IV
Para fines de verano, la noticia de lo ocurrido en la «
Granja Animal» se había difundido por casi todo el condado. Todos los días,
Snowball y Napoleón enviaban bandadas de palomas con instrucciones de mezclarse
con los animales de las granjas colindantes, contarles la historia de la
Rebelión y enseñarles los compases de « Bestias de Inglaterra» .
Durante la mayor parte de ese tiempo, Jones permanecía en la
taberna « El
León Colorado», en Willingdon, quejándose a todos los que
quisieran escucharle, de la monstruosa injusticia que había sufrido al ser
arrojado de su propiedad por una banda de animales inútiles. Los otros
granjeros se solidarizaron con él, aunque no le dieron demasiada ayuda. En su
interior, cada uno pensaba secretamente si no podría en alguna forma transformar
la desgracia de Jones en beneficio propio. Era una suerte que los dueños de las
dos granjas que lindaban con « Granja Animal» estuvieran siempre enemistados.
Una de ellas, que se llamaba Foxwood, era una granja grande, anticuada y
descuidada, cubierta de arboleda, con sus campos de pastoreo agotados y los
cercados en un estado lamentable. Su propietario, el señor Pilkington, era un
agricultor señorial e indolente que pasaba la mayor parte del tiempo pescando o
cazando, según la estación. La otra granja, que se llamaba Pinchfield, era más
pequeña y estaba mejor cuidada. Su dueño, un tal Frederick, era un hombre duro,
astuto, que estaba siempre pleiteando y tenía fama de hábil negociador. Los dos
se odiaban tanto que era difícil que se pusieran de acuerdo, ni aun en defensa
de sus propios intereses. Ello no obstante, ambos estaban completamente asustados
por la rebelión de la « Granja Animal» y muy ansiosos por evitar que sus
animales llegaran a saber mucho del acontecimiento. Al principio, aparentaban
reírse y desdeñar la idea de unos animales administrando su propia granja. «
Todo este asunto se terminará de la noche a la mañana», se decían. Afirmaban
que los animales en la « Granja Manor» (insistían en llamarla « Granja Manor»
pues no podían tolerar el nombre de « Granja Animal» ), se peleaban
continuamente entre sí y terminarían muriéndose de hambre. Pasado algún tiempo,
y cuando los animales evidentemente no perecían de hambre, Frederick y
Pilkington cambiaron de tono y empezaron a hablar de la terrible maldad que
florecía en la « Granja Animal» . Difundieron el rumor de que los animales
practicaban el canibalismo, se torturaban unos a otros con herraduras
calentadas al rojo y practicaban el amor libre. « Ése es el resultado de rebelarse
contra las leyes de la Naturaleza», sostenían Frederick y Pilkington.
Sin embargo, nunca se dio mucho crédito a estos cuentos.
Rumores acerca de una granja maravillosa de la que se había expulsado a los
seres humanos y en la que los animales administraban sus propios asuntos,
continuaron circulando en forma vaga y falseada, y durante todo ese año se
extendió una ola de rebeldía en la comarca. Toros que siempre habían sido dóciles
se volvieron repentinamente salvajes; había ovejas que rompían los cercados y
devoraban el trébol; vacas que volcaban los baldes cuando las ordeñaban; caballos
de caza que se negaban a saltar los setos y que lanzaban a sus jinetes por encima
de sus orejas. A pesar de todo, la tonada y hasta la letra de « Bestias de
Inglaterra» eran conocidas por doquier. Se habían difundido con una velocidad asombrosa.
Los seres humanos no podían detener su furor cuando oían esta canción, aunque
aparentaban considerarla sencillamente ridícula. No podían entender, decían,
cómo hasta los animales mismos se atrevían a cantar algo tan deleznable.
Cualquier animal que era sorprendido cantándola, se le azotaba en el acto. Sin
embargo, la canción resultó irreprimible: los mirlos la silbaban en los
vallados, las palomas la arrullaban en los álamos y hasta se reconocía en el
ruido de las fraguas y en el tañido de las campanas de las iglesias. Y cuando
los seres humanos la escuchaban, temblaban secretamente, pues presentían en
ella un augurio de su futura perdición.
A principios de octubre, cuando el maíz había sido cortado y
entrojado y parte del mismo y a había sido trillado, una bandada de palomas
cruzó a toda velocidad y se posó, muy excitada, en el patio de « Granja Animal»
. Jones y todos sus peones, con media docena más de hombres de Foxwood y
Pinchfield, habían atravesado el portón y se aproximaban por el sendero hacia
la casa. Todos esgrimían palos, exceptuando a Jones, que marchaba delante con
una escopeta en la mano. Evidentemente iban a tratar de reconquistar la granja.
Esta eventualidad, hacía tiempo que estaba prevista y, en consecuencia, se habían
adoptado las precauciones necesarias. Snowball, que había estudiado las campañas
de Julio César en un viejo libro, hallado en la casa, estaba a cargo de las
operaciones defensivas. Dio las órdenes rápidamente y en contados minutos, cada
animal ocupaba su puesto de combate.
Cuando los seres humanos se acercaron a los edificios de la
granja, Snowball lanzó su primer ataque. Todas las palomas —eran unas treinta y
cinco— volaban sobre las cabezas de los hombres y los ensuciaban desde lo alto;
y mientras los hombres estaban preocupados eludiendo lo que les caía encima, los
gansos, escondidos detrás del seto, los acometieron picoteándoles las
pantorrillas furiosamente. Pero aquélla era una simple escaramuza con el
propósito de crear un poco de desorden, y los hombres ahí entraron fácilmente a
los gansos con sus palos. Snowball lanzó la segunda línea de ataque: Muriel,
Benjamín y todas las ovejas, con Snowball a la cabeza, avanzaron embistiendo y
achuchando a los hombres desde todos los lados, mientras Benjamín se volvió y
comenzó a repartir coces con sus patas traseras. Pero, de nuevo los hombres,
con sus palos y sus botas claveteadas, fueron demasiado fuertes para ellos, y
repentinamente, al oírse el chillido de Snowball, que era la señal para
retirarse, todos los animales dieron media vuelta y se metieron, por el portón,
en el patio.
Los hombres lanzaron un grito de triunfo. Vieron —es lo que
imaginaron— a sus enemigos en fuga y corrieron tras ellos en desorden. Eso era
precisamente lo que Snowball esperaba. Tan pronto como estuvieron dentro del
patio, los tres caballos, las tres vacas y los demás cerdos, que habían estado
al acecho en el establo de las vacas, aparecieron repentinamente detrás de
ellos, cortándoles la retirada. Snowball dio la señal para la carga. Él mismo
acometió a Jones. Éste lo vio venir, apuntó con su escopeta e hizo fuego. Los
perdigones dejaron su huella sangrienta en el lomo de Snowball, y una oveja
cayó muerta. Sin vacilar un instante, Snowball lanzó sus quince arrobas contra las
piernas de Jones, que fue a caer sobre una pila de estiércol mientras la
escopeta se le escapó de las manos.
Pero el espectáculo más aterrador lo ofrecía Boxer,
encabritado sobre sus cuartos traseros y coceando como un semental con sus
enormes cascos herrados.
Su primer golpe lo recibió en la cabeza un mozo de la
caballeriza de Foxwood, quedando tendido exánime en el barro. Al ver este
cuadro, varios hombres, dejaron caer sus palos e intentaron escapar. Pero los
agarrotó el pánico y, al momento, los animales estaban corriendo tras ellos por
todo el patio. Fueron corneados, coceados, mordidos, pisados. No hubo ni un
animal en la granja que no se vengara a su manera. Hasta la gata saltó repentinamente
desde una azotea sobre la espalda de un vaquero y le clavó sus garras en el
cuello, haciéndole gritar horriblemente. En el momento en que la salida estuvo
clara, los hombres se alegraron de poder escapar del patio y huir como un rayo
hacia el camino principal. Y así, a los cinco minutos de su invasión, se
hallaban en vergonzosa retirada por la misma vía de acceso, con una bandada de
gansos picoteándoles las pantorrillas a lo largo de todo el camino.
Todos los hombres se habían ido, menos uno. Allá en el
patio, Boxer estaba empujando con la pata al mozo de caballeriza que yacía boca
abajo en el barro, tratando de darle vuelta. El muchacho no se movía.
—Está muerto —dijo Boxer tristemente—. No tuve intención de
hacerlo. Me olvidé de que tenía herraduras. ¿Quién va a creer que no hice esto
adrede?
—Nada de sentimentalismo, camarada —gritó Snowball, de cuy
as heridas aún manaba sangre—. La guerra es la guerra. El único ser humano
bueno es el que ha muerto.
—Yo no deseo quitar una vida, ni siquiera humana —repitió
Boxer con los ojos llenos de lágrimas.
— ¿Dónde está Mollie? —inquirió alguien.
En efecto, faltaba Mollie. Por un momento se produjo una
gran alarma; se temió que los hombres la hubieran lastimado de alguna forma, o
tal vez que se la hubiesen llevado consigo. Al final, la encontraron escondida
en su casilla, en el establo, con la cabeza enterrada en el heno del pesebre.
Se había escapado tan pronto como sonó el tiro de la escopeta. Y, cuando los
otros retornaron de su búsqueda, se encontraron con que el mozo de caballeriza,
que en realidad sólo estaba aturdido, se había repuesto y huido. Los animales
se congregaron muy exaltados, cada uno contando a voz en grito sus hazañas en
la batalla. En seguida se realizó una celebración improvisada de la victoria.
Se izó la bandera y se cantó varias veces « Bestias de Inglaterra» , y luego se
le dio sepultura solemne a la oveja que murió en la acción, plantándose una
rama de espino sobre su tumba.
En dicho acto Snowball pronunció un discurso, recalcando la
necesidad de que todos los animales estuvieran dispuestos a morir por « Granja
Animal» , si ello fuera necesario.
Los animales decidieron unánimemente crear una condecoración
militar:
« Héroe Animal, de Primer Grado», que les fue conferida en
ese mismo instante a Snowball y Boxer. Consistía en una medalla de bronce (en
realidad eran unos adornos de bronce para caballerías encontrados en el guadarnés),
que debía usarse los domingos y días de fiesta. También se creó la de « Héroe
Animal, de Segundo Grado» , que le fue otorgada, póstumamente, a la oveja
muerta.
Se discutió mucho acerca del nombre que debía dársele a la
batalla. Al final se la llamó la « Batalla del Establo de las Vacas» , pues fue
allí donde se realizó la emboscada. La escopeta del señor Jones fue hallada en
el barro y se sabía que en la casa había proyectiles. Se decidió colocar la
escopeta al pie del mástil, como si fuera una pieza de artillería, y dispararla
dos veces al año; una vez, el cuatro de octubre, aniversario de la « Batalla
del Establo de las Vacas» , y la otra, el día de San Juan, aniversario de la
Rebelión.
V
A medida que se acercaba el invierno, Mollie se volvió más y
más conflictiva.
Llegaba tarde al trabajo por las mañanas con el pretexto de
que se había quedado dormida, quejándose de dolencias misteriosas, aun cuando
su apetito era excelente. Con cualquier excusa escapaba del trabajo para ir al
bebedero, donde se quedaba parada mirando su reflejo en el agua como una boba.
Pero también había rumores de algo más serio. Un día que Mollie entraba
alegremente en el patio, moviendo su larga cola y mascando un tallo de heno,
Clover la llamó a un lado. —
Mollie —le dijo—, tengo algo muy serio que decirte. Esta
mañana te vi mirando por encima del seto que separa a « Granja Animal» de Foxwood.
Uno de los hombres del señor Pilkington estaba situado al otro lado del seto. Y
yo estaba a cierta distancia, pero estoy casi segura de haberte visto: él te
estaba hablando y tú le permitías que te acariciara. ¿Qué significa eso,
Mollie?
— ¡Él no hizo nada! ¡Yo no estaba! ¡No es verdad! —gritó
Mollie, haciendo cabriolas y pateando el suelo.
— ¡Mollie! Mírame a la cara. ¿Puedes darme tu palabra de
honor de que ese hombre no te estaba acariciando el hocico?
— ¡No es verdad! —repitió Mollie, pero no podía mirar a la
cara a Clover, y al instante se escapó, huyendo al galope hacia el campo.
A Clover se le ocurrió algo. Sin decir nada a nadie, se fue
a la cuadra de
Mollie y revolvió la paja con su pata. Escondido bajo la
paja, había un montoncito de terrones de azúcar y varias tiras de cintas de
distintos colores. Tres días después Mollie desapareció. Durante varias semanas
no se supo nada respecto a su paradero; luego las palomas informaron que la
habían visto al otro lado de Willingdon. Estaba atalajada entre las varas de un
coche elegante pintado de rojo y negro, que se encontraba detenido ante una
taberna. Un hombre gordo, de cara colorada, con bombachos a cuadros y polainas,
que parecía un tabernero, le estaba acariciando el hocico y dándole de comer
azúcar. El pelaje de Mollie estaba recién cortado, y llevaba una cinta
escarlata en las crines.
« Daba la impresión de que estaba a gusto», dijeron las
palomas. Ninguno de los animales volvió a mencionar a Mollie. En enero hizo muy
mal tiempo. La tierra parecía de hierro y no se podía hacer nada en el campo.
Se realizaron muchas reuniones en el granero principal; los cerdos se ocuparon
en formular planes para la temporada siguiente. Se llegó a aceptar que los
cerdos, que eran manifiestamente más inteligentes que los demás animales,
resolverían todas las cuestiones referentes al manejo de la granja, aunque sus
decisiones debían ser ratificadas por mayoría de votos. Este arreglo hubiera
resultado bastante bien a no ser por las discusiones entre Snowball y Napoleón.
Los dos estaban en desacuerdo en todos los puntos donde era posible que hubiera
discrepancia. Si uno de ellos sugería sembrar un mayor número de hectáreas con
cebada, con toda seguridad que el otro iba a exigir superior número de
superficie con avena; y si uno afirmaba que tal o cual terreno estaban en
buenas condiciones para el repollo, el otro decía que lo más adecuado era
sembrar nabos. Cada cual tenía sus partidarios y por ello en cada Reunión se registraban
debates violentos. En muchas ocasiones, Snowball con sus brillantes discursos
llegaba a convencer a la mayoría pero Napoleón le ganaba, cuando se trataba de
obtener apoyo al margen de las sesiones. Hecho curioso fue el sucedido con las
ovejas quienes adquirieron la costumbre de balar « Cuatro patas sí, dos pies
no» en cualquier momento, interrumpiendo
con ello la Reunión. Y se notó que esto ocurría precisamente en momentos
decisivos de los discursos de Snowball. Éste había hecho un estudio profundo de
algunos números atrasados de la revista « Granjero y Ganadero» encontrados en
la casa y estaba lleno de planes para realizar innovaciones y mejoras. Hablaba
como un erudito, de zanjas de desagüe, ensilados y abonos básicos, y había
elaborado un complicado sistema para que todos los animales dejaran caer su
estiércol directamente sobre los campos, y cada día en un lugar distinto, con
objeto de ahorrar el trabajo de transportarlo.
Napoleón no presentó ningún plan propio, pero decía
tranquilamente que los de Snowball se quedarían en nada y su actitud era la del
que parece esperar algo.
Pero de todas sus controversias, ninguna fue tan enconada
como la que tuvo lugar respecto al molino de viento.
En la larga pradera, cerca de los edificios, había una
pequeña loma que era el punto más alto de la granja. Después de estudiar el
terreno, Snowball declaró que aquél era el lugar indicado para un molino de viento,
con el cual se podía hacer funcionar una dinamo y suministrar electricidad para
la granja. Ésta daría luz para las cuadras de los animales y las calentaría en
invierno, y también haría funcionar una sierra circular, una desgranadora, una
cortadora, una ordeñadora eléctrica, etc. Los animales nunca habían oído hablar
de esas cosas (porque la granja era anticuada y contaba con la maquinaria más
primitiva), y escuchaban asombrados a Snowball mientras éste les describía
cuadros de maquinarias fantásticas que trabajarían por ellos, mientras pastaban
tranquilamente en los campos o perfeccionaban sus mentes mediante la lectura y
la conversación.
En pocas semanas los planos de Snowball para el molino de
viento estaban completados. Los detalles técnicos provenían principalmente de
tres libros que habían pertenecido al señor Jones: « Mil cosas útiles que
realizar en la casa»,
« Cada hombre puede ser su albañil» y « Electricidad para
principiantes» . Como estudio, utilizó Snowball un cobertizo que en un tiempo
se había usado para incubadoras y tenía un suelo liso de madera, apropiado para
dibujar. Se encerraba en él durante horas enteras. Mantenía sus libros abiertos
gracias a una piedra y, empuñando un pedazo de tiza, se movía rápidamente de un
lado a otro, dibujando línea tras línea y profiriendo pequeños chillidos de
entusiasmo.
Gradualmente sus planos se transformaron en una masa
complicada de manivelas y engranajes que cubrían más de la mitad del suelo, y
que los demás animales encontraron completamente indescifrable, pero muy
impresionante.
Todos iban a mirar los planos de Snowball por lo menos una
vez al día. Hasta las gallinas y los patos lo hicieron y tuvieron sumo cuidado
de no pisar los trazos hechos con tiza. Únicamente Napoleón se mantenía a
distancia. Él se había declarado en contra del molino de viento desde el principio.
Un día, sin embargo, llegó en forma inesperada con el propósito de examinar los
planos. Caminó pesadamente por allí, observó con cuidado cada detalle, y hasta
olfateó en una o dos oportunidades; después se paró un rato, mientras los
contemplaba de reojo; luego, repentinamente, levantó la pata, hizo aguas
menores sobre los planos y se alejó sin decir palabra.
Toda la granja estaba muy dividida en el asunto del molino
de viento.
Snowball no negaba que la construcción significaría un
trabajo difícil. Tendrían que extraer piedras de la cantera y con ellas levantar
paredes, luego construir las aspas y después de todo eso, necesitarían dinamos
y cables (de qué modo se obtendrían esas cosas, Snowball no lo decía). Pero
sostenía que todo podría hacerse en un año. Y en adelante, declaró, se ahorraría
tanto trabajo, que los animales sólo tendrían tres días laborables por semana.
Napoleón, por el contrario, sostenía que la gran necesidad del momento era
aumentar la producción de comestibles, y que si perdían el tiempo con el molino
de viento, se morirían todos de hambre. Los animales se agruparon en dos
facciones bajo losn lemas: « Vote por Snowball y la semana de tres días» y «
Vote por Napoleón y el pesebre lleno» . Benjamín era el único animal que no se
alistó en ninguno de los dos bandos. Se negó a creer que habría más abundancia
de comida o que el molino de viento ahorraría trabajo. « Con molino o sin
molino —dijo—, la vida seguirá como siempre ha sido, es decir, un desastre» .
Aparte de las discusiones referentes al molino, estaba la
cuestión de la defensa de la granja. Se comprendía perfectamente que aunque los
seres humanos habían sido derrotados en la « Batalla del Establo de las Vacas»
, podrían hacer otra tentativa, más resuelta que la anterior, para recuperar la
granja y restaurar al señor Jones. Tenían aún may ores motivos para hacerlo, pues
la noticia de la derrota se difundió por los alrededores y había vuelto a los animales
más descontentos que nunca. Como de costumbre, Snowball y Napoleón estaban en
desacuerdo. Según Napoleón, lo que debían hacer los animales era procurar la
obtención de armas de fuego y adiestrarse en su manejo. Snowball opinaba que
debían mandar cada vez más palomas y fomentar la rebelión entre los animales de
las otras granjas. Uno argumentaba que si no podían defenderse estaban
destinados a ser conquistados; el otro argüía que si había rebeliones en todas
partes no tendrían necesidad de defenderse. Los animales escuchaban
primeramente a Napoleón, luego a Snowball, y no podían decidir quién tenía
razón; a decir verdad, siempre estaban de acuerdo con el que les estaba hablando
en aquel momento.
Al fin llegó el día en que Snowball completó sus planos. En
la Reunión del domingo siguiente se iba a poner a votación si se comenzaba o no
a construir el molino de viento. Cuando los animales estaban reunidos en el
granero principal, Snowball se levantó y, aunque de vez en cuando era
interrumpido por los balidos de las ovejas, expuso sus razones para defender la
construcción del molino.
Luego Napoleón se levantó para contestar. Dijo tranquilamente
que el molino de viento era una tontería y que él aconsejaba que nadie lo
votara. Y se sentó, acto seguido; había hablado apenas treinta segundos, y
parecía indiferente en cuanto al efecto que había producido. A continuación,
Snowball se puso de pie de un salto, y gritando para poder ser oído a pesar de
las ovejas, que nuevamente habían comenzado a balar, se desató en un alegato
apasionado a favor del molino de viento. Hasta entonces los animales estaban divididos
más o menos por igual en sus simpatías, pero en un instante, la elocuencia de
Snowball los había convencido. Con frases ardientes les pintó un cuadro de cómo
podría ser « Granja Animal» cuando el vil trabajo fuera aligerado de las
espaldas de los animales. Su imaginación había ido mucho más allá de las
desgranadoras y las segadoras. « La electricidad —dijo— podría mover las
trilladoras, los arados, las rastrilladoras, los rodillos, las segadoras y las
atadoras, además de suministrar a cada cuadra su propia luz eléctrica, agua
fría y caliente, y un calentador eléctrico» . Cuando dejó de hablar, no quedaba
duda alguna sobre el resultado de la votación. Pero inmediatamente se levantó Napoleón
y, lanzando una extraña mirada de reojo a Snowball, emitió un chillido agudo y
estridente como nunca se le había oído articular.
Acto seguido se escucharon unos terribles ladridos que
llegaban desde fuera y nueve enormes perros que llevaban puestos unos collares
tachonados con clavos, irrumpieron en el granero. Y se lanzaron directamente
sobre Snowball quien saltó de su sitio con el tiempo justo para esquivar sus feroces
colmillos. En un instante estaba al otro lado de la puerta con los perros tras
él. Demasiado asombrados y asustados para poder decir nada, todos los animales
se agolparon en la puerta para observar la persecución. Snowball huía a todo
correr a través de la larga pradera que conducía a la carretera. Corría como
sólo puede hacerlo un cerdo, pero los perros iban pisándole los talones. De repente
patinó y pareció que iba a ser presa segura de los perros, pero apenas recuperó
su equilibrio siguió corriendo más veloz que nunca aunque los sabuesos iban
ganándole terreno nuevamente. Uno de ellos estaba a punto de cerrar sus
mandíbulas mordiendo la cola de Snowball pero éste pudo hurtarla a tiempo, de
la dentellada. Y haciendo un esfuerzo supremo logró escabullirse por un agujero
del seto, poniéndose de este modo a salvo.
Silenciosos y aterrados, los animales volvieron
sigilosamente al granero.
También los perros retornaron dando grandes brincos. Al
principio nadie pudo imaginarse de dónde procedían aquellas bestias, pero el
problema fue aclarado en seguida; eran los cachorros que Napoleón había quitado
a sus madres y criado en secuestro. Aunque aún no estaban completamente
desarrollados, eran unos perros inmensos y fieros como lobos. No se alejaban
nunca de Napoleón. Y se observó que ante él meneaban la cola como los otros
perros acostumbraban hacerlo con el señor Jones.
Napoleón, con los canes tras él, subió a la plataforma que
ocupara May or cuando pronunció su histórico discurso. Anunció que desde ese
momento se habían terminado las reuniones de los domingos por la mañana. Eran innecesarias,
dijo, y hacían perder tiempo. En el futuro todas las cuestiones relacionadas
con el gobierno de la granja serían resueltas por una comisión especial de cerdos,
presidida por él. Éstos se reunirían en consejo y luego comunicarían sus
decisiones a los demás. Los animales se reunirían los domingos por la mañana
para saludar la bandera, cantar « Bestias de Inglaterra» y recibir sus órdenes
para la semana; pero no habría más debates. Si la expulsión de Snowball les
produjo una gran impresión, este anuncio consternó a los animales.
Algunos de ellos habrían protestado si hubieran dispuesto de
los argumentos apropiados. Hasta Boxer estaba un poco aturdido. Apuntó sus
orejas hacia atrás, agitó su melena varias veces y trató con esfuerzo de
ordenar sus pensamientos; pero al final no se le ocurrió nada que decir. Algunos
cerdos, sin embargo, fueron más expresivos. Cuatro jóvenes puercos de la
primera fila emitieron agudos gritos de desaprobación, y todos ellos se
pusieron en pie bruscamente y comenzaron a hablar al mismo tiempo. Pero,
repentinamente, los perros que estaban sentados alrededor de Napoleón dejaron
oír unos profundos gruñidos amenazadores y los cerdos se callaron, volviéndose
a sentar. Entonces las ovejas irrumpieron con un tremendo balido de « ¡Cuatro
patas sí, dos pies no!», que continuó durante casi un cuarto de hora y puso fin
a todo intento de discusión.
Luego Squealer fue enviado por toda la granja para explicar
las nuevas decisiones a los demás.
—Camaradas —dijo—, espero que todos los animales presentes
se darán cuenta y apreciarán el sacrificio que ha hecho el camarada Napoleón al
cargar con este trabajo adicional. ¡No se crean, camaradas, que ser jefe es un
placer!
Por el contrario, es una honda y pesada responsabilidad.
Nadie cree más firmemente que el camarada Napoleón el principio de que todos
los animales son iguales. Estaría muy contento de dejarles tomar sus propias determinaciones.
Pero algunas veces podrían ustedes adoptar decisiones
equivocadas, camaradas.
¿Y dónde estaríamos entonces nosotros? Supónganse que
ustedes se hubieran decidido seguir a Snowball, con sus disparatados molinos;
Snowball, que, como sabemos ahora, no era más que un criminal…
—Él peleó valientemente en la « Batalla del Establo de las
Vacas» —dijo alguien.
—La valentía no es suficiente —afirmó Squealer—. La lealtad
y la obediencia son más importantes. Y en cuanto a la « Batalla del Establo de
las
Vacas», yo creo que llegará un día en el que demostraremos
que el papel desempeñado por Snowball ha sido muy exagerado. ¡Disciplina,
camaradas, disciplina férrea! Ésa es la consigna para hoy. Un paso en falso, y
nuestros enemigos caerían sobre nosotros. Seguramente, camaradas, que ustedes
no desean el retorno de Jones, ¿verdad?
Nuevamente este argumento resultó irrebatible. Claro está
que los animales no querían que volviera Jones; si la realización de los
debates, los domingos por la mañana, podía implicar su regreso, entonces debían
suprimirse los debates.
Boxer, que había tenido tiempo de coordinar sus ideas,
expresó la opinión general diciendo: « Si el camarada Napoleón lo dice, debe de
estar en lo cierto». Y desde ese momento adoptó la consigna: « Napoleón siempre
tiene razón», además de su lema particular: « Trabajaré más fuerte» . Para
entonces el tiempo había cambiado y comenzó la roturación de primavera. El
cobertizo donde Snowball dibujara los planos del molino de viento fue clausurado
y se suponía que los planos habían sido borrados del suelo. Todos los domingos,
a las diez de la mañana, los animales se reunían en el granero principal a fin
de recibir sus órdenes para la semana. El cráneo del Viejo Mayor, y a sin
rastros de carne, había sido desenterrado de la huerta y colocado sobre un
poste al pie del mástil, junto a la escopeta. Después de izar la bandera, los
animales debían desfilar en forma reverente ante el cráneo, antes de entrar en
el granero. Ya no se sentaban todos juntos, como solían hacerlo anteriormente.
Napoleón, con Squealer y otro cerdo llamado Mínimus, que poseía un don
extraordinario para componer canciones y poemas, se sentaban sobre la plataforma,
con los nueve perros formando un semicírculo alrededor, y los otros cerdos se
situaban tras ellos. Los demás animales se colocaban enfrente, en el cuerpo
principal del granero.
Napoleón les leía las órdenes para la semana en un áspero
estilo militar, y después de cantar una sola vez « Bestias de Inglaterra» ,
todos los animales se dispersaban.
El tercer domingo después de la expulsión de Snowball, los
animales se sorprendieron un poco al oír a Napoleón anunciar que, después de
todo, el molino de viento sería construido. No dio ninguna explicación por
aquel cambio de parecer, pero simplemente advirtió a los animales que esta
tarea extraordinaria significaría un trabajo muy duro; tal vez sería necesario
reducir sus raciones. Los planos, sin embargo, habían sido preparados hasta el
menor detalle. Una comisión especial de cerdos estuvo trabajando sobre los
mismos, durante las últimas tres semanas. La construcción del molino, junto con
otras mejoras planeadas, precisaría de dos años de trabajo.
Esa misma noche, Squealer les explicó privadamente a los
otros animales que en realidad Napoleón nunca había estado en contra del
molino. Por el contrario, fue él quien abogó por su construcción y el plano que
dibujara Snowball sobre el suelo del cobertizo de las incubadoras en verdad fue
robado de los papeles de
Napoleón. El molino de viento era realmente una creación del
propio Napoleón.
« ¿Por qué, entonces —preguntó alguien—, se manifestó él tan
firmemente contra el molino?». Aquí Squealer puso cara astuta. « Eso —dijo— fue
sagacidad del camarada Napoleón» . Él había aparentado oponerse al molino, pero
simplemente como una maniobra para deshacerse de Snowball, que era un sujeto
peligroso y de nociva influencia. Ahora que Snowball había sido eliminado, el
plan podía llevarse adelante sin su interferencia. « Esto —dijo Squealer— es lo
que se llama táctica» . Repitió varias veces « ¡Táctica, camaradas, táctica!» ,
saltando y moviendo la cola con una risita alegre. Los animales no tenían
certeza acerca del significado de la palabra, pero Squealer habló tan
persuasivamente y tres de los perros que se hallaban con él, gruñeron en forma
tan amenazante, que aceptaron su explicación sin hacer más preguntas.
VI
Todo aquel año, los animales trabajaron como esclavos. Pero
eran felices en su tarea; no escatimaron esfuerzo o sacrificio, pues bien
sabían que todo lo que ellos hacían era para su propio beneficio y para los de
su misma especie que vendrían después, y no para unos cuantos seres humanos
rapaces y haraganes.
Durante toda la primavera y el verano trabajaron sesenta
horas por semana,y en agosto Napoleón anunció que también tendrían que trabajar
los domingos por la tarde. Ese trabajo era estrictamente voluntario, pero el
animal que no concurriera vería reducida su ración a la mitad. Aun así, fue
necesario dejar varias tareas sin hacer. La cosecha fue algo menos abundante
que el año anterior, y dos parcelas que debían haberse sembrado con nabos, a
principios del verano, no lo fueron porque no se terminaron de arar a tiempo.
Era fácil prever que el invierno siguiente sería duro.
El molino de viento presentó dificultades inesperadas. Había
una buena cantera de piedra caliza en la granja, y se encontró bastante arena y
cemento en una de las dependencias, de modo que tenían a mano todos los
materiales necesarios para la construcción. Pero el problema, que no pudieron
resolver al principio los animales, fue el de cómo partir la piedra en pedazos
de tamaño apropiado. Aparentemente no había forma de hacerlo, excepto con picos
y palancas de hierro, que no podían usar, porque ningún animal estaba en condiciones
de sostenerse sobre sus patas traseras. Después de varias semanas de esfuerzos
inútiles, se le ocurrió a uno la idea adecuada, a saber: utilizar la fuerza de
la gravedad. Inmensas piedras, demasiado grandes para usarlas tal como estaban,
se encontraban por todas partes en el fondo de la cantera. Los animales las
amarraban con sogas, y luego todos juntos, vacas, caballos, ovejas, cualquiera
que pudiera tirar de la soga —hasta los cerdos a veces colaboraban en los
momentos críticos— las arrastraban con una lentitud desesperante por la ladera
hasta la cumbre de la cantera, desde donde las dejaban caer por el borde, para
que se rompieran en pedazos al chocar con el fondo. El trabajo de transportar
la piedra una vez partida era relativamente sencillo. Los caballos llevaban los
trozos en carretas, las ovejas las arrastraban una a una, y hasta Muriel y
Benjamín, tirando de un viejo sulky, hacían su parte. A fines de verano habían
acumulado una buena provisión de piedra, y fue entonces cuando se inició la construcción
del molino, bajo la supervisión de los cerdos.
Era un proceso lento y laborioso. Frecuentemente les ocupaba
un día entero de esfuerzo agotador, arrastrar una sola piedra hasta la cumbre
de la cantera, y a veces, cuando la tiraban por el precipicio, no se rompía. No
hubieran podido lograr nada sin Boxer, cuy a fuerza parecía igualar a la de
todos los demás animales juntos. Cuando la piedra empezaba a resbalar y los
animales gritaban desesperados al verse arrastrados por la ladera hacia abajo,
era siempre Boxer el que tirando de la soga como un forzado, lograba detener la
piedra. Verlo arrastrando hacia arriba por la pendiente, pulgada tras pulgada,
jadeante, clavando las puntas de sus cascos en la tierra, y sus enormes flancos
sudorosos, llenaba a todos de admiración. Clover a veces le advertía que
tuviera cuidado y no se esforzara demasiado, pero Boxer jamás le hacía caso.
Sus dos lemas:
« Trabajaré más fuerte» y « Napoleón siempre tiene razón»,
le parecían respuesta satisfactoria para todos los problemas. Se había puesto
de acuerdo con el gallo para que éste lo despertara por la mañana tres cuartos
de hora más temprano, en vez de media hora. Y en sus ratos libres, de los
cuales disponía de muy pocos en esos días, se iba a la cantera, juntaba un
montón de pedazos de piedra y lo arrastraba por sí solo hasta el emplazamiento
del molino.
Los animales no lo pasaron tan mal durante todo ese verano,
a pesar de la dureza de su trabajo. Si no disponían de más comida de la que
habían dispuesto en los tiempos de Jones, tampoco tenían menos. La ventaja de
alimentarse a sí mismos y no tener que mantener también a cinco seres humanos
inútiles, era tan grande, que se habrían necesitado incontables fracasos para
perderla. Y en muchas situaciones, el método animal de hacer las cosas era más
eficiente que el humano y ahorraba trabajo. Algunas tareas, como por ejemplo
extirpar la maleza, se podían hacer con una eficacia imposible para los seres
humanos. Y además, dado que ningún animal robaba, no fue necesario hacer
alambradas para separar los prados de la tierra cultivable, lo que economizó
mucho trabajo en la conservación de los setos y las vallas. Sin embargo, a
medida que avanzaba el verano, se empezó a sentir la escasez imprevista de
varias cosas. Había necesidad de aceite de parafina, clavos, bizcochos para los
perros y hierro para las herraduras de los caballos, nada de lo cual se podía
producir en la granja.
Más adelante también habría necesidad de semillas y abonos
artificiales, además de diversas herramientas y, finalmente, lo más importante:
la maquinaria para el molino de viento. Nadie podía imaginar cómo se iban a obtener
todos estos artículos.
Un domingo por la mañana, cuando los animales se reunieron
para recibir órdenes, Napoleón anunció que había decidido adoptar un nuevo
sistema. En adelante, « Granja Animal» iba a negociar con las granjas vecinas;
y no por supuesto con algún propósito comercial, sino simplemente con el fin de
obtener ciertos materiales que hacían falta con urgencia. « Las necesidades del
molino están por encima de todo lo demás» , afirmó. En consecuencia, estaba
tomando las medidas necesarias para vender una parte del heno y otra de la
cosecha de trigo de ese año, y más adelante, si necesitaban más dinero,
tendrían que obtenerlo mediante la venta de huevos, para los cuales siempre
había mercado en Willingdon. « Las gallinas —dijo Napoleón— debían recibir con
agrado este sacrificio como aportación especial a la construcción del molino» .
Nuevamente los animales se sintieron presos de una vaga
inquietud. « Nunca tener trato alguno con los humanos, nunca dedicarse a
comerciar, nunca usar dinero» , ¿no fueron ésas las primeras resoluciones
adoptadas en aquella reunión triunfal, después de haberse expulsado a Jones?
Todos los animales recordaron haber aprobado tales resoluciones o, por lo menos,
creían recordarlo. Los cuatro jóvenes cerdos que habían protestado cuando
Napoleón abolió las reuniones, levantaron sus voces tímidamente, pero fueron silenciados
de inmediato por el feroz gruñido de los perros. Entonces, como de costumbre,
las ovejas irrumpieron con su « ¡Cuatro patas sí, dos pies no!» y su cantinela
se impuso.
Finalmente, Napoleón levantó la pata para imponer silencio y
anunció que ya había decidido todos los convenios. No habría necesidad de que
ninguno de los animales entrara en contacto con los seres humanos, lo que sería
indeseable.
Tenía la intención de tomar todo el peso de las decisiones
sobre sus propios hombros. Un tal señor Whymper, un comisionista que vivía en
Willingdon, había accedido a actuar de intermediario entre « Granja Animal» y
el mundo exterior, y visitaría la granja todos los lunes por la mañana para
recibir instrucciones.
Napoleón finalizó su discurso con su grito acostumbrado de «
¡Viva la “Granja Animal”!», y después de cantar « Bestias de Inglaterra» ,
despidió a los animales.
Luego Squealer dio una vuelta por la granja y les
tranquilizó. Les aseguró que la resolución prohibiendo comerciar y usar dinero
nunca había sido aprobada, ni siquiera sugerida. Era pura imaginación, probablemente
atribuible a mentiras difundidas por Snowball. Algunos animales aún tenían
ciertas dudas, pero Squealer les preguntó astutamente: « ¿Están seguros de que
eso no es algo que han soñado, camaradas? ¿Tienen constancia de tal resolución?
¿Está anotado en alguna parte?» . Y puesto que era cierto que nada de eso
constaba por escrito, los animales quedaron convencidos de que estaban
equivocados.
Todos los lunes el señor Whymper visitaba la granja, tal
como se había convenido. Era un hombre
bajito, astuto, de patillas anchas, un comisionista al por menor, pero lo
suficientemente listo para darse cuenta, antes que cualquier otro, que « Granja
Animal» iba a necesitar un agente y que las comisiones valdrían la pena. Los
animales observaban su ir y venir con cierto temor, y lo eludían en todo lo
posible. Sin embargo, la visión de Napoleón, sobre sus cuatro patas, dándole
órdenes a Whymper, que se tenía sobre sus dos pies, despertó su orgullo y los
reconcilió en parte con la nueva situación. Sus relaciones con la raza humana
no eran como habían sido antes. Los seres humanos, por su parte, no odiaban
menos a « Granja Animal» , ahora que estaba prosperando; al contrario, la
odiaban más que nunca. Cada ser humano tenía por seguro que, tarde o temprano,
la granja iba a declararse en quiebra, y sobre todo, que el molino de viento
sería un fracaso. Se reunían en las tabernas y se demostraban los unos a los
otros, por medio de diagramas, que el molino estaba destinado a caerse o, si se
mantenía en pie, que jamás funcionaría. Y, sin embargo, contra sus deseos, llegaron
a tener cierto respeto por la eficacia con que los animales estaban administrando
sus propios asuntos. Uno de los síntomas de esto fue que empezaron a llamar a «
Granja Animal» por su verdadero nombre y dejaron de pretender que se llamara «
Granja Manor» . También desistieron de apoyar a Jones, el cual había perdido
las esperanzas de recuperar su granja y se fue a vivir a otro lugar del país.
Exceptuando a Why mper, aún no existía contacto alguno entre « Granja Animal» y
el mundo exterior, pero circulaban constantes rumores de que Napoleón iba a
celebrar definitivamente un convenio comercial con el señor Pilkington, de
Foxwood, o con el señor Frederick, de Pinchfield; pero nunca —se hacía constar—
con los dos simultáneamente.
Fue más o menos en esa época cuando los cerdos,
repentinamente, se mudaron a la casa de la granja y establecieron allí su
residencia. De nuevo los animales creyeron recordar que en los primeros tiempos
se había aprobado una resolución en contra de tal medida, y de nuevo Squealer
hubo de convencerlos de que no era así. Resultaba absolutamente necesario, dijo
él, que los cerdos, que eran el cerebro de la granja, dispusieran de un lugar
tranquilo para trabajar.
También era más apropiado para la dignidad del Líder (porque
últimamente había comenzado a referirse a Napoleón con el título de « Líder» )
que viviera en una casa en vez de en una simple pocilga. No obstante, algunos
animales se molestaron al saber que los cerdos, no solamente comían en la
cocina y usaban la sala como lugar de recreo, sino que también dormían en las
camas. Boxer lo pasó por alto, como de costumbre, repitiendo « ¡Napoleón
siempre tiene razón!» , pero Clover, que creyó recordar una disposición
concreta contra las camas, fue hasta el extremo del granero e intentó descifrar
los siete mandamientos, que estaban allí escritos. Al ver que sólo podía leer las
letras una por una, trajo a Muriel.
—Muriel —le dijo—, léeme el cuarto mandamiento. ¿No dice
algo respecto a no dormir nunca en una cama?
Con un poco de dificultad, Muriel lo deletreó.
—Dice: « Ningún animal dormirá en una cama con sábanas» .
Lo curioso era que Clover no recordaba que el Cuarto
Mandamiento mencionara las sábanas; pero como figuraba en la pared, debía de
haber sido así.
Y Squealer, que pasaba en aquel momento por allí, acompañado
por dos o tres perros, pudo aclarar el asunto y dejarlo en su lugar.
—Vosotros habéis oído, camaradas —dijo—, que nosotros los
cerdos dormimos ahora en las camas de la casa. ¿Y por qué no? No supondríais, seguramente,
que hubo alguna vez una disposición contra las camas. Una cama quiere decir
simplemente un lugar para dormir. Por ejemplo: una pila de paja en un establo
es una cama. La resolución fue contra las sábanas, que son un invento de los
seres humanos. Hemos quitado las sábanas de las camas de la casa y dormimos
entre mantas. ¡Y en verdad que son camas muy cómodas! Pero no son más de lo que
necesitamos, puedo afirmaros, camaradas, considerando todo el trabajo cerebral
que tenemos hoy en día. No querréis privarnos de nuestro reposo, ¿verdad,
camaradas? No nos querréis tan cansados como para no cumplir con nuestros
deberes. Sin duda, ninguno de vosotros deseará que vuelva Jones.
Los animales lo tranquilizaron inmediatamente y no se habló
más del tema respecto a que los puercos durmieran en las camas de la casa. Y
cuando, días después, se anunció que en adelante los cerdos se levantarían por
la mañana una hora más tarde que los demás animales, tampoco hubo queja alguna
al respecto.
Cuando llegó el otoño, los animales estaban cansados pero
contentos. Habían tenido un año difícil y después de la venta de parte del heno
y del maíz, las provisiones de víveres no fueron tan abundantes, pero el molino
lo compensó todo. Estaba y a casi construido. Después de la cosecha tuvieron
una temporada de tiempo seco y despejado, y los animales trabajaron más
duramente que nunca, opinando que bien valía la pena correr de acá para allá
todo el día con bloques de piedra, si haciendo eso podían levantar las paredes
a un pie más de altura. Boxer, hasta salía a veces de noche y trabajaba una
hora o dos por su cuenta a la luz de la luna. En sus ratos libres los animales
daban vueltas y más vueltas alrededor del molino a punto de ser terminado,
admirando la fortaleza y verticalidad de sus paredes y maravillándose de que
ellos alguna vez hubieran podido construir algo tan imponente. Únicamente el
viejo Benjamín se negaba a entusiasmarse con el molino, aunque, como de costumbre,
insistía en su enigmática afirmación de que los burros vivían mucho tiempo.
Llegó noviembre, con sus furiosos vientos del sudoeste.
Tuvieron que parar la construcción porque había demasiada humedad para mezclar
el cemento. Y vino una noche en la que el ventarrón fue tan violento que los
edificios de la granja temblaron sobre sus cimientos y varias tejas fueron
arrancadas de la cubierta del granero. Las gallinas se despertaron cacareando
de terror porque todas soñaron haber oído algo así como el estampido de un
cañón a lo lejos. Por la mañana los animales salieron de sus cuadras y se
encontraron con el mástil derribado y un olmo, que estaba al pie de la huerta,
arrancado de cuajo. Apenas habían visto esto cuando un grito de desesperación
brotó de sus gargantas. Un cuadro terrible se ofrecía a su vista. El molino
estaba en ruinas.
Todos a una se abalanzaron hacia el lugar. Napoleón, que
rara vez se apresuraba al caminar, corría a la cabeza de todos ellos. Sí, allí yacía
el fruto de todos sus esfuerzos, demolido hasta sus cimientos; las piedras, que
habían roto y trasladado tan empeñosamente, estaban desparramadas por todas
partes.
Incapaces, al principio, de articular palabra, no hacían más
que mirar tristemente los cascotes caídos en desorden. Napoleón andaba de un
lado a otro en silencio, olfateando el suelo de vez en cuando. Su cola se había
puesto rígida y se movía nerviosamente a derecha e izquierda, señal de su
intensa actividad mental.
Repentinamente se paró como si hubiera visto claro el origen
de aquel desastre.
—Camaradas —dijo con voz tranquila—, ¿sabéis quién es el
responsable de todo esto? ¿Sabéis quién es el enemigo que ha venido durante la
noche y tirado abajo nuestro molino? ¡Snowball! —rugió repentinamente con voz
de trueno—.
¡Snowball ha hecho esto! Por pura maldad, creyendo que iba a
arruinar nuestros planes y vengarse por su ignominiosa expulsión, ese traidor
se arrastró hasta aquí al amparo de la oscuridad y destruyó nuestro trabajo de
casi un año. Camaradas, en este momento y lugar, y o sentencio a muerte a
Snowball. Recompensaré y nombraré « Héroe Animal de Segundo Grado» y
gratificaré con medio bushel de manzanas, al animal que lo traiga muerto. Todo
un bushel, al que lo capture vivo. Los animales quedaron horrorizados al enterarse
de que Snowball pudiera ser culpable de tamaña acción. Hubo un grito de indignación
y todos comenzaron a idear la manera de atrapar a Snowball, si alguna vez lo
encontraban. Casi inmediatamente se descubrieron las pisadas de un puerco en la
hierba, a poca distancia de la loma. Las huellas pudieron seguirse algunos
metros, pero parecían llevar hacia un agujero en el seto. Napoleón las olió
bien y declaró que eran de
Snowball. Opinó que Snowball probablemente había llegado
procedente de la« Granja Foxwood» .
— ¡No hay tiempo que perder, camaradas! —gritó Napoleón una
vez examinadas las huellas—. Hay mucho trabajo que realizar. Esta misma mañana comenzaremos
a rehacer el molino y lo reconstruiremos durante todo el invierno, haga lluvia
o buen tiempo. Le enseñaremos a ese miserable traidor que él no puede deshacer
nuestro trabajo tan fácilmente. Recordad, camaradas; no debe haber ninguna
alteración en nuestros planes, que serán llevados a cabo sea como sea.
¡Adelante, camaradas! ¡Viva el molino de viento! ¡Viva « Granja Animal» !
(Continua…)
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