jueves, 31 de enero de 2019

Electorado de tercios, oposición y representación: apuntes para la militancia



En un preciso análisis de la situación interna del movimiento nacional (cuya lectura recomiendo fuertemente), Gabriel Fernández reflexiona constructivamente sobre la situación interna del movimiento nacional. El director de La Señal Medios remarca que “(…) En vez de fomentar esa vorágine, los espacios han persistido, los meses recientes, en la cómoda práctica de imputarse mutuamente. Los argumentos de sus militantes más activos saturan redes y charlas dando cuenta de lo dañino que resultaría reunirse con los ‘rivales’. Los encuentros convocados tienen apariencias de apertura, pero en la selección de las voces que se difunden sólo pueden hallarse representantes de los núcleos duros. Se esparcen aquí y allá pedidos de censura ante las diferencias, en vez de intentar el desarrollo de discusiones a fondo.”

Analicemos esto en el tan utilizado, pero poco comprendido campo de las redes. Es probable que la lógica algorítmica de la cámara de eco, con sus reglas y modismos, haya colonizado la dinámica habitual de la conversación en general, y de la conversación política en particular, para degenerar en lo que bien señala Fernández cuando habla de la “hegemonía de las voces que representan núcleos duros y de la censura ante la diferencia”, esto es, el no debate. En este sentido apuntamos que, si tal como señalan algunos consultores adeptos a las ideas de globalismo, el individuo es el protagonista de la política actual, esta máxima atraviesa transversalmente el campo de la micromilitancia opositora y se materializa en la evidente vocación de figuración individual que tanto se denuncia para el otro lado. Existe, hay que asumirlo, un “ethos de red” que fomenta la individuación y la parcelación de la opinión. En términos de debate político, cada parcela/individuo ingresa en el desafío al propio ego de elaborar un comentario lo suficientemente adecuado para conseguir reforzar la parcela a través de la aceptación por parte de la propia “tribuna”, para inmediatamente tomar el látigo y castigar al “otro” sector “que nos llevó a la derrota”. Este es, más o menos, otro de los núcleos problemáticos en términos de debate interno dentro del movimiento nacional.

Por eso en la micromilitancia resulta bastante complejo hablar de doctrina de amor y (al mismo tiempo) auto reivindicarse como los únicos fieles portadores de ella para, acto seguido, despreciar al resto de las fuerzas componentes del movimiento por “falta de doctrina e ignorancia”. La adulteración doctrinaria no solo se produce por carencia, sino también por su aplicación museológica para fines (también) expulsivos.


El electorado argentino, cada vez más presionado por la guerra mediática e informado allí, es absolutamente ajeno a la rosca del microclima militante. Y está esperando una propuesta concreta sobre problemas concretos para votar en octubre, más allá del bello discurso progresista que hemos presentado siempre.
Hay un viejo y tradicional esquema de razonamiento que pertenece a un tradicional partido marxista, que consta de evaluar que las disidencias con el núcleo de conducción no son inocentes pues obedecen a quintas columnas insertas que operan “contra la revolución”. Es decir, el esquema de razonamiento consta de negar la posibilidad de pensamientos diferenciados hacia el interior de un mismo espacio político. Esta tradición se ha trasladado al movimiento nacional y popular, y tiene que ver con aquella premisa que Juan Perón señalaba acerca de la naturaleza de nuestra política nacional y la titánica tarea que se debe realizar para elaborar consensos de unidad en los más amplios sentidos: este es un país politizado, pero sin cultura política.
Así, el folclore marca que, en vez de polemizar horizontalmente entre ideas en debate, se anula la disidencia que incomoda para, acto seguido, trazar líneas divisorias que muchas veces parecen no tener vuelta atrás. Lo cierto es que, con todos los matices del caso por caso, en nuestros espacios politizados discutimos por temas transversales a casi todo. Si estas discusiones no se dan con la confianza recíproca y con la altura que les corresponde, la situación da más pérdidas que ganancias. Porque cuando la diferencia, muchas veces, no llega a ser procesada como tal y se procesa como disidencia, aparecen las tensiones innecesarias que nublan la comprensión del “afuera”, esto es, el afuera del ecosistema politizado de “orgas” y espacios varios que habitamos, donde casualmente se encuentra la mayor parte de nuestra sociedad. El abordaje inteligente del heterogéneo campo de la sociedad toda, de sus miles de diferencias, es lo que va aceitando la capacidad de escucha, la esgrima verbal y, como resultado de lo anterior, la capacidad de debate de todo/a militante, no la “purga” de diferencias.
¿No podemos imaginar siquiera que fuera de las minorías intensas hiperpolitizadas de nuestra fauna de “orgas” y especies varias, existe un pueblo que consume 15 minutos diarios de TV e información completamente desjerarquizada y agobiante? ¿Será que no tenemos voluntad real de salir de ese sentido común arrogante, infalible, que vomita su desprecio sobre todas las demás fuerzas políticas y organizaciones del campo popular, que son por definición las que se equivocan, las que tienen falencias, las que están condenadas, etc.?
Si no bajamos del zaino, fomentamos el debate respetuoso internamente y aprendemos la diferencia entre estar politizado y tener cultura política (capacidad de debate), sino aprendemos que tener autoestima y tener autocrítica no son cualidades mutuamente excluyentes, quizás tengamos que dedicarnos a administrar otra derrota.

Electorado de tercios, oposición  y representación

“Cambiemos le quita bienes patrimoniales a la clase media, y los negocia por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, mayor transparencia”. Eduardo Fidanza a Joaquín Morales Solá (enero de 2018).
Partimos de esta idea inicial para ir directo al punto: la de Fidanza no es una advertencia (o caracterización) sólo aplicable al macrismo. Las hiperabundantes caracterizaciones de algunos referentes opositores acerca del evidente colapso autoinfligido por el gobierno actual, con mayores o menores gradientes poéticos, no constituyen propuestas políticas, sino también bienes simbólicos bajo la forma de ideas que tienen por función reconfirmar posturas de los ya convencidos. Todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional, organizado en un discurso que lo represente. En un electorado de tercios, como el que existe en el país según indica la foto actual, existe un tercio no representado (aún) por ninguno de los discursos que ocupan la centralidad de la agenda política.
En este sentido, vale la pena reconocer que el objetivo oficialista de tener una oposición controlada parece dar resultado cuando, a través de la tecnología comunicacional, se logra que el arco opositor quede reducido al rol de “mensajero de las malas noticias”, mientras el oficialismo se reserva el de construir un relato ilusionante que, aunque completamente ficticio y cínico, todavía moviliza anhelos de buena parte de la sociedad. Si esto es así, creemos humildemente que la hipótesis de que la crisis económica acarreará naturalmente un torrente de arrepentidos por “toma de conciencia” en favor de una opción opositora, debe ser abandonada de inmediato. El decaimiento de la imagen de Macri no debe ser el árbol que tape el bosque del análisis. Las proyecciones basadas en el nivel de insatisfacción de ciertos sectores con la actualidad, esconden que en realidad no sólo crece el rechazo a las políticas implementadas por el gobierno, sino a la política como actividad.


Los “candidatos de no” intentan reagruparse para intentar otra vez transitar la “avenida del medio”, hasta aquí intransitable.


En este sentido, el crecimiento de los outsiders ha sido bastamente analizado en todos lados, sin embargo, salvando las particularidades de cada país, podemos pensar en Brasil como paradigma para buscar algunas ideas útiles al respecto. Bolsonaro, quien seguramente sea mucho peor de lo que ya muestra, sacó más de 49 millones de votos, pero no hay 49 millones de “monstruos” en Brasil, ¿cierto? Dicho esto, miremos ahora la realidad argentina con ojos argentinos. ¿Debemos intentar persuadir e interpelar, entonces, a ese heterogéneo “tercer tercio” que nos fue esquivo? ¿U optamos por contentarnos con una especie de receta moral que nos tranquiliza y nos abandonamos a la más pasiva holgazanería intelectual y espiritual? Si hacemos esto último podremos reposar en la vieja, peluda y cómoda fórmula de la indignación: “Qué querés que hagamos si vivimos en este país de mierda, con un pueblo estúpido”. Una frase que escuchamos a menudo, pero que es la antítesis de la militancia, o la simple posición de alguien que no necesita tomársela en serio para (volver a) llegar a fin de mes. En cambio, si optamos por una comprensión más realista de la situación nacional, sigamos con el siguiente párrafo.

En nuestro país la consolidación del electorado de tercios implicó, a su vez, la diáspora de los “partidos del no”: no a Macri, no a Cristina, no al peronismo, no al pasado. Y ninguno de esos espacios puede ni pudo ganar por sí mismo. Depende de los candidatos, la política es personalista. Para ver esto con más claridad, repasemos los datos concretos. En la provincia de Buenos Aires, la gran derrotada de las últimas elecciones (2017) fue la ambigüedad. La “stolbizerización” llevó al massismo a peores resultados que en las PASO. Florencio Randazzo, después de una campaña en la que demostró que la queja edípica como remedio a la “falta de autocrítica de CFK” no funcionó como plataforma electoral y que para los bonaerenses fue mejor Massa conocido, que Massa por conocer. Unidad Ciudadana se consolidó como la opción opositora con mayor volumen de representación y ahí radica —todavía— su propia disyuntiva, que es la misma que atraviesa a toda la oposición de cara a estas elecciones 2019: construir alianzas que trasciendan el propio espacio (como pareciera estar sucediendo) o “achicarse la cancha” en la construcción endogámica.
El sector intersindical y de movimientos y organizaciones que constituye el 21F es la prueba territorial de que el modelo de oposición no puede definirse por fuera de la oposición al macrismo, siempre y cuando la oposición no pretenda degradarse en un ritualismo morisquetero vacío, y condenarse a ser una confederación de partidos locales que sólo compartan su tradicional liturgia, lo que en términos prácticos se cristaliza en reducir el movimiento nacional sólo a una identidad cultural adaptada al esquema de representaciones fragmentarias que necesita el neoliberalismo, pero sin traducción electoral.

Si hasta la izquierda trotskista autóctona, presa ideológica de la vocación de minorías, puede conformar un frente, la revalorización de la pluralidad dentro del peronismo opositor debiera partir de una absorción inteligente de las distintas (y exitosas) formas de construcción a nivel federal.
Es por esto que este escriba machaca con la idea de que, de manera urgente para el campo opositor, sería sensato asumir la necesidad de abandonar la cosmovisión del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación) y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. Es igualmente necesario tener un discurso propositivo en este sentido que tenga en cuenta la agenda de buena parte de la sociedad (la suficiente para construir una mayoría electoral exitosa). Porque claro, no sería una gran estrategia esta de oponer, por ejemplo, inclusión a seguridad, cuando una propuesta política consistente y con vocación de gobernar debe tener en cuenta ambas agendas. No debemos comprar falsas dicotomías pensadas para vencernos.

Para abandonar ese perpetuo vagabundeo por el extenso, pero inconducente campo que enmarcan las ideologías teledirigidas, debemos sumarnos y sumar para consolidar una alternativa al esquema empañuelado de las representaciones fragmentarias, poniendo lo humano en el centro y trascendiendo la lógica divisionista y facciosa de los opuestos.

Está claro que, así como se llega a la presidencia de un país sumando más votantes que dirigentes, la unidad dirigencial no garantiza la del electorado. Por eso mismo, también depende de los intentos de las bases acercar posiciones y no radicalizar diferencias. Porque el dilema de las fuerzas políticas radica en, o bien reforzar las posturas facciosas, o bien brindar los vectores necesarios para evitar la balcanización del heterogéneo campo nacional. Esto es, en términos de acción política, expulsar para debilitar, o incorporar para fortalecer.

*Marcos Domínguez

Las zonceras abiertas de América Latina

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