(Con permiso de Mc. Namara y el B.I.D.)
Al hablar de la población no hay frase más adecuada que la enunciada por Alberdi. Pero no
se trata de una zoncera en sí, sino todo lo contrario. Se convirtió en zoncera exclusivamente porque
el mismo Alberdi le imprimió un sentido autodenigratorio que analizaremos a re nglón seguido.
La famosa frase pertenece a las "Bases" y dice lo siguiente: "La población en todas partes y
esencialmente en América forma la sustancia en torno de la cual se realizan y desenvuelven lodos
los fenómenos de la economía social". Esto no pasaría de ser una simple perogrullada si no
adquiriera su carácter de zoncera al subrayar su autor la frase "esencialmente en América". ¿Por
qué esencialmente "en América", cuando se trata de un principio general de orden lógico?
Simplemente porque poblar en América tiene un sentido especial. Y aquí es donde ya vemos que
"gobernar es poblar" no significa lo que literalmente expresa, sino poblar de determinada manera y
con determinada población.
Las zonceras concernientes a la población, en otras palabras a las características del pueblo
argentino, que se dijeron ayer y se siguen reiterando hoy para el mismo pueblo del mis mo origen y
para el proveniente de la inmigración, no están enunciadas en la forma habitual de las zonceras. En
el fondo se trata de las presuntas incapacidades de los argentinos. Algunas de ellas se analizarán
para que se vea la zoncera que constituye su esencia.
Pero aunque la idea —gobernar es poblar— era básicamente buena, el europeismo reinante
en la Argentina del siglo XIX la arruinó por completo; si el clima era dañino para la buena salud de
las instituciones, como lo enseñaban los sabios de la Europa, y las razas nativas, mestizadas de
españoles, no eran mejores, se imponía introducir otras razas, ya que el clima era inmodificable.
Ante un país desierto, que sólo necesitaba grandes masas de población para explotar sus recursos
vigentes. Alberdi condensó un programa de gobierno en la célebre fórmula. Como su modelo de
nación civilizada era Inglaterra (anglomasía compartida hasta por la opinión pública de los países
europeos) redondeó en "Bases" la idea de que un peón criollo jamás saldría un buen operario
inglés. (Que le contesten a Alberdi los torneros cordobeses de Kaiser o Fiat, que hace cuatro o cinco
años pastoreaban cabras en la sierra). En otras palabras, poblar era para Alberdi acarrear
inmigración inglesa, que encastase con las mujeres criollas: para lo único que éstas servían era para
echar hijos al mundo. Por este extraño mecanismo de un intelectual —y Alberdi fue en realidad el
único pensador auténtico de la Argentina del siglo XIX, pues Sarmiento no fue un pensador: era
más bien un poderoso artista de la palabra— una buena idea de gobierno se transformó en una de
las zonceras de este Manual.
La realidad, como siempre, vino a jugarles una mala pasada a Sarmiento y Alberdi. Los
únicos ingleses que vinieron al Plata fueron gerentes ferroviarios, que se instalaron en Hurlingham
o Lomas de Zamora. Del país no les gustaban ni las mujeres, contrariando así las esperanzas de
Alberdi, pues importaban, por las estipulaciones de la Ley Mitre, no sólo carbón, vagones y tinta
para escritorio, sino también esposas. El carácter abstracto de los sueños alberdianos se
demostraba acabadamente cuando las mujeres de los ingleses empleados en los ferrocarriles
debían dar a luz. Al llegar el momento, la empresa les pagaba el viaje a Inglaterra, para que los
chicos de los gerentes y altos empleados abrieran sus ojos en las lejanas islas, sacaran sus papeles
en un registro inglés y volviesen poco después a Hurlingham, ida y vuelta pagadas a costa del flete
argentino. Contra todas las previsiones de los teóricos, los inmigrantes fueron españoles, italianos,
eslavos y hombres procedentes de Europa Oriental. ¡Sarmiento quedó anonadado! Y Alberdi, que
ya estaba viejo, vivía demasiado preocupado con otros temas para detenerse a examinar en la
realidad social el destino de sus quimeras juveniles. Pero como hay más sarmientinos que
alberdianos y casi todos los sarmientinos son hijos de inmigrantes, la mejor lección que puedo
ofrecerles es remitirlos a las páginas despreciativas que dirige Sarmiento a los italianos, españoles
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y judíos en su libro La condición del extranjero en América. ¡Ya verán allí qué demócrata y
cosmopolita es el autor de Facundo! Pues los teóricos de la inmigración sólo querían poblar las
pampas con escandinavos y anglosajones: vinieron en cambio los inmigrantes menos refinados,
aunque más enérgicos y laboriosos que sí se integraron al viejo país criollo y dieron origen a la
Argentina contemporánea. Jamás sospecharon que sus hijos y nietos serían educados en una
zoncera anglófila y que la descendencia admiraría justamente a próceres que hicieron burla y
menosprecio de sus padres gringos.
Decíamos que hay menos alberdianos que sarmientinos y es preciso explicarlo. Los dos
eran provincianos de genio. Pero Sarmiento se conchabó enseguida con la oligarquía porteña y a
pesar de sus ocasionales rebeldías dio expresión literaria a los gustos e intereses de Buenos Aires.
Alberdi, en cambio, que fue hasta el fin de sus días un europeísta convencido, en su ancianidad
comprendió aspectos de la vida argentina que permanecieron inescrutables para Sarmiento.
Alberdi fue siempre enemigo de Mitre y lo hizo picadillo históricamente, como a Sarmiento. Esas
páginas de Alberdi no son bien conocidas. Circulan, en cambio, todas las atrocidades que escribió
en su juventud contra los criollos y en favor de los ingleses. (La oligarquía no sólo tiene la manija
del poder, sino la bocina de la gloria. Así, lo han maquillado a Alberdi para mostrarlo a los jóvenes
con la cara preferida por la oligarquía liberal. Sólo se habla de "Bases" en la liturgia
conmemorativa. Y "Bases" no es el pedestal de su estatua, sino la lápida de su sepulcro). Si no lo
cree, lector, léala ahora mismo y comprobará lo que digo. Gobernar era poblar... con hombres y
mujeres laboriosas de cualquier parte del mundo que quisiesen tener hijos y nietos argentinos.
Pero como no vinieron los suecos ni los escoceses, la oligarquía se vengó con el aparato cultural y
pobló el país de cipayos, sin necesidad de importarlos, sólo con la escuela y la universidad. De
donde un gran pensamiento de gobierno se quedó en pura zoncera. 1
1 J. J. Hernández Arregui —La formación de la conciencia nacional, Ed. Hachea, Bs. As., 1960— dice a este propósito: "El inmigrante divinizado
fue parte de la negación de este país verdadero por la clase terrateniente, la postrera injuria a la resistencia nacional que los moradores criollos
habían simbolizado con sus lanzas. Sarmiento lo confesó con esa franqueza brusca que permite, a veces, penetrar a través de sus juicios más
honrados en los designios de la oligarquía. Esa política había permitido «ahogar la chusma criolla, inepta, incivil y ruda que nos sale al paso a
cada instante»".
Más adelante agrega: "Sarmiento viejo —que es el único que interesa para conocer la verdad— reconocerá finalmente que la
conciencia nacional no penetraba en Buenos Aires. En Buenos Aires no está la Nación porque es una provincia extranjera". "Las mejores páginas
contra la inmigración —otro hecho ignorado— se deben a su pluma. Y lo mismo Alberdi, que de joven había considerado el idioma español incompatible
con la civilización y recomendaba la lengua inglesa". Pero "ya ambos habían dado su contribución a EE.UU. e Inglaterra y a la miseria
argentina. Sarmiento fue gradualmente aniquilando sus propias fábulas. La ilusión de Europa empezó a caer cuando la conoció: “Vengo de
recorrer Europa y de admirar sus monumentos, de postrarme ante su ciencia, asombrado todavía de los prodigios de sus artes, pero he visto sus
millones de campesinos proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser contados entre los hombres; la costra de mugre que cubre sus
cuerpos, los harapos y andrajos que visten no revelan bastante las tinieblas de sus espíritus; y en materia política, or ganización social, aquellas
tinieblas alcanzan a oscurecer las mentes de los sabios, de los banqueros y los nobles”.
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