Por Luis Bruschtein
Imagen: Pablo
Piovano
Cualquiera hubiera pensado que serían más discretos. Que
después del escándalo de cambiar una ley para beneficiar a los familiares de
los funcionarios, por lo menos los suyos se iban a abstener. Es probable que
haya sido discreto y hubiera pasado desapercibido, si Horacio Verbitsky no lo
hubiera publicado en PáginaI12. En noviembre de 2016 se aprobó la ley de
blanqueo de capitales, que en la lengua ambigua del PRO se denominó de
“sinceramiento fiscal” y en ella se subrayaba que no estaban incluidos en ese beneficio
los familiares directos de los funcionarios. Fue una condición impuesta por
Elisa Carrió. La causa era obvia: un gobierno de millonarios se fabricaba una
ley a su medida, había que incluir ese punto para darle credibilidad y
transparencia y, sobre todo, sacarle el tufo a negociado. Mauricio Macri se
molestó por ese agregado y, pocos días después, lo anuló por decreto. Los
medios oficialistas acallaron las protestas, Elisa Carrió miró para otro lado y
se olvidó del asunto. Al punto que ahora es candidata de los que denunció como
corruptos, aquellos que rompieron las condiciones de transparencia que ella
misma habían exigido. Todo silenciado hasta que Horacio Verbitsky publicó las
cifras que habían blanqueado familiares directos de Macri y otros funcionarios.
Los tomó de sorpresa. El control sobre la prensa oficialista
les daba seguridad sobre estos temas. Pero se les escapó la tortuga. Otra vez
rabieta en la Casa Rosada, escandaletes internos, investigación para ubicar la
fuga en la AFIP y así rodó la primera cabeza: Jorge Enrique Linskens,
subdirector de Sistemas y Telecomunicaciones. La ofensiva contra PáginaI12 se
profundizó y descargaron su furia contra el único medio que había detectado
esos blanqueos, o por lo menos, el único que se atrevió a publicarlos, un medio
que rompe la uniformidad de la información y se ubica por fuera del control del
oficialismo. Imponer uniformidad en la información es atacar un rasgo primario
de cualquier democracia. El gobierno ya lo venía haciendo con recortes drásticos
a una pauta publicitaria que el diario recibió durante todos los gobiernos
anteriores.
PUBLICIDAD
Esta vez el ataque fue contra Víctor Santa María, como
cabeza del Grupo Octubre, el cual integra ahora PáginaI12. Pero el ataque no es
contra una persona porque es evidente que se produce como reacción a una
publicación del diario, y a través de ese ataque busca silenciar a una de las
pocas voces críticas de este gobierno. Se trata de completar un cuadro nefasto:
este gobierno ya tiene presos políticos como Milagro Sala y sus
compañeros, una desaparición forzada en el marco de la represión a la protesta
social, como la de Santiago Maldonado, y ahora se encamina hacia la censura de
un diario crítico de sus políticas como es PáginaI12. No es casual que use como
punta de lanza a otro diario. El insólito editorial de La Nación del 5 de
septiembre forma parte de esa reacción del gobierno por la publicación de los
blanqueos que realizaron los familiares, amigos cercanos y socios del
presidente y de otros funcionarios. El editorial de La Nación no se publicó
antes, ni mucho después, sino con pocos días de diferencia con la nota de
Verbitsky. La intención de amedrentar es clara: son los famosos “carpetazos”
del arsenal escabroso de este gobierno, la mayoría de las veces con información
forzada o directamente inventada por los servicios de inteligencia y
amplificada por los medios compinches, como La Nación.
Después de treinta años, la derecha franca, sin el disfraz
de la UCR o el peronismo, llegó al gobierno por vía electoral. El nuevo orden
simbólico del mercado llegó con ella, la ilusión para los ingenuos de la
meritocracia, el cinismo de que cualquier medida de distribución de la riqueza
esconde un acto de corrupción y argumentos estúpidos como “no van a robar porque
son ricos” fueron laboriosamente construidos por las corporaciones mediáticas.
Y ahora están allí, otorgan concesiones a sus socios, ocultan empresas y
cuentas offshore, favorecen con grandes contratos a sus empresas, se compran a
sí mismos y legislan blanqueos para aprovecharse con ellos. Lo primero que
hicieron las corporaciones mediáticas fue desguazar por decreto la ley de
medios que prohíbe a los monopolios de la información.
Y a medida que avanzó esta apropiación de la subjetividad de
gran parte de la sociedad, el frágil escenario, enclenque y emparchado,
que a duras penas se había podido levantar en contraposición a tantos
años de democracias tuteladas y dictaduras, empieza a cambiar otra vez en forma
subrepticia. El trabajo de naturalizar esos cambios regresivos está en la tarea
de zapa de los medios oficialistas que ocultan, disimulan, exculpan y maquillan
esa realidad cada vez más inhóspita, más hostil, que empobrece de ciudadanía y
embrutece a su base de respaldo. El que fue envuelto en la trama del discurso
gran mediático, empezó por justificar la designación de jueces de la Corte por
decreto, después aceptó el copamiento irregular de la Magistratura, se resignó
al aumento desmedido de los servicios y terminó por respaldar la persecución y
encarcelamiento de Milagro Sala, una opositora. Y después se dio cuenta que
está obligado a digerir lo que aprendió a detestar: la desaparición forzada de
Santiago Maldonado en el marco de la represión a la protesta social. Y ahora
está a un paso de consentir el avasallamiento de un diario crítico, uno de los
pocos medios que no son oficialistas y que en toda su trayectoria ha sido
consecuente en las defensa de los derechos humanos.
El (la) hombre/mujer se embarcó en ese paquete queriendo
defender el hecho democrático, la república, el respeto a las instituciones y
puso en su voto esa falsa ilusión construida por los medios concentrados.
Comenzó con pequeñas concesiones y al final de ese camino recorrido en tan poco
tiempo, terminó en el extremo opuesto al que había deseado. El (la) que empezó
como demócrata, se convirtió en enemigo de la democracia, de la república y de
las instituciones, aceptó la corrupción de los ricos, el encarcelamiento y la
desaparición de los opositores y el silenciamiento de las voces disidentes.
Ya es un lugar común. No es una dictadura. Ha sido elegido
por el sufragio, funciona el Congreso, no hay 30 mil desaparecidos. Pero bajo
ese efecto anestésico que produce el discurso hegemónico se va construyendo una
maqueta de dictadura, un huevo minimalista –por lo de mini mal– donde por obra
y gracia de los nuevos factores de poder y creadores de subjetividad, el
sufragio coexiste con presos políticos, el Congreso coexiste con el hecho de un
desaparecido en una protesta legítima de mapuches por sus tierras y ambos con
la persecución y la censura a los opositores. Es un diseño parecido al de las
viejas democracias tuteladas que terminan por no ser democracias, sin llegar a
ser dictaduras.
También es un lugar común que todas las dictaduras derrocaron
gobiernos democráticos “en defensa de la democracia”. Y que todas tuvieron un
consenso civil que las acompañó durante bastante tiempo y que creyó en ese
argumento ladino y mentiroso. La reiteración es un dato. Hay un sector de la
sociedad que no es democrático y otro que es llevado fácilmente a posiciones no
democráticas. Se los ve desaforados en las redes tratando de defender lo
indefendible, furiosos de estar en el lugar que nunca hubieran deseado. Y hay
otro sector que apuesta a la democracia porque es la mejor posibilidad que
tiene de mejorar, su única fuerza es ser mayoría. Paradoja: el que respeta la
democracia centra su discurso en lo social. En cambio, el más autoritario
centra su discurso en la democracia. Y lo hace como reacción al discurso social
del más democrático, al que acusa de “dictadura de las mayorías”.
En el sistema de medios en Argentina, que se agrupa
mayoritariamente del centro a la derecha, el espacio editorial que ocupa
PáginaI12 nunca fue muy grande y es cada vez más reducido. Ha sido, sin
embargo, un aporte indiscutible a la transición democrática. Y el ataque
disparado a conciencia usando otro medio de comunicación, busca su desaparición
definitiva o su reemplazo por alguna forma más dócil. Para cualquiera que tenga
formación verdaderamente democrática no hace falta estar de acuerdo con
PáginaI12. El dato suficiente es que los ataques del gobierno se producen como
respuesta al artículo de Horacio Verbitsky sin que nadie los haya desmentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario