En 1929, un año antes de que Hipólito Yrigoyen fuera
derrocado –y que la Corte Suprema con Horacio Rodríguez Larreta a la cabeza
“legalizara” ese golpe de estado-, Roberto Arlt publicaba un artículo titulado
"Su Majestad, la coima"
Corrupción, divino argumento
Análisis y Opinión » Corrupción,
divino argumento
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Julio de Vido está en la cárcel. De nada sirvió que sea
diputado ni que goce de fueros: personas que han comido de su mano en otros
tiempos, decidieron quitárselos. De nada sirvió, tampoco, que la justicia esté
autorizada a investigarlo, interrogarlo y procesarlo aún con fueros: el show está por encima de todo, incluso por
encima de la Constitución. Y tampoco sirvió de nada que la
acusación fuera “flojita”: una supuesta malversación de 250 millones de
pesos destinados a convenios-contratos con la Universidad Tecnológica
Nacional para evaluar un plan de acción para la mina de carbón de Río
Turbio (convenios-contratos que fueron renovados por el gobierno de Macri sin
siquiera objetarlos). El expediente, entonces, no se trata ni de coimas ni de
sobreprecios ni de bolsos llenos de dólares que volaron sobre un paredón. Ergo,
no determinará si De Vido es o no un corrupto, pero, lo mismo está preso,
aunque no haya riesgo de fuga ni condena, ni sea el presidente de la Comisión
de Energía, motivo por el cual, el dictamen exige la “prisión
preventiva”. Un total
avasallamiento al Estado de Derecho.
No es nuevo. Desde
hace más de dos siglos, el argumento de la corrupción ha derivado acercándose y
alejándose del poder político en la Argentina sin que el tema parezca agotarse. Por
momentos ha concentrado la mirada de la opinión pública; por momentos se ha
visto superado por cuestiones tremendas como la desocupación o la inseguridad.
Pero siempre encuentra un lugar entre los problemas que más preocupan a la
población y, cada tanto, los medios dominantes la sacan como a un conejo de la
galera para socavar el poder (o la honra, o la credibilidad, o todo junto) de
aquellos que no se hincan ante poder fáctico.
Los (corruptos) Revolucionarios de Mayo
La Asamblea de 1813 utilizó el argumento de la corrupción
para someter a juicio de residencia a “todos los miembros de los primeros
gobiernos patrios, entre otros Mariano Moreno (juzgado posmortem), Cornelio
Saavedra, Manuel Belgrano, Larrea, Matheu, Alberti, Juan José Paso, Rodríguez
Peña, Hipólito Vieytes, Bernardino Rivadavia, Sarratea, Chiclana, Álvarez Jonte
y varios mas”, cuenta Arturo Frondizi en un capítulo dedicado a la corrupción como instrumento para derrocar
gobiernos, incluido en su libro Estrategia y Táctica del Movimiento Nacional, escrito
mientras se hallaba detenido en la isla Martín García y publicado en 1964.
Frondizi agrega, además que, entre las preguntas que componían interrogatorio
de los testigos (y al parecer declararon muchísimos vecinos) figuraba la
siguiente: “Si saben, les consta o han oído decir que dichos gobernantes
hayan recibido cohechos o gratificaciones en el tiempo de su administración, de
cualquier especie”.
Aquel juicio, que en realidad buscaba desprestigiar a los
jacobinos, quedó en la nada (como casi todos estos juicios) y se cerró con una
ley de amnistía. Pero el daño estaba hecho. Y la época miró con desconfianza a
algunos de los hombres de aquellos primeros gobiernos patrios… A algunos, digo,
porque Bernardino Rivadavia, por ejemplo, que había sido acusado de haber “repuesto
en su cargo al obispo de Córdoba, Monseñor Orellana, mediante la percepción de
unas onzas, unas hebillas, un sombrero y un espadín de oro”, bueno,
Rivadavia siguió manejando algunos hilos del poder sin que su prestigio
sufriera mácula alguna: La Gaceta de Buenos Aires, dirigida por su aliado
Julián Álvarez y la corona británica lo protegieron y le permitieron boicotear,
junto al director supremo Juan Martín de Pueyrredón, la campaña del General San
Martín en Perú. Rivadavia “pagó” esa protección con el empréstito de un millón
de libras esterlinas que pidió a la compañía inglesa Baring Brothers. El
crédito (del que sólo llegó la mitad a la Argentina) recién se terminó de pagar
en 1947 y, claro, lo pagó el gobierno peronista.
Pero a
Rivadavia, la historia oficial lo rescata como ”El hombre de Estado más
grande del mundo”, mientras que San Martín, que a pesar de haber sido
desfinanciado por el gobierno nacional continuó la liberación del Perú, fue
acusado de “robarse el ejército del norte” y, cuando pobre y enfermo decidió
volver a su chacra en Cuyo, algunos amigos lo advirtieron para que no lo
hiciese porque Rivadavia había jurado matarlo por corrupto.
Las Tablas de Sangre
También don Juan Manuel de Rosas fue víctima de una campaña
de desprestigio que le costó, además del destierro, una acusación de “Traidor a
la Patria” (honor que comparte con otros dos mandatarios argentinos: Juan Perón
y Cristina Fernández de Kirchner… No sé si se entiende). La evidencia empírica
con la que contaron para tan tremenda acusación fue escrita por encargo por el
periodista José Rivera Indarte, quién dirigía el diario El Nacional de
Montevideo, había sido un fanático rosista y se había vuelto un fanático
converso porque Rosas no lo había salvado de ser juzgado por varios desfalcos y
estafas. El precio que él cobró fue de “un penique por cada muerto”.
Cuenta José María “El Pepe” Rosa, que fue la casa Lafone
& Co. -una mandataria de origen inglés que gerenciaba la Aduana de
Montevideo- la que le pagó un penique por cada muerto que incluyera en las
“Tablas de Sangre”, un relato en
el formato de folletín que acusaba a Rosas de infinidad de crímenes además
de otras cuestiones aberrantes como la de tener relaciones incestuosas con su
hija Manuelita y la de practicar brujería con los cadáveres de sus
progenitores. Estas sangrientas
invenciones de Rivera Indarte (que inventó muertos, agregó personas
vivas al listado, incluyó a todos los muertos en las guerras intestinas y hasta
incorporó el nombre de personas que estaban vivas) fueron publicadas por
el Times de Londres y por Le Constitutionelle de
París. Pero, además, fueron la base usada por los historiadores oficiales para
destrozar a Rosas y sus gobiernos… Claro, fue otro de los que defendía nuestra
soberanía. Lo cierto es que hoy, Rivera
Indarte tiene calles, barrios, paseos y hasta shoppings a su nombre mientras
que Rosas… Rosas sigue sin conseguir que una calle lleve su nombre en
Buenos Aires.
Un malón de “corruptos” blanqueados
La lista podría ser interminable pero hagamos un sobrevuelo
sobre esos “patriotas” que nos vende la historia oficial y que están “más
sucios que una papa”: Sarmiento,
que además de pretender que nuestra Patagonia pasase a manos chilenas y
escribir que no había que escatimar en “sangre de gaucho”, incluía entre sus
viáticos lo que gastaba en prostitutas; Mitre, un pésimo general al que debe atribuirse la peor masacre de
nuestra historia: Curupaytí, en la que se produjeron más de 9.000 bajas
del lado de nuestras tropas y sólo 96 del lado paraguayo (acaso por eso
Bartolomé Mitre tuvo que dejar “un diario de guardaespaldas); Roca, que a la matanza y esclavización de mapuches,
tehuelches y ranqueles que llevó a cabo en la tan mentada Campaña
del Desierto hay que agregar que presionaba a cualquiera que estuviese cerca de
él para que le cumplieran los “caprichos”, como por ejemplo instalar esculturas
de su amante, Lola Mora, en plazoletas de Buenos Aires (el coimeado para esto
era, nada menos que Adolfo
Bullrich, intendente de la ciudad de Buenos Aires y uno de los más
beneficiados por el botín del saqueo a los pueblos originarios ya que esos
bienes se subastaron en su casa de remates, que ocupaba el predio en donde hoy
se levanta el Patio Bullrich).
Y todo el resto de los que integraron la Generación del ´80: Juarez Celman,
Pellegrini, Sáenz Peña, Uriburu, hombres “Sin trabas morales
para sus ambiciones que dejaron de lado los principios éticos de sus
antecesores y las costumbres tradicionales creando un nuevo estilo de vida,
aprovecharon los empréstitos, los juegos de la Bolsa, el hipódromo y los naipes
que se hicieron sus costumbres y le otorgaron dinero fácil que les permitió
acceder al despilfarro, a las viviendas más suntuosas, a la vestimenta europea
y gozar de todos los lujos. Con
ellos comenzó la corrupción, fenómeno nuevo en el país, salvo
algunos pocos casos anteriores. Esta generación fue ajena al sentir nacional,
inescrupulosa, dilapidó la riqueza de la Nación empobreciendo al país y
exaltando como únicos valores culturales los propios de Europa, logrando
también imponer en el país el respeto sagrado al capital extranjero”. No sé
si te hacen acordar a alguien.
Corrupción en el Senado de la Nación
Era la tarde del 21 de julio de 1935. Los ánimos, en la
Honorable Cámara de Senadores de la Nación, estaban realmente caldeados.
Lisandro de la Torre, encendido, denunciaba los corruptos negociados de los ministros Federico Pinedo (Hacienda) y Luis Duhau (Agricultura)
los frigoríficos de origen inglés. Duhau, fuera de sí, amenazó al legislador,
gritándole: “¡Ya pagará todo esto el señor senador, punto por punto!…
¡Ya pagará bien caro todas las afirmaciones que ha hecho!”. Dos días
después, mientras De la Torre presentaba más pruebas contra los
ministros, en un momento de gritos y empujones del público emergió el ex
comisario de Vicente López,
torturador y extorsionador de prostitutas y hombre de confianza del ministro de
Agricultura, Ramón Valdez Cora quien disparó e hirió de muerte al senador santafecino Enzo Bordabehere, que
se había interpuesto. El asesino fue encarcelado pero sus instigadores,
miembros de la más rancia oligarquía, siguieron libres e impunes, tan impunes
que a pesar de que el ánimo de Lisandro de la Torre se quebró de tal manera por
este hecho que terminó suicidándose, Duhau y Pinedo siguieron lo más campantes…
Tanto que el nieto del primero es hoy el “hombre fuerte” del Senado de la Nación,
allí donde su abuelo mandó a matar a un adversario.
Pero ese crimen no había comenzado allí. En 1929, un año
antes de que Hipólito Yrigoyen
fuera derrocado –y que la Corte Suprema con Horacio Rodríguez Larreta a la
cabeza “legalizara” ese golpe de estado-, Roberto Arlt publicaba un
artículo titulado “Su Majestad, la coima”, que comenzaba diciendo: “La coima
es la polilla que roe el mecanismo de nuestra administración, la rémora que
detiene la marcha de la nave del Estado…”. La corrupción se volvía a
instalar como argumento de desestabilización y de ataque a los gobiernos
populares. Yrigoyen, luego de la asonada, terminó preso en la Isla Martín
García acusado de corrupción aunque, más tarde, fue indultado. Lo mismo pasaría
de allí en más con otros presidentes, como por ejemplo Arturo Frondizi quién, luego de
ser depuesto por un golpe militar que lo acusó de negociados con el petróleo,
pasó 16 meses sin que se le formularan cargos ante la Justicia.
De Perón a Perón: Corrupción
De más está decir que, desde el primer momento, Juan Perón y Evita fueron acusados de
corrupciones varias. Evita por las conductas de su hermano Juan Duarte y
por la forma de vestirse y las joyas que usaba; Perón casi siempre por
cuestiones que estaban más ligadas a la moral y buenas costumbres que a la
corrupción económica. Y estas acusaciones tiñeron a todo el peronismo, al punto
de transformarse en el leitmotiv de la Revolución
“Fusiladora”. Derrocado Juan Perón (y con Evita muerta), los golpistas crearon
una Comisión Nacional de Investigaciones, que se dedicó con furia a buscar
evidencias de malversaciones y fraudes ocurridos o intentados a lo largo de las
dos presidencias. Nada. El
contralmirante Leonardo McLean, que la presidía, fue el más empeñoso en
intentar obtener pruebas que nunca aparecieron. Y todo terminó en
una suerte de brulote tragicómico que se dio a llamar Libro Negro de la Segunda
Tiranía. Sin embargo, una causa de estupro abierta en los aciagos días del
golpe, se mantuvo viva durante décadas.
La tercera presidencia de Perón duró un suspiro, pero las acusaciones de corrupción alcanzaron para
que María Estela Martínez de Perón fuera destituida en 1976. Ese
golpe que terminaría en la matanza y desaparición de 30.000 argentinos
necesitaba motivos y los encontraron en un supuesto mal manejo de los fondos de
la llamada Cruzada de Solidaridad Justicialista (el famoso cheque librado
por esa fundación para pagar una deuda con la herencia de Evita). Pero, además,
se la llegó a acusar de comprar 200 gramos de almendras tostadas con fondos del
Estado. Por causas sin fundamento,
“Isabelita” estuvo cinco años presa.
Pero sus “derrocadores” aprovecharon casi 7 años de terrorismo de Estado para violar,
matar, desaparecer y… Robar. Robar descaradamente. Quizá el más emblemático y
discutido de estos casos sea el de Papel Prensa, sustraído a la familia Graiver
bajo torturas y amenazas y cuyo juicio sigue allí, “cajoneado”, seguramente
porque sobre ese robo infame se ha construido un poder que hoy asola a la
Argentina.
En Nombre de la Corrupción
Como San
Martín, como Rosas, como Perón, Cristina Fernández de Kirchner ha sido acusada
de “traición a la Patria”, figura que la Constitución Nacional, en
su artículo 29, aplica a quienes “formulen, consientan o firmen, facultades
extraordinarias, la suma del poder público, o supremacías a ningún gobierno;
sobre la vida, el patrimonio o el honor de los argentinos”. En el artículo
36, se extiende a “quienes interrumpan el sistema democrático”. La
historia permite inferir que esa idea fue incorporada con la perspectiva de
acusar a Juan Manuel de Rosas, cosa que finalmente se produjo en 1857.
En el Art. 119 de la Constitución de 1853, Capítulo Segundo,
atribuciones del Poder Judicial, dice “La traición contra la Nación
consistirá únicamente en tomar las armas contra ella, o en unirse a sus
enemigos prestándoles ayuda y socorro”. Esto (como tantas otras cosas
de nuestra Carta Magna) está tomado de la Constitución de Estados Unidos,
artículo 3, sección 3, que 3, que reza “La traición contra los Estados
Unidos sólo consistirá en hacer la guerra en su contra o en unirse a sus
enemigos, impartiéndoles ayuda y protección” y que es, al parecer, la
idea en la que se apoya la acusación a Cristina Fernández de Kirchner.
Todos estos nombres, permiten definir una direccionalidad en
el sentido de las acusaciones de traición o de corrupción: siempre los
acusadores pertenecen a las clases dominantes, siempre los acusados son
personas que han decidido actuar en defensa de aquellos que menos tienen, que
más necesitan.
El profesor Daniel Rosso dice que los acusadores de hoy,
ejercen un discurso “liberal-republicano” que, medios concentrados mediante,
les ha permitido ejercer “el
monopolio de la sospecha”. Dicho de otra manera, basta con lanzar
una acusación para que esta se transforme en verdad, sea o no comprobada.
Naturalmente, no todos poseen el don de
producir verdad. Los rostros del poder financiero, por ejemplo, nunca podrían.
Con sus cuentas off-shore, sus negocios poco transparentes, sus corruptelas
varias, sus vidas disolutas y el resto de sus máculas no son confiables. Por
eso se compran personajes que sí lo son: viejas divas del cine y la TV; hombres
y mujeres humildes que, como Gunga Din están dispuestos a traicionar a los
suyos, viscerales y robustas reencarnaciones de la República y, la última creación del Mercado:
virginales dirigentes que practican a diario una gramática del ruego y, hasta
tienen la suerte de llamarse María (que se cuide la Virgen de Luján).
Corren tiempos de puestas en escena. Tienen todas las
herramientas (un exceso de herramientas) para hacerlo. Y con éstas, vuelven a su obsesión de destruir todo
aquello que parezca nacional y popular: no se conforman con crear su
propia identidad sino que están ocupados de imprimir esa identidad a todo el sistema.
La excusa vuelve a ser, una vez más, la corrupción. Ahora
desde una semiótica de imágenes excesivas que terminan configurando una
retórica de la Hipertrofia del Discurso: desde el precio de los zapatos que se
compró Cristina en uno de sus viajes (falso) hasta los 9 millones de dólares de
López lanzados en bolsones negros por sobre el paredón del Convento (falso).
Lo esencial no es
nuevo. Por el contrario, es casi tan viejo como la construcción de la Patria.
Tampoco son nuevos los beneficiarios de estas acciones (desde el acuerdo con la
Baring Brothers al reciente pago a los Fondos Buitres) así como tampoco son
nuevos los apellidos que están detrás de estas acusaciones (había un Pinedo y
un Martínez de Hoz del lado de los españolistas en los días de la Revolución de
Mayo). Pero, sobre todo lo que no cambia es el perfil de quiénes
son atacados por la calumnia, el chisme, la exageración y, finalmente, la más
insidiosa de las difamaciones: fueron, son y, seguramente, serán, funcionarios
y dirigentes que han afectado, con su gestión, los intereses de los grandes
poderes de siempre. Y aunque ya no estén en posición de seguir haciéndolo, hay
que ser claro en los mensajes para domesticar a los que vengan. Y aleccionar al
Pueblo sobre un destino irremediable.
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