miércoles, 31 de agosto de 2011

De la trama oculta de los medios



Carlos Valle trae el recuerdo de la película El ciudadano, de Orson Welles, para aplicar aquel ejemplo a la actual discusión sobre la propiedad de los medios.



Por Carlos A. Valle *

La comunicación mediática sensacionalista tiene su historia, uno de cuyos capítulos lo provee uno de los mejores filmes de toda la historia, El ciudadano, de Orson Welles, que, con sus 70 años cumplidos, ofrece una incisiva mirada sobre la trama oculta de los medios.

La historia del magnate de la prensa escrita tenía en el film demasiadas aristas que lo vinculaban con él, en aquel entonces, potentado William Randolph Hearst, quien estaba en total desacuerdo con la idea de la película, y su mayor irritación lo provocaba la repetición en el film de la misteriosa palabra, “Rosebud”, porque se dice que Hearst la usaba para referirse a partes íntimas de su amante. Welles intentó desvincular su historia de la vida real según se tratara de elogiarse o de evadir la incriminación de los abogados de Hearst.

Hearst (1863-1951) inicia su camino en los medios, luego de sus frustrados estudios, dirigiendo en San Francisco un periódico que había adquirido su padre. La innovación que impuso en la publicación, como la fotografía y el gran titular, le dio un muy buen resultado. Además, añadió el ingrediente sensacionalista. La impronta que produjo en los diversos medios en los que incursionó marcó un tipo particular de comunicación masiva que fue adoptada en muchas partes del mundo. Pretendió ser elegido gobernador del estado de Nueva York y luego alcalde, pero fue en vano. No obstante, ostentaba ya un gran imperio que en su máximo esplendor, a mediados de los años treinta, contaba con 28 diarios y 18 revistas. Pero, la Gran Depresión –que evaporó enormes fortunas– y el rechazo a sus convicciones políticas le provocaron un fuerte aislamiento, que deterioró gravemente su dominio.

En el momento en que Welles produce su film, Hearst está experimentando su declinación, pero aún conserva una fuerte influencia en los medios. Después de una proyección antes de su estreno, una columnista de chimentos anuncia que el film “es un despiadado e irresponsable ataque a un gran hombre”. Los mecanismos para impedir su estreno se ponen en marcha. Se hacen llegar amenazas a varios de los magnates de la industria cinematográfica con el mensaje: “El Señor Hearst dice que si ustedes, muchachos, quieren vidas privadas, les dará vidas privadas”.

Juicios, declaraciones, desmentidas, miedos a represalias, crean una atmósfera que logra detener el estreno del film y se opta por presentarlo en áreas no tan afines a los tentáculos de Hearst. Una vez más, aquí los hechos alrededor del filme crean una atmósfera publicitaria muy atrayente para los medios, de la que el mismo Welles no era ajeno.

Con el tiempo, el film fue acumulando un creciente reconocimiento por su propio valor cinematográfico, más allá de los acontecimientos que lo acompañaron. Lo llamativo es que una propuesta, en buena medida independiente, produce un serio choque contra la estructura rígida de los medios. Es un medio enfrentado a otro medio y produciendo un estremecimiento en su misma estructura, como si una fisura en su sólido orden sacara a la luz las ocultas redes de la manipulación comunicativa.

El temor que busca desatar Hearst a los magnates de la industria cinematográfica desnuda la íntima relación entre quienes conducen los medios y la orientación de los mismos. La publicidad que Welles buscó con cierto descaro tuvo sus límites. Los mismos medios irían diluyendo con el tiempo el impacto del film, reduciendo lo sucedido a un episodio ocasional, pintoresco, sin mayor trascendencia. Se dirá: fue un film, un buen film, pero no ha afectado la estructura mediática, que se repuso pronto de este pequeño incidente. De todas maneras, tampoco puede obviarse el hecho de que El ciudadano también llegó a constituirse en un claro ejemplo de los vericuetos y debilidades de los mismos medios, aunque no siempre se intenta mirarlo desde esta perspectiva.

La descripción crítica de un magnate de los medios, cuya semejanza con el Hearst real era difícil de negar, abre la caja de Pandora de todo lo que se oculta de los medios mismos. La actual concentración mediática, de dimensiones globales en todas las áreas, ha desarrollado nuevas y más sofisticadas maneras de solidificar un imperio que ha aprendido a no caer en la debilidad de la crítica, que abre flancos en la ciudadela propia.

En la presente discusión sobre la propiedad de los medios de comunicación, de la búsqueda de una estructura de medios que permita dar voz a los acallados, limitar el poder de los dueños de multimedios, lo sucedido hace setenta años sigue proveyendo una importante mirada para comprender algunos de los desafíos presentes.

* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).



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