Extraer el tumor populista
*Por Daniel Rosso
Tras escuchar la lectura del fallo, Amado Boudou se abrazó
con su abogado, le entregó su celular, sus tarjetas de crédito y algo de dinero
y guardó su DNI en el bolsillo, lo único que necesitaba para cruzar la línea
imaginaria que lo conducía de la libertad a la reclusión en la cárcel.
El ex vicepresidente preso fue el nuevo golpe simbólico que
el gobierno y sus socios estratégicos necesitaban sumar a la ofensiva
desplegada con los cuadernos Gloria finalmente incinerados. Un paso decisivo en
su proyecto de construcción de un escenario dominado por la agenda
anticorrupción.
El gobierno insiste con que es necesario intervenir
quirúrgicamente a la Argentina. Según su interpretación, desde hace 70 años,
una cultura política caracterizada por la corrupción, la vagancia y los
excesos, la inviabiliza y la condena. Con un bisturí diversificado en los
estrados judiciales y en los grandes medios hegemónicos planea erradicar esa
cultura política para siempre. Se propone eliminar un relato, suprimir un modo
de ser. Las democracias exitosas son las que funcionan con un discurso único.
“Tenemos que ponernos a trabajar juntos, hombro con hombro,
para que el país pueda salir de una vez por todas de esta historia de crisis
recurrentes que nos lastimaron durante 70 años” – aseguró el Presidente el
último 9 de julio.
Para Cambiemos y sus socios estratégicos, ha llegado la hora
de resolver el “empate hegemónico” entre el liberalismo conservador y las fuerzas
nacionales y populares, tal como lo formulara hace años Juan Carlos
Portantiero. Para ello –interpretan- una de estas dos culturas políticas
debe ser eliminada o marginada.
La “grieta”sólo desaparecerá si una de ellas avanza sobre la
totalidad del territorio de la otra. Por eso, el fin de la grieta es una
propuesta totalitaria. Es la pos política: el consenso alrededor de un
pensamiento único.
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Hay que extraer el tumor con quimioterapia judicial y
mediática. Para ello, la mega operación simbólica en marcha consiste en
superponer estructuralmente corrupción y kirchnerismo. Tratan de transformar
ambos elementos en una amalgama inescindible. La eliminación de la primera debe
suponer necesariamente la erradicación de lo segundo.
Detrás de las denuncias contenidas en los cuadernos Gloria,
los raros choferes escribientes y los empresarios colaboracionistas, se ha
intensificado una operación política – cultural gigantesca para instaurar un
sistema político con dos proyectos similares, con algunos matices entre sí,
pero con acuerdos estructurales alrededor del viejo liberalismo conservador:
Cambiemos, por un lado, el peronismo “racional”, por el otro.
Esa apuesta pos política sólo puede estructurarse sobre la
agenda anticorrupción: porque ésta ocupa el lugar de la política pero
disolviéndola en un acuerdo consensual que pone fin a las discusiones entre
proyectos enfrentados.
Todos estamos de acuerdo en oponernos a la corrupción. En la
versión oficialista, la totalidad de los que cuestionan la corrupción acuerdan
con eliminarla erradicando para ello a la cultura populista a la que está inherentemente
vinculada. En esa perspectiva, todos coinciden en eliminar esa diferencia. Hay
un intento de desempate hegemónico: uno de los proyectos que surcó desde
siempre la historia argentina avanza buscando la supresión del otro.
La agenda anticorrupción es el gran escudo simbólico de esa
operación. Con el kirchnerismo tras las rejas, se funda la Argentina del
consenso, es decir, el país pos político: el colectivo único de los partidarios
de la anticorrupciónque logran encarcelar y excluir a los corruptos populistas.
Es esta, además, una de las pocas agendas donde el
oficialismo puede aún dialogar con los sectores medios y en la que intenta
lentificar la desestructuración de su alianza gubernamental. Es justo lo que
necesitaba y es lo que esa trama de jueces, medios hegemónicos y servicios de
inteligencia, le han provisto bajo dirección de algunos poderes económicos.
La construcción de
simulacros
Jean Baudrillard ya nos prevenía de que una sucesión de
simulacros podía suplantar “la realidad”. La mayor destreza simbólica del
neoliberalismo es la construcción de simulaciones. Para decirlo rápido: un
simulacro es la instalación de una “versión ficcional” como si fuera la
realidad única o definitiva. No es nuevo: pero estos simulacros hoy son
construidos con sofisticados modos de producción por los cuales las apariencias
pierden casi todas sus marcas como apariencias. Casi todas.
A los simulacros se los construye desde el interior de “lo
real” y con técnicas en permanente perfeccionamiento. Es un estado superior de
la escritura de la historia: no solo se interpretan los hechos, además se los
producen para escribirlos.
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En el caso de los cuadernos, la escritura periodística y
judicial interviene sobre una escritura previa, la del ex sargento Centeno,
quien intenta reducir los hechos a datos absolutos. Los hechos se los produce
cuando se los escribe. Los hechos, en buena medida, son la escritura misma.
Una novedad de este caso es que “la corrupción” es
denunciada desde su interior, por el chofer y por los empresarios involucrados.
Y se despliega casi totalmente por dentro del sistema periodístico y judicial.
No hay, por lo menos públicamente, demasiados actores políticos interviniendo
en la denuncia. Es un tipo ideal de lawfare: se desenvuelve casi integralmente
a través del accionar de jueces y periodistas.
Por eso, la construcción de la información está muy marcada
por las lógicas de los datos puros que son presentados como la realidad misma.
Estos, en el positivismo neoliberal, son el punto cero de las interpretaciones.
Están fuera de las disputas de sentido. No hay en ellos choque de relatos
contrapuestos.
Los datos de los cuadernos son verdades definitivas. Son, en
sí mismo y tal como se los presentan, una construcción pos política. Es decir:
para el positivismo de Cambiemos, son un adelanto de la verdad única que
aspiran alcanzar luego de expulsar a la cultura populista.
El dato es una trinchera del discurso único. Por eso, el
gobierno siempre intenta llevar la discusión al territorio de los datos: para
ellos, allí hay verdad consensual y no disputa política. En contraposición, el
Populismo es la insistente apertura de sentidos en todos los lugares donde el
neoliberalismo intenta decretar la clausura. Siempre que hay populismo hay
rebelión epistemológica. Si la historia la escriben los que ganan eso quiere
decir que hay otra historia.
La escritura del ex
sargento
Y hay, en el espectáculo de los cuadernos incinerados, en
las cenizas de los Gloria, elementos para la rebelión frente a los datos
naturalizados. La escritura del ex sargento pone en escena un enunciador que
cambia con el transcurso del tiempo: en un principio es un chofer que
contabiliza kilómetros, luego es el conductor de un camión de caudales. Al
final, sólo parece que hacen eso: recepción, distribución y acopio de dinero.
El texto adquiere la forma repetitiva de un cuento de Bukowski: sólo que en
lugar de sexo hay saturación de bolsas con dinero. Lo que se quiere mostrar
está expuesto con un exceso desmesurado.
Centeno es un chofer taquígrafo que construye datos de modo
automático: ve las bolsas y los bolsos desde afuera y puede contabilizar la
cantidad de dólares o pesos que contienen. Es un relator omnisciente: detecta a
la velocidad de un golpe de vista la cantidad exacta de billetes que suben a su
Toyota Corolla.
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Escribe: 1.000.000 (un millón de dólares), 500.000
(quinientos mil dólares) y así. En un texto lleno de aclaraciones, Centeno
demuestra todo el tiempo vocación pedagógica. Le preocupa que su lector
entienda. Ese otro que lee está permanentemente presente en el escrito: le
dice, “dejo aclarado”, “tengo también que asentar” y otras frases por el
estilo.
Entonces: le escribe a alguien que permanece oculto. En ese
mismo sentido, hay una búsqueda permanente de la precisión del dato. Por
momentos toma la forma de una declaración testimonial: casi como si escribiera
un texto especialmente preparado para el sistema judicial y periodístico.
El mismo escrito es complementado con “pruebas”. “Acompaño
el ticket del estacionamiento del 03 del operativo” o “acompaño el ticket del
estacionamiento”. El chofer es un migrante entre géneros: diario, relato de
viaje, declaración testimonial, crónica, etc. Se mueve entre ellos con la
ductilidad de un escritor experimentado.
Pero sus datos, transformados en “realidad definitiva” por
el positivismo periodístico y judicial hegemónico, contienen varia
inconsistencias. El primero: son pruebas que no han podido probarse, es
decir, fueron utilizadas como pruebas pero sin que hayan sido corroboradas como
tales.
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Por eso, el origen del proceso judicial que se inició con
más de una decena de detenciones, está sostenido en el vació. Jueces y
periodistas se atrincheran en los datos pero los datos no pueden demostrarse.
Lo que queda de los cuadernos Gloria son cenizas.
Por lo cual, no hay ninguna razón para descartar que sea un
simulacro. Es decir, un texto ficcional preparado para que funcione como real.
El segundo: la escritura está dirigida a un lector ausente
pero muy presente en los textos. Tercero: la escritura eslabona datos y datos
muy funcionales a la lógica de los sistemas judiciales y periodísticos donde se
instaló la denuncia. Cuarto: la existencia de imprecisiones notables entre la
cantidad de dinero que el chofer decía que había en las bolsas y lo que
afirmaron los empresarios “arrepentidos”.
El primo presidencial, el príncipe de la obra pública,
Ángelo Calcaterra, premiado con dos entrevistas a páginas completas en Clarín y
La Nación, respondió ante la pregunta por los números de los cuadernos: “las
cifras que se dicen son disparatadas”. Quinto: la falta de explicaciones acerca
de los móviles que llevaron a Centeno a esa escritura sistemática. Sexto: la
enorme funcionalidad que tiene para el gobierno la reinstalación global de la
agenda anticorrupción, tanto para desplazar de la escena los temas críticos
como para retomar la ofensiva en su intento estructural de erradicar la cultura
política kirchnerista.
La estrategia de la
ternura
La producción de simulacros eslabona datos reales con
ficcionales para construir “relatos verdaderos”. Los medios hegemónicos juegan
un rol estratégico en esas construcciones. Se han dotado de un manual de
traducción instantáneo de las palabras políticas. Por ejemplo, donde los
empresarios “arrepentidos” declaran “aportes de campaña” ellos traducen “coimas
o sobornos”.
Así autonomizan un lenguaje con el que construyen la grieta
pos política: entre los corruptos y los honestos. Intentan modelar el mundo
emocional de los argentinos y argentinas mediante la estrategia de la ternura:
un guión en el que de un lado están los apretadores, corruptos y bandidos a los
que es necesario excluir y, del otro, ellos, los argentinos buenos, sensibles,
tiernos y honestos. Todo bajo la dirección del proyecto liberal conservador que
busca el desempate hegemónico.
* Daniel Rosso /
sociólogo, periodista y analista de medios
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