El sociólogo, dramaturgo y escritor Carlos Balmaceda
le contestó a través de una Carta abierta a la presunta indignación del actor
Luis Brandoni por una foto que se sacó Cristina Fernández de Kirchner con una
boina blanca, símbolo del radicalismo.
La alienación, estimado Luis Brandoni,
es ese mecanismo por el cual uno se experimenta ajeno a sí mismo. O sea, cuando
uno se ve a sí mismo, en sus ideas, en sus hábitos, en sus vínculos, como algo
absolutamente distinto a lo que en realidad es.
Usted se horroriza de Cristina con boina blanca y se hace cruces por la corrupción del gobierno kirchnerista, pero
en ese espejo deforme que se ha puesto adelante, no ve su propio silencio, su
complicidad, con el gobierno de la Alianza: en tan solo dos años, 39 muertos,
represión, estado de sitio, hambre y una ley contra la clase trabajadora
conseguida a través de coimas, para coronar la entrega del patrimonio nacional
de la mano de Domingo Cavallo, el arquitecto de esa segunda década infame de
nuestra historia.
Se
ve, a usted y su partido, inmaculados, porque no solo ha borrado de su memoria,
de su ser, estos antecedentes, sino que no acepta que marcha de la mano del que
tal vez se convierta en el gobierno más vendepatria de nuestra historia.
Reclama
para usted y los suyos la herencia de Yrigoyen y de Illía, incluso comete la
osadía de afirmar que Alfonsin hubiera votado a Macri, y en este pase de magia,
se obliga a que las piezas de su dominó político y existencial vayan cayendo
una por una, hasta revelarnos su verdadera cara.
Apoya
usted a un gobierno que ha entregado una riqueza nacional como la energía a una
multinacional, y sin despeinarse, sigue reclamándose heredero de Hipólito
Yrigoyen. Nada menos que de don Hipólito, que al fundar YPF, sostuvo lo
siguiente “Se reserva, pues, para el estado, en razón de la incorporación de
estas minas de petróleo a su dominio privado, el derecho de vigilar toda explotación
de esta fuente de riqueza pública, a fin de evitar que el interés particular no
la malgaste, que la ignorancia o precipitación la perjudique, o la negligencia
o la incapacidad económica la deje improductiva, para lo cual se adoptan en el
proyecto disposiciones que fijan y garantizan un mínimo de trabajo y las formas
convenientes de realizarlo. Con el mismo concepto se ponen trabas a la posible
acción perturbadora de los grandes monopolios”.
Dígame
si encuentra un parecido entre esta afirmación de independencia nacional y
cualquier acción de Aranguren, gerente de Shell. Pruébemelo, señor Brandoni, y
le aseguro que lleno la ficha de afiliación a la UCR.
Sacrílego
es para usted que Cristina Fernández de Kirchner junte sus manos en saludo
alfonsinista, pero no lo es que Susana Malcorra reconozca tácitamente la
soberanía inglesa al sellarnos el pasaporte como si fuéramos extranjeros en las
Malvinas, o que al referirse a las islas, escriba “invadir” en un documento
oficial, en vez de “recuperar” esa tierra irredenta.
Dónde
cree usted que se ubica cuando blande su crucifijo contra el kirchnerismo, ¿del
lado de Malcorra, sospechada de agente directa de la CIA o de Arturo Illía que
con la resolución 2065 consiguió un avance definitivo hacia la recuperación de
esas islas?
¿Está
usted seguro de estar del lado correcto cuando apoya al gobierno de Macri, que
ve con beneplácito la instalación de bases militares yanquis en el país,
sometido como está al designio de los Estados Unidos, mientras que Illía se
negó a enviar tropas a República Dominicana respetando el principio de no
intervención?
Tan enorme y patético es su odio que no ha dudado en llamar a Axel Kicillof “minúsculo canalla”
mientras Alfonso de Prat Gay licúa salarios con una inflación que duplica la
del kirchnerismo, devalúa para favorecer a los sectores concentrados y no se
ahorra expresión injuriosa para hablar de los trabajadores estatales
despedidos, a los que llama “grasa de la militancia”.
Dice, con la cólera de los rencorosos, que el peronismo no es democrático que “si uno no piensa como ellos, es su enemigo”, sin que se le
mueva un músculo de la cara ni una idea de su cerebro. Disparos contra
militantes en un acto de Nuevo Encuentro, balaceras contra unidades básicas,
requisas permanentes a los jóvenes de barriadas populares, detención fuera de
todo orden legal de Milagro Sala, represión a pibes de una murga, todos
episodios que en doce años no ocurrieron durante el gobierno de aquellos que
“no son democráticos”, y que sí ocurrieron en diez meses del gobierno que usted
apoya.
Es
más, los nazis pueden pasearse por la casa de gobierno, dar
clases en una escuela de Morón, evadir la condena del intendente de Mar del
Plata, cuando atacan a distintos grupos de esa ciudad. ¡Los nazis! Aquellos
mismos que cubrieron de sangre y oprobio con sus “pogroms” las calles de Buenos
Aires en 1919, desgastando al gobierno del propio Yrigoyen, y a usted, todo
esto, no le merece mención ni prevención.
Cristina
lleva la boina blanca de los revolucionarios que dieron sus vidas en el ´90
para que el voto fuera universal y secreto, y lleva la boina blanca de los que
dieron sus vidas en el ´30, asesinados y cortadas sus orejas como trofeos,
porque, decían sus asesinos, eran “orejas de Peludo”, como el mote de don
Hipólito.
Hay
una continuidad histórica entre aquellos y ella. Hay una continuidad histórica
que se hace carne en cada biografía. Lo sé porque fui radical, porque así como
aplaudí el juicio a los comandantes de la represión, porque así como celebré
cada acto de libertad del alfonsinismo inicial, repudié el punto final, la
obediencia debida y la economía de guerra que cedió ante el FMI la soberanía de
nuestras finanzas.
Desconcertado
después en los noventa, huraño y desconfiado por ese triunfo de la
antipolítica, la historia volvió a encarnarse en mí cuando el hilo de los
movimientos populares fue recompuesto por un hombre, primero, y por una mujer,
después.
Más
tarde que yo, pero nunca definitivamente tarde, los radicales que estaban allí,
en Atlanta, celebraban no ya a esa mujer, no ya la adhesión al peronismo, sino
la propia reconstitución de su ser en el tren de la historia.
La
alienación, le decía, Brandoni, ese concepto que nos legó el compañero Marx,
nos hace ver rubios cuando somos negros, altos cuando somos petisos y dignos
cuando no lo somos. Rubio y alto, su espejo merece verse así al menos en esos
dos atributos, pero haga un esfuerzo de imaginación, le pido, para vérselas con
el tercero.
Uno
nunca termina de hacerse en su propia salsa, uno es con la historia, se hace
con ella, se revisa, se critica, se cambia y se entrega a estadios que lo van
dignificando y permitiéndole encontrarse con compañeros cada vez más dignos de
lucha. En un retroceso extraordinario, usted se ha encontrado, como diría el
tango, pasando del brazo con quien no debe pasar; su historia de lucha, de
coraje, de reivindicación de los derechos de los actores ha quedado trunca (si
hasta me cuentan que insidiosamente quiere ir con formas poco democráticas
contra los avances logrados en estos doce años en la Asociación de Actores y en
SAGAI), y, como en una contradicción zoológica, invierte la parábola del
elefante: recuerda para adelante y camina para atrás.
La
condena de los alienados como usted, son los otros, (siempre es el otro la
condena y el consuelo, después de todo). Porque el otro, que vendría a ser yo,
las multitudes, los que se encuentran entre boinas blancas y bombos, persisten
tozudamente en su ser, coronan con acciones y con ideas los puntos de ese mapa
que es la historia, y le reflejan a usted en una imagen en la que está obligado
a verse.
No
es con palabras que uno puede disponer de la realidad, es con acciones, con
resultados, con idas y venidas dialécticas, con un hacerse permanente con los
otros.
De
manera que si usted farfulla, grita y afirma sus ideas, alejándose tan
obstinadamente de la realidad, es porque en verdad necesita, mire qué ironía,
un relato en el que usted sigue siendo ese tipo valioso de los setenta, que se
la jugaba contra el orden neoliberal que hoy apoya con un irritante entusiasmo.
Necesita
un relato en el que usted, actor al fin de cuentas, es un personaje, pero,
pirueta final de la alienación, no es el personaje que usted cree ser, es más
ni siquiera es la víctima de alguien “comido” por el personaje. Usted dispara
sus últimos cartuchos existenciales creyendo que es el Gallego Soto, y no es
más que Muzzicardi.
De
la resistencia épica al grotesco criollo, de un revolucionario a un corrupto
vinculado con la corrupción del Proceso. Digamos que en realidad, Muzzicardi le
sienta bien, después de todo, usted, Luis Brandoni, apoya al hombre que se hizo
multimillonario durante la dictadura y que proveía de vehículos a los grupos de
tareas para sus secuestros.
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