martes, 28 de junio de 2016

El peso de la bandera (y otras mentiras)





Me había quedado dormida cerca de las 4 de la mañana, con el partido en la compu.  Parecía un empate que podría ir para cualquier lado. Cuando me desperté, Lionel Messi, el Mejor Jugador del mundo, se había retirado de la selección con voz temblorosa.
A su lado, pero no demasiado cerca, la República Argentina con cara de pánico. Busqué en twitter confirmación de que esto no era una pesadilla y la encontré. Si esto sigue así, no llego al final de la semana. Las señoras de mi edad no estamos para encarar el fin del mundo, un nuevo orden, el desmoronamiento de todas las estructuras, de la noche a la mañana, cada tres días.
¿El fin del mundo? ¡No! ¿El fin de qué entonces?  El proceso de reestructurar la AFA, formar una nueva generación de cracks con un proyecto serio, encontrar al “próximo Maradona”, al “próximo Messi” es algo que puede llevar años. Nada va a cambiar de inmediato.
El fin de una era Messiánica, con nivel de competencia seria internacional, comenzó exactamente 10 años antes de su sollozante adiós, con su debut mundialista, cuando baja el ala protectora de José Pekerman Messi desató una polémica universal desde el banco pocos días después en cuartos de final.  “CómonolupusoaMessi” será la cruz que acarree Pekerman hasta la tumba, y quizás más allá también.
El fin de una era de gobernancia en la AFA que se inició tras el primer triunfo mundialista y a la que le fue dando forma Don Julio Grondona a medida que su poder crecía tanto dentro como fuera del país.  “Cuando yo llegué, todos estos trofeos no estaban”, solía jactarse Don Julio señalando los cabinetes llenos de premios que adornaban el edificio de Viamonte. “Acá no había nada”, repetía.
Grondona murió justo antes de que FIFA caiga bajo la mira del FBI; a los trofeos que tanto orgullo le provocaban no se le sumó ninguno “importante” desde hace 23 años; y Messi, foco de todos nuestros sueños y esperanzas, de repente nos anunció, entre lágrimas, derrumbado, que “esto no es para él”. Que hasta acá llegó.
Seguí con mucha interés y una cierta inversión emocional propia cientos de las millones de discusiones, lamentaciones, chistes, y obituarios que se intercambiaron a través de las redes sociales ayer. Los ingleses (conmocionados por la noticia: esto no es un tema menor) me piden explicaciones.
“Argentina está dividida entre pro y anti Messis? ¿Es verdad que le reclaman que no canta el himno, que es “europeo”? ¿Porqué juega mejor con Barcelona? ¿A Maradona lo quieren y a Messi lo odian?”, preguntan.

Y es difícil categorizar los discursos alrededor de la argentinidad de Messi.  No se trata de patriotas contra internacionalistas, de menottistas versus bilardistas, de River contra Boca, o de K y anti-K (aunque alguien me haya comentado que hay muchos contentos porque Macri no va a poder disfrutar este triunfo como propio). Ni siquiera es una brecha generacional, aunque a grandes rasgos quizás haya un poco más de juventud ‘pro-Messi’ y una generación más maradoniana: vi un montón de comentarios de veinteañeros aludiendo a que – imaginemos – “nunca” ganaron nada.  Nosotros por lo menos pudimos vivir en carne propia el frenesí de dos mundiales… Todo lo demás es crema y dulce de leche al lado de ese flan. Y del mismo modo, muchos rondando la mitad de la vida defendiendo al crack indeleble, agradecidos por tanta belleza que nos dio.
No, no hay clasificación para explicar lo que para unos es pecho frío y para otros respetable contención.  Lo que para unos falta de huevos y para otros, un equipo que no acompaña.  Lo que para unos arrugue, para otros una condición que se puede tratar.
Nuestra identidad nacional – sea lo que sea que eso puede significar- está tan íntimamente ligada al fútbol… mucho más que en otros países. Siempre recuerdo un corresponsal del diario Haaretz que me comentaba que en Israel, un país constituido casi enteramente de personas nacidas en otro lado, las unificación nacional se manifestaba siempre en la cancha durante los partidos internacionales, excepto cuando jugaba Argentina.  Si jugaba Israel contra Alemania, los israelíes eran los locales.  Si visitaba Italia, la hinchada doméstica era para Israel.  Pero cuando jugaba Argentina, los Israelíes argentinos desplegaban vincha, bandera y bombo con la argentinidad al palo.
Tuvimos símbolos que contribuyeron enormemente a esta lírica de hacer patria con la pelota; Diego Maradona quizás el mayor exponente, pero en menor medida Tévez levantando la Champions con el trapo nacional, por ejemplo, ayuda.
Messi nunca fue así.  Cuando lo entrevisté hace años me llamó la atención cuán genuino es su perfil bajo, cuánta humildad hay en su lenguaje corporal, lo poco polémico que es en esencia.

“Uno es un poquito de donde nace y mucho de donde le dan de comer”, me dijo una vez el gran Alfredo Di Stéfano cuando le pregunté si se sentía más argentino o español.  Pero en su oficina en el imponente estadio del Real Madrid, Di Stéfano me cantaba tangos y recordaba con nostalgia las callecitas de la Boca donde espiaba entrenamientos desde la calle, y se limpiaba los mocos con la manga haciendo jueguito para que el almacenero le regale las galletitas rotas que quedaban en el fondo de la lata, “de esas que se vendían en bolsa, no en paquete” me explicaba como si yo no supiera lo que me estaba diciendo.
Messi no participó de esa lírica, no contribuyó a ese folklore de zapatilla rota y potrero urbano, no se golpeó el pecho ni participó a alta voz de polémicas locales – ni distantes –. No cantó el himno.
Cada uno interpretará como quiera, o necesite, esta verdad.  Pero por nacer argentino le tocó, como a la birome bic, al colectivo, a Borges, y a todos los premio Nobel, a la avenida más ancha del mundo, y sí, también al dulce de leche, como a todo eso, le tocó que los argentinos nos lo adjudiquemos como propio. Y se prestó a eso con garra, con alma y cuerpo, con ganas. Porque realmente nos llevó a soñar hasta el último minuto del ultimo partido en los torneos importantes.
Capaz está engualichado él; capaz es la misma camiseta del #10 la que deberíamos, finalmente, retirar. Capaz su forma de ser genio incluye ese nervio nauseabundo que lo sabotea, o quizás se sabotea él mismo porque en algún pedacito de sí no quiere ganar con Argentina… Combustible para continuar con la polémica no nos va a faltar…
Pero el fútbol, como dice Menotti, tiene que ver con el tiempo de ocio del hombre.
Es para soñar, para disfrutar, para generar alegría y escapar momentáneamente.  Y lo que quedó claro es que Messi, este peso de nuestra bandera, ya no lo disfruta.

Jugar para la selección no es obligatorio.  Siempre recuerdo a Redondo cuando se negó a obedecer a Passarella.  “No es la colimba”, dijo en ese momento de servicio militar obligatorio. Siempre interpreté la frase como que uno puede elegir si juega o no para argentina, más allá de la ambivalencia producida por el régimen cuasi-militar que quería imponer Pasarella.
A lo que voy es a esto: la decisión de un hombre de 29 años, visiblemente abrumado por una situación en la que la expectativa que recae sobre él es más de lo que cualquier individuo debería tolerar, de no jugar más, esa decisión tiene que ser válida.
Si sumamos a esto el contexto institucional y político de la crisis actual de la AFA, la FIFA, el rol del gobierno, la Superliga, Tinelli, Moyano… hasta Diego haciendo ruidos… Es de entender que los jugadores, por lo general profesionales precisamente dada su capacidad de aislarse internamente de estos temas y salir al campo de juego con la cabeza en el partido, hayan manifestado malestar.
Quizás nada de esto influyó en Messi, pero no se puede negar que esa es la realidad de hoy. Ser el emblema de la selección nacional es, quiérase o no, ser parte de eso.

No puedo evitar un paralelo con Marta Argerich. Una genia nuestra también que desarrolló su genialidad como ciudadana universal. Cuando se estrenaba el auditorio Kirchner, la polémica desatada entre los líderes culturales de nuestros tiempos fue tan hostil y violenta que Argerich se bajó de tocar.  “El piano no se mancha” recuerdo twittear en algún momento, segura de que esa incesante puja tan binaria no podría silenciar al arte.
Pero Argerich no pudo.  Es como que el arte no puede existir en un contexto tan tóxico.  De una manera muy personal, siento que Messi tampoco puede crear en este contexto, y aferrada a esa ilusión, quiero creer en una reestructuración sana, más joven y fresca, con River y Boca sentados a la misma mesa, y los clubes chicos también, con proyecto para las juveniles y sueldos pagos y contratos que se respetan.  Y que si se logra a tiempo, Messi puede volver.
Por ahora, que lo llame Macri, que lo llame Diego, que lo llame el Papa…. Que se convoquen manifestaciones en el Obelisco, y se pinte la Casa Rosada con la camiseta del diez.  Yo le deseo que se convierta en hombre sano, no en héroe loco.  Que se cuide, y si es necesario, se baje.
Como dijo un comentario compartido en redes, de alguien que no conozco: “Soy más Messi que Argentina”.
Mi bandera es Messi

Por MARCELA MORA Y ARAUJO | 28 de junio de 2016.C