El viejo Manzione se había establecido con obraje, a principios de siglo, en Añatuya. El
ritmo pausado de los hacheros santiagueños con su lentitud nativa, le agitaba la sangre de
indignación. Un día, cansado del ritmo monocorde y lento de las hachas santiagueñas sobre el
tronco de los quebrachos, se fue a Buenos Aires y reclutó una cuadrilla de italianos recién llegados,
en el Hotel de Inmigrantes.
Todo cambió. La música de las hachas aceleró su ritmo y el quebrachal se es tremeció ante el
empuje avasallador de Europa, que multiplicaba el golpe y llenaba de redobles el eco de la selva...
Pero a los pocos días la cuadrilla se había disuelto y unas cuantas verdulerías más,
multiplicaban el comercio minorista de Añatuya, hasta entonces dominio exclusivo de los
siriolibaneses.
Volvió la selva a la música hachera de los santiagueños, que lenta pero seguramente, la
iban aboliendo, para que los rieles importados estiraran su sueño de distancia sobre el sueño de
quebracho de los durmientes. (Se me ocurre un símbolo de cómo debió ser y no fue: asentar lo
nuevo sobre lo viejo y fuerte).
Los piamonteses y napolitanos del Hotel de Inmigrantes aprendieron pronto lo que los
"turcos" de Santiago habían aprendido antes y se dedicaron al comercio, al menudeo para conciliar
clima con sus técnicas, hasta que paulatinamente fueron adquiriendo las costumbres y modos
santiagueños, y terminaron por serlo, y más sus hijos, y más sus nietos. Como había ocurrido con
los conquistadores españoles, que también lo aprendieron.
Vaya usted y vea las cuadrillas de santiagueños en la junta de maíz, en el más benigno
clima del Litoral, y ni piamonteses, ni napolitanos, ni siquiera los mismos criollos del Litoral, se les
acercan en el número de bolsas a los venidos del Norte. Vaya usted ahora a la siderurgia de San
Nicolás y pregunte si hay mejores trabajadores que los correntinos, santiagueños y tucumanos que
constituyen el grueso de la población obrera. O vaya usted y póngaseles a la par, hacha contra
hacha, en la picada del quebrachal. Permítame, después, una sonrisa.
Pero el "culto" seguirá creyendo que es una cuestión de raza o de herencia cultural,
confundiendo cultura con alfabeto y no con el producto de la vida en determinado medio
geográfico e histórico.
Casi estaría por decir a esos "cultos", que las técnicas más difíciles son las primitivas. Yo
puedo largar un "cabecita negra" en Londres y se va a "defender". Me gustaría ver cómo se
comporta el intelectual en un rincón de la selva virgen. Eso sí, le puedo decir que con un peón se
puede hacer un tractorista, pero con un tractorista no se puede hacer un peón ga nadero.
Así son los hechos y de nada sirven los libros sin el conocimiento práctico de los mismos; o
peor, sirven para confundir. ¿Pero esto me da derecho a mí para pensar que el santiagueño es
superior al milanés o al napolitano? De ninguna manera. Incurriría en la misma zoncera de mi
interlocutor. Son las condiciones del medio y las del sujeto en su formación histórica, las que
permitirán decidir de su aptitud o no. Pero esto le resulta muy difícil de entender a nuestros
antirracistas de exportación.
En El medio pelo en la sociedad argentina bajo el subtítulo, "La inmigración en el medio rural"
me he referido al contraste tan traído y llevado a la supuesta superioridad del "gringo" sobre el
nativo como trabajador, cuando en realidad se trata de la aptitud técnica correspondiente a los
distintos estadios sociales a que nativos e inmigrantes pertenecen en un momento de transición.
He tomado allí como punto de partida aquel verso magistral de Martín Fierro cuando
relata con inusitada ternura la dramática situación del gringuito cautivo. Creo necesario aquí
reiterar en otros términos lo que allí se dijo:
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"Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco
y lo augaron en un charco
por causante de la peste:
tenía los ojos celestes
como potrillito zarco."
He aquí al gaucho matrero refugiado en los toldos, víctima de todas las miserias,
constreñidos al último rincón de su infelicidad, revuelto "entre perros, indios y lanzas". Sin
embargo se compara con el gringuito cautivo de los ojos celestes y lo protege con la comprensión
de su debilidad: "Tenía los ojos celestes / como potrillito zarco", y "siempre hablaba del barco", es
decir de su mundo del que había arrancado para esta otra vida americana, brutal y para la que no
estaba preparado.
Antes de ese momento el gringuito era el fuerte; el gau cho el débil.
Traslademos ahora la acción de este verso a un escenario más amplio.
El gringo, con la técnica y el estilo de vida de su país de origen, se incorpora a la sociedad
de la pampa.
¿Es superior o inferior?
Ya sabemos lo que ha dicho nuestra "intelligentzia".
Desde luego no es superior allí en la toldería. Tampoco es superior en el fortín, como el
"napolitano" contratado de que también habla Fierro. No es superior en ninguna de las artes que
corresponden a la sociedad en que el gaucho se formó y a la que pertenece. No sabe hacer un
corral de palo a pique, ni quinchar un rancho, ni hacer "chorizo" para sus paredes, ni domar un
potro, ni entablar una tropilla, ni arrear una tropa, ni orientarse por las estrellas o por los pastos, ni
seguir un rastro.
El gringo es un inútil y desde su superioridad técnica el gaucho lo ha de mirar entre
despectivo y compasivo, según la ocasión. Esta del verso ha sido la de compadecer; la del
napolitano en el fortín la de despreciar, o la del organillo.
La sociedad que se asienta en la ganadería ha creado sus técnicas que prolongan la mano en
el lazo y en el cuchillo y permite dominar la naturaleza desde el caballo; su conocimiento es la
sabiduría de la pampa.
Cuando aparece el trabajo agrícola la situación es otra. El gaucho de la pampa ignora la
agricultura, y digo el de la pampa porque no ocurre eso en el de las zonas de regadío. La técnica de
la agricultura ha sido imposible antes del alambrado, en un país poblado de innúmeros yeguarizos
y vacunos donde el cultivo no se puede proteger contra su invasión. El gringo en cambio domina
esa técnica que aprendió en el país de origen y esa es toda la superioridad agrícola del grin go sobre
el gaucho, que es la misma superioridad del gaucho sobre el gringo, cuando se trata de la
ganadería vacuna. Ni el hombre gringo ni el hombre gaucho carecen de aptitudes; sólo que cada
uno posee aquellas en que fue formado, las jerarquiza como superiores y tiene un concepto
despectivo en lo que no figura en sus tablas de valores.
Sólo la ejercitación en la nueva técnica podrá decir quién es inferior y eso se verá mucho
más adelante cuando la vida arroje al gaucho a la necesidad del trabajo agrícola que lógicamente
subestima como sobreestima lo que sabe, es decir el trabajo ganadero. Entonces el croto, el criollo,
peón de aradas y cosechas, aprenderá y reemplazará al gringo linyera o golondrina en el trabajo
estacional de la agricultura. Y también se hará chacarero. Más tarde será el "cabecita negra" y
entrará al conocimiento de las altas técnicas de la mecánica, la electricidad, la construcción, la
siderurgia, etc. Esto ni lo podían presumir los que habían partido del supuesto básico de la
inferioridad y no del análisis de las condiciones objetivas propicias o adversas del desarrollo de las
aptitudes.
Aún más: tampoco resultará inferior el gringo débil o su hijo tal como lo ve Martín Fierro
en la estrofa citada, cuando haya aprendido las técnicas de la ganadería.
Mi padre fue matrero en la Revolución del 80. Muy jovencito —quince años— se alzó en su
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pueblo del oeste con el resto de la mozada huyéndole a Arias que hacía la leva para traer
defensores a Buenos Aires. (Pepe Rosa me ha dicho que el combate de Olivera se da en nuestra
historia como una derrota de Arias, cuando fue en realidad una hábil maniobra por que la fuerza
derrotada era un pequeño contingente que tenía una función diversionista que cumplir mientras, a
retaguardia de la misma y sobre el flanco el grueso de la leva seguía hacia Buenos Aires, donde
Arias entró con 3.000 reclutas incorporados a la defensa).
En una ocasión, ya anochecido, los matreros fueron alertados de la presencia de un piquete
de tropa. Allí fue el apuro por "agarrar caballo". Y mi padre comentaba siempre, riéndose: —"Los
vieran a los gringos cómo lloraban lo que no sabían cómo agarrar caballo a oscuras". Esto era para
él, hijo de gringo, un signo evidente de inferioridad, y cuando yo le objetaba que me encontraría en
el mismo apuro atinaba a decir que también yo era un agringado.
La anécdota prueba una vez más la relatividad de los conceptos: mi padre, hijo de
inmigrantes, había adoptado el punto de vista del gaucho desde que había adquirido la técnica del
mismo y también sus tablas de valores. Lo cierto es que no se hizo rico, como no se hacía el
gaucho, y debía necesariamente hacerse el gringo o su hijo, conforme a su superioridad sobre el
nativo.
Pero aquí tocamos otra cosa que ya no se refiere al dominio técnico de la naturaleza: la
inferioridad del gaucho para el comercio.
Por encima del gaucho se ha conformado una sociedad comercialista y capitalista; el gringo
proviene de ella y conoce perfectamente la transacción y el valor acumulativo del dinero. El
gaucho ignora hasta la propiedad de la tierra. Se ha formado en donde ésta es "res nullius", o por
lo menos desierto, y su economía es una economía primaria de autosatisfacción fundada en la
parquedad de sus necesidades y en la provisión por la naturaleza y por sus aptitudes ganaderas,
de las cosas esenciales. El dinero es necesario a lo sumo para los vicios y elementales urgencias; no
tiene valor acumulativo porque no tiene destino, y sólo puede proporcionarle los lujos del apero y
la tropilla. La plata y el oro, aún amonedados, son el adorno de su cuchillo o de su tirador. No
concibe lo comercial y el comercio no forma parte de su vida; es un incidente con vistas a
procurarse cosas de consumo o de uso, nada más.
Lógicamente, mostrador por delante, el gringo lo vence siempre y lo vencerá en todo lo que
se vincule con sus aptitudes para la sociedad capitalista. ¿Puede, de aquí, deducirse una
inferioridad? Sí, para determinado tipo de sociedad; pero puede ser superioridad para otro.
Pero aún dentro de la sociedad capitalista su inferioridad no es congénita ni determinada
por el medio geográfico, sino por la realidad de su formación económica y social.
Lógicamente instaurada una sociedad de tipo capitalista y comercialista, como ocurre, el
gringo le ha de llevar ventaja, porque el país que se construye ha tenido en cuenta al gringo y no al
nativo. Lo mismo pasa en la colonización, como trató de demostrarlo Hernández en sus trabajos
cuando ella fue posible en la pampa, es decir, cuando el alambrado hizo posible salir de la
propiedad latifundista que es un producto en gran parte de las condiciones de producción
anteriores al cerco, cuando sólo la distancia y las aguadas hacían posible el aquerenciamiento de
las haciendas y los apartes1.
1 Cuando Darwin quiere expresar la incapacidad del gaucho recuerda aquel paisano que encontró sobre el Colorado y que no tenía caballo. Por
no tenerlo no servía de nada. ¿Y para qué podría servir Darwin mismo, con toda su sabiduría, a pie en el desierto? Es decir, Darwin hizo un
análisis subjetivo del hecho objetivo que le mostraba el gaucho porque su invalidez era cierta en cuanto hombre a pie. A caballo poseía todas las
técnicas necesarias para el desierto y a pie ninguna.
La cultura es eso: la aptitud por el manejo de los medios para dirigir la naturaleza hacia los fines del hombre. Por eso la anécdota se
reitera en la de Felipe Varela: En Chile y a pie.
Esto me recuerda una ocasión en que viajaba por la ruta 40 en dirección a Malargüe, al pie de la cordillera. Me acompañaba el Comisario
de El Sosneado y su hijo de 8 años de edad. Lejos, apenas un punto, un hombre a pie venía hacia nosotros. La criatura dijo:
—"Allá viene un chileno"
Lo miré al chico y me quedé callado. Al pasar el hombre saludó:
—"Buenos días, caballeros".
No había duda, era chileno.
Entonces le pregunté al chico:
Y el chico me contestó:
—“Porque venía a pie...”
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De la supuesta inferioridad criolla2 también nace para nuestra "intelligentzia" las precarias
condiciones de habilitación de los establecimientos ganaderos. Hudson ha sido en Allá lejos y hace
tiempo quien ha explicado las condiciones objetivas que determinan esta particularidad del viejo
campo argentino y sus pobladores, ajenas por completo al subjetivismo que importa suponer al
criollo incapaz para el confort.
Dice Hudson que le llamó la atención ver que las estancias del siglo XVIII presentaban
rastros de haber tenido buena casa, monte frutal y huerta, en tanto que las del siglo XIX carecían de
todo esto, limitándose a unos pocos corrales y unos malos ranchos. La explicación que encuentra
es la que sigue y que demuestra que el primitivismo puede ser una exigencia del medio.
Los primeros pobladores de estancias, procedentes de Andalucía, Extremadura, etc.,
trataron de reproducir en las pampas las características de las fincas de su lugar de origen, pero la
experiencia fue enseñando poco a poco que el confort que retenía en la casa y el zapallo o el
duraznero a cuidar robaban un tiempo necesario para el cuidado de las haciendas, que en espacios
ilimitados y con aguadas variables y diseminadas, exigían estar a caballo permanentemente,
porque una docena de duraznos o dos caballos podían costar la pérdida de 200 ó 300 cabezas de
vacunos. Era la naturaleza de la explotación la que generaba los hábitos y no a la inversa, como
creen nuestros doctorcitos y muchos agronomitos3.
De esto no se hubiera dado cuenta Darwin porque para eso había que saber que los chilenos que andan por la zona son mineros que
cruzan a pie la cordillera para venir y para irse y son por consecuencia los únicos "andarines" por aquellos desiertos. Se me ocurre pensar las
científicas reflexionas de que nos habrían llenado en este caso los Keyserling, Frank y Ortega si los culteranos huéspedes los hubieran llevado por
aquellos andurriales.
A pie de El Sosneado hay una casa de ramos generales que proporciona la provista a los mineros, en su mayoría chilenos que trabajan
en los meses del deshielo en el Cerro Overo, la mina de azufre.
Me llamó la atención ver en lo alto de la estantería de las más lujosas valijas de cuero de calidad tal que sólo se ven aquí en Mattaldi,
Rossi y Caruso, y en algunos comercios de Florida o del centro bancario. No sé en qué imaginaciones de turismo de lujo me habría metido si el
mozo del mostrador no me lo hubiese explicado. Era el tiempo en que la vida era mucho más barata de este lado de la cordillera; ahora lo es
también, pero no tanto. Los mineros chilenos al pararse la mina con las primeras nevazones, y antes de que se cerrasen los pasos, compraban
provisiones con los ahorros del trabajo y cada uno compraba también dos valijas de la más excelente calidad en que metían azúcar, arroz, yerba,
queso, tocino, etc., para vender su contenido del otro lado... y después vender la valija. Como se ve, los chilenos que también son un pueblo
inferior, particularmente los gauchos mineros, tienen tanto ingenio como nuestros turistas que de retorno a Ezeiza dan examen de capa cidad ante
los aduaneros. ¿O se creen las señoras gordas que ellas solas son capaces para el contrabando, gracias a su ascendencia inmigratoria y
próspera, o al abuelo oligárquico, que las salva de la incapacidad del nativo?
2 La hostilidad del gaucho hacia el italiano o el español, nace precisamente de la frecuente condición de comerciante de éstos, de su superior
cultura, monetaria y comercial, que coloca en la transacción en inferioridad de condiciones al nativo, casi como víctima, cuando a su vez éste se
siente superior en todas las artes que hasta ese momento han dado la medida de la actitud humana.
Es un hecho curioso que esa actitud del gaucho no haya alcan zado ni al irlandés ni al vasco. Pero es fácil de explicar.
El mayor número de vascos e irlandeses vinieron en la época en que la pampa húmeda fue ocupada por la oveja con preferencia al vacuno,
y estas dos inmigraciones correspondían a pueblos pastores. Hoy mismo el grueso de los vascos emigra a Montana en Estados Unidos,
estado que según Gunther tiene más población eúskara que una provincia vasca, y esto es porque allí se trabaja la oveja llevándola en arreos a la
montaña en verano y a la llanura en invierno, es decir con pastores.
Vascos e irlandeses recibían el "piño" al tercio de las crías y las lanas, de manera que a los tres años, el inmigrante tenía su propia
majada como su parte de las pariciones y su capitalito como parte de las esquilas, lo que le permitió comprar campo en la zona mejor situa da de la
provincia de Buenos Aires, cuando aún los precios no habían subido bajo la presión de la agricultura, el frigorífico y la especulación. Y el Banco
Hipotecario (pero esta es otra historia).
Vascos e irlandeses no fueron comerciantes sino por excepción. No hubo pues antagonismo, y además realizaron en la ganadería
tareas como las de la oveja, que el gaucho subestimaba dentro de su propia especialidad ganadera. Además se enriquecieron pronto, comprando
tierras antes de su valorización, con su parte, de lanas, antes de la gran ola inmigratoria que encontró a los hijos y nietos de vascos e irlandeses
camino del doctorado; así la sociedad moderna, la argentina post-inmigratoria, los encontró socialmente jerarquizados, particularmente a los
irlandeses al hacerse urbanos, porque aquí los ingleses abandonaron la actitud despectiva que tenían para los mismos para considerarlos como
ingleses por razones idiomáticas. Esto también explica el que haya tanto irlandés anglicanizado.
3 Cuando nos enseñan esto de la incapacidad para el confort nos cuentan enseguida lo de la cigarra y la hormiga. Otros más sabihondos recurren
a la explicación del protestantismo, etc., olvidando que el clima es el que determina la habitación y su uso. La tendencia a la vida "at home" de los
pueblos de los climas fríos no está determinada por razones congénitas o culturales, sino simplemente porque hace frío y sería tan absurdo que
un escandinavo quisiese vivir en su país en una cabaña hecha con hojas de palma como que un hijo del trópico construya su vivienda como para
vivir en Escandinavia. Sin embargo esto segundo ocurre por obra de la mentalidad imitativa y autodenigratoria.
Es lógico que el que tiene que vivir bajo techo más de la mitad del tiempo se preocupe de la vida en el interior de la casa y trate de
hacerla confortable, preocupación que no exista para el que puede vivir al aire libre y se siente prisionero dentro de las paredes de una habitación
que le aleja del mismo. Esto es también no comprender que la condición práctica, el afán de botín en los negocios se desarrolla mas fácilmente
entre aquellos a quienes la naturaleza les rehuye los bie nes o se los da en un reducido espacio del año, lo que nos obliga a atesorar. Todo esto no
tiene nada que ver con la calidad superior o inferior de un hombre sobre otro, no es congénito, ni racial. Son condiciones culturales que deben
crearse siempre en relación al medio y no a contrapelo del mismo. No es cuestión de imitar o de reproducir sino de realizar la técnica adecuándola
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Igual pasa con los hábitos de vida.
Si usted va a pasar hoy unos días al campo y hace noche en una estancia lo despertarán a
las cinco de la mañana al grito de "¡porteño dormilón!".
Después se sorprenderá por el hecho de que los que lo despertaron están hasta las nueve de
la mañana tomando mate. Es que las rutinas de una técnica, aquí como en Europa, perduran
durante mucho tiempo, después que ésta ha sido reemplazada. Antes del alambrado y del
apotreramiento en cuadros chicos había que salir antes del sol para llegar al fondo del campo con
la fresca. Por lo demás, los pastos eran duros, y éstos se han reemplazado por los pastos blandos
que se quiebran si se mueve la hacienda antes de que levante el rocío. No hace falta, ni conviene,
pues, "mover el campo" temprano. En realidad el madrugón es una rutina a la que ayuda el
acostarse en cuanto oscurece y el descanso de la siesta que superan la capacidad de sueño. Con la
radio, y la televisión mediante, y también con la mayor lectura, ya no será necesario madrugar
tanto cuando el sueño se cabecee horas más tarde.
Se podría ejemplificar de manera inacabable.
Baste lo dicho para mostrar lo que se dijo en la parte general de las zonceras de
autodenigración, que refuerzan con el prestigio de "las ciencias", los discípulos de Adam Smith, de
Bentham, Stuart Mill y otros de la pacotilla del primero en economía y de los ya citados detractores
de lo americano o los excursionistas que los actualizan descubriendo taras lo cales.
Todos de consuno se han empeñado en ignorar las condiciones objetivas del medio para
imputar el atraso a condiciones subjetivas de manera tal que necesariamente nuestro proceso de
construcción moderna pareciera sólo posible por la exclusión masiva del criollo en razón de la
supuesta inferioridad.
a la realidad.
En El Sosneado, lugar al pie de la cordillera del que he hablado, hay un centro cívico constituido por la policía, el juzgado de paz, el
registro civil, la escuela, la sala de primeros auxilios, etc. Allí corren normalmente vientos de 50 a 60 kilómetros en los días calmos, que pueden
ser de 100 ó 150. Las casas tradicionales de la zona adoptan la forma de una U dejando un patio abierto al Norte al que dan las aberturas de
todas las habitaciones. Así la casa da la espalda a la intemperie y hace posible alguna plantita en el patio, un lugar cómodo para ensillar, o para
cargar nafta, para que jueguen los chicos y las mujeres realicen sus labores domésticas. Pero los arquitectos que construyeron el centro cívico no
trataron de reproducir las casas hechas conforme a las exigencias de la naturaleza y se "mandaron", 6 ó 7 chalets como para Vicente López u
Olivos con aberturas a todos los vientos y sin patio central. Todo muy bonito pero estúpido pues los habitantes han tenido que clavar las ventanas
que dan a tres de los rumbos y además rellenar los huecos con papel de diario, bolsas y fraza das.
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