miércoles, 4 de mayo de 2011

El legado integrador en la Unasur



Publicado el 4 de Mayo de 2011

Por Juan Manuel Abal Medina Secretario de Comunicación Pública.

Néstor imaginaba la construcción de un lazo identitario para el conjunto de la ciudadanía sudamericana que tuviera correlato en la integración geográfica de la región. Los cimientos de la igualdad por él construidos prueban la grandeza de su ideólogo.



Un día como hoy, tan sólo un año atrás, los presidentes de América del Sur se encontraban reunidos en el Hotel Sofitel de Cardales, dando un paso fundamental en la unión de nuestros pueblos. Difícil era por aquel entonces imaginar la dimensión que cobraría el nombramiento de Néstor Kirchner como primer secretario general del bloque de naciones sudamericanas. Difícil era adivinar los inescrutables derroteros de la historia, y difícil creer que al cumplirse el primer año desde aquella designación, él ya no estaría entre nosotros.

Sin embargo, el desasosiego generalizado que provocó su pérdida fue ampliamente superado por los impulsos activos y renovadores, profundamente transgresores en el mejor de los sentidos, que su accionar nos ha dejado. Su huella profunda, tanto en política local como internacional, nos marca el sendero por el que debemos continuar construyendo.

Y cuando hablamos de una huella profunda pensamos concretamente en desandar un camino erróneo, aquel que transitamos durante la larga década de los ’90. Aquella década que implicó un enorme retroceso de lo público, de los derechos ciudadanos; aquella década que triunfó al instalar la idea, ampliamente aceptada en aquel entonces, de que cualquier iniciativa ligada a lo público, al accionar del Estado, estaba condenada a fracasar, a ser ineficiente y a entorpecer el normal desarrollo de las fuerzas del mercado. El Estado y todo aquel o aquello que en él se referenciara había perdido valor. El Estado como igualador de oportunidades estaba completamente ausente, el ciudadano empequeñecía y dejaba lugar al cliente, los niveles de exclusión crecían al mismo ritmo que el afán privatizador. La política mostraba su peor cara, y sus sinónimos se encontraban más cerca de la mezquindad y el egoísmo que del bien común. Es así cómo la militancia y el luchar por una causa colectiva no atraían a las juventudes, que se encontraban demasiado distraídas en la quimérica búsqueda de inserción en un mercado laboral cada vez más flexible, cada vez angosto. La construcción de aquel escenario había sido abrupta, sin anestesias; la tarea de revertir conceptos que arraigaban fuerte en el inconsciente colectivo era entonces impensable.

El desembarco de Néstor Kirchner en la Casa Rosada no dejó adivinar en sus primeras etapas la fuerza transformadora que revelaría con el paso del tiempo. El quiebre absoluto con la larga década menemista que vino a imponer su gobierno fue desarrollándose y desenvolviéndose con una convicción y una firmeza que sorprendió a más de un pronosticador apresurado. Su política exterior fue en perfecta línea con la política interna, el eje lo constituía la emancipación y la solidaridad.

Es así que la reestructuración de la deuda externa, logrando la mayor quita de nuestra historia, fue el primero de una serie de pasos fundamentales en el sendero de la emancipación.El desendeudamiento fue una condición de posibilidad para los pasos que vendrían luego. El pago al Fondo Monetario Internacional nos devolvía parte de la confianza que habíamos perdido en nosotros mismos. La Argentina que entonces comenzaba a brotar era una Argentina soberana, independiente y cuyo rumbo volvía a definirse desde la política, desde los despachos de gobierno y no desde conciliábulos representativos de intereses corporativos.

La política exterior llevada adelante por el gobierno de Néstor Kirchner primero y por el de Cristina Fernández después, tuvo y tiene un clarísimo sesgo regionalista. Y esta idea es inescindible de la idea de Estado que ambos compartieron y llevaron a la práctica. El Estado que los ’90 nos dejaron era un Estado extremadamente disminuido en sus capacidades, y el tipo de inserción internacional a la que aspiraba era también acotada. Los principales beneficiarios del modelo de integración basado exclusivamente en el aumento del intercambio comercial eran un puñado de grandes empresas argentinas, era una integración que poco contemplaba las dimensiones políticas, sociales y culturales. Los esfuerzos integradores encarados desde 2003 cambiaron sustancialmente ese modelo. Hubo un hito en ese cambio de rumbo, un episodio repetidamente rememorado como un cambio de época: la cumbre de las Américas que en 2005 puso punto final al proyecto de crear un área de libre comercio en todo el continente americano. La magnitud de tal “no” pronunciado a coro por quienes retomaban la idea de crear una patria grande en la América del Sur sacudió a más de un incrédulo. Diversos actores sociales se venían manifestando en contra de una iniciativa que hubiese cortado de cuajo cualquier recuperación económica basada en la producción nacional. Las ideas de Néstor Kirchner en política internacional ya estaban en el centro de la escena, el vínculo con la región comenzó a vigorizarse y fortificar a partir de un trabajo sostenido.

Su nombramiento al frente de la Unión de Naciones Sudamericanas en 2010 fue entonces algo absolutamente inscripto dentro de una construcción que él ya había dado muestras de querer liderar. Su nombramiento por unanimidad también resulta elocuente del rol que el resto de la región cree que la Argentina podía y puede cumplir. Lejos de estar “aislados del mundo”, como tantas veces se ha vociferado desde distintos sectores no exentos de malas intenciones, la conducción política del proceso de integración regional fue confiada en sus manos, con la plena convicción de que daría a la tarea el brío que esta requería. No obstante las expectativas, el torbellino de actividad que caracterizó la gestión de Néstor a la cabeza del bloque sorprendió a todos, incluso a aquellos que más confianza en él habían depositado.

Sus primeros viajes fueron motivados por el objetivo de avanzar en la institucionalización del bloque. Este desvelo lo llevó primero al Paraguay y luego a Chile. Los esfuerzos no fueron en vano: a un año de su designación, el Tratado Constitutivo ya se encuentra en vigor, el objetivo fue cumplido.

Otro objetivo logrado con celeridad fue la instalación de una Secretaría Técnica Unasur-Haití en la ciudad de Puerto Príncipe. La voluntad de cooperar con el país caribeño luego del terremoto que lo asolara a principios de 2010 había sido una de las principales tareas encomendadas al secretario general. Sobre estas iniciativas de cooperación también conversó Néstor Kirchner con el ex presidente estadounidense Bill Clinton durante su visita a la ciudad de Nueva York en el mes de septiembre. La Unasur no sólo se construía por dentro, ya comenzaba a tender puentes con otros países, con otros bloques, con otros referentes.

El principal desafío diplomático tocó la puerta del entonces secretario general a fines del mes de julio, cuando Venezuela decidió romper relaciones diplomáticas con la vecina República de Colombia a raíz de una acusación realizada por esta última en el marco de la OEA según la cual Venezuela albergaba en sus tierras a campamentos de la guerrilla colombiana. El reto era doble. Por un lado, al oficiar de mediador, el fin era superar la crisis sin la necesidad de recurrir a mediadores extra-regionales, ardua tarea si tenemos en cuenta el perfil de los gobernantes en cuestión y las orientaciones opuestas que los caracterizan en política internacional. Por el otro lado, el reto era aún mayor, un acuerdo exitoso dotaría de legitimidad a la embrionaria Unión de Naciones Sudamericanas, pero un fracaso en el diálogo conllevaría a una baja de las expectativas, la Unasur quedaría marcada por la ineficacia para cumplir los objetivos para los que había sido creada. Otros foros internacionales, marcados por intereses ajenos a la región, tomarían ese espacio vacío. La rápida superación de la crisis, el restablecimiento del diálogo y el acuerdo al que se pudo arribar fueron emblemáticos. Néstor comenzaba a hacer gala de aquellas cualidades por las que los jefes de Estado del continente reconocían en él a una figura capaz de liderar el proyecto de integración y de dotar al subcontinente de mayores márgenes de autonomía. La senda hacia la edificación de un polo de poder a nivel mundial ya estaba iniciada.

A poco más de un mes desde aquellas negociaciones en Santa Marta, fuimos sorprendidos por un repentino intento de golpe de Estado en Ecuador. La respuesta de la Unasur y de su secretario general fue tan tajante como inmediata; ese mismo día comenzaron a desembarcar en la capital porteña los jefes de Estado, consternados pero decididos. El rechazo fue unánime. El emergente del episodio fue la inclusión de la Cláusula Democrática en el Tratado Constitutivo, un paso significativo desde lo formal, una acción que supera ampliamente a una simple declaración de intenciones.

La Unasur crecía y se llenaba de proyectos, Néstor Kirchner programa visitar nuevamente al presidente Correa en Ecuador, estar presente en Guyana para el traspaso de la presidencia pro tempore del bloque, también planeaba un paso por Brasil que le permitiera ver lo que pronosticaba como una victoria segura de Dilma, y pensaba formas de mejorar la cooperación con Haití.

Néstor perseguía un tipo de integración que no quedara enclaustrada en cumbres y ámbitos diplomáticos. La unión debía ser palmaria, es por esto que la agenda de integración que proyectaba incluía fundamentalmente el desarrollo de las infraestructuras, la integración energética, la articulación en el campo educativo y la cooperación en materia social. Él creía que la ciudadanía debía poder identificar claramente los beneficios de la integración y no conocerlos a través de los matutinos. Néstor imaginaba la construcción de un lazo identitario para el conjunto de la ciudadanía sudamericana que tuviera un correlato en la integración geográfica de la región.

La muerte lo alcanzó desprevenido y suspendió en un instante eterno el torbellino transformador. La continuidad de su legado quedó garantizada con la designación conjunta de Colombia y Venezuela para el cargo de secretario general de la Unión.

Escasos meses atrás las hipótesis de un conflicto armado entre ambos países no parecían descabelladas, la fortaleza de aquel acuerdo rubricado en Santa Marta con la intermediación de Néstor Kirchner se ve consagrada en esta muestra de enorme madurez y voluntad de generar uniones más profundas y duraderas en estas latitudes. Los cimientos de la hermandad por él construidos prueban la grandeza de su ideólogo.



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