En un preciso análisis de
la situación interna del movimiento nacional (cuya lectura recomiendo
fuertemente), Gabriel Fernández reflexiona constructivamente sobre la situación
interna del movimiento nacional. El director de La Señal Medios remarca que
“(…) En vez de fomentar esa vorágine, los espacios han persistido, los meses
recientes, en la cómoda práctica de imputarse mutuamente. Los argumentos de sus
militantes más activos saturan redes y charlas dando cuenta de lo dañino que
resultaría reunirse con los ‘rivales’. Los encuentros convocados tienen
apariencias de apertura, pero en la selección de las voces que se difunden sólo
pueden hallarse representantes de los núcleos duros. Se esparcen aquí y allá
pedidos de censura ante las diferencias, en vez de intentar el desarrollo de
discusiones a fondo.”
Analicemos esto en el tan
utilizado, pero poco comprendido campo de las redes. Es probable que la lógica
algorítmica de la cámara de eco, con sus reglas y modismos, haya colonizado la
dinámica habitual de la conversación en general, y de la conversación política
en particular, para degenerar en lo que bien señala Fernández cuando habla de
la “hegemonía de las voces que representan núcleos duros y de la censura ante
la diferencia”, esto es, el no debate. En este sentido apuntamos que, si tal
como señalan algunos consultores adeptos a las ideas de globalismo, el
individuo es el protagonista de la política actual, esta máxima atraviesa
transversalmente el campo de la micromilitancia opositora y se materializa en
la evidente vocación de figuración individual que tanto se denuncia para el
otro lado. Existe, hay que asumirlo, un “ethos de red” que fomenta la
individuación y la parcelación de la opinión. En términos de debate político,
cada parcela/individuo ingresa en el desafío al propio ego de elaborar un
comentario lo suficientemente adecuado para conseguir reforzar la parcela a
través de la aceptación por parte de la propia “tribuna”, para inmediatamente
tomar el látigo y castigar al “otro” sector “que nos llevó a la derrota”. Este
es, más o menos, otro de los núcleos problemáticos en términos de debate
interno dentro del movimiento nacional.
Por eso en la
micromilitancia resulta bastante complejo hablar de doctrina de amor y (al
mismo tiempo) auto reivindicarse como los únicos fieles portadores de ella
para, acto seguido, despreciar al resto de las fuerzas componentes del
movimiento por “falta de doctrina e ignorancia”. La adulteración doctrinaria no
solo se produce por carencia, sino también por su aplicación museológica para
fines (también) expulsivos.
El electorado argentino,
cada vez más presionado por la guerra mediática e informado allí, es
absolutamente ajeno a la rosca del microclima militante. Y está esperando una
propuesta concreta sobre problemas concretos para votar en octubre, más allá
del bello discurso progresista que hemos presentado siempre.
Hay un viejo y tradicional
esquema de razonamiento que pertenece a un tradicional partido marxista, que
consta de evaluar que las disidencias con el núcleo de conducción no son
inocentes pues obedecen a quintas columnas insertas que operan “contra la
revolución”. Es decir, el esquema de razonamiento consta de negar la
posibilidad de pensamientos diferenciados hacia el interior de un mismo espacio
político. Esta tradición se ha trasladado al movimiento nacional y popular, y
tiene que ver con aquella premisa que Juan Perón señalaba acerca de la
naturaleza de nuestra política nacional y la titánica tarea que se debe
realizar para elaborar consensos de unidad en los más amplios sentidos: este es
un país politizado, pero sin cultura política.
Así, el folclore marca que,
en vez de polemizar horizontalmente entre ideas en debate, se anula la
disidencia que incomoda para, acto seguido, trazar líneas divisorias que muchas
veces parecen no tener vuelta atrás. Lo cierto es que, con todos los matices
del caso por caso, en nuestros espacios politizados discutimos por temas
transversales a casi todo. Si estas discusiones no se dan con la confianza
recíproca y con la altura que les corresponde, la situación da más pérdidas que
ganancias. Porque cuando la diferencia, muchas veces, no llega a ser procesada
como tal y se procesa como disidencia, aparecen las tensiones innecesarias que
nublan la comprensión del “afuera”, esto es, el afuera del ecosistema
politizado de “orgas” y espacios varios que habitamos, donde casualmente se
encuentra la mayor parte de nuestra sociedad. El abordaje inteligente del
heterogéneo campo de la sociedad toda, de sus miles de diferencias, es lo que
va aceitando la capacidad de escucha, la esgrima verbal y, como resultado de lo
anterior, la capacidad de debate de todo/a militante, no la “purga” de
diferencias.
¿No podemos imaginar
siquiera que fuera de las minorías intensas hiperpolitizadas de nuestra fauna de
“orgas” y especies varias, existe un pueblo que consume 15 minutos diarios de
TV e información completamente desjerarquizada y agobiante? ¿Será que no
tenemos voluntad real de salir de ese sentido común arrogante, infalible, que
vomita su desprecio sobre todas las demás fuerzas políticas y organizaciones
del campo popular, que son por definición las que se equivocan, las que tienen
falencias, las que están condenadas, etc.?
Si no bajamos del zaino,
fomentamos el debate respetuoso internamente y aprendemos la diferencia entre
estar politizado y tener cultura política (capacidad de debate), sino
aprendemos que tener autoestima y tener autocrítica no son cualidades
mutuamente excluyentes, quizás tengamos que dedicarnos a administrar otra
derrota.
Electorado de
tercios, oposición y representación
“Cambiemos le quita bienes
patrimoniales a la clase media, y los negocia por bienes simbólicos:
sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, mayor
transparencia”. Eduardo Fidanza a Joaquín Morales Solá (enero de 2018).
Partimos de esta idea
inicial para ir directo al punto: la de Fidanza no es una advertencia (o
caracterización) sólo aplicable al macrismo. Las hiperabundantes
caracterizaciones de algunos referentes opositores acerca del evidente colapso
autoinfligido por el gobierno actual, con mayores o menores gradientes
poéticos, no constituyen propuestas políticas, sino también bienes simbólicos
bajo la forma de ideas que tienen por función reconfirmar posturas de los ya
convencidos. Todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional,
organizado en un discurso que lo represente. En un electorado de tercios, como
el que existe en el país según indica la foto actual, existe un tercio no
representado (aún) por ninguno de los discursos que ocupan la centralidad de la
agenda política.
En este sentido, vale la
pena reconocer que el objetivo oficialista de tener una oposición controlada
parece dar resultado cuando, a través de la tecnología comunicacional, se logra
que el arco opositor quede reducido al rol de “mensajero de las malas
noticias”, mientras el oficialismo se reserva el de construir un relato
ilusionante que, aunque completamente ficticio y cínico, todavía moviliza
anhelos de buena parte de la sociedad. Si esto es así, creemos humildemente que
la hipótesis de que la crisis económica acarreará naturalmente un torrente de
arrepentidos por “toma de conciencia” en favor de una opción opositora, debe
ser abandonada de inmediato. El decaimiento de la imagen de Macri no debe ser
el árbol que tape el bosque del análisis. Las proyecciones basadas en el nivel
de insatisfacción de ciertos sectores con la actualidad, esconden que en
realidad no sólo crece el rechazo a las políticas implementadas por el
gobierno, sino a la política como actividad.
Los “candidatos de no” intentan reagruparse para
intentar otra vez transitar la “avenida del medio”, hasta aquí intransitable.
En este sentido, el
crecimiento de los outsiders ha sido bastamente analizado en todos lados, sin
embargo, salvando las particularidades de cada país, podemos pensar en Brasil
como paradigma para buscar algunas ideas útiles al respecto. Bolsonaro, quien seguramente
sea mucho peor de lo que ya muestra, sacó más de 49 millones de votos, pero no
hay 49 millones de “monstruos” en Brasil, ¿cierto? Dicho esto, miremos ahora la
realidad argentina con ojos argentinos. ¿Debemos intentar persuadir e
interpelar, entonces, a ese heterogéneo “tercer tercio” que nos fue esquivo? ¿U
optamos por contentarnos con una especie de receta moral que nos tranquiliza y
nos abandonamos a la más pasiva holgazanería intelectual y espiritual? Si
hacemos esto último podremos reposar en la vieja, peluda y cómoda fórmula de la
indignación: “Qué querés que hagamos si vivimos en este país de mierda, con un
pueblo estúpido”. Una frase que escuchamos a menudo, pero que es la antítesis
de la militancia, o la simple posición de alguien que no necesita tomársela en
serio para (volver a) llegar a fin de mes. En cambio, si optamos por una
comprensión más realista de la situación nacional, sigamos con el siguiente
párrafo.
En nuestro país la
consolidación del electorado de tercios implicó, a su vez, la diáspora de los
“partidos del no”: no a Macri, no a Cristina, no al peronismo, no al pasado. Y
ninguno de esos espacios puede ni pudo ganar por sí mismo. Depende de los
candidatos, la política es personalista. Para ver esto con más claridad,
repasemos los datos concretos. En la provincia de Buenos Aires, la gran
derrotada de las últimas elecciones (2017) fue la ambigüedad. La
“stolbizerización” llevó al massismo a peores resultados que en las PASO.
Florencio Randazzo, después de una campaña en la que demostró que la queja
edípica como remedio a la “falta de autocrítica de CFK” no funcionó como
plataforma electoral y que para los bonaerenses fue mejor Massa conocido, que
Massa por conocer. Unidad Ciudadana se consolidó como la opción opositora con
mayor volumen de representación y ahí radica —todavía— su propia disyuntiva,
que es la misma que atraviesa a toda la oposición de cara a estas elecciones
2019: construir alianzas que trasciendan el propio espacio (como pareciera
estar sucediendo) o “achicarse la cancha” en la construcción endogámica.
El sector intersindical y
de movimientos y organizaciones que constituye el 21F es la prueba territorial
de que el modelo de oposición no puede definirse por fuera de la oposición al
macrismo, siempre y cuando la oposición no pretenda degradarse en un ritualismo
morisquetero vacío, y condenarse a ser una confederación de partidos locales
que sólo compartan su tradicional liturgia, lo que en términos prácticos se
cristaliza en reducir el movimiento nacional sólo a una identidad cultural
adaptada al esquema de representaciones fragmentarias que necesita el
neoliberalismo, pero sin traducción electoral.
Si hasta la izquierda
trotskista autóctona, presa ideológica de la vocación de minorías, puede
conformar un frente, la revalorización de la pluralidad dentro del peronismo
opositor debiera partir de una absorción inteligente de las distintas (y
exitosas) formas de construcción a nivel federal.
Es por esto que este
escriba machaca con la idea de que, de manera urgente para el campo opositor,
sería sensato asumir la necesidad de abandonar la cosmovisión del progresismo
culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la
movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la
realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones
que hacen a la representación de mayorías sociales. Es igualmente necesario
tener un discurso propositivo en este sentido que tenga en cuenta la agenda de
buena parte de la sociedad (la suficiente para construir una mayoría electoral
exitosa). Porque claro, no sería una gran estrategia esta de oponer, por
ejemplo, inclusión a seguridad, cuando una propuesta política consistente y con
vocación de gobernar debe tener en cuenta ambas agendas. No debemos comprar
falsas dicotomías pensadas para vencernos.
Para abandonar ese perpetuo
vagabundeo por el extenso, pero inconducente campo que enmarcan las ideologías
teledirigidas, debemos sumarnos y sumar para consolidar una alternativa al
esquema empañuelado de las representaciones fragmentarias, poniendo lo humano
en el centro y trascendiendo la lógica divisionista y facciosa de los opuestos.
Está claro que, así como se
llega a la presidencia de un país sumando más votantes que dirigentes, la
unidad dirigencial no garantiza la del electorado. Por eso mismo, también
depende de los intentos de las bases acercar posiciones y no radicalizar
diferencias. Porque el dilema de las fuerzas políticas radica en, o bien
reforzar las posturas facciosas, o bien brindar los vectores necesarios para
evitar la balcanización del heterogéneo campo nacional. Esto es, en términos de
acción política, expulsar para debilitar, o incorporar para fortalecer.
*Marcos Domínguez
Las zonceras abiertas de América Latina
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