¿Podrá ponerse fin al pillaje petrolero en las islas sin la recuperación efectiva de la propiedad pública de nuestros recursos naturales, su explotación estatal, su utilización como herramienta de desarrollo regional, de industrialización masiva y seguridad monetaria y financiera?
Por Federico Bernal
Una cuestión de fondo y causa de todos los males mineros pasó desapercibida durante el reciente conflicto suscitado en Famatina, provincia de La Rioja. Y para comprender la causa de todos los males mineros, mejor aún, para comprender lo mucho que aún resta avanzar en tan imprescindible actividad -fuente crucial para la capitalización nacional y la industrialización- nada mejor que recurrir a la historia… real. Sin una minería nacional y popular (extensible a los hidrocarburos) no habrá bases sólidas y perdurables para la profundización del modelo vigente. El capital foráneo como actor fundamental y exclusivo del desarrollo minero en el país resulta tan anacrónico como el colonialismo en Malvinas, por cierto íntimamente emparentados. Pero, y a propósito de las denuncias que vinculan al capital británico que opera en el país con la exploración petrolera en las islas, preguntamos: ¿cuándo es que nace la vinculación entre colonialismo y minería? ¿Cuándo comienza la derrota de una minería nacional?
DE LA CONTRARREVOLUCIÓN DE 1811 A MARIQUITA SÁNCHEZ. Dos años después de derrotada la línea Moreno-Belgrano, el programa político y económico de la Revolución de Mayo fue remplazado por uno semicolonial e impuesto desde Londres. Atrás quedaron las propuestas del artículo sexto del Plan, artículo que proponía no sólo redistribuir la riqueza en manos de unos pocos, sino también nacionalizar los instrumentos que la generaban. Es que la fundación de la Patria no podía asentarse en la dependencia foránea. Pero el fracaso de los revolucionarios fue estrepitoso. La burguesía comercial porteña y los ganaderos bonaerenses, consolidados por décadas y faltos de rivales, contaron además con el más potente de los aliados. El año 1812 cerraba con el establecimiento de vínculos permanentes y sólidos entre las clases dominantes rioplatenses y el comercio inglés. La defensa de la libre navegación y de la libertad de comercio era garantizada por los barcos de igual nacionalidad. Los comerciantes extranjeros eran igualados en derechos con los criollos. La extracción y exportación de metálicos (a partir de 1811), gobernada por los comerciantes de su majestad, y destinada a cubrir el exceso de las importaciones sobre las exportaciones, generando una sangría que imposibilitaba el proceso interno de acumulación capitalista. Ese mismo año, el Triunvirato suprimía, a pedido del consignatario de un bergantín inglés, los derechos a las exportaciones de trigo y harina, “con el objeto de fomentar la agricultura del país”. Las carnes destinadas al mercado doméstico se las gravaba con altos impuestos, priorizando al consumidor extranjero sobre el abastecimiento local. En fin, la política económica y financiera, enajenada al interés foráneo. En paralelo, y como refiere el autor Octavio Battolla: “Ana Riglos, Melchora Sarratea y Mariquita Thompson [...] eran las más queridas por la mayoría de los marinos ingleses. Pero nadie manejó nunca los negocios de Downing Street con mayor suceso y brillantez que Mariquita Sánchez.” El Foreign Office tenía sucursal propia en la espléndida mansión solariega de la calle Empedrado.
INVERSIONES EXTRANJERAS. En este marco, el 20 de abril de 1813 el ministro de Hacienda Manuel José García fundamentaba el proyecto de minería de la semicolonia con estas palabras, proyecto que por cierto casi una década más tarde llevaría a su máxima expresión el presidente Bernardino Rivadavia: “[...] para realizar estas esperanzas [minería] son necesarios grandes capitales en primer lugar, y en segundo, una protección cierta e ilimitada que proporcione a los emprendedores ganancias capaces de estimularlos a correr los riesgos que consigo traen estos trabajos. [...] Demuélanse los estorbos que oponen constantemente las absurdas leyes prohibitivas, que regulan aún nuestra política, y entonces con las ricas e ilustradas compañías de emprendedores europeos volverán los capitales que han de romper las venas que ocultan sin fruto los tesoros. Los capitales del comercio europeo no sólo son necesarios para las anticipaciones cuantiosas de la explotación, sino más principalmente para los artículos indispensables al beneficio de los metales [...] que necesitan las minas de América: el fierro, los instrumentos, y las máquinas de todas clases, los artistas y los directores científicos” (El Redactor de la Asamblea. 1813-1815). García, al decir de Puiggrós, planteaba en términos precisos nuestra dependencia de la técnica, de la industria y del comercio europeos.
LA FAMATINA MINING COMPANY. A partir de 1811, la política económica y financiera de las Provincias Unidas tuvo nombre y apellido, Bernardino Rivadavia. Pero fue recién cuando pasó a ejercer la presidencia, en 1826, cuando el proyecto minero de García se hizo realidad. Antes, un breve repaso. El 24 de noviembre de 1823, la provincia de Buenos Aires dicta un decreto con la firma de Rivadavia (secretario de gobierno) referente a la introducción de capitales y hombres procedentes de Europa para fomentar la minería. En sus considerandos expresa que sólo con dichas acciones se contribuirá eficazmente a “remover los inconvenientes que retardan el arribo del país al destino que le está designado, proporcionando un más pronto aumento de la población, del consumo y de productos, ventajas que multiplicarán los cambios y acelerarán la circulación de riqueza”. El decreto facultaba a Rivadavia a “promover la formación de una sociedad en Inglaterra, destinada a explotar las minas de oro y plata que existen en territorio de las Provincias Unidas”. Los agentes que designa el gobierno para la formación de compañías de minas en Europa son los Hullet Hermanos y Cía. En septiembre de 1824, Rivadavia viaja a Londres para fundar la empresa minera. Forman la Río de la Plata Mining Association, para explotar “todas las minas de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Rivadavia, presidente del directorio y el cerro Famatina, el primer destino de una minería colonialista y antinacional. Rivadavia “inspiraba confianza” a los inversores y accionistas ingleses, según el Times de la época. En paralelo, políticos y particulares riojanos adquieren del gobernador una concesión alrededor del promisorio cerro, que luego venden a una compañía británica propiedad de los Robertson Brothers. Nacía así la Famatina Mining Company, cuyo máximo apogeo recibirá durante la presidencia del fundador del mitrismo. El negociado terminará luego en bochorno.
DE FAMATINA A MALVINAS. Cierto era que la técnica extractiva y refinadora de minerales para el acuño de monedas en los años mozos de la Revolución eran importados. Y fue justamente por eso que el artículo 6º del Plan de Operaciones se proponía nacionalizar minas, expropiar y sustituir importaciones para los instrumentos y máquinas empleadas en el rubro minero. Fue justamente por eso y en línea con el referido artículo, que la Primera Junta decidió por decreto del 26 de octubre subvencionar la minería de Famatina. García-Moreno, Rivadavia-Moreno, Malvinas y petróleo, la misma disyuntiva minera histórica y presente pero con distinto nombre, tan irresuelta como fundamental al éxito del modelo vigente. No obstante y al igual que en tantas otras cuestiones, Malvinas nos recuerda además las verdaderas razones y objetivos del capitalismo británico. ¿Podrá ponerse fin al pillaje petrolero en las islas sin la recuperación efectiva de la propiedad pública de nuestros recursos naturales, su explotación estatal, su utilización como herramienta de desarrollo regional, de industrialización masiva y seguridad monetaria y financiera? El capital foráneo (estadounidense, canadiense, australiano y europeo), cómplice y aliado de la ocupación británica en Malvinas, no puede seguir rigiendo nuestra minería, nuestros hidrocarburos y combustibles
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