miércoles, 7 de diciembre de 2011

La historia y la histeria* (Visto desde el sur)





Bastaba un único decreto de “la yegua esa” para que la historia generara histeria. Es que aunque lo único que compartan estas dos palabras sea la mayoría de sus letras, desde distintos ámbitos de nuestras altas clases se ha respondido de la forma más histérica. El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, se debe reconocer, cometió dos errores imperdonables según los códigos de la clase dominante: hurgar en el pasado, y ser obra del kirchnerismo.



“Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia” canta Lito Nebbia en “Quien quiera oír que oiga” y sobre ello parece basarse la creación de este instituto, “cuya finalidad primordial será el estudio, la ponderación y la enseñanza de la vida y obra de las personalidades de nuestra historia y de la Historia Iberoamericana, (…) escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”, según reza su decreto de creación. “…la verdadera historia, quien quiera oír que oiga” sigue la canción, y eso asusta: la idea de querer considerar a ésta la única y verdadera historia.



He aquí que entran en acción los medios, reforzando ese temor de revisionismo que impondrá una obligatoria forma de mirar el pasado. Pero no es más que otra mentira a las que nos empezamos a acostumbrar. Sin esforzarse mucho por demostrarlo, se puede hacer mención a que ya existen desde hace años el Instituto Belgraniano Central de la República Argentina y el Instituto Nacional Sanmartiniano, por lo cual –y como el decreto en ningún momento habla de cerrar dichos organismos- le será imposible al instituto que preside Pacho O’Donnell erigirse como única voz de la historia. Por lo tanto, lo único que se pretende es sumar una voz y ofrecer un punto de vista nuevo para ayudar a comprender nuestra historia.



Claro que si la discusión se diera en torno a revisar la historia contada por los jefes de la última dictadura militar, no se generaría tanto revuelo en discutirla. Pero aquí se trata de reivindicar a los orígenes de lo nacional y popular (en Dorrego, Rosas, Artigas, Peñaloza, Varela o Quiroga, entre otros) y no a las clases altas, de “Mitres” o “Alveares” que por aquél entonces luchaban en nombre de la civilización, en contra de la barbarie, y en nombre de lo europeo contra lo criollo. Ellos ganaron las guerras, se deshicieron de San Martín, Belgrano, Moreno, los ya nombrados y unos cuantos más, y lo consiguieron: contaron la historia oficial. De todas formas, la historia ya no es una y los libros de texto no obedecen a ningún instituto en especial, pero haber establecido su verdad como la verdad dejó una aceptación tal a esas clases dirigentes, que haría que omnipotentes monumentos se hagan en sus honores, que numerosas localidades lleven sus nombres y que las calles que así lo hacen sean las más largas e importantes de Buenos Aires. ¿De qué otra forma puede haber llegado Roca al billete de cien pesos sino?



Pero lo más valorable de esta medida, por lo menos para quien escribe, es algo que es una constante en el accionar de los gobiernos kirchneristas y que –aunque es lo más evidente- es lo que menos se destaca: la polémica que genera en su derredor. Por diferentes motivos, propios y ajenos, la mayoría de las posiciones que adopta el gobierno nacional genera un debate masivo y extenso sobre no sólo la cuestión en sí, sino también sobre temas aledaños. Pasó con el dólar y derivó en cuestionar la obstinación argentina por la divisa, pasó con la estatización de las AFJP y Aerolíneas Argentinas y terminó en discurrir acerca de la intervención o no del estado en la economía, y así se podría seguir citando más ejemplos –6,7,8 y el debate acerca del “periodismo militante” lo es otro-, los cuales todos llevarán al debate de ideas, la confrontación de maneras de pensar, la exposición de las ideas de cada uno.



Porque no son los que protagonizan los políticos o los medios los debates que importan, sino los que se dan entre la gente de a pie que los llevan a la participación en el día a día del hacer nuestro país. La creación de este instituto generó la discusión con respecto a la necesidad de revisar el pasado o no y de cómo hacerlo. Después de todo, también le provocó a quien escribe, estas líneas, y a quien lee, probablemente, una opinión al respecto.

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