Se trata de un "vicio" típico de la indolencia nativa, según los "cultos".
Mi viejo amigo don Julio Correa, fallecido hace ya años, fue uno de los narradores con más
gracejo que he conocido. Era el suyo un chispeante humor, que remarcaba con el acento
catamarqueño y con uno de sus ojos, cuyo párpado, cayendo "como capota de coche" —según su
decir—, subrayaba el momento preciso del efecto buscado.
Nadie que las haya presenciado podrá olvidar la fina gracia de las polémicas a chiste entre
el santiagueño Chalaco Iramain y don Julio, en que las rivalidades de las dos provincias natales se
ventilaban en amables e inagotables anecdotarios.
Contaba Correa que viajó una vez a su provincia como delegado de su partido —era
radical—, para arreglar uno de los tantos conflictos de campanario con que los provincianos llenan
el hueco de las horas vacías. Esas horas vacías que el clima impone, matizadas de trucos y de
bromas, almácigos de apodos y de anécdotas bajo la sombra amonedada de sol de los parrales o en
la cámara oscura del café o del club, tras el objetivo tachonado de "bufache" de la vidriera.
El tren llegó a las tres de la tarde. Desde el estribo, valija en mano, don Julio paseó su
mirada por el andén de la estación, donde dos o tres escépticos changadores y el inevitable perro
pila bajo un banco, sustituían la presumida Comisión de Recepción.
Sin embargo, al pasar por la sala de espera, oyó una voz conocida que le daba la bienvenida
desde un rincón oscuro y perfumado de "fluido".
—"¿Has venido vos solamente?" —preguntó Correa, anticipándose ya al fracaso de su
gestión.
Pero el otro le explicó, con la razón de su presencia, las demás ausencias:
—"Es que estaba desvelado."
Pretendía después don Julio, que no era desvelo. El que lo esperaba también dormía, sólo
que era sonámbulo.
Los sonámbulos practican a la hora de dormir y el sonambulismo diurno no es un
sonambulismo de segunda. Donde es más importante dormir en las primeras horas de la tarde que
en las de la noche, hay sonámbulos de siesta.
Esto tal vez sea difícil de comprender para los que creen que su mundo es el mundo y que
los horarios —hasta para el sonambulismo— tienen que arreglarse según los horarios de otros
climas más "civilizados", como dicen.
Y otras veces es la vida, con sus exigencias, y no el clima, a pesar del clima, la que los
organiza, como en el caso de los changadores de la estación de Catamarca y la del mismo jefe de la
estación, que tiene que "acechar" la posible llegada del tren sin que le valga el horario de la siesta.
* * *
¡Oh, necesaria, deliciosa y detractada siesta! Sabios horarios de provincia, que cierran las
puertas de los comercios y los talleres; que nos zambullen en un agua de silencio rayado de
chicharras, entornando también la puerta del día hasta que llega la tarde, dulce y fresca como
sandía recién sacada del pozo, con una boca gruesa y jugosa, abierta en carcajada.
De vez en cuando cae por provincias un "profesor de energía". De esos que han leído a
Spencer y a Orison Sweet Marden, y desde luego a Agustín Álvarez, los editoriales de los grandes
diarios, las opiniones de los normalistas y el "Reader Digest", y nos abruman con que "time es
money", y que nada se debe dejar para mañana.
Yo los he visto llegar a los países de la siesta, pontificar sobre la molicie de las costumbres y
la haraganería criolla, que la siesta simboliza, hasta que la siesta misma, como un hada amable y
persuasiva, y un poco maliciosa, los ha ido paulatinamente conduciendo por los caminos del
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sentido común. Y he visto también rechazarla porfiadamente, hasta el final inevitable, que va
resbalando de los vasos de whisky y las botellas de cerveza de las confiterías y los clubs, a la caña
de los mostradores de boliche y la botella de los bebedores solitarios.
Y no es un descubrimiento mío, pues pertenece a la mejor literatura imperial, nada menos
que a Rudyard Kipling: "Ahora bien, la India es un sitio más lejano que los otros, donde uno no debe
tomar las cosas demasiado en serio, excepto siempre el sol de mediodía. El mucho trabajo y el exceso de
energía matan a un hombre tan seguramente como el reunir muchos vicios". (Rudyard Kipling, Cuentos de
las colinas). El cuento es el de un alumno modelo de Sandhurts, que graduado va a servir en las
fronteras de la India, y que como modelo no se allana a las exigencias del clima. Y lo paga.
La India no es Catamarca, ni Santiago del Estero, pero vale la moraleja. Sólo que nuestros
"cultos" lo entienden a Kipling, a quien desde luego han leído, pero sólo para la India, y no para lo
nuestro. En esto como en todo.
Conocí un "profesor de energía" que, increíblemente, era provinciano.
Viajaba ya a Tucumán en el verano de 1928. Principiaba enero, y el termómetro del coche
comedor del tren batía sus mejores marcas.
En La Banda descendió el Coronel De La Zerda, candidato a gobernador por los radicales
antipersonalistas. En el andén una pequeña banda de música, disparos de bombas y el desganado
y breve discurso de bienvenida. Después vi salir de la estación el pequeño grupo de partidarios
que se alargó en la calle en fila india, pegado a las paredes del norte, como si caminara a pie enjuto
por el hilo dentado de su sombra que mellaba la vertical solar. En el andén, levemente sombreado,
quedamos solos el jefe de la estación y yo. El correspondiente perro pila había vuelto a estirarse
bajo el banco, agotado por el esfuerzo de husmearme, y en la punta lejana del andén el auxiliar
cachaciento entregaba el aro al maquinista.
—"¿Puede ganar el Coronel éste?..." —le pregunté al jefe.
—"Vea, señor" —me contestó después de una pausa—, "Prestigio no tiene mucho y menos
su partido. ¡Pero el hombre es muy trabajador!".
Y para ratificarlo —después de "tomarse un tiempo" —agregó ponderativamente:
—"¡Figúrese que no duerme la siesta!".
Quedamos en silencio los dos. El santiagueño, absorto ante el fenómeno que acababa de
señalar. Yo, rumiando la comprobación sociológica que acababa de hacer: la siesta como expresión
del arrastre "bárbaro" de las tradiciones hispanoamericanas, y lo que podía significar aquel hombre
símbolo, cuando, llegado al gobierno, la desterrara de las costumbres, y ganando horas al tiempo
colocara a Santiago del Estero en la ruta de la civilización europea. Pergeñaba "in mente" un
ensayo como para las columnas de "La Nación", "La Prensa" o "La Vanguardia", cuando en el
momento de volverme en dirección al tren, oí que el santiagueño —y ya se sabe que el paisano
tiene dos tiempos— completaba su pensamiento:
—"La verdad, señor, es que no sé qué gana con estar despierto, ¡porque como los demás
estamos durmiendo...!".
La dinámica del Coronel De La Zerba me había perturbado hasta olvidarme del sol, de la
temperatura, y las demás condiciones naturales que rigen la dinámica santiagueña.
Tomaba como buen ejemplo el malo, el que no servía para el caso, pues las leyes del caso
están dadas por la naturaleza, a la que no se puede escapar ni aquí ni en la India, sino por el
whisky, la cerveza o la caña, porque el que no se evade de la fresca. Así también los borrachos de
sabiduría libresca, que copian en lugar de mirar, y no ven, porque no to dos los que miran ven.
Inútil decir que el Coronel De La Zerda perdió la elección. Y lo que es más importante: las
siestas.
Pero ahora sabemos que Winston Churchill dormía la siesta. Adquirió la costumbre en
Cuba, en su mocedad. Y puede ser que los tilingos comiencen a ponderar sus excelencias. Ellos son
así. El tango vino de los salones de París, y ahora la música folklórica les gusta, porque retorna con
pase ultramarino. Es "bian", y los chicos y chicas aprenden la guitarra.
Que sea por mucho tiempo. Amén.
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DE LAS ZONCERAS DE AUTORIDAD QUE SE LE
OLVIDARON A BENTHAM
De las zonceras para escolares... y también para adultos
A) EL NIÑO MODELO
I) El niño que no faltó nunca a la escuela.
II) El buen compañerito.
III) El niño que no mintió jamás.
B) EL HOMBRE MODELO
I) El canal de Rivadavia.
II) El hombre que se adelantó a su tiempo.
III) El más grande hombre civil de la tierra de los ar gentinos.
C) OTRAS ZONCERAS DEL MISMO TIPO
I) Como hombre te perdono mi cárcel y cadenas.
II) El tirano Rosas y la piedra movediza del Tandil.
DE LAS ZONCERAS DE AUTORIDAD QUE SE
LE OLVIDARON A BENTHAM
Estas zonceras son aquellas cuya administración comienza con el destete, pero en dosis para
adultos.
Recordemos que Jeremías Bentham, conforme a su clasificación de los sofismas, dedica un
capítulo a los "sofismas de autoridad". Estas zonceras son previas a las de autoridad y sirven
precisamente para crear la autoridad o para restarla a quienes se opusieron a los respectivos
autores de zonceras.
Desde otro punto de vista, son las zonceras menores, auxiliares de las zonceras mayores, a
las que acompañan delante, atrás y a los costados haciéndoles de coro y comparsa.
La apariencia de estas zonceras es inocente. Posiblemente le arranquen a usted, una sonrisa
nostálgica, como los cuentos de Callejas o los del lobo y Caperucita. A decir verdad, no estoy muy
seguro de que lo del lobo y Caperucita no forma parte también de otras zonceras, tan extraños son
el lobo y Caperucita a nuestro medio histórico y geográfico. Más bien creo que ésta es zoncera por
consecuencia de las otras. Una vez que se ha preparado la concreta en que está inserta, lo demás
viene por añadidura.
Así resulta natural que los escolares tocados por el estro poético —los post-escolares
también— nos obsequien con sus primaveras abrileñas, y que los Reyes Magos, tan del clima de
nuestras Navidades, hayan sido reemplazados por sudorosos y olorosos "Papás Noel" y "Santa
Claus" cubiertos de algodón —nieve— y de un manto de pieles, deslizándose por las chimeneas
cuando tienen a su disposición todas las ventanas, abiertas de par en par en las cálidas noches de
nuestra estival Navidad. Y que las palmeras hayan sido reemplazadas por nevadas coníferas y los
trineos sustituyan a los simpáticos camellos. También que se olvide el santo y se prefiera el
cumpleaños, pero cantando "Happy birthday"...
—"¡Un momento!, voy a atender el teléfono...".
—"¡Haló, haló!".
—"¿Qué el 'baby' está enfermito ...?".
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—"¡Sí, sí!, 'malade'...".
—"Pero vos sos la mamy', m'hijita... Mejor que lo llames al 'papi'!
—"¿Qué, no puedes sacar el 'carro' del 'aparcamiento'...? Reportame, ¿cómo cuánto lo
querés... ? Eso es lo que lo enferma. Levantalo y dejalo que participe en la 'balacera' que tiene con
los amiguitos".
¡Y pensar que de chico tenía miedo de pasar por maricón porque decía mamá y papá en
lugar de tata y mama...!
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