lunes, 30 de diciembre de 2013

La verdadera historia del Año Nuevo



Por Edgardo Cea Oyarzún 

Tablillas de arcilla encontradas en la antigua Mesopotamia (hoy Irak), que datan de hace 2000 años a.C. describen la más antigua celebración pagana del Año Nuevo de que se tenga registro. Un nutrido programa de actividades alusivas a la fecha se llevaba a cabo en la bíblica ciudad de Babilonia en aquellos días remotos. 

El año babilónico se iniciaba con el comienzo del equinoccio de primavera en el mes de marzo (esto cambia según el hemisferio norte o sur de la tierra) y la plantación de nuevos cultivos para la cosecha del año siguiente. La celebración duraba once días en torno a la adoración del dios Marduc, protector de la ciudad. Los festejos eran verdaderas bacanales donde se mezclaban los desfiles de disfraces con alegres danzas, grandes banquetes, ritos de fertilidad y otras manifestaciones paganas. 

El año 46 a.C. el emperador romano Julio César creó un calendario al que se le dio el nombre de Juliano, en su honor. Este se fundó en el movimiento aparente del sol para medir el tiempo. De acuerdo con su contenido el año se iniciaba el Primero de Marzo (fecha coincidente con actividades y festividades agrícolas y planificaciones de futuras campañas militares). Ciento siete años más tarde, en el 153 a.C. el Senado Romano decretó que el Año Nuevo comenzaría el 1º de enero. Así se corrigió el calendario Juliano que había salido de sincronía con el movimiento del sol. La fecha impuesta no tiene ningún significado en especial. 

Siglos más tarde, en el año 1582 de nuestra era, el Papa Gregorio XIII creó un nuevo calendario que lleva su nombre,Calendario Gregoriano, y es el que actualmente rige al mundo cristiano occidental. En su datación conservó la fecha romana de inicio del año y dispuso en consecuencia que todos los países católicos adopten como fecha de celebración del Año Nuevo el día 1º de enero. 

Ahora bien, en función de sus propias tradiciones históricas y religiosas, pueblos orientales como China celebran la llegada del nuevo año entre enero y febrero; el Rosh Hashaná judío empieza en el mes de Tisri del calendario hebreo, equivalente a septiembre u octubre del Gregoriano y el Año Nuevo Musulmán se inicia en el mes de Muharram, regido por un calendario lunar, que puede coincidir con cualquier mes de nuestro calendario. Debemos sumar a estas las distintas fechas de celebración del Año Nuevo de los pueblos originarios en los diferentes países del mundo. Además de las fechas consideradas en el Año Astronómico (basado en los equinoccios) y en el Año Astrológico (basado en los signos del zodiaco), entre otras. 

Vale la pena señalar que en la datación de los distintos calendarios que existen en el mundo hay notoria disparidad, como veremos a continuación: 

Los chinos viven actualmente el año 4711; los judíos transitan el año 5774, a partir de la supuesta fecha del nacimiento de Adán; los musulmanes le restan al año gregoriano nuestro la cifra 622 correspondiente a la huida de Mahoma a la ciudad de Medina, o sea, están viviendo el año 1391 y nosotros, la civilización cristina occidental habitamos el planeta 2013 años tomando como referente la supuesta fecha del nacimiento de Cristo. 

Es en esta festividad pagana y puramente comercial donde salen a relucir los ritos, tradiciones y supersticiones insólitas e incomprensibles, carente de toda fundamentación religiosa, racional y lógico, a saber: deseos que mágicamente se harán realidad, prosperidad económica que llegará de la nada, dinero que rebasarán los bolsillos, amor a destajo, matrimonios por doquier, prosperidad y abundancia sin límites, viajes soñados, paz y armonía paradisíaca, entre otras muchas falacias. Bastará con comprar los ingredientes necesarios y manos a la obra en la víspera del 1 de enero en un horario cercano a la medianoche y ya está, ahora a esperar que como por arte de magia todos sus anhelos y necesidades sean satisfechas en el nuevo año que se inicia, algo así como en el cuento de Las mil y una noches. Y si no pasa nada, lo mejor es no desesperarse, tendrá otra oportunidad el próximo Año Nuevo, si aún está vivo. 

Pensándolo bien, creo que en todo este jaleo lo mejor de todo es rendir culto al Dios Cordero y al buen vino… claro, con una salvedad, los devotos tienen que contar con el suficiente poder adquisitivo para comprar en el mercado tan apetitosas ofrendas. 

¡Feliz Año Nuevo!