lunes, 19 de diciembre de 2016

Rebelión en la granja Cap. VII


VII
Se presentó un invierno crudo. El tiempo tormentoso fue seguido de granizo y nieve y luego por una fuerte helada que duró hasta mediados de febrero. Los animales se las arreglaron como pudieron para la reconstrucción del molino, pues bien sabían que el mundo exterior los estaba vigilando y que los envidiosos seres humanos se regocijarían y triunfarían sobre ellos, si no terminaban la obra a tiempo.
Rencorosos, los humanos fingieron no creer que fue Snowball quien había destruido el molino; afirmaron que se derrumbó porque las paredes eran demasiado delgadas. Los animales sabían que eso no era cierto. A pesar de ello, decidieron construir las paredes de un metro de espesor en lugar de medio metro como antes, lo que implicaba reunir una cantidad mucho mayor de piedras.
Durante largo tiempo la cantera estuvo totalmente cubierta por una capa de nieve y no se pudo hacer nada. Se progresó algo durante el período seco y frío que vino después, pero era una labor cruel y los animales no se sentían optimistas como la vez anterior. Siempre tenían frío y en muchas ocasiones, hambre. Únicamente Boxer y Clover jamás perdieron el ánimo. Squealer pronunció discursos magníficos referentes al orgullo del servicio prestado y la dignidad del trabajo, pero los otros animales encontraron más inspiración en la fuerza de Boxer y en su infalible grito: « ¡Trabajaré más!».
En enero escaseó la comida. La ración de maíz fue reducida drásticamente y se anunció que, en compensación, se iba a otorgar una ración suplementaria de patatas. Pero luego se descubrió que la may or parte de la cosecha de patatas se heló por no haber sido protegida suficientemente. Los tubérculos se habían ablandado y descolorido, y muy pocos eran comestibles. Durante días enteros los animales no tenían con que alimentarse, excepto paja y remolacha. El espectro del hambre parecía mirarlos cara a cara.
Era totalmente necesario ocultar eso al mundo exterior. Alentados por el derrumbamiento del molino, los seres humanos estaban inventando nuevas mentiras respecto a « Granja Animal» . Nuevamente se propagaba que todos los animales se estaban muriendo de hambre y enfermedades, que se peleaban continuamente entre sí y habían caído en el canibalismo y el infanticidio.
Napoleón conocía bien las desastrosas consecuencias que acarrearía el descubrimiento de la verdadera situación alimenticia, y decidió utilizar al señor Whymper para difundir una impresión contraria. Hasta entonces los animales tuvieron poco o ningún contacto con Whymper en sus visitas semanales; ahora, sin embargo, unas cuantas bestias seleccionadas, en su mayor parte ovejas, fueron instruidas para que comentaran casualmente, al alcance de su oído, que las raciones habían sido aumentadas. Además, Napoleón ordenó que se llenaran con arena hasta el tope, los depósitos casi vacíos de los cobertizos y que luego fueran cubiertos con lo que aún quedaba de cereales y forrajes. Mediante un  pretexto adecuado, Whymper fue conducido a través de esos cobertizos permitiéndosele echar un vistazo a los depósitos. Se consiguió engañarle y continuó informando al mundo exterior que no había escasez de alimentos en « Granja Animal».
Sin embargo, a fines de enero era evidente la necesidad de obtener más cereales de alguna parte. Por aquellos días, Napoleón rara vez se presentaba en público; pasaba todo el tiempo dentro de la casa, cuy as puertas estaban custodiadas por canes de aspecto feroz. Cuando aparecía, era en forma ceremoniosa, con una escolta de seis perros que lo rodeaban de cerca y gruñían si alguien se aproximaba demasiado. Ya ni se le veía los domingos por la mañana, sino que daba sus órdenes por intermedio de algún otro cerdo, que generalmente era Squealer. Un domingo por la mañana, Squealer anunció que las gallinas, que comenzaban a poner nuevamente, debían entregar sus huevos.
Napoleón había suscrito, por intermedio de Whymper, un contrato de venta de cuatrocientos huevos semanales. El precio de éstos alcanzaría para comprar suficiente cantidad de cereales y comida, y permitiría que la granja pudiera subsistir hasta que llegara el verano y las condiciones mejorasen.
Cuando las gallinas oyeron esto, levantaron un gran griterío. Habían sido advertidas con anterioridad de que sería necesario ese sacrificio, pero no creyeron que esta realidad llegara a ocurrir. Estaban preparando sus ponederos para empollar en primavera y protestaron expresando que quitarles los huevos era un crimen. Por primera vez desde la expulsión de Jones había algo que se asemejaba a una rebelión. Dirigidas por tres gallinas jóvenes Black-Minorca, las gallinas hicieron un decidido intento por frustrar los deseos de Napoleón. Su protesta fue volar hasta los montantes y poner allí sus huevos, que se hacían pedazos al chocar con el suelo. Napoleón actuó rápidamente y sin piedad.
Ordenó que fueran suspendidas las raciones de las gallinas y decretó que cualquier animal que diera, aunque fuera un grano de maíz, a una gallina, sería castigado con la muerte. Los perros cuidaron de que las órdenes fueran cumplidas. Las gallinas resistieron durante cinco días, luego capitularon y volvieron a sus nidos. Nueve gallinas murieron, entretanto. Sus cadáveres fueron enterrados en la huerta y se comunicó que habían muerto de coccidiosis.
Whymper no se enteró de este asunto y los huevos fueron debidamente entregados; el furgón del tendero acudía semanalmente a la granja para llevárselos.
Durante todo este tiempo no hubo señales de Snowball. Se rumoreaba que estaba oculto en una de las granjas vecinas: Foxwood o Pinchfield. Napoleón mantenía mejores relaciones que antes con los otros granjeros. Y ocurrió que en el patio había una pila de madera para la construcción, que estaba allí desde hacía diez años, cuando se taló un bosque de hay as. Estaba bien mantenida y Whymper aconsejó a Napoleón que la vendiera; tanto el señor Pilkington como el señor Frederick se mostraban ansiosos por comprarla. Napoleón estaba indeciso entre los dos, incapaz de adoptar una resolución. Se notó que cuando parecía estar a punto de llegar a un acuerdo con Frederick, se decía que Snowball estaba ocultándose en Foxwood, y cuando se inclinaba hacia Pilkington, se afirmaba que Snowball se encontraba en Pinchfield.
Repentinamente, a principios de primavera, se descubrió algo alarmante.
¡Snowball frecuentaba en secreto la granja por las noches! Los animales estaban tan alterados que apenas podían dormir en sus establos.
Todas las noches, se decía, él se introducía al amparo de la oscuridad y hacía toda clase de daños. Robaba el maíz, volcaba los cubos de leche, rompía los huevos, pisoteaba los semilleros, roía la corteza de los árboles frutales. Cuando algo andaba mal se hizo habitual atribuírselo siempre a Snowball. Si se rompía una ventana o se obstruía un desagüe, era cosa segura que alguien diría que Snowball durante la noche lo había hecho, y cuando se perdió la llave del cobertizo de comestibles, toda la granja estaba convencida de que Snowball la había tirado al pozo. Cosa curiosa, siguieron creyendo esto aun después de encontrarse la llave extraviada debajo de una bolsa de harina. Las vacas declararon unánimemente que Snowball se deslizó dentro de sus establos y las ordeñó mientras dormían. También se dijo que los ratones, que molestaron bastante aquel invierno, estaban en connivencia con Snowball. Napoleón dispuso que se hiciera una amplia investigación de las actividades de Snowball. Con su séquito de perros salió de inspección por los edificios de la granja, siguiéndole los demás animales a prudente distancia. Cada equis pasos, Napoleón se paraba y olía el suelo buscando rastros de las pisadas de Snowball, las que, según dijo él, podía reconocer por el olfato. Estuvo olfateando en todos los rincones, en el granero, en el establo de las vacas, en los gallineros, en el huerto de las legumbres y encontró rastros de Snowball por casi todos lados.
Pegando el hocico al suelo, husmeaba profundamente varias veces, y exclamaba con terrible voz: « ¡Snowball! ¡Él ha estado aquí! ¡Lo huelo perfectamente!» , y al oír la palabra « Snowball» todos los perros dejaban oír unos gruñidos horribles y enseñaban sus colmillos.
Los animales estaban completamente asustados. Les parecía que Snowball era una especie de maleficio invisible que infestaba el aire respirable y les amenazaba con toda clase de peligros. Al anochecer, Squealer los reunió a todos, y con el rostro alterado les anunció que tenía noticias serias que comunicarles.
— ¡Camaradas —gritó Squealer, dando unos saltitos nerviosos—, se ha descubierto algo terrible! ¡Snowball se ha vendido a Frederick, el de la « Granja Pinchfield», y en este momento debe de estar conspirando para atacarnos y quitarnos nuestra granja! Snowball hará de guía cuando comience el ataque.
Pero hay algo peor aún. Nosotros habíamos creído que la rebelión de Snowball fue motivada simplemente por su vanidad y ambición. Pero estábamos equivocados, camaradas. ¿Sabéis cuál era la verdadera razón? ¡Snowball estaba de acuerdo con Jones desde el mismo comienzo! Fue agente secreto de Jones desde siempre. Esto ha sido comprobado por documentos que dejó abandonados y que ahora hemos descubierto. Para mí esto explica muchas cosas, camaradas:
¿no hemos visto nosotros mismos cómo él intentó, afortunadamente sin éxito, provocar nuestra derrota y aniquilamiento en la « Batalla del Establo de las Vacas» ?
Los animales quedaron estupefactos. Aquello era una maldad mucho mayor que la destrucción del molino. Pero tardaron varios minutos en comprender su significado. Todos ellos recordaron, o creyeron recordar, cómo habían visto a Snowball encabezando el ataque en la « Batalla del Establo de las Vacas», cómo él los había reunido y alentado en cada revés, y cómo no vaciló un solo instante, aunque los perdigones de la escopeta de Jones le hirieron en el lomo. Al principio resultó un poco difícil entender cómo todo esto se compaginaba con el hecho de estar él de parte de Jones. Hasta Boxer, que rara vez hacía preguntas, estaba perplejo. Se acostó, acomodó sus patas delanteras debajo de su pecho, cerró los ojos, y con gran esfuerzo logró hilvanar sus pensamientos.
—Yo no creo eso —dijo—, Snowball peleó valientemente en la « Batalla del
Establo de las Vacas». Yo mismo lo vi. ¿Acaso no le otorgamos inmediatamente después el « Héroe Animal de Primer Grado»?
—Ése fue nuestro error, camarada. Porque ahora sabemos —figura todo escrito en los documentos secretos que hemos encontrado— que en realidad, él nos arrastraba hacia nuestra perdición.
—Pero estaba herido —alegó Boxer—. Todos lo vimos sangrando.
— ¡Eso era parte del acuerdo! —gritó Squealer—. El tiro de Jones solamente lo rozó. Yo os podría demostrar esto, que está escrito de su puño y letra, si vosotros pudierais leerlo. El plan era que Snowball, en el momento crítico, diera la señal para la fuga dejando el campo en poder del enemigo. Y casi lo consigue: diré más, camaradas: lo hubiera logrado a no ser por nuestro heroico Líder, el camarada Napoleón. ¿Recordáis cómo, en el momento preciso que Jones y sus hombres llegaron al patio, Snowball repentinamente se volvió y huyó, y muchos animales lo siguieron? ¿Y recordáis también que justamente en ese momento, cuando cundía el pánico y parecía que estaba todo perdido, el camarada
Napoleón saltó hacia delante al grito de « ¡Muera la Humanidad!» , y hundió sus dientes en la pierna de Jones? Seguramente no habéis olvidado esto, camaradas
—exclamó Squealer.
Como Squealer describió la escena tan gráficamente, a los animales les pareció recordarlo.
De cualquier modo, sabían que en el momento crítico de la batalla, Snowball se había vuelto para huir. Pero Boxer aún estaba algo indeciso.
—Yo no creo que Snowball fuera un traidor al principio —dijo finalmente—.
Lo que haya hecho desde entonces es distinto. Pero y o creo que en la « Batalla del Establo de las Vacas» él fue un buen camarada.
—Nuestro Líder, el camarada Napoleón —anunció Squealer, hablando lentamente y con firmeza—, ha manifestado categóricamente, categóricamente, camaradas, que Snowball fue agente de Jones desde el mismo comienzo de todo y en cualquier caso, desde mucho antes de que se pensara siquiera en la Rebelión.
— ¡Ah, eso es distinto! —gritó Boxer—. Si el camarada Napoleón lo dice, debe ser así.
— ¡Ése es el verdadero espíritu, camarada! —gritó Squealer, pero se notó que lanzó a Boxer una torva mirada con sus relampagueantes ojillos. Se volvió para irse, luego se detuvo y agregó en forma impresionante—: Yo le advierto a todo animal de esta granja que tenga los ojos bien abiertos, ¡porque tenemos motivos para creer que algunos agentes secretos de Snowball están entre nosotros y al acecho en este momento!
Cuatro días después, al atardecer, Napoleón ordenó a los animales que se congregaran en el patio. Cuando estuvieron todos reunidos, Napoleón salió de la casa, luciendo sus dos medallas (porque recientemente se había nombrado él mismo « Héroe Animal de Primer Grado» y « Héroe Animal de Segundo Grado» ), con sus nueve enormes perros brincando alrededor y emitiendo gruñidos que produjeron escalofríos a los demás animales. Todos ellos se recogieron silenciosamente en sus lugares, pareciendo saber de antemano que iban a ocurrir cosas terribles.
Napoleón se quedó observando severamente a su auditorio; luego emitió un gruñido agudo. Inmediatamente los perros saltaron hacia delante, agarraron a cuatro de los cerdos por las orejas y los arrastraron, atemorizados y chillando de dolor hasta los pies de Napoleón. Las orejas de los cerdos estaban sangrando; los perros habían probado sangre y por unos instantes parecían enloquecidos. Ante el asombro de todos, tres de ellos se abalanzaron sobre Boxer. Éste los vio venir y estiró su enorme casco, paró a uno en el aire y lo sujetó contra el suelo. El perro chilló pidiendo misericordia y los otros huyeron con el rabo entre las piernas.
Boxer miró a Napoleón para saber si debía continuar aplastando al perro hasta matarlo o si debía soltarlo. Napoleón pareció cambiar de semblante y le ordenó bruscamente que soltara al perro, a lo cual Boxer levantó su pata y el can huyó maltrecho y gimiendo.
Pronto cesó el tumulto. Los cuatro cerdos esperaban temblando y con la culpabilidad escrita en cada surco de sus rostros. Napoleón les exigió que confesaran sus crímenes. Eran los mismos cuatro cerdos que habían protestado cuando Napoleón abolió las reuniones de los domingos. Sin otra exigencia, confesaron que estuvieron en contacto clandestinamente con Snowball desde su expulsión, colaboraron con él en la destrucción del molino y convinieron en entregar la « Granja Animal» al señor Frederick. Agregaron que Snowball había admitido, confidencialmente, que él era agente secreto del señor Jones desde muchos años atrás. Cuando terminaron su confesión, los perros, sin perder tiempo, les desgarraron las gargantas y, entre tanto, Napoleón con voz terrible, preguntó si algún otro animal tenía algo que confesar.
Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de rebelión a causa de los huevos, se adelantaron y declararon que Snowball se les había aparecido en sueños incitándolas a desobedecer las órdenes de Napoleón. También ellas fueron destrozadas. Luego un ganso se adelantó y confesó que había ocultado seis espigas de maíz durante la cosecha del año anterior y que se las había comido por la noche. Luego una oveja admitió que hizo aguas en el bebedero, instigada a hacerlo, según dijo, por Snowball, y otras dos ovejas confesaron que asesinaron a un viejo carnero, muy adicto a Napoleón, persiguiéndole alrededor de una fogata cuando tosía. Todos ellos fueron ejecutados allí mismo. Y así continuó la serie de confesiones y ejecuciones hasta que una pila de cadáveres y acía a los pies de
Napoleón y el aire estaban impregnados con el olor de la sangre, olor que era desconocido desde la expulsión de Jones.
Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los cerdos y los perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos y consternados. No sabían qué era más espantoso: si la traición de los animales que se conjuraron con Snowball o la cruel represión que acababan de presenciar. Antaño hubo muchas veces escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les parecía mucho peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos mismos. Desde que Jones había abandonado la granja, ningún animal mató a otro animal. Ni siquiera una rata.
Llegaron a la pequeña loma donde estaba el molino semi construido y, de común acuerdo, se recostaron todos, como si se agruparan para calentarse: Clover, Muriel, Benjamín, las vacas, las ovejas y toda una bandada de gansos y gallinas: todos, en verdad, exceptuando la gata, que había desaparecido repentinamente, poco antes de que Napoleón ordenara a los animales que se reunieran. Durante algún tiempo nadie habló. Únicamente Boxer permanecía de pie batiendo su larga cola negra contra sus costados y emitiendo de cuando en cuando un pequeño relincho de extrañeza. Finalmente dijo: « No comprendo. Yo no hubiera creído que tales cosas pudieran ocurrir en nuestra granja. Eso se debe seguramente a algún defecto nuestro. La solución, como y o la veo, es trabajar más. Desde ahora me levantaré una hora más temprano todas las mañanas» .
Y se alejó con su trote pesado en dirección a la cantera. Una vez allí juntó dos carretadas de piedras y tiró de ellas hasta el molino, antes de acostarse.
Los animales se acurrucaron alrededor de Clover, sin hablar. La loma donde estaban acostados les ofrecía una amplia perspectiva a través de la campiña. La mayor parte de « Granja Animal» estaba a la vista: la larga pradera, que se extendía hasta la carretera, el campo de heno, el bebedero, los campos arados donde crecía el trigo nuevo, tupido y verde, y los techos rojos de los edificios de la granja, con el humo elevándose en espiral de sus chimeneas. Era un claro atardecer primaveral. El pasto y los cercados florecientes estaban dorados por los rayos del sol poniente. Nunca les había parecido la granja —y con cierta sorpresa se acordaron de que era su propia granja, y que cada pulgada era de su propiedad— un lugar tan codiciado. Mientras Clover miraba ladera abajo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Si ella pudiera expresar sus pensamientos, hubiera sido para decir que a eso no era a lo que aspiraban cuando emprendieron, años atrás, el derrocamiento de la raza humana. Aquellas escenas de terror y matanza no eran lo que ellos soñaron aquella noche cuando el Viejo Mayor, por primera vez, los incitó a rebelarse. Si ella misma hubiera concebido un cuadro del futuro, sería el de una sociedad de animales liberados del hambre y del látigo, todos iguales, cada uno trabajando de acuerdo con su capacidad, el fuerte protegiendo al débil, como ella protegiera con su pata delantera a aquellos patitos perdidos la noche del discurso de Mayor. En su lugar —ella no sabía por qué— había llegado a un estado tal en el que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en el que perros feroces y gruñones merodeaban por doquier y donde uno tenía que ver cómo sus camaradas eran despedazados después de confesarse autores de crímenes horribles. No había intención de rebeldía o desobediencia en su mente.
Ella sabía que, aun tal y como se presentaban las cosas, estaban mucho mejor que en los días de Jones y que, ante todo, era necesario evitar el regreso de los seres humanos. Sucediera lo que sucediera permanecería leal, trabajaría duro, cumpliría las órdenes que le dieran y aceptaría las directrices de Napoleón. Pero aun así, no era eso lo que ella y los demás animales anhelaran y para lo que trabajaran tanto. No fue por eso por lo que construyeron el molino, e hicieron frente a las balas de Jones. Tales eran sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos.
Al final, presintiendo que tal vez sería un sucedáneo para las palabras que ella no podía encontrar, empezó a cantar « Bestias de Inglaterra» . Los demás animales a su alrededor la imitaron y la cantaron tres veces, melodiosamente, aunque de forma lenta y fúnebre como nunca lo hicieran.
Apenas habían terminado de repetirla por tercera vez cuando se acercó
Squealer, acompañado de dos perros, con el aire de quien tiene algo importante que decir. Anunció que por un decreto especial del camarada Napoleón se había abolido el canto de « Bestias de Inglaterra» . Desde ese momento quedaba prohibido cantar dicha canción.
Los animales quedaron asombrados.
— ¿Por qué? —gritó Muriel.
—Ya no hace falta, camarada —dijo Squealer secamente—. « Bestias de
Inglaterra» fue el canto de la Rebelión. Pero la Rebelión y a ha terminado. La ejecución de los traidores, esta tarde, fue el acto final. El enemigo, tanto exterior como interior, ha sido vencido. En « Bestias de Inglaterra» nosotros expresamos nuestras ansias por una sociedad mejor en el futuro. Pero esa sociedad y a ha sido establecida. Realmente esta canción y a no tiene objeto.
Aunque estaban asustados, algunos de los animales hubieran protestado, pero en aquel momento las ovejas comenzaron su acostumbrado balido de « Cuatro patas sí, dos pies no» , que duró varios minutos y puso fin a la discusión.
Y de esta forma no se escuchó más « Bestias de Inglaterra». En su lugar
Mínimus, el poeta, había compuesto otra canción que comenzaba así:
Granja Animal, Granja Animal,
¡Nunca por mí tendrás ningún mal!
Y esto se cantó todos los domingos por la mañana después de izarse la bandera. Pero, por algún motivo, a los animales les pareció que ni la letra ni la música estaban a la altura de « Bestias de Inglaterra».

(Continua )

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