Jorge Fernández Díaz 09
de abril de 2018
Hace veinte años escribió
un clásico: La tragedia educativa. Los resultados catastróficos de nuestra
educación y las razones profundas de ese fracaso estaban expuestos en sus
páginas inolvidables. Le proponen frecuentemente hacer reediciones actualizadas
de ese gran libro, pero su autor se niega porque dice que no ha cambiado nada:
el desastre solo suma años; vivimos cristalizados en ese eterno momento de
declive y de malentendidos, más allá de las presuntas reformas y declamaciones
políticas de turno. Es médico, científico, académico, y uno de nuestros
intelectuales más necesarios. Se llama Guillermo Jaim Etcheverry, y aquí
derriba mitos y no ahorra críticas a la propia sociedad.
-¿Qué pensás del
resultado de las pruebas Aprender?
-En principio, celebro que
se instale una cultura de la evaluación, práctica que fue muy resistida.
Estamos a más de veinte años de las primeras pruebas nacionales y desde
entonces se han realizado otras de carácter internacional. Pero, aunque ya
existe una tradición, cuesta sobre todo que la gente asuma los resultados.
Estos ocupan los titulares de los diarios, nos preocupan durante dos o tres
días, pero luego se olvidan hasta el año siguiente. La mayoría de las personas
tiene la percepción de que la educación está mal o muy mal. Sin embargo, cuando
se les pregunta a esas mismas personas si están satisfechas con la educación de
sus propios hijos, el 70% dice que sí, sea que vayan a escuelas privadas o
públicas, sean ricas o pobres. Eso explica lo que nos pasa: si la gente está
satisfecha con su situación personal, hay muy poca presión para un cambio
social significativo.
-La gente tiene la
sensación de que la educación general es pésima, pero también que la propia es
muy buena?
-Así es. Hemos hablado
varias veces del "país de los huérfanos", es decir, chicos que no
saben responder cosas elementales cuyos padres no los reconocen como hijos. Las
últimas pruebas Aprender indican que la mitad de los chicos que egresan de la
escuela media tienen problemas para comprender lo que leen. Y eso es gravísimo
después de 12 años de escuela. Dos de cada tres no pueden hacer simples
operaciones matemáticas. Un verdadero escándalo. Y a nadie parece importarle
mucho. Y ese registro de la prueba solo implica a quienes terminan, porque de
cada 100 chicos que comienzan la escuela primaria, únicamente 50 completan la
escuela media. Y de esos 50, la mitad tiene dificultades. Es decir, hay 75 de
cada 100 jóvenes que tendrán problemas futuros, lo que es tremendo. Vayamos a
cosas sencillas: el ministro de Educación de Francia, que está teniendo mucho
éxito, propone medidas elementales, como volver al dictado, al latín y al
griego, a la lectura. Cosas básicas. El problema de la educación no es de
modernidad, sino de atraso. Cuando se repite el eslogan de que tenemos
"escuelas del siglo XIX, con maestros del siglo XX y alumnos del siglo
XXI", señalo que ojalá tuviéramos alumnos con algún resabio del siglo XIX?
que al menos adquirían las herramientas básicas.
-Están mal vistas la
exigencia y la evaluación. Te diría que se ven hasta como valores de la
"derecha", vinculados al capitalismo, con su competencia feroz y sus
exigencias. Se piensa que evaluar es cosa de las corporaciones? ¿No es una gran
paradoja?
-Sí. Hace tiempo escribí un
artículo sobre el derecho de los chicos a ser exigidos, porque la exigencia al
otro supone que a uno le importa, que le interesa su situación. Refleja el
interés por el otro, y yo creo que los chicos deberían reclamar eso, y los
padres deberían entender que es fundamental, porque eso genera la expectativa
de superación, que no es ni de derecha ni de izquierda. Es un derecho humano.
-¿Cuándo vimos un
régimen marxista-leninista que no sea exigente en la educación y severo con la
evaluación escolar? ¿De dónde nació esta idea "progresoide" de que la
exigencia es de derechas y la dejadez es progresista?
-No sé de dónde nació, pero
está instalada y es muy difícil de contrarrestar. El pacto básico de la
educación es la alianza de los padres con los maestros para educar a los
chicos. Hoy ese pacto básico está roto, ya que los padres se han aliado con sus
hijos en contra de la institución escolar, a la que ven como un lugar de opresión
que exige demasiado para entregar lo único que finalmente importa: el título.
No se pretende siquiera la educación ni la superación. Solo el título. El
ejemplo más claro es el de las provincias que no han tenido clases durante
meses y donde no se reclama por el conocimiento perdido, sino por la
certificación del año aprobado. No puede haber hipocresía mayor.
-Es interesante lo
que decís? ¿Existe un colectivo docente, entre primario, secundario, terciario
y universitario, que defiende una mano fofa respecto de la educación?
-No creo que sea ese
colectivo docente, sino directamente la sociedad argentina, porque hay una gran
presión de los padres. En una época de gran individualismo, entienden que los
chicos son vulnerados cuando alguien pretende enseñarles algo. Se defiende la
individualidad de la persona que parece no tener nada que aprender. El punto es
que no se ve la escuela como un lugar de desarrollo de capacidades
intelectuales.
-Otro mito argentino
es que "somos brillantes cuando salimos al mundo". Sin embargo, hay
indicios de que nos pasan por arriba, incluso en países de la región. ¿No es
cierto?
-Por supuesto. Eso lo
demuestran las evaluaciones. En todo el mundo, los chicos que más rinden son
los hijos de profesionales, los que pertenecen a las familias del 25% del nivel
socioeconómico más alto y las que van a las escuelas con mayores recursos
didácticos. En la Argentina es igual. Sin embargo, los mejores argentinos son
peores que los peores de 30 países. Vale decir que en 30 países, los hijos del
25% más pobre, de los que hacen las tareas más sencillas y los que van a las
escuelas que tienen menores recursos son mejores que los mejores argentinos.
Otro problema gravísimo. Cuando se conocieron las cifras de las pruebas PISA de
2012, en Israel se provocó una gran conmoción porque el diario Haaretz tituló
que los hijos de los abogados de Israel eran peores que los hijos de los
barrenderos de Shanghai. Y eso generó una gran reacción, ya que casi renuncia
el ministro. Aquí eso no impacta, no pasa nada. Todos quieren reformar, pero yo
diría que seamos más modestos: que enseñemos a leer y escribir, a comprender lo
que se lee.
-¿Cómo se hace un
cambio cultural en esta área?
-Con la gente, con el
ejemplo. Si uno promete una revolución que va a venir y se propone preparar
para las competencias del siglo XXI, se olvida de que esas competencias son,
básicamente, las mismas de siempre: entender lo que se lee, capacidad de
abstracción, ubicación en tiempo y espacio histórico, poder comunicarse y saber
hilvanar frases con comienzo, desarrollo y final. De eso queda ya muy poco en
la sociedad en la que vivimos. Lo que pasa es que eso se pierde de vista y
hablamos de creatividad. Obviamente es importante, pero se necesita saber, y
eso se está perdiendo: se extiende la concepción de que todo está en las
computadoras y por eso no hace falta estudiar. Antes estaba todo en los libros,
pero a nadie se le ocurría decir que no estudiásemos. En esencia, es lo mismo.
Lo importante es lo que uno lleva, no dónde está: la máquina no da
inteligencia, sino que es uno el que la lleva y el que sabe cómo buscar la
información, cómo interpretarla, cómo aprovecharla. Todo eso no tiene nada que
ver con el instrumento. Y esa construcción es la creación de la educación, que
se va haciendo de a poco. Aprender es un esfuerzo, un trabajo, que no es fácil.
Es algo que uno hace para sí, con tesón, interesado por los maestros y con el
apoyo de los padres.
-Muchos dicen que lo
que están estudiando los chicos en el colegio no va a servir porque los oficios
del futuro serán completamente distintos a los de hoy?
-Eso es verdad, como hace
40 años era inimaginable pensar lo que estamos viviendo ahora. Sin embargo, la
revolución tecnológica fue hecha por personas educadas en el sistema
tradicional. El núcleo básico de la educación es permanente. Uno puede entender
a Shakespeare o a Aristóteles, que tiene 2000 años de antigüedad. Mirá, para
hablar de educación uso una frase de Hesíodo, que dice: "Educar a una
persona es ayudarla a aprender a ser lo que es capaz de ser". Tiene 2800
años, y la entendemos porque tiene algo básico, humano, sigue vigente. La
educación es una tarea de ayuda, de personas que ayudan a otras, y no es tarea
de máquinas. Son personas con personas, como en la medicina. ¿Y a qué ayudan? A
mostrar lo que son capaces de ser con sus propias habilidades. Me parece que
eso es fundamental.
-¿Hay estudios que
demuestren cuánto de inteligencia nata y de inteligencia aprendida hacen al
ingenio?
-Eso es muy difícil de
comprobar. Pero las inteligencias se ejercitan constantemente. Todos estamos
contentos porque tenemos algún tipo de inteligencia? Me parece importante no
descuidar que los chicos tienen derecho a ser enseñados y a conocer sus
potencialidades. Yo insisto mucho en la lectura, no por la idolatría del libro,
sino porque permite desarrollar el hábito del tiempo lento del humano. La
lectura tiene que ver con el tiempo lento, con la reflexión, la imaginación, la
capacidad de pensar. Eso lo estamos perdiendo al vivir en la fugacidad y en la
superficie de las cosas. No olvidemos que toda la tecnología que utilizamos
para vivir es el resultado del análisis profundo de científicos y tecnólogos.
No debemos olvidar que a los chicos de hoy los debemos preparar para poder
habitar ese tiempo lento.
-"El
libro es el pasado", dicen algunos padres. "El presente y futuro es
la pantalla".
-Yo no estoy en contra de
la pantalla. El problema es qué se lee en esa pantalla. Si se leen estupideces,
se van a formar estúpidos. La herramienta no concede inteligencia. Los
teléfonos se llaman inteligentes porque es inteligente quien lo hizo. ¡El teléfono
no te transmite la inteligencia! Por eso debemos formar gente capaz de ese tipo
de desarrollos.
-En materia de
educación ahora está de moda Finlandia, según decía la otra vez Vargas Llosa.
¿Qué tiene Finlandia?
-En Finlandia, la actividad
docente es muy prestigiosa socialmente, y eso es fundamental. Están bien
pagados, y eso no sucede entre nosotros. Es, además, una sociedad muy
homogénea, sin desigualdades. Lo que se ve en las pruebas Aprender del año
pasado es que el mejor predictor del rendimiento es el nivel socioeconómico:
estamos segregando por nivel socioeconómico. La gente de mejor nivel tiene
mejor educación -aunque no tan buena como piensa- y la de peor nivel social,
peor nivel educativo. Allá, además, van pocas horas a la escuela. Son sociedades
diferentes.
-¿Qué está haciendo
el gobierno de Macri por la educación?
-Creo que el énfasis en la
evaluación es importante, porque nos va dejando elementos para tomar conciencia
de dónde reside el problema. Claro que estos son procesos largos. Hasta que la
gente no perciba que la crisis educativa está entre las cuatro paredes de su
casa, esto no cambiará. No hay marchas de padres pidiendo que se les enseñe más
a sus chicos. Si al hijo le va mal en matemática, se dice que no nació para la
matemática. Eso no lo dirían jamás en Japón, porque no es así: no se hace el
suficiente esfuerzo para aprenderla, porque no es imposible. Tiene que ver con
las capacidades de razonamiento. Pasa por temas básicos, por cosas
fundamentales. La escuela busca hacer muchas cosas hoy, pero se olvida de lo
esencial.
-Noto en vos una
cierta fatiga de quien ha dicho las cosas tantas veces?
-Sí, claro, pero cuando en
alguna exposición digo estas cosas, o aún peores, al concluir siempre se me
acerca un abuelo que me señala: "Cuánta razón tiene, pero por suerte mi
nieto es un genio. ¡No sabe cómo usa la tablet!" (risas). En realidad, el
nene no es un genio ni un Bill Gates en potencia: el nene maneja la tablet
porque es la herramienta de su época. Estamos ante el peligro de que la tecnología
nos deslumbre y nos confunda, que pensemos que dominarla es ser inteligente. La
tecnología permite un acceso fácil, pero lo que se haga con esa información
depende de la persona. La tecnología no confiere inteligencia. Mirar todo el
día Facebook o Twitter no nos hará más inteligentes.
¿Qué está haciendo?
Se dedica a exponer y
escribir sobre la crisis educativa y actúa en las academias nacionales de
Educación y de Ciencias de Buenos Aires, y en la de Artes y Ciencias de la
Comunicación, de las que es miembro de número. Acaba de publicar el libro
Houssay-Leloir-Milstein, científico Nobel argentinos.
¿Por qué nos
importa?
Es médico, científico y
académico, y una voz crítica del penoso sistema educativo que con
autocomplacencia los argentinos sostienen tanto en la escuela pública como en
la privada.
La entrevista
completa hoy, a las 23.30 DirecTV, 715/1715 HD Cablevisión Digital, 19/618 HD y
Flow TDA, 25.3 Telecentro Digital, 705
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