Por CHRISTOPHER
CALDWELL 5 de marzo de 2017
.
CreditIlustración
de Doug Chayka; foto de Stephen Crowley / The New York Times
El presidente Donald Trump se ha convertido en un problema
para quienes conciben la política en términos de ideologías sistemáticas. Trump
se muestra reacio o es incapaz de establecer su agenda de esa manera. Así que
ha sido inevitable que sus oponentes invoquen a su principal estratega, Stephen
Bannon, quien sí tiene el don de pensar sistemáticamente. No solo lo necesitan
para que sea el blanco de su odio, sino también como heurística. Puede que
jamás haya un “trumpismo” y, a menos que surja uno, el punto más cercano al que
podríamos llegar para entender esta administración sería acuñar una expresión
como “bannonismo”.
Bannon, de 63 años, se ha ganado la reputación de mostrar su
corrosiva genialidad en casi todos los cargos de su carrera poco ortodoxa: como
oficial naval, especialista de fusiones en Goldman Sachs, financista de la
industria del entretenimiento, director y guionista de documentales, empresario
de ciberpropaganda en Breitbart News y director ejecutivo de la campaña
presidencial de Trump. Uno de sus compañeros en la Escuela de Negocios de
Harvard le dijo a The Boston Globe que Bannon era “una de las tres personas más
intelectuales de nuestra generación… quizá el más inteligente”.
Benjamin Harnwell, del Instituto para la Dignidad Humana
—una organización católica en Roma—, dice que es una “bibliografía andante”.
Quizá porque Bannon llegó tarde al conservadurismo, ya que solo se enfocó
plenamente en los asuntos políticos después de los ataques del 11 de
septiembre, irradia una emoción que la mayoría de sus contemporáneos
conservadores perdieron hace años.
Después de un mes de la administración de Trump, Bannon ya
ha hecho que se sienta su influencia. Ayudó a redactar el discurso inaugural
del presidente, consiguió un lugar en el Consejo de Seguridad Nacional y, según
reportes, fue la fuerza principal tras el veto migratorio del presidente contra
los ciudadanos de siete países predominantemente musulmanes. Los informes que
dicen que el gobierno de Trump ha considerado designar a los Hermanos
Musulmanes como una organización terrorista hacen eco de la preocupación que
ese grupo le genera a Bannon desde hace tiempo.
Muchas descripciones lo pintan como un villano de
caricatura, un troll de internet de carne y hueso, intolerante,
antisemita, misógino o criptofascista. La expresidenta de la Cámara de
Representantes, Nancy Pelosy, y el diputado demócrata de Nueva York, Jerrold
Nadler, incluso lo han calificado como un “nacionalista blanco”. Aunque
ciertamente es un conservador de línea dura, las evidencias de que sea un
extremista problemático por lo general han sido manipuladas, malinterpretadas o
exageradas.
Puede que haya motivos para preocuparse por Bannon, pero el
hecho de que sepa quién es el extremista italiano del siglo XX Julius Evola no
lo convierte en un fascista. Que haya descrito a Breitbart como “una plataforma
para la extrema derecha” —un término burdo e impreciso aplicable a una amplia
gama de radicales y no solo a ciertos grupos de supremacistas blancos— no lo
hace un racista.
Bannon tampoco es un personaje peligroso por haber
organizado paneles de discusión como “The Uninvited”, durante la Conferencia de
Acción Política Conservadora en 2013 y 2014; aunque con ello sí mostró su gusto
por adoptar el papel del chico malo de la ideología. Los paneles incluyeron a
personajes tan institucionales como Newt Gingrich y Michael Mukasey, el antiguo
fiscal general de la administración de Bush. En ellos se habló de típicas
preocupaciones republicanas como la preparación del ejército y los ataques de
2012 contra la misión estadounidense en Bengasi, Libia. No fue muy distinto de
ver Fox News.
Donde Bannon sí se distancia drásticamente del
republicanismo convencional es en su nacionalismo generalizado. Habla de
soberanía, nacionalismo económico, oposición a la globalización y de encontrar
puntos en común con los simpatizantes del Brexit y otros grupos hostiles a la Unión
Europea. En la Conferencia de Acción Política Conservadora de este año, dijo
que el “núcleo central” de la filosofía de la administración de Trump era la
creencia de que Estados Unidos es más que una unidad económica en un mundo sin
fronteras. Es una “nación con una cultura” y “una razón para existir”.
Algunas de las raíces de la ideología de Bannon, al igual
que el origen de la popularidad de Trump, se encuentran en las promesas
incumplidas de la economía global. Sin embargo, a diferencia de
Trump, Bannon tiene una idea detallada, una explicación de cómo se perdió la
soberanía estadounidense y qué hacer al respecto. Es la misma idea que tienen
los activistas del Tea Party: los reguladores del gobierno les han robado a los
estadounidenses sus prerrogativas democráticas. Esa clase ahora constituye un
“Estado administrativo” que opera para empoderarse y enriquecer a sus aliados,
quienes practican el capitalismo clientelar.
Cuando Bannon habló recientemente de “deconstruir el Estado
administrativo”, eso pudo haber sonado raro para quienes desconocen su ideario,
pero para sus fanáticos fue una electrizante declaración de fe. Bannon
puede lograr que el trumpismo deje de ser un conjunto de quejas y lamentos
nostálgicos para transformarse en un programa que reforme al gobierno.
Él le añade su toque personal e idiosincrático a esta mezcla
del Tea Party. Tiene una teoría sobre los ciclos históricos que puede
considerarse simple de una manera elegante o peligrosamente simplista. Es un
modelo desarrollado por William Strauss y Neil Howe en dos libros publicados en
los años noventa. Su argumento supone un ciclo de 80 a 100 años dividido en
“altas”, “despertares”, “revelaciones” y “crisis” de 20 años. La Revolución
Estadounidense, la Guerra Civil, el Nuevo Trato de Roosevelt, la Segunda Guerra
Mundial… Bannon ha dicho durante años que ha llegado la hora de vivir otra
crisis. Su documental acerca del colapso financiero de 2008 Generation
Zero, lanzado en 2010, utiliza el modelo de Strauss-Howe para explicar qué
pasó, y concluye: “La historia se divide en estaciones, y el invierno está por
venir”.
Las opiniones de Bannon reflejan una transformación del
conservadurismo a lo largo de la última década. Este cambio puede rastrearse en
los filmes que ha hecho. Su documental In the Face of Evil (2004)
es un tributo ortodoxo a Ronald Reagan, el héroe del Partido Republicano. Sin
embargo, media década después, Generation Zero es un extraño
híbrido. El colapso financiero ha intervenido. El filme de Bannon cuenta con
entrevistas predecibles con simpatizantes provenientes de grupos de expertos y
adeptos al libre mercado que expresan su preocupación por el gran gobierno. Sin
embargo, también se filtran voces menos ortodoxas como las del
locutor proteccionista Lou Dobbs y el gestor de inversiones Barry
Ritholtz. Ellos cuestionan si el libre mercado es realmente libre. Ritholtz
dice que el resultado de la crisis financiera ha sido “el socialismo para los
ricos y el capitalismo para todos los demás”.
Para 2014, la ideología de Bannon se había enfocado en esta
desconfianza. “Piénsenlo”, dijo en una charla organizada por el Instituto para
la Dignidad Humana. “No se ha presentado ningún cargo criminal contra algún
ejecutivo bancario relacionado con la crisis de 2008”. Advirtió sobre “la
Escuela Objetivista, o de Ayn Rand, del capitalismo libertario”, es decir, “un
capitalismo que en verdad busca hacer que la gente sea mercancía y que
convierte a las personas en objetos”. El capitalismo, dijo, debe basarse en un
fundamento “judeocristiano”.
Si es así, estas eran malas noticias para el Partido Republicano.
Para cuando Bannon habló, el capitalismo al estilo de Ayn Rand era todo lo que
quedaba de su agenda de la era Reagan. El pensamiento del libre mercado se
había tragado a todo el partido, junto con sus preocupaciones judeocristianas
(“una nación con una cultura” y “una razón para existir”). Una orientación
empresarial era lo que querían los donantes.
Sin embargo, los votantes no hicieron más que tolerarlo. Fue
Buchanan quien en su candidatura a la presidencia en 1992 hizo un llamado a los
republicanos para darle prioridad a los empleos y las comunidades por encima de
las ganancias. Un debate acerca de si esta era una visión más contundente de la
sociedad o si solo se trataba del berrinche de un reaccionario devoró al
partido. Después de una generación, Buchanan ha ganado la discusión. Para 2016,
sus opiniones sobre el comercio y la migración que alguna vez fueron rechazadas
como ideas descabelladas se han extendido tan rápidamente que todos las han
adoptado. Excepto los funcionarios electos y los candidatos presidenciales
provenientes de la clase dirigente.
Bannon no suele explicar en detalle qué es la cultura
judeocristiana, pero sabe qué no es: el islam. Como la mayoría de los
estadounidenses, cree que el islamismo —el movimiento político extremista— es
un adversario peligroso. Algo más controvertido es su creencia de que,
puesto que este movimiento político se genera dentro de la esfera del islam, el
crecimiento de esa religión es un problema que deberían enfrentar las
autoridades estadounidenses. Esta es una opinión que los presidentes Obama y
George W. Bush repudiaron de forma enfática.
Al parecer, las opiniones de Bannon sobre este tema se basan
en lecturas intensas pero no necesariamente variadas. Los pensadores a los que
se ha apegado en este campo tienden a ser polémicos y controvertidos en vez de
imparciales y objetivos. Incluyen a la provocadora Pamela Geller, quien hizo
campaña contra la “Mezquita en la Zona Cero”, y quien alguna vez insinuó que el
Departamento de Estado “básicamente era dirigido por supremacistas islámicos”;
Robert Spencer, el director del sitio web Jihad Watch que a veces colabora con
Geller y encabeza una organización llamada Stop Islamization of America; así
como un antiguo oficial del Departamento de Seguridad Nacional, Philip
Haney, quien ha afirmado que los funcionarios de la administración de Obama
pusieron en peligro “la seguridad de los ciudadanos debido a la rigidez
ideológica de la corrección política”.
Como el presidente Trump es poco popular entre los
intelectuales, cualquier pensador de su gabinete será, en algún nivel, un
inconforme, un rebelde o un individualista. Puede que eso haga que las cosas
sean interesantes para el país. Ciertamente hará que Washington sea un ambiente
hostil para Bannon. En la capital, muchos intelectuales han pagado un precio
elevado (al tragarse sus recelos e ignorar sus convicciones) para llegar al
lugar que tiene Bannon, pero él jamás tuvo que poner en riesgo sus principios.
Su jefe ni siquiera obtuvo la mayoría del voto popular. Los conservadores de la
clase dirigente podrían llegar a confundir su envidia con la certeza de que
Bannon es peligroso y carece de preocupaciones sociales.
¿Realmente es así? El verano pasado, el historiador
Ronald Radosh contribuyó a esta imagen con su recuerdo (después refutado) de
que hace años tuvo una conversación con Bannon en la que este se describió como
un “leninista” que quería “que todo colapsara”.
Sin embargo, la ideología de Bannon, cualquiera que sea, no
captura del todo qué lo impulsa, dice la guionista Julia Jones. A principios de
los noventa, Jones y Bannon empezaron a escribir guiones y lo hicieron durante
una década y media. Ella es una de las pocas personas que ha colaborado con él
durante muchos años de su carrera. Según Jones, en su servicio militar podría
haber una clave mucho más confiable para conocer su cosmovisión. “Le tiene
respeto al deber”, dijo a principios de febrero. “La palabra que usa mucho es
‘dharma’”. Bannon conoció ese concepto en el Bhagavad Gita,
recuerda. Puede usarse para describir el camino de un individuo en la vida o su
lugar en el universo.
Cuando Bannon llegó a Hollywood, cuenta Jones, era
menos político. Durante dos años, ambos trabajaron en el esbozo de una serie
televisiva de 26 episodios acerca de un grupo que iba tras los secretos del yo
humano, desde Arthur Connan Doyle hasta Nietzche, Madame Blavatsky,
Ramakrishna, el Baal Shem Tov o Gerónimo. “Esa era su idea”, dijo. “Reunió a
todos esos personajes”.
Sin embargo, los ataques del 11 de septiembre lo cambiaron y
la colaboración de Jones no sobrevivió al creciente interés de Bannon por
la política. En relación con sus filmes, Jones dice que “desarrolló una
suerte de voz propagandística” que le pareció ofensiva. Ella lamenta que
Bannon “haya encontrado un hogar en el nacionalismo”. Pero no cree que sea
ningún tipo de anarquista y mucho menos un racista.
Quienes se enfocan en la ideología de Bannon quizá le están
rezando al santo equivocado. Hay muchas razones para preocuparse por él, pero
tienen menos que ver con su opinión sobre esos temas que con quién es como
persona. Es un novato en el poder político y, de hecho, su interés por la
política es algo relativamente nuevo. Está dispuesto a alejarse de la
autoridad. Aunque no acepta ninguna de las ideologías desacreditadas del siglo
pasado, se apega a una teoría de ciclos históricos que, por decirlo
amablemente, no ha sido comprobada. Lo más inquietante: es un intelectual en la
política al que le emocionan las teorías grandilocuentes. Una combinación que
ya ha producido resultados impredecibles en el pasado.
Ya veremos cómo resulta. De manera similar, Barack Obama
solía referirse a la dirección y el “arco” de la historia. A algunos les
podría parecer que estas dos teorías de la historia son igual de ingenuas y
poco realistas. Otros podrían ver un elemento atenuante en la naturaleza
cíclica de la opinión de Bannon.
Un progresista que cree que la historia es más o menos
lineal lucha por la inmortalidad cuando entra a la arena política. Un
conservador que cree que la historia es cíclica solo está luchando por un papel
para administrar los siguientes 20 u 80 años. Después su trabajo se
desbaratará, como terminará pasando con el de todos.
* Christopher Caldwell, editor sénior en The Weekly
Standard, está escribiendo un libro sobre el ascenso y la caída del orden
político después de los sesenta.
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