08/01/2018
Conocemos las formas clásicas de guerra, primero entre
ejércitos y después de Hitler (con su totaler Krieg = guerra total) de pueblos
contra pueblos. Se inventaron bombas nucleares tan potentes que pueden destruir
toda la vida. Se dice que son armas de disuasión. No importa. Quien tenga
primero la iniciativa gana la guerra, que duraría pocos minutos. La cuestión es
que son tan letales que pueden matar a todos, incluso a los primeros que las
lanzaron. Se volvieron armas de horror. Pero cuidado, la seguridad nunca es
total y no es imposible que algunas de ellas exploten bajo la acción de
hackers, poniendo en riesgo a gran parte de la humanidad.
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Últimamente se ha
inventado otra forma de guerra de la que la mayoría ni siquiera se da cuenta:
la guerra cibernética, llamada también guerra informática, guerra digital y
ciberguerra.
Esta tiene un telón de fondo que merece ser considerado: hay
un exceso de acumulación de capital hasta el punto de que las grandes
corporaciones no saben dónde aplicarlo. La agencia de políticas de desarrollo,
Oxfam, presente en 94 países y asesorada por científicos del MIT, nos
proporcionó este año de 2017 los siguientes datos: el 1% de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del
mundo. El 20% más rico posee el 94,5% de esa riqueza, mientras que el 80% debe
conformarse con el 5,5%. Es una profunda desigualdad que traducida éticamente
significa una injusticia perversa.
Esta excesiva concentración no ve sentido en aplicaciones
productivas porque el mercado empobrecido no tiene condiciones de absorber sus
productos. O continúan en la rueda especulativa agravando el problema o
encuentran otras salidas rentables a las aplicaciones. Varios analistas, como
William Robinson de la Universidad de California, Santa Bárbara, que publicó un
brillante estudio sobre el tema, y también Nouriel Rubini, que previó la
debacle de 2007-2008, refieren dos
salidas para el capital ultraconcentrado: invertir en la militarización
comandada por el Estado, construir nuevas armas nucleares o invertir en guerras
locales, guerra contra las drogas, en la construcción de muros fronterizos, en
inventar nuevos aparatos policiales y militares.
O bien hacer grandes
inversiones en tecnología, robotización, automatización masiva y
digitalización, cubriendo, si es posible, todos los ámbitos de la vida. Si
la inversión en 1980 era de 65 mil millones, ahora ha pasado a 654 mil
millones. En esta inversión están previstos servicios de control de las
poblaciones, verdadero estado policial y las guerras cibernéticas.
Sobre esto, conviene detallar un poco el análisis. En la
guerra cibernética no se usan armas físicas sino el campo cibernético con la
utilización de virus y hackers sofisticados que entran en las redes digitales
del enemigo para anular y eventualmente dañar los sistemas informáticos. Los principales objetivos son los bancos, los
sistemas financieros o militares y todo el sistema de comunicación. Los
combatientes de esta guerra son expertos en informática y en
telecomunicaciones.
Este tipo de guerra ha sido probado varias veces. Ya en 1999
en la guerra de Kosovo, los hackers atacaron incluso al portaaviones
norteamericano. Tal vez el más conocido fue el ataque a Estonia el 26 de abril
de 2007. El país se jacta de poseer casi todos los servicios del país
informatizados y digitalizados. Un pequeño incidente, el derribo de la estatua
de un soldado ruso, símbolo de la conquista rusa en la última guerra, por
civiles de Estonia sirvió de motivo para que Rusia dirigiera un ataque
cibernético que paralizó prácticamente todo el país: los transportes, las
comunicaciones, los servicios bancarios, los servicios de luz y agua. Los
siguientes días desaparecieron los sitios del Parlamento, de las Universidades
y de los principales diarios. Las intervenciones venían de diez mil ordenadores
distribuidos en distintas partes del mundo. El jefe de Estado de Estonia
declaró acertadamente: “nosotros vivíamos en el futuro: bancos en línea,
noticias en línea, textos en línea, centros comerciales en línea; la total
digitalización hizo todo más rápido y más fácil, pero también creó la
posibilidad de hacernos retroceder siglos en segundos”.
Es muy conocido el virus Stuxnet, producido posiblemente por
Israel y Estados Unidos, que logró entrar en el funcionamiento de las plantas
de enriquecimiento de uranio de Irán, aumentando su velocidad a punto de
agrietarse o imposibilitar su funcionamiento.
El mayor riesgo de la guerra cibernética es que puede ser
conducida por grupos terroristas, como el ISIS o por otro país, paralizando
toda la infraestructura, los aeropuertos, los transportes, las comunicaciones,
los servicios de agua y luz e incluso romper los secretos de los aparatos de
seguridad de armas letales y hacerlas disparar o inutilizarlas. Y todo esto a
partir de cientos de ordenadores operados desde diferentes partes del planeta,
imposibilitando identificar su lugar y así hacerles frente.
Estamos, por tanto, frente a riesgos innombrables, fruto de
la razón enloquecida. Sólo una humanidad que ama la vida y se une para
preservarla podrá salvarnos.
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