Intelectuales y
analistas del establishment académico y mediático están lanzados a construir el
relato del macrismo. Uno de los pilares épicos que ponderan es la decisión
política del regreso de Argentina a las reglas del mundo global. En estos diez
meses han estado desfilando CEO de multinacionales que festejan y funcionarios
de potencias occidentales que elogian ese retorno. No es sólo publicitar el
abandono del aislamiento internacional, como exponentes del conservadurismo han
vulgarizado la política exterior del kirchnerismo, sino de postular la
redefinición en la forma de relacionarse en el concierto político y económico
mundial. Como si nada hubiera cambiado en el mundo desde la caída del Muro de
Berlín, la dominancia de las finanzas globales, la irrupción de China como
potencia económica y la debacle del 2008, el macrismo se ha arrojado a los brazos
del capitalismo global siglo XXI. Es recibido con entusiasmo porque en un mundo
sediente de mercados para descargar excedentes de producción y para conseguir
rentas financieras fabulosas, el gobierno de Mauricio Macri ha ofrecido el
espacio económico argentino para que pueda ser capturado. La cuestión central
que no evalúan en toda su dimensión los intérpretes de la marcha libertadora
del macrismo es que ya no existe ese mundo global de décadas pasadas. Hoy está
en una profunda crisis sin señales claras de cuál será el desenlace.
La banca central estadounidense (Reserva Federal)
subiría la tasa de interés a fin de año, dejando atrás uno de los ciclos más
prolongado de costo del dinero en casi cero. El principal banco alemán y
europeo Deutsche Bank está tambaleando y analistas del mercado financiero están
especulando con que puede ser otro Lehman Brothers, el banco de inversión
estadounidense que precipitó el derrumbe de 2008. La banca italiana está en
terapia intensiva. La economía europea no reacciona y Gran Bretaña decidió
salir de la Unión Europea, síntoma del deterioro general de la región. El
proteccionismo y el nacionalismo están avanzando a paso firme en las potencias
económicas como respuesta a una crisis económica provocada por el neoliberalismo,
que como única respuesta entrega políticas de austeridad extendiendo el
estancamiento e incrementando la exclusión social. Retroceso económico, laboral
y social que se expresa en una crisis de la representación política y el
consiguiente surgimiento de figuras por fuera de las estructuras tradicionales,
como Donald Trump en Estados Unidos. La economía asiática ya no es tan dinámica
y la china sigue liderando la tabla de crecimiento global pero lo hace con
variaciones lejanas de los dos dígitos. Brasil continúa en un círculo vicioso
de deterioro político y económico sin un horizonte cercano de superación. La
crisis global está conformando una economía mundial de deflación y
sobreproducción.
Hacia esa inestabilidad política, económica y social
internacional se ha lanzado el gobierno de Macri. Quienes se han erigido en
herreros del relato macrista festejan el abandono de lo que denominan
despectivamente populismo, y plantean que se ha abierto una etapa crucial de
refundación del país. No es una idea nueva la de forjar un destino venturoso
liderado por las elites. Uno de los aspectos más tierno de esa elaboración
voluntarista es que quienes la formulan han sido feroces críticos del
cortoplacismo del populismo, y ahora dicen que ese futuro maravilloso está supeditado
a que el oficialismo triunfe en las elecciones de medio término del próximo
año. Por ese motivo aceptan como licencia de corto plazo un déficit gemelo
(fiscal y externo) elevadísimo para sus almas puras de la ortodoxia que nunca
convalidarían en un gobierno populista, y un vertiginoso endeudamiento externo
e interno, en pesos y en dólares, recursos que sólo son utilizados para cubrir
esos inmensos baches y para cancelar deudas. Es un combo explosivo que está
subordinado a la construcción de la Argentina idealizada de las elites.
El macrismo y sus satélites políticos han repetido
hasta el cansancio que el país estaba fuera del mundo, y que ahora son ellos
quienes han emprendido la tarea fundamental de hacerlo parte. Se sabe que ese
supuesto aislamiento fue una de las tantas confusiones deliberadas que ha
moldeado el sentido común en los últimos años. El aspecto interesante es
evaluar a qué mundo el macrismo ha decidido incorporar a la economía argentina,
y fundamentalmente de qué modo. Como si nada hubieran aprendido de la historia,
la definición geopolítica y económica ha sido la de anudar una alianza
estratégica con Estados Unidos, potencia que en la actual etapa del capitalismo
global ya no está sola en la cúspide del poder económico, sino que ha empezado
a compartir ese espacio privilegiado con China. Esa opción geoestratégica y
económica se parece bastante a la decisión de las elites de la década del ‘30
del siglo pasado con la firma del pacto Roca- Runciman, de subordinación
económica a la potencia declinante (Gran Bretaña) en desmedro de la emergente
(Estados Unidos); hoy se reitera esa defectuosa perspectiva histórica de las
elites argentinas.
Desorientación que también la manifiestan al promover
una amplia apertura financiera y de libre comercio cuando el mundo ya ha
empezado a transitar lento pero a paso firme hacia el proteccionismo y el
nacionalismo. Es una de las principales razones para entender el entusiasmo de
CEOs y de diferentes funcionarios de potencias occidentales con el gobierno de
Macri. No hay muchos países que en el actual contexto económico mundial abran
sus mercados sin pedir nada a cambio. La Argentina de Macri lo hace y con
fanatismo. Facilita el ingreso de bienes de Estados Unidos, Brasil, Asia y
Europa que rápidamente desplazan a la producción nacional. Si algún intelectual
orgánico del macrismo busca respuestas de las razones a la cálida bienvenida
que recibe Macri en el mundo occidental, en contraposición a la creciente
resistencia que despierta a nivel local, debe encontrarlas en esa apertura
fuera de época que está desplegando.
Recientes informes de organismos internacionales dan
cuenta de la crisis internacional a la que el macrismo le abrió las puertas
argentinas de par en par. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) que agrupa a 34 países desarrollados observa que la economía
mundial ha ingresado en la trampa del bajo crecimiento. “La espiral no es
ascendente, sino descendente. Con caída del comercio, baja productividad, y
reducción del crecimiento global”, apunta. El FMI señala que “desde 2012, el
crecimiento del volumen del comercio mundial de bienes y servicios ha sido
menos de la mitad que en las tres décadas anteriores. Apenas se ha mantenido a
la par con el PIB mundial y la desaceleración ha sido generalizada”. La UNCTAD,
la organización de la ONU que monitorea a las economías de los llamados países
en desarrollo, advierte en World Economic Situation and Prospects 2016 que el
mundo está a punto de “entrar en una tercera fase de la crisis financiera y no
se pueden descartar espirales deflacionarias dañinas”. Destaca que no hay
inversión en los sectores productivos y que muchos países han aumentado la
distancia con los países ricos en relación con la década de 1980, a pesar de la
apertura a los flujos de capital multinacionales. Para indicar que “la mayor
parte de esos beneficios obtenidos han salido de los países o se han invertido
en sectores no productivos como el inmobiliario o la especulación financiera”.
A estas reglas del mundo global, en un escenario
económico internacional perturbador, el macrismo ha apostado para emprender la
refundación de la Argentina conducida por las elites. No hace falta conocer
mucho de historia ni de coyuntura mundial para saber cuáles serán los costos
del regreso a ese mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario