El miedo inmoviliza y desarticula toda resistencia
colectiva, refuerza el orden establecido y el autoritarismo. La mejor manera de
manipular con el miedo es creando un enemigo, como el terrorismo o el narcotráfico
para recortar las libertades y legitimar el Estado policiaco, Y mientras
el miedo siga sembrándose en una sociedad ignorante y poco crítica,
las llamadas reformas nos están acercando a un momento de jaque
Por Pablo Alarcón-Cháires
Regeneración, 23
de noviembre de 2015. El miedo es el arma que
desarticula cualquier forma de resistencia colectiva. Su efecto del miedo en la
sociedad ha sido objeto de análisis por parte de la psicología y antropología
social en diferentes momentos de la historia humana. Se reconoce que ante el
miedo, el ser humano reacciona reinterpretando la realidad inmediata,
conduciéndolo hacia un cambio de conducta caracterizado por el apego
irrestricto al orden instituido pero que puede llegar a convertirse en
obediencia ciega. De igual manera, conlleva al acercamiento sumiso con la
autoridad, en teoría, responsable de salvaguardar su integridad. De esta
manera, cualquier acción que realice el Estado encaminada a restaurar la paz
perdida –invasiones, etnocidios, militarización, violaciones a los derechos
humanos, virtuales toques de queda, desaparición de garantías individuales,
etc.–, es aceptada vehemente por el pueblo, aunque lo que siga sea una
cotidiana tensión y desconfianza generalizada.
Históricamente, una de las premisas fundamentales de los
Estados totalitarios y fascistas ha sido mantener bajo estricto orden y control
el comportamiento de la población, la que ante el terror y miedo, facilita al
gobierno la implantación y gestión de sus políticas económicas, sociales, militares
o judiciales. Carl Schmitt, uno de los pilares de la teoría nazi y
neo-conservadora, menciona que entre la población siempre se debe mantener una
imagen enemiga, para poder dirigirla y manipularla.
Desde los temores a los infiernos bíblicos, las amenazas
comunistas, los armamentos nucleares, el narcotráfico y el terrorismo actual,
el Estado y las oligarquías siempre se han visto beneficiados con la cultura
del miedo independientemente de quien la haya provocado. Siempre han sido
respaldados por medios masivos de información. Estos últimos se convierten en
una especie de terroristas informativos, al repetir amenazas constante y
tenazmente, tanto, que la sociedad termina aceptándolas y creyéndolas, y eso es
justamente lo que las hace funcionales.
El Estado, ante el terror social, tiene la oportunidad de
crear las condiciones de culpabilidad y desplegar todo su poder en aras de
combatir ese mal que la sociedad ahora reclama eliminar. Pero a su vez, impone
un precio sutil y perverso, ¿a través de qué discurso?: la unidad nacional,
la unidad para con las instituciones, la unidad para
salvaguardar la seguridad nacional, la unidad con los
gobernantes, la unidad, la unidad, la unidad…, un
mensaje subjetivo, que en el fondo busca legitimar sus acciones aprovechando la
coyuntura surgida del miedo social provocado.
Cuando el miedo cercena la racionalidad de la sociedad,
este tipo de Estado recibe un cheque en blanco firmado a favor de sus políticas
y cuenta con el pretexto ideal para sacar de sus cuarteles a la fuerza militar
y pública, socavando o previniendo cualquier intento de protesta social que
amenace sus intereses o los de sus protegidos.
Para el historiador Webber Tarpley, las élites minoritarias
y la clase gobernante “…ven al terrorismo como el medio preferido, de
hecho, el único medio para proveer cohesión social, proveyendo un margen para
que la sociedad se mantenga unida. Y eso es algo muy peligroso, porque ahora
significa que el orden social entero, los partidos políticos, la vida
intelectual y la política en general, están basados en un mito monstruoso”.
Por otro lado, además de las ganancias económicas derivadas
de la venta de drogas clandestina e ilegalmente, la lucha contra el
narcotráfico y contra el terrorismo es la excusa perfecta e indiscutible para
continuar con el control social, para invadir pueblos en busca del destino
manifiesto, o para crear planes que buscan la extensión del poderío militar y
plutocrático del mundo.
Así pues, un problema que es netamente de carácter
sanitario, de salud pública y derivado de problemas sociales como la iniquidad
social y la falta de justicia, entre otras cosas, de manera inexplicable
pretende subsanarse con medidas que apuntalan la acción coercitiva del Estado
quien aumenta el gasto militar en detrimento del presupuesto asignado a la
salud, ciencia, educación y cultura, considerados más que inversión social,
como un gasto. Los expertos dicen que se necesita mejorar el sistema de
inteligencia nacional para prevenir otros actos violentos de grupos desestabilizadores.
Habríamos supuesto que las estrategias de implantación del
miedo sólo funcionarían entre la población “ignorante” de los países emergentes
y que los ciudadanos representantes de las naciones “civilizadas”, tendrían una
mayor capacidad de crítica y respuesta ante ello. Pero nos equivocamos. Francia
es ejemplo de ello: de acuerdo al medio ABC Internacional, el 84 por ciento de
los ciudadanos franceses están dispuestos a renunciar a algunas de sus
libertades a cambio de la seguridad después de los atentados sufridos a
mediados de noviembre del 2015. En México conocemos de eso y más: las ficticias
hecatombes por la fiebre porcinas, los granadazos el 15 de
septiembre del 2008 en Morelia, Michoacán, y la desatada violencia tolerada y
en muchas casos fomentada por el Estado, que pocos años después nos llevan a la
subasta de los bienes nacionales. Y mientras el miedo siga sembrándose y
cultivando por una sociedad ignorante y poco crítica, las reformas impulsadas
por los agentes del neoliberalismo se continúan apuntalando, lo que nos está
acercando a un momento de jaque. Eso si es de pensar.
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