Por Lucas Díaz
Redacción P3M
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. El artículo 3° dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida de la libertad y a la seguridad de su persona”. Claro que sí vemos la fecha de su elaboración, llegó demasiado tarde. Para ese momento seis millones de judíos y cientos de miles de gitanos y otras minorías en Europa habían sido aniquilados durante la Segunda Guerra Mundial por el régimen nazi.
Para ese entonces, tres años después de finalizada la guerra y con Europa devastada y necesitada de préstamos para reconstruirse, Estados Unidos era un polo de poder (el otro era la Unión Soviética), que como marcaría el estilo de los subsecuentes gobiernos norteamericanos, se expresaría de manera categórica imponiendo su línea política e ideológica en el seno mismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Vale aclarar que el antecedente directo de la ONU fue la Sociedad de Naciones, ideada e impulsada por el presidente norteamericano Woodrow Wilson, la que, debido a la Segunda Guerra Mundial suspendió funciones.
Hacia fines de la Segunda Guerra, el 26 de junio de 1945, se firmó la carta de acuerdo de creación de Naciones Unidas.
El horror vivido en los campos de concentración nazis, revelado luego de finalizada la guerra llevó a una mayor concientización sobre los derechos humanos y un importante movimiento surgió en el mundo con el objetivo de sensibilizar sobre las atrocidades cometidas por Hitler y sus secuaces.
Pero llamativamente un año antes del inicio de la guerra, en 1938, la revista Times había elegido a Hitler como su hombre del año, con un retrato que mostraba admiración por su rol en la lucha contra el avance del comunismo.
Incluso el gobierno norteamericano financió toda la maquinaria nazi.
Y junto con el apoyo institucional elevando a Hitler a la categoría de Hombre del Año, vino el desembarco de los capitales norteamericanos deseosos por una porción en la torta de ganancias alemanas y seguros que ningún comunista le arruinaría la desproporcionada repartición de la plusvalía.
Así fue como empresas como IBM entraron en el libre negocio de la oferta y la demanda.
Y para su sorpresa poco tiempo después tendrían una demanda por millones.
Por lo menos así lo expresa el libro de Edwin Black “IBM y el holocausto. La alianza estratégica entre la Alemania nazi y la más poderosa de las corporaciones norteamericanas”.
El autor, hijo de víctimas de campos de concentración, indica a grandes rasgos que sin el sistema de tarjetas perforadas el genocidio no hubiese sido posible.
Quizás un poco exagerado, pero que sí es seguro, es que hubo una fuerte ganancia con la fabricación de las máquinas Hollerith.
Ganancia que en ningún momento escandalizó a la opinión pública estadounidense.
Es más, los tenues ecos de una guerra fuera de sus fronteras y los confusos reportes del avance nazi hacia el dominio total de Europa, no sacaban del estado de inmutabilidad a Estados Unidos.
Sólo el estruendo del 7 de diciembre de 1941 causado por el ataque a Pearl Harbor hizo reaccionar a como se dice popularmente “el gigante dormido”.
No fueron las torturas, los excesos, las violaciones, las mutilaciones, los abusos, el sufrimiento, las matanzas, las fosas comunes, el horror, lo que motivó a Estados Unidos a entrar a una guerra que hasta ese momento le era ajena.
Habían herido su ego. Lo habían atacado en su territorio.
Sólo así se entiende la rápida represalia a manos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Porque de otra forma, tal cinismo hubiera sido inocultable.
El patrón a través del tiempo se repite. Los paralelos del comportamiento norteamericano hacia la Alemania de Hitler y el Irak de Saddam Hussein en este aspecto son notables.
El rol de paladines de la justicia y árbitros de la humanidad no es un rol nuevo para la principal potencia del planeta. Y el aparato bélico estadounidense es el que más dinero mueve en el mundo.
Un dato que vale la pena resaltar es que luego de la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, se registró una disminución del gasto armamentístico de un 40% a nivel mundial, según refleja el informe especial de 1998 del Ministerio de Defensa de España.
Pero a partir del 2001, el gobierno de George W. Bush un volvió a disparar las cifras pulverizando la tendencia a la baja en la industria militar, previendo en plena invasión a Irak, una partida de 9000 millones de dólares en nada menos que el desarrollo de misiles balísticos e investigación de nuevos tipos de armas nucleares.
Asimismo el 2001 quedará como el año en que Estados Unidos sufrió el más sangriento ataque en su suelo.
La crónica dice que las 8:45 del día martes 11 de setiembre de 2001, un avión de línea secuestrado choca contra una de las Torres Gemelas del World Trade Centre (WTC).
A las 9:03 un segundo avión colisiona contra la segunda torre del WTC.
40 minutos después otro avión embiste al pentágono. Otros dos aviones más de línea de la empresa United Airlines se estrellan sin dar con ningún objetivo civil o militar.
A las 13:04 el Presidente Bush promete y cazar y castigar a los culpables de este cobarde hecho que dejó el saldo oficial de casi 3000 muertos.
Este “cobarde hecho” es el que cambiaría la política armamentística norteamericana, sin mencionar el consecuente cambio de la política exterior.
Ese día, el 11 de septiembre de 2001 se conoció al nuevo demonio del siglo XXI: Osama Bin Laden. Un saudita, confeso líder de la organización terrorista Al Qaeda, de turbante blanco, de rasgos arabescos, con un lenguaje muy similar para el oído del norteamericano promedio al del demonio modelo 90, Saddam Hussein, y según la Casa Blanca, vinculado directamente con el gobierno del por entonces dictador iraquí.
Que mejor modelo de malvado. Qué mejor, como bien a expresa Michael Moore en su documental “Fahrenheit 911”, que un aliado.
Porque más allá de las pretensiones electoralistas del trabajo del polémico periodista, lo que queda claro luego de ver la película, es que múltiples negocios vinculaban directa e indirectamente a la familia Bush con la familia Bin Laden.
A partir de los atentados del 11-S, se inició la caza de los terroristas. Junto con eso vino el miedo y el caos del pueblo norteamericano. La psicosis generada en torno a los musulmanes, los aviones, las fronteras, los paquetes extraños, las cartas con ántrax, todo daba pánico, terror de que explotara, matara, todo era señal de peligro.
“Al pueblo norteamericano se lo asustó” dice Michael Moore (concepto que traspasa medularmente tanto “Fahrenheit 911” como “Bowling For Columbine”, donde retrata la violencia en Estados Unidos y la utilización de las armas de fuego).
Y una persona con miedo puede ser fácilmente manipulada.
Miedo y pánico como el que sufrió la mayoría de los argentinos durante la dictadura militar de 1976-1983.
Pero la dictadura en Argentina no fue la única en ese momento en la región. Oleadas golpistas se dieron simultáneamente en toda América Latina.
La operación fue conocida como Plan Cóndor y fue un trabajo de coordinación de las dictaduras sudamericanas llevado adelante por la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadounidense).
El suplemento ZONA del diario Clarín público, firmado por Alberto Amato, un trabajo sobre el golpe militar chileno de 1973, la complicidad norteamericana y la gestación y desarrollo del Plan Cóndor. Esta publicación del 21 de febrero de 1999 informa en su comienzo que “a más de 25 años del golpe militar en Chile, documentos del gobierno de los Estados Unidos revelan que la decisión de Richard Nixon de derrocar a Salvador Allende fue tomada días después del triunfo electoral de la Unión Popular en 1970”.
El informe de ZONA del diario Clarín menciona que seis días después de que Allende asumiera como Presidente de Chile, el 9 de noviembre de 1970, Henry Kissinger firmó el “Memorándum 93 de Decisión sobre Seguridad Nacional - Ultra secreto. Sensible. Personal”. En su texto informó que Nixon “decidió que la base de nuestra política respecto de Chile estará encuadrada en el concepto vertido en Opción C del documento interdepartamental presentado el 3 de noviembre”.
La opción C, según relata ZONA, incluía medidas como "no brindar apoyo a la renegociación de la deuda chilena. Dictar los pedidos de préstamos chilenos ante el banco internacional de reaseguro y fomento (después sería el Banco mundial) y le Eximbank, debido a las expropiaciones políticas y económicas. Desaconsejar la inversión norteamericana, de terceros países y multilateral privada en Chile. Negar asistencia al país dominado por un movimiento comunista internacional. Negar asistencia económica los países que comercien con Cuba o Vietnam del norte.
Si se hace evidente la hostilidad antinorteamericana, desalentar el turismo y los viajes a Chile. Si Chile comenzara el tráfico comercial aéreo con Cuba, no brindar asistencia a las aerolíneas chilenas, ni nuevos equipos, ni rutas.
En cuanto al campo de las previsiones y acciones militares no encubiertas, la opción C disponía: "Si Chile comienza a comerciar con Cuba: mantener la vigilancia de los barcos chilenos que transiten por el canal de Panamá. Llamar la atención a nuestros aliados de la OTAN sobre la necesidad de que ellos apoyen nuestros intereses de seguridad en el hemisferio occidental.
Si Chile desarrolla lazos de seguridad con la URSS: aumentar significativamente la cooperación en seguridad con otros países sudamericanos: Ofrecer a la Argentina la venta de F-4 -aviones de guerra.
Proporcionar material selectivo del Plan de Ayuda Militar (MAP) a la Argentina y Brasil. Brindar apoyo a la Argentina en su reclamo sobre el canal de Beagle. Aumentar la asistencia de seguridad interior (MAP y seguridad pública) para Uruguay, Paraguay y posiblemente Bolivia, en base a la amenaza de sufrir una exportación subversiva chilena”.
Luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Bush decidió responder invadiendo Afganistán, ya que según reportes de inteligencia, la misma inteligencia que había dejado que actuaran elementos terroristas en el armado del atentado bajo sus narices, era en ese país donde los perpetradores se habían entrenado y que las autoridades talibanes estarían escondiendo a Bin Laden.
Pero cuando llegaron era muy tarde. Bin Laden había escapado.
Pero el viaje de las tropas norteamericanas a suelo afgano no había sido en vano. En su incursión eliminaron al gobierno talibán y como es costumbre colocaron a uno de su preferencia.
Sin embargo la vista estaba puesta en otro país. Así fue como mágicamente el gobierno norteamericano comenzó con el bombardeo mediático de sus principales actores, léase Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld, Lewis Libby, Dick Cheney y el ex número dos del pentágono Paul Wolfowitz.
En sus declaraciones a la prensa acusaban a Saddam Hussein de apoyar el terrorismo y de haber brindado ayuda a los miembros de Al Qaeda en los atentados del 11 de setiembre de 2001.
Los estrategas del gobierno de Bush no tardaron en querer llevar el conflicto a otro nivel.
Una nueva serie de acusaciones sobre que el programa de armas de destrucción masiva de Saddam Hussein suponía una grave e inmediata amenaza para Estados Unidos, abría la puerta a una invasión a Irak. Pero lo que suponía iba a ser un paseo diplomático con el objetivo de alinear a la ONU detrás de una cruzada contra el terrorismo, invadiendo a Irak y despojándolo de las supuestas armas de destrucción masiva, no fue tal.
A pesar del denodado esfuerzo de Collins Powell de querer convencer a la opinión internacional sobre la existencia de armas de destrucción masiva, se armó un frente global de resistencia en contra de la invasión a Irak.
Millones de personas en todo el mundo se volcaron a las calles pidiendo paz, rechazando la guerra contra Irak.
Pero a pesar de semejante demostración ya todo estaba listo. Una escueta alianza de países conformada principalmente por Estados Unidos, Gran Bretaña y España desoyó los reclamos internacionales y sin pruebas contundentes invadió o Irak.
Bush dio la orden en marzo de 2003.
Una vez que se logró derrocar a Saddam Hussein la comunidad internacional esperaba la prueba sobre la existencia de las armas de destrucción masiva.
Pero nunca aparecieron. Las que si aparecieron en territorio iraquí fueron las multinacionales.
Todas las grandes corporaciones desembarcaron en busca de nuevos negocios, un nuevo mercado. Y a disposición tenían la segunda reserva de petróleo del mundo.
No hubo masacre, ni ola de atentados, ni show sangriento, ni escándalo de Abu Graib que arruinará la gran fiesta capitalista que se vivía en Irak.
Ni siquiera la abultada cifra de más de 2000 soldados estadounidenses muertos en territorio iraquí que desanime a Bush a seguir su cruzada.
Después de todo el “bien” acababa de derrotar al “mal”. El muy solvente analista de Inter Press Service Jim Lobe, en su artículo “Del holocausto al híper poder” dice que “para los principales planificadores de la política exterior de Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el holocausto judío no es solo un hecho histórico que se debe recordar y condenar. El holocausto es un punto de partida de la visión del mundo de los neoconservadores de Washington. Para ellos el hecho de que Estados Unidos haya tenido un papel decisivo en la derrota del nazismo, el fascismo y el comunismo en el siglo XX es prueba contundente, si no excluyente, de su misión redentora, benéfica y excepcional en los asuntos mundiales.”
Y que más redención que atrapar a los demonios de la última década del siglo pasado y la primera de este nuevo siglo. Tanto Saddam Hussein como Osama Bin Laden murieron, pero de diferentes maneras. Mientras Hussein tuvo la posibilidad de que su propio pueblo lo juzgue (más allá de las salvedades del caso, ya que Irak en ese momento seguía invadida por las tropas norteamericanas y las autoridades puestas a dedo por el gobierno estadounidense), Osama Bin Laden fue asesinado por fuerzas especiales monitoreadas por el propio Barack Obama, en una invasión del territorio Pakistaní y trasgrediendo todas las normas diplomáticas internacionales.
Ambos muertos, ambos ex aliados de Estados Unidos.
Hussein fue animado por los Estados Unidos, a invadir Irán y eliminar el peligro que representaba el ayatollah Ruhollah Khomeini, lo que hizo en 1980.
Bin Laden sirvió para combatir a los soviéticos en la guerra de Afganistán. Incluso Bin Laden fue preparado por la propia CIA.
Richard Perle, ex presidente de la Junta de Políticas de Defensa del Pentágono, poco antes de la guerra contra Irak declaró a la BBC que “para aquellos de mi generación involucrados en la política exterior y de defensa, el momento definitorio de nuestra historia fue el holocausto”.
Jim Lobe destaca que “para Perle, quien al igual que la mayoría de los neoconservadores es judío (aunque la mayoría de los judíos estadounidenses no son neoconservadores), el holocausto es una prueba irrefutable de la existencia del “mal” (…) los neoconservadores que son unilateralistas, belicistas y plantean los conflictos en términos morales, ven los acontecimientos mundiales como una eterna batalla entre el bien y el mal”, o según palabras del teólogo político Reinhold Niebuhr (1892-1971), “los hijos de la luz” y “los hijos de la oscuridad”.
¿Adolf Hitler, Saddam Hussein y Osama Bin Laden de qué lado de la lamparita moral habrán estado en un comienzo?. ¿Qué provocó que EE.UU. les cortara el servicio de luz divina y renegara de su paternidad?
Jim Lobe culmina el artículo apuntando que “en el último siglo, el ‘totalitarismo’, de derecha o de izquierda, era el mal. Pero, como señaló Wolfowitz (…), el mal nunca muere”.
También hay lugar para la reflexión de Richard Perle. “Para nosotros, el terrorismo es el gran mal de nuestro tiempo, y la guerra contra este mal, la gran causa de nuestra generación. No existen términos medios para los estadounidenses: la victoria o el holocausto”.
Impecable y brutal concepto. La guerra para preservar la paz. La muerte para garantizar la vida.
Al parecer no todos los individuos tienen derecho a la vida, a la libertad y la seguridad de su persona, tal como rezaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos allá por 1948. Solo aquellos con un gran arsenal.
Lo dijo el propio Bush cuando en marzo de 2005 firmó la nueva ley de presupuesto militar para él es año fiscal, en un acto en la Casa Blanca se refirió a los enemigos de los EE.UU.: “ellos nunca dejan de pensar en formas nuevas de dañar a nuestro país y a nuestro pueblo, y nosotros tampoco”.
Bien dicho George.
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