primer baile cuando cumplió los quince,
o caminó las calles de algún barrio mistongo,
en largas madrugadas, al lado de un gomía,
chamuyando de minas, de Gatica o de Troilo.
Al tal virus, malaria de la gente que tiene
la proporción exacta de poeta y de loco,
lo bautizó la ciencia con un nombre: "Nostalgia",
y en sus fases agudas humedece los ojos
de los que lo sufrimos, cuando nos acordamos
del antiguo baldío donde hoy se alza un consorcio,
de las calles de tierra con los arcos de ropa
frente a los que soñamos ser Cherro, Sued, Bidoglio;
de los primeros largos, del club; de la milonga;
de penar por un beso mientras fuéramos novios;
de las bellas manolas que en carnaval llegaban;
de las holandesitas que poblaban los corsos;
del biógrafo en la calle con Tom Mix o La sombra,
con Carlitos Vidriero, con el Flaco y el Gordo;
de la enorme paciencia con que nos masticamos
el tiempo interminable de cumplir los dieciocho,
pase en blanco a los burros, al billar, a los dados,
o al rincón estañero del boliche del Toto;
de todo aquel pasado que se tomó el tranvía
y se piró al cachuzo galpón de los despojos,
al que una tarde de estas, desde un ayer gastado,
con el virus a cuestas, llegaremos nosotros.
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